jueves, 21 de febrero de 2019


MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS III



Patricio Valdés Marín


CONTENIDO

  1. Una metafísica del universo                       
  2. Las categorías metafísicas            
  3. Causalidad y estructuración                       
  4. La energía                         
  5. Energía cuantificada                      
  6. Contradicciones de la teoría general de la relatividad          
  7. Una cosmología                            
  8. La esencia de la vida                     
  9. El instinto de dominio – una teoría             
10. El sistema de la afectividad                       
11. El cerebro y la conciencia              
Lo epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12. La psiquis                                     
13. El discurso filosófico histórico                  
14. Una teoría del conocimiento I                     
Lo epistemológico II - https://unihummono5.blogspot.com                              
15. Una teoría del conocimiento II                                
16. Los límites del conocimiento humano         
17. Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica    
18. La filosofía y la ciencia                              
19. El lenguaje                                    
Lo transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20. Una cosmovisión               
21. Cuestiones religiosas                     
22. Dios                      
23. La eternidad           
24. La línea divisoria                
Lo transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25. Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús         
26. Jesús de Nazaret y el cristianismo                          
27. Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino              
Lo socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28. Antecedentes antropológicos de la sociedad         
29. El ser humano y la sociedad                      
30. Fundamentos antropológicos de la política            
Lo socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31. La política              
32. La guerra               
33. El Leviatán y los Estados Unidos   
34. El derecho de propiedad privada   
35. La ética del capitalismo                 
36. La tecnología         
37. En el espíritu de El Capital de Karl Marx     
38. Las peculiaridades de la economía de los Estados Unidos     




8. LA ESENCIA DE LA VIDA




UNA BIOLOGÍA FILOSÓFICA



La vida es un fenómeno distintivo que presenta la naturaleza en la biósfera terrestre, al menos hasta donde podamos saber, ya que en el resto del universo no se la ha observado aún de modo alguno. El que una cosa, cuyas partes son enteramente físicas, se alimente, crezca y se reproduzca resulta algo extraordinario respecto a toda otra cosa conocida. La combinación especial de sus átomos y moléculas produce algo enteramente animado con fuerza propia. De sus progenitores un organismo biológico recibe un código que indica cómo debe auto-estructurarse. Un problema aún no resuelto es cómo fue que en la Tierra apareció alguna vez –y una sola vez– la vida, pues para poder existir este código requiere primeramente de la estructura que consigue conformar. Seguramente, la respuesta incluye que el principio estructurador que posee la materia es superior a alguna tendencia hacia una entropía desorganizada.

Todas las cosas existentes en el universo están construidas a partir de energía primigenia. Esta energía se materializó en las partículas fundamentales, las cuales han generado estructuras funcionales en sucesivas escalas progresivas, cada vez más complejas y funcionales. Esta ley general de la materia explica la existencia de los organismos vivos sin necesidad alguna de recurrir a fuerzas extrañas al universo. La evolución del universo y su estructuración según la termodinámica han desembocado en una organización que llamamos vida. Los componentes o unidades discretas de estas estructuras vivas, que son sus subestructuras, son propias del mundo físico natural, como átomos, moléculas y cadenas peptídicas y proteicas, con sus propias funciones específicas. La vida como la conocemos define estructuras que se auto-estructuran y se desarrollan, interactúan con el medio, son internamente estables –propiedades que se puede englobar en el término “supervivencia”– y se reproducen según pautas determinadas por códigos genéticos que portan. La cúspide de la organización biológica es un organismo con un un cerebro con la capacidad psíquica de conciencia de sí de sentimientos y de acción intencional.


El organismo biológico


Hace más de tres mil quinientos millones de años atrás, se originó la vida. Consistió en la formación de centros o núcleos en caldos ricos en aminoácidos que generaron determinadas reacciones químicas que formaron cadenas nucleicas y polipeptídicas y además, desde un punto de vista de tensiones superficiales, cuando dichos núcleos alcanzaban un diámetro similar al tamaño de una célula actual, sufrían una división mecánica a causa probablemente a efectos de la tensión superficial. En una segunda instancia la división fue similar a la mitosis, en el sentido que cada parte retuvo toda la información genética acumulada. El desarrollo de estas instancias físico-químicas culminó en la entidad biológica de una célula capaz de nutrirse, desarrollarse y dividirse en dos células, y así, sucesivamente, hasta que la vida siguió extendiéndose por sobre la faz de la Tierra. En esta etapa la vida fue cambiando sus formas y se hizo más funcional en la perpetua búsqueda por una mejor adaptación a las duras e inestables condiciones del medio, siguiendo un mecanismo de pervivencia que denominamos evolución biológica. Mientras las formas vivientes evolucionaban, iban alterando la Tierra y permitían nuevas formas de vida.  La primera forma primitiva de vida que logró sobrevivir y replicarse transmitió a su progenie las dos características que impulsan el desarrollo biológico, la supervivencia y la reproducción. Todos los seres vivientes terrestres pertenecemos a una gran familia que no ha tolerado emigrantes alienígenas ni especies de origen paralelo.

Un organismo biológico es una estructura viviente, pero no es una máquina, como supusieron los mecanicistas. Lo que lo diferencia de una máquina es que su producto es la estructuración de sí mismo, que su existencia depende de esta actividad cuando interactúa con el medio para nutrirse, cobijarse y protegerse y que es capaz de procrear otros individuos. En cambio, la máquina está ya estructurada previamente y no requiere modificación alguna para producir cosas ajenas a su propia estructura a partir de un flujo de insumos. Y si se le cortara el suministro de cualquier insumo, no sufriría ni menos moriría como un organismo biológico, sólo dejaría de producir o produciría ineficientemente. Un organismo biológico se distingue de una máquina por dos razones. Primero, su producción de componentes, partes y piezas está destinada a sí mismo. Segundo, su actividad se realiza según los requerimientos retroalimentados homeostáticamente por el mismo. Tampoco un organismo biológico es alguna cosa que puede crecer y desarrollarse por simple y espontánea agregación de partes, como la cristalización de alguna solución salina o la formación de un volcán. Sólo el organismo biológico se auto-estructura en forma diferenciada, orgánica y funcional por causa de fuerzas que genera y controla internamente de manera determinada.

Un organismo biológico es, desde el punto de vista causal, el único sistema capaz de generar fuerzas destinadas a su propia estructuración fisiológica según las exigencias demandadas mecánicamente por sí mismo. Un organismo biológico es un sistema que se auto-estructura según mecanismos autónomos de control y regulación que actúan en todas las escalas estructurales a partir de la molecular, propia del ADN. Algunos de estos mecanismos son homeostáticos; otros son estructuradores; otros interactúan con el medio; otros más son reproductores, e incluso hay mecanismos des-estructuradores que terminan irremisiblemente con la muerte de sí. Un organismo biológico es, en esencia, una estructura autónoma compuesta por sistemas, aparatos y órganos estructurados, funcionales y dependientes de un control central cuyo propósito último es su propia supervivencia, reproducción y auto-estructuración.

Los organismos biológicos se construyen a sí mismos mediante el control y regulación ejercido por el genoma que hereda de sus progenitores, que se haya contenida en los cromosomas de sus células. Éstos contienen una enorme cantidad de información para estructurar las proteínas específicas requeridas en el lugar y el tiempo preciso. Las proteínas son las unidades discretas de las células. El mecanismo de estructuración de proteínas a partir de aminoácidos depende de los mecanismos de traducción y replicación del ácido desoxirribonucleico (ADN). El ADN está constituido por dos fibras polinucleotídicas de largo indefinido, paralelas entre sí, formando una doble hélice y asociadas mediante las uniones no covalentes de los nucleótidos. Sus unidades discretas son cuatro bases: adenina, timina, citosina y guanina. Difieren por la estructura de la base nitrogenada constituyente. Están unidos secuencialmente entre sí mediante enlaces químicos covalentes. Una unión covalente es la compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos. La formación de las uniones requiere un potencial químico y un catalizador que es la enzima ADN-polimerasa. Por razones estéricas, la adenina tiende a formar espontáneamente una asociación con la timina, mientras que la guanina se asocia con la citosina. Las dos fibras son por tanto complementarias. La estructura del ADN puede componerse de todas las secuencias posibles de pares y no está limitada en cuanto a su longitud. Los cromosomas están compuestos por ADN, cuyas unidades discretas son los genes. Estos son segmentos variables de tripletes de los cuatro tipos de bases de ADN.

Los ácidos nucleicos son macromoléculas que resultan de la polimerización lineal de los nucleótidos. Estos están constituidos por la asociación de un azúcar con una base nitrogenada por una parte, y con un radical fosforilo por la otra. La polimerización es mediada por los grupos fosforilos que asocian cada residuo de azúcar al precedente y al siguiente, formando así la cadena polinucleotídica. Por su parte las proteínas son macromoléculas y se estructuran por la polimerización secuencial de aminoácidos que conforman una cadena que se denomina polipeptídica. Análoga a las letras del alfabeto que son las unidades de palabras y frases, los veinte aminoácidos son sus unidades discretas. Cada proteína contiene entre cien a diez mil de éstos. Puesto que existe variación tanto en la secuencia como en la cantidad de aminoácidos, los tipos de proteínas que pueden estructurarse son más de un millón y constituyen las unidades discretas de los orgánulos y partes de las células. A su vez, las células son las unidades discretas de los distintos tejidos y órganos del organismo biológico.

Para estructurar una proteína el mecanismo que traduce la secuencia de nucleótidos en secuencia de aminoácidos es complejo. La estructura de una proteína está determinada por el orden lineal de los radicales aminoácidos en el polipéptido. Esta secuencia está determinada por la de los nucleótidos en un segmento de fibra del ADN. El código genético es la regla que asocia una secuencia polipeptídica a una secuencia polinucleotídica dada. Como hay veinte aminoácidos a especificar y sólo cuatro nucleótidos en el alfabeto del ADN, cada letra está constituida por una secuencia de tres nucleótidos (un triplete) específicos para un aminoácido (entre veinte) en el polipéptido. Además, la maquinaria de traducción no utiliza directamente las secuencias nucleotídicas del ADN, sino la transcripción de una de las dos fibras a un polinucleótido, llamado ácido ribonucleico mensajero (ARN mensajero). El ARN es leído secuencialmente de triplete a triplete, a lo largo de la cadena polinucleotídica. Una enzima cataliza en cada etapa la formación de la unión peptídica entre el aminoácido que lleva el ARN y el aminoácido precedente, en la extremidad de la cadena polipeptídica ya formada, que va creciendo así en una unidad. Asimismo, el mecanismo está comandado por las enzimas. Estas actúan en las reacciones químicas que forman las proteínas. Las enzimas son una especie de catalizadores, pero se diferencian de éstos porque cada una cataliza únicamente una sola reacción, porque las uniones que cataliza son no covalentes y porque, por lo general, una enzima es activa con respecto a un solo cuerpo susceptible de sufrir este tipo de reacción. En consecuencia, el mecanismo de replicación, necesario tanto para la multiplicación de las células como para la estructuración de los gametos que dan origen a un nuevo organismo viviente, procede por separación de las dos fibras del ADN, seguida por la reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las dos fibras complementarias. Cada una de las dos moléculas así sintetizadas contiene una de las fibras de la molécula madre y una fibra nueva, reconstituida y complementaria, formada por el emparejamiento específico. Estas dos moléculas son idénticas entre sí y también a la madre. El secreto de la replicación sin variación del ADN reside en la complementariedad estereoquímica del complejo no covalente que constituyen las dos fibras asociadas en la molécula.

Las especies biológicas son el resultado de la evolución de la vida a partir del primer organismo viviente que pudo replicarse a sí mismo y traspasar sus características a su progenie. Como se dijo, este acontecimiento único surgió probablemente en un lugar de la Tierra hace más de tres mil quinientos millones de años y fue también probablemente irrepetible a causa de la de la difícil concurrencia de algunos factores decisivos para producir vida, a pesar de la funcionalidad intrínseca de la materia para llegar a estructurar la vida. Desde hacía algunos miles de millones de años se habían estado formando, a partir de metano, agua y amoniaco, los constituyentes químicos necesarios para la vida, pues dichos compuestos son los precursores de los nucleótidos y los aminoácidos. Posiblemente, estos compuestos se sintetizaron en presencia de catalizadores no biológicos, empleando fuentes energéticas, como las chispas eléctricas de tormentas y el calor volcánico. En caldos concentrados diversas macromoléculas pudieron formarse por polimerización de sus precursores aminoácidos y nucleótidos. En laboratorio se han obtenido polipéptidos y polinucleótidos parecidos por su estructura general a macromoléculas modernas. La formación de la primera macromolécula capaz de promover su propia replicación se debió obtener después de múltiples intentos.

Esta etapa de la formación de la vida no deja de ser enigmática, pues el código genético no puede ser traducido más que por productos de su propia traducción. El misterio del origen de la vida es, por lo tanto, que sin enzimas el ARN no podría haberse copiado a sí mismo y evolucionado; pero sin ARN altamente evolucionado no se tienen enzimas. Se reedita, pues, la vieja interrogante biológica de si fue primero el huevo o la gallina. También disminuye la probabilidad de que el fenómeno que dio origen a la vida pueda repetirse tanto en nuestro planeta como en cualquier otro. En nuestro planeta la posibilidad que se genere nuevamente una vida distinta a la existente resulta además más difícil, habiendo tan inmensa cantidad de potenciales depredadores que se alimentan incluso de los precursores que posibilitarían esta nueva vida. En cambio, en otro planeta, verificándose las condiciones mínimas, especialmente la existencia de agua líquida, habría suficiente tiempo para que se origine la vida. Probablemente, el problema principal es que se den dichas condiciones mínimas, entre las que se cuenta una cierta estabilidad ambiental y sin cataclismos en un tiempo prolongado.

Vimos que l ARN (al igual que el ADN) depende de enzimas para replicarse. Estas complejas moléculas envuelven su filamento y, utilizando este original como plantilla, unen moléculas que funcionan como unidades de construcción básicas, llamadas nucleótidos, en uno complementario, el cual es una especie de negativo fotográfico del original. Luego las enzimas repiten el proceso en el filamento complementario para construir una copia exacta del original. Las enzimas, que están hechas de proteínas, se encuentran ensambladas a su vez de acuerdo a las instrucciones moleculares insertadas en el ARN. En otras palabras, el ARN dirige el ensamblaje de proteínas que forman las enzimas que le permiten replicarse. Partiendo de la teoría según la cual un filamento de ARN que se auto-replica habría sido el precursor de la vida, algunos biólogos han querido resolver el enigma de cómo hizo la naturaleza para producir el primer polinucleótido-polipéptido, con capacidad para replicarse y para sintetizar enzimas a la vez, esto es, para cortarse a sí misma y separar sus partes y también para entretejer nucleótidos haciendo una copia perfecta de sí misma. La búsqueda se ha centrado en encontrar un filamento de ARN suficientemente largo que pueda actuar como enzima, pero lo bastante corto para que pueda replicarse a sí mismo con cierta facilidad. Esto representaría el principio de la vida. La complejidad posterior hubo de deberse a la conexión de este filamento corto con otro filamento, y así sucesivamente hasta obtener un filamento más largo y complejo, y también al mecanismo de la evolución. Es probable que cuando ya debieron coexistir tanto polipéptidos como polinucleótidos, un polipéptido penetrara en el ámbito de un polipéptido, a modo de un virus que ingresa a una célula, y se fusionaron ambos funcionalmente. Ello dio como resultado la primera unidad de vida en la historia de la Tierra. Así, pues, dos estructuras enteramente distintas, pero de una misma escala, se convirtieron de este modo en unidades discretas de una estructura de una escala superior con la doble funcionalidad de metabolizar la energía del medio en su propia autoestructuración y de reproducirse de modo idéntico.

Estos primitivos organismos biológicos que se reproducían de modo idéntico pasaron a constituir las unidades discretas de la estructura llamada ecosistemas. Sin embargo, la capacidad para transmitir genéticamente su propia estructura a otro individuo es natural pero no temporalmente anterior al mecanismo evolutivo de la selección natural. En la exacta replicación siempre existió una pequeña falla: ocasionalmente se daban mutaciones. Algunas de estas mutaciones resultaron tener ventajas adaptativas que permitieron a los organismos mutantes conquistar su ambiente con mayor facilidad y desplazar a los no mutantes. Incluso algunas mutaciones resultaron ser beneficiosas en otros ambientes o cuando el ambiente propio cambiaba. Después de este difícil parto del principio de la vida algún largo tiempo se requirió para estructurar gradualmente las partes funcionales que constituyeron la célula primigenia, de la cual todos los seres vivientes del planeta Tierra somos su progenie. Aunque primitiva, esta célula ya contuvo el mismo código genético y la misma mecánica de traducción y replicación que las células modernas. Su éxito se debió a su capacidad para reproducirse y llegar a adaptarse a un medio en perpetuo, aunque generalmente lento, cambio.

A través del tiempo las primitivas células se fueron asociando y, como unidades discretas, fueron conformando una estructura pluricelular, de escala superior. Con toda seguridad la nueva función de este organismo pluricelular respondió mejor a la necesidad de sobrevivencia, ya que la colaboración ayudó a cada unidad discreta a sobrevivir por sí misma.  Probablemente, un propósito de esta nueva estructura fue acceder a nutrientes de forma más eficiente y distribuirlos mejor entre sus unidades. Ya en la misma escala celular un grupo de células habría evolucionado con la capacidad para elaborar azúcar mediante la fotosíntesis al incorporar la clorofila a su estructura, lo que entonces produjo la separación de la vida entre el Reino animal y el Reino vegetal. En el caso de este segundo reino, la estructura pluricelular pudo haber sido un cilindro o tallo que posibilitó la circulación por capilaridad entre las células de una savia llena de nutrientes. El desecho pasó al manto para reforzar y proteger a dicho tallo.  En el medio acuoso de entonces el tallo debió utilizar un extremo para afianzarse al lecho y  evitar ser arrojado a la orilla y perecer. Este mismo extremo debió evolucionar en raíz y ser usado en un medio terrestre como captador de agua y soporte del vegetal.

En el caso de las células no clorofílicas la colonia celular pudo adaptar la forma de un tubo digestivo con funciones específicas, similar al tallo descrito. Probablemente el flujo mecánico usó la capilaridad; posteriormente, en la medida que aumentó la complejidad, el flujo fue impulsado por el bombeo de un corazón. Un extremo de este tubo tuvo la función de  atrapar los nutrientes externos, un centro que pudiera transformarlos químicamente en materias digeribles y distribuirlos entre la colonia y un extremo que pudiera evacuar los desechos. Con el tiempo, el primitivo tubo digestivo incorporó nuevas estructuras para buscar más activamente concentraciones nutritivas, entre ellas la coordinación centralizada en una cefalización para comandar y dirigir el organismo para obtener la energía aprovechable de manera eficiente junto a un sistema de información sobre el medio externo, y dispuso de sistemas apropiados tales como aletas, patas, cilicios, alas, incluso movimientos reptores u otros dispositivos de locomoción y acceso al medio nutritivo, complementado por sistemas de defensas contra la agresión del mismo medio y, por supuesto, sistemas genéticos de reproducción.

Para reproducirse un organismo pluricelular requirió la generación de una estrategia de reproducción más allá de la simple mitosis celular. Requirió primeramente que dicho organismo surgiera de una única célula progenitora. Segundo, que dicha célula contuviera el programa estructural completo del organismo biológico. El organismo entero se estructuraría como una entidad distinta pero idéntica o similar a partir de una sola célula progenitora y cualquier célula podría ser progenitora de un organismo biológico. En forma indiscriminada surgían organismos biológicos idénticos cuya única limitante fue la disponibilidad de recursos alimenticios. Desde el punto de vista de eficacia de aprovechar recursos se daban las condiciones para una revolución. Con el tiempo, como una forma más eficiente de adaptación a un medio cambiante, surgió la bisexualidad. Ésta constituyó un hito en la historia de la biología, pues permitió la selección natural que originó la evolución biológica. El origen de la bisexualidad está en la meiosis. Al contrario de la mitosis, la meiosis consiste en que cada progenitor aporta la mitad de su información genética, ahora organizada en cromosomas, para originar un gameto, que es una célula sexual que contiene la mitad de los cromosomas y también llamada célula haploide por lo mismo. La unión de dos gametos produce por fertilización el cigoto o huevo fecundado, que contiene el conjunto completo de cromosomas. El aporte de distinta información genética originó una diferenciación en los individuos generados, produciendo algunos más aptos para sobrevivir y reproducirse y permitiendo que éstos transmitieran sus mejores aptitudes a su propia prole, en la llamada selección natural, que veremos más adelante. En el curso de esta selección surgieron las especies biológicas. El género apareció más tarde por la demanda de la progenie para ser criada y con ello surgió también el dimorfismo sexual.

Cada especie se distingue porque los individuos que la componen son fértiles cuando se aparean, procreando individuos similares. Se sigue que, 1º cada especie posee un banco hereditario distintivo; 2º para subsistir cada especie depende de que sus miembros sobrevivan y se reproduzcan. En consecuencia, el banco hereditario de una especie trata principalmente de los caracteres que permiten a los individuos que la componen sobrevivir y reproducirse con éxito. El ser humano pertenece a una de las numerosísimas especies del reino animal. La única diferencia entre los animales y el ser humano está relacionada con un relativamente mayor volumen y una mayor organización de su sistema nervioso central, lo que permitió un pensamiento racional y abstracto que supera el instinto.  

Toda estructura puede definirse por sus funciones, por sus componentes y por su pertenencia a otra estructura. En el caso de la vida hablamos del organismo biológico. Éste puede ser una bacteria, una vegetal o un animal y comprende la vasta gama de cosas que va desde los seres unicelulares hasta organismos con complejos órganos y aparatos fisiológicos. Su función es sobrevivir y reproducirse. Al tiempo de mantener su propia identidad, se desarrolla y crece auto-estructurándose y se reproduce replicando genéticamente su propia estructura biológica.

Un primer aspecto que caracteriza un organismo biológico es la capacidad para permanecer el mismo y mantener su propia identidad, independiente de los cambios enormes que pueda éste sufrir, por ejemplo, la metamorfosis en los insectos o que pueda sobrellevar el medio. Muchos mecanismos actúan al interior del organismo para independizarlo de fuerzas desestabilizadoras del medio externo. La composición química de los tejidos y fluidos de un organismo permanece constante dentro de unos límites extremadamente estrechos, indistintamente de las variaciones del medio externo. Sin embargo la permanencia homeostática no es inmóvil, sino de un estado que puede variar, en especial como reacción a las fuerzas desestabilizadoras del medio externo. Existe en el organismo una cantidad de sistemas que funcionan como mecanismos homeostáticos para controlar y regular el medio interno. Cada uno está diseñado para enfrentar algún problema específico: temperatura interna, esfuerzo, cicatrización, metabolismo, etc. La acción homeostática es un caso de la retroacción que se observa en otros procesos tanto naturales como artificiales. La retroacción es un efecto que repercute sobre su propia causa, modificándola. Puesto que la causa modificada cambia a su vez el efecto, se origina un circuito cerrado, auto-controlado. Pero la acción homeostática en un sentido es desestabilizadora en otro. La eficiencia de un mecanismo en un sentido produce fallas en otro sentido. En el ser humano, por ejemplo, la regulación homeostática funciona bien hasta los 25-30 años; después su funcionamiento comienza a producir efectos secundarios negativos en el organismo. Envejecer es característicamente un aumento en el número y variedad de los fallos homeostáticos y, cuando fallan las funciones orgánicas necesarias, el organismo muere.

Un segundo aspecto que caracteriza un organismo biológico y que lo diferencia de una máquina, es la complejidad y la enorme interacción causal de sus funcionales subestructuras. Éste integra toda la funcionalidad de las estructuras constituyentes desde la escala subatómica hasta escalas que superan el mismo organismo, como son la manada y la especie, en una sinergia múltiple. Cualquier falla funcional de cualquier subestructura o superestructura afecta de alguna u otra manera el funcionamiento del todo. Si una hormona no consigue sintetizarse, si el ácido desoxirribonucleico no se replica exactamente en una célula, si la presión sanguínea no se mantiene dentro de cierto rango, si un músculo no logra mover el miembro que comanda, si escasea el alimento, si aumenta el número de los depredadores, o si tiene alguna falla o sufre algún cambio, él queda en una relativa desventaja funcional para sobrevivir y reproducirse, peligrando su existencia. Por el contrario, la funcionalidad de una máquina compromete subestructuras bastante más simples: determinados esfuerzo estructural, ejecución de movimientos, fuente de energía, ejercicio de fuerzas, resistencia al desgaste, controles.

Un tercer aspecto que caracteriza un organismo biológico es que conforma un sistema que para sobrevivir y reproducirse debe mantener múltiples y permanentes relaciones causales con la estructura de la cual es una unidad discreta, siendo imposible su supervivencia o reproducción si permanece aislado. La ecología estudia precisamente tal estructura de escala mayor, que denomina ‘ecosistema’, desde el punto de vista de las relaciones causales entre sus unidades discretas. Se interesa por el funcionamiento interno, más que por su composición y funcionamiento externo, de la que se preocupan la botánica y la zoología, y ha llegado a establecer la economía de la materia orgánica, que es la estructura fundamental del intercambio energético y estructural entre los organismos vivientes. Asimismo, ha llegado a determinar que los distintos ecosistemas se encuentran en la biosfera, estrecha zona comprendida entre unos seis mil metros de altitud y unos seis mil metros de profundidad en el mar, aunque concentrándose la mayor parte en unos pocos metros de espesor sobre y bajo la superficie terrestre no gélida ni seca, y en los pocos metros bajo el agua donde alcanza la radiación solar para energizar algas y plancton. No obstante, existen organismos biológicos que se nutren de la energía que emana del plasma terrestre que surge a través de la corteza en ciertos lugares termales y fallas geológicas. Dentro de este tercer aspecto estructural del que un organismo biológico es parte debe mencionarse la especie biológica. Todo organismo biológico desciende y procrea descendencia de otros organismos biológicos que son genéticamente similares, compartiendo un fondo genético común. La reproducción es precisamente una de las funciones principales de todo organismo biológico y que lo refiere a una población con la que comparte su genoma.

En fin, un cuarto aspecto que caracteriza un organismo biológico, es que el medio donde debe sobrevivir y reproducirse es bivalente. El ambiente no sólo es su providente potencial, sino también es su destructor potencial. Es fuente de la energía y los elementos químicos que el organismo requiere, brindándole además la seguridad de abrigo y cobijo. Simultáneamente, el mismo ambiente contiene los depredadores del organismo en cuestión. Además, en él existen una diversidad de fuerzas potencialmente destructoras, como las inundaciones, el fuego, la sequía, los terremotos, etc. También una parte de los elementos y la energía no están disponibles en abundancia, sino que el organismo debe buscarlos activamente y apropiárselos. Para sobrevivir y reproducirse en este ambiente, el organismo debe desarrollar sistemas de información y de respuesta para acceder al alimento, defenderse de los elementos agresivos y cobijarse del acechante peligro. Es conveniente señalar también que una función importante de una estructura autónoma, que busca sobrevivir en un medio agresivo que potencialmente puede destruirla, es el engaño, el disimulo, la farsa, el mimetismo. A través de este medio, el individuo finge poder, persigue ocultarse, simula peligro o aparenta inocencia para su posible adversario, depredador o presa. Esta característica funcional, que surge naturalmente a través del mecanismo de la evolución, en el ser humano es además intencional.

De la extraordinaria capacidad de las estructuras autónomas podemos inferir que un humilde gusano, habitante de esta partícula cósmica denominada Tierra, es inmensamente más complejo y, por tanto, más funcional que una magnífica estrella como, por ejemplo, la colosal y poderosa Canis Majoris. Es cierto que el primero se va estructurando mientras va consumiendo energía, en tanto que la segunda se va desintegrando mientras la va produciendo. Pero la estructuración de un consumidor eficiente requiere mayor funcionalidad y complejidad que la desintegración de un productor eficiente. La mayor eficiencia en el empleo de energía da al traste con la concepción de desorden de la segunda ley de la termodinámica. Por lo tanto, no es legítimo suponer que un ser viviente es una insignificancia frente a la inmensidad del universo. Su superioridad reside precisamente en su propia funcionalidad que le permite una mayor capacidad relativa de subsistencia. La energía es empleada con mayor eficiencia tanto en su propia estructuración como en sus acciones funcionales de supervivencia y reproducción. En la perspectiva del tiempo, la vida es un estallido de estructuración; en la perspectiva de una vida, ella es todo el tiempo.

La supervivencia es el proceso de crecimiento, desarrollo, nutrición, estabilidad y reproducción del organismo consume energía que debe adquirir activa y selectivamente del medio externo. Significa un estado en el que el organismo genera autónomamente fuerzas para aprovechar la energía del medio y/o contrarrestar aquellas fuerzas que tienden a destruirlo. Este estado implica una continua lucha para mantenerse vivo y no morir. Un organismo necesita consumir otros organismos, pues son fuentes de energía y elementos nutritivos. En la lucha por la supervivencia un organismo no sólo compite con sus similares de la especie, sino que con organismos de otras especies que comparten su mismo nicho y, sobrevive el más apto. La supervivencia debe entenderse como la lucha por la existencia. La vida es lucha y conflicto. Obedece a los instintos de supervivencia, que son los dos instintos más poderosos de los animales. Un mecanismo instintivo más plástico y flexible, propio de los animales más evolucionados y que ciertamente admite opciones y decisiones, corresponde a un estado dinámico en el sentido de que implica alcanzar la satisfacción de necesidades vitales impulsadas por la búsqueda de placer, bienestar y alegría y el rechazo al dolor, desagrado y sufrimiento. Estos impulsos están relacionados con la captación activa de la energía contenida en el ambiente providente y la defensa de los peligros de un ambiente agresivo. En los seres humanos este estado, que en su aspecto más simple responde a los mismos estados afectivos animales, implica alcanzar además la prosperidad y la felicidad.

No toda acción del organismo biológico destinada a satisfacer sus apetitos conduce directamente a su propia supervivencia. En los animales el apetito sexual, cuya satisfacción les produce indudablemente gran gozo, tiene por finalidad la propagación de la especie. Mientras la satisfacción de los apetitos es funcional a la supervivencia, la satisfacción del apetito sexual y de la maternidad es funcional a la prolongación de la especie. En general, el apetito sexual está en relación directa a la dificultad que tienen los individuos para sobrevivir y en relación inversa a la cantidad de prole procreada. Las plantas y otros organismos biológicos emocionalmente insensibles poseen otras estrategias de supervivencia y reproducción. Incluso la crianza es también una función de post-procreación que ha surgido con fuerza en los animales superiores. Si un organismo nace a la vida, es porque sus progenitores sobrevivieron y se aparearon. Estas características funcionales básicas se transmiten genéticamente y evolucionan en las distintas especies para ser aún más eficientes. Aquella especie que no consigue mejorar ambas condiciones en los individuos que la componen y adaptarlas al cambiante ambiente, más temprano que tarde se extingue.

En realidad, ambas características fisiológicas de supervivencia y reproducción contienen la totalidad de los caracteres que se transmiten genéticamente, denominados ‘aptitud’, siendo precisamente esto en lo que consiste la genética; y la evolución biológica no es otra cosa que el perfeccionamiento de estas características para un medio cambiante y competitivo. Las especies actualmente existentes contienen ambas características en sus mejores expresiones y nuestra especie, en la actualidad la más exitosa en la empresa de sobrevivir y reproducirse, las posee aparentemente en su máxima expresión, aunque ciertamente no en su perfecta u óptima. En consecuencia, el hecho de heredar genéticamente las aptitudes para sobrevivir y reproducirse es el punto de partida para comprender el dinamismo de la estructura y la fuerza biológicas. No obstante, desde el punto de vista de la evolución, existe una distinción en la prioridad entre ambas características. Si la supervivencia es la lucha por la existencia y la reproducción es la aptitud para lograr mayor descendencia fecunda, ocurre que quien es más apto es aquél que ha logrado no morir antes de reproducirse. Empero, aunque la dramática lucha por la supervivencia es directamente el agente de la evolución biológica, su condición es la mutación benéfica que se transmite genéticamente por medio de la reproducción y que genera una mayor aptitud para sobrevivir y reproducirse.


El origen y la evolución de las especies


Carlos Darwin  había descubierto que existe una íntima relación entre el organismo biológico individual y la variabilidad de su especie en el tiempo. Apuntaba a que aquellas mutaciones genéticas operadas en un individuo y que le permiten una mayor aptitud en un ambiente le posibilitan una mayor adaptabilidad a su especie al transmitirle estos nuevos caracteres mediante su progenie. En un medio cambiante la continuada agregación de nuevos caracteres por selección natural adiciona caracteres más favorables para la prolongación de la especie y hace desaparecer recíprocamente otros menos favorables. El sujeto de la evolución biológica no es el organismo biológico individual, sino la especie.

La subsistencia de una especie biológica depende de la aptitud fisiológica y de la fertilidad de los individuos que la integran y de su descendencia fértil. A su vez una mejor aptitud depende de estados más estables de equilibrios termodinámicos, en parte a través de la adquisición de estructuras cada vez más funcionales para la obtención ventajosa de energía, en parte buscando cerrar el propio sistema mediante el desarrollo de estructuras de defensa frente a un medio agresivo, en parte desarrollando estructuras para apropiarse de algún determinado nicho ecológico y defenderlo de especies competidoras. Sobre todo, estas características consisten en generar mecanismos eficientes de reproducción de individuos similares. Recíprocamente, en el curso de los milenios, mediante el éxito para sobrevivir y reproducirse de muchos individuos aptos, las especies han ido incorporando por la selección natural las características genéticas que posibilitan la mejor aptitud de sus individuos. En el proceso que persigue una mejor adaptación a un ambiente las especies van evolucionando, a veces rápidamente, para aprovechar las nuevas oportunidades que el cambiante medio va presentando. Entre paréntesis, una especie se distingue simplemente porque los individuos que la componen pueden procrear individuos similares y fértiles. Una raza pasa a ser una especie particular cuando los individuos que la integran no pueden procrear individuos fértiles tras acoplarse a individuos de otras razas de la misma especie. En ese punto del tiempo y el espacio el filum se bifurca irreversiblemente.

La evolución biológica es un mecanismo de estructuración de la materia viva en estructuras funcionales cada vez más complejas y de escalas cada vez mayores. Es un mecanismo acumulativo que incorpora las mutaciones favorables y neutras que se producen en los organismos biológicos y que traspasa a las generaciones futuras. Pero también es un mecanismo sumamente conservador y direccional, lo que impide que la materia se pueda estructurar en cualquier forma imaginable. En el mecanismo de la evolución biológica intervienen dos tipos de relaciones causales que se interrelacionan. Por una parte está la ocurrencia de pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que prevalecen en la especie por ser favorables y neutras. Por la otra, están los cambios ambientales que van favoreciendo los caracteres genéticos más adaptables a las nuevas condiciones y que a veces son de tan gran magnitud que una especie puede desaparecer o favorecer únicamente a los individuos que poseen un determinado carácter.

Si en la dotación genética que un organismo recibe de sus progenitores viene un gen mutado, la estructuración del organismo sería algo diferente de la usual de la especie. Una mutación podría tener cuatro efectos distintos: 1. Que la estructura generada sea simplemente inviable. 2. Que sea desfavorable para sobrevivir en el medio. 3. Que sea favorable. 4. Que sea neutra para el medio dado. Si es desfavorable, el gen mutante tiende a no incorporarse a la especie. Lo contrario ocurre si es favorable, tendiendo a propagarse en la especie. En caso de ser neutro, el gen, junto con otros más, puede tornarse favorable o desfavorable si el medio cambia, tendiendo a propagarse o desaparecer según sea el caso.  Lo anterior se explica porque la aptitud para sobrevivir y reproducirse de un individuo debido a su dotación genética, causante de su propia auto-estructuración, es también funcional a la estructuración del fondo genético de su especie, condicionándola a tiempo futuro. En el futuro, las unidades discretas de una especie serán los genes de los individuos más aptos del presente, es decir, de aquellos que logran traspasarlos a un mayor número de descendientes gracias al mecanismo de selección natural. Ésta opera como un sistema de control de calidad. Los caracteres que resultan ser los más favorables frente a los embates del medio tienden a prevalecer.

El mecanismo de la evolución se explica por tres procesos biológicos fundamentales: la replicación, la mutación y la selección. A partir del mecanismo de la replicación del ADN, por el cual éste genera su doble exacto, la evolución trata de pequeñas e imprevisibles mutaciones en su rígida estructura. Una mutación se produce por la sustitución de un solo par de nucleótidos por otro, por la supresión o adición de uno o varios pares de nucleótidos, o por diversos tipos de cambios que alteran el texto genético tales como la inversión, la replicación, la transposición o la fusión de segmentos de secuencia más o menos larga. La causa de una mutación es alguna fuerza externa que impide su exacta replicación en la formación del gameto, como la acción química de poderosos reactivos o las radiaciones energéticas que inciden sobre el material hereditario, intercambiando, suprimiendo o agregando moléculas en los genes. Estos cambios no están determinados, sino que se producen por el azar, por lo que el cambio evolutivo es absolutamente casual. Una mutación puede tener en el organismo un efecto extraordinariamente significativo y distintivo. En consecuencia, el código genético no es inviolable. Las mutaciones que rompen su rigidez se producen en forma aleatoria. El que éstas persistan y se integren en la especie sigue el principio de la oportunidad. Estas relativamente infrecuentes mutaciones en la estructura genética de transmisión hereditaria producen muy ocasionalmente individuos más funcionales o más aptos para sobrevivir y reproducirse en un medio competitivo. Si la mutación resulta ser favorable al individuo para su supervivencia y reproducción, se transmitirá a la descendencia y terminará necesariamente por propagarse a la especie, produciendo un incremento del número de individuos que la poseen, al ser más aptos y estar mejor adaptados al medio. En el curso de generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando y la especie se va transformando. Toda mutación es un acontecimiento raro (alrededor de 1 mutación por cada millón a cien millones de generaciones celulares). No obstante, en la escala de una población la mutación no es la excepción, sino la regla. La presión de selección se ejerce en el seno de la población, no en los individuos. Si el medio se modifica, que es lo que ocurre necesariamente en el tiempo, también se modifica la aptitud, de modo que otras características específicas resultarían ser más funcionales para sobrevivir y reproducirse en este nuevo medio.

La selección natural se explica por una doble causalidad circular recíproca: la que ejerce una subestructura sobre la funcionalidad del todo y la que ejerce el todo para la permanencia, la protección y la propagación de aquella subestructura. A pesar de que el ADN interviene únicamente en la formación de proteínas, afecta también la funcionalidad del organismo biológico, pues su funcionalidad depende de la funcionalidad de dichas proteínas, al igual que de la funcionalidad relativa de todas sus subestructuras en sus correspondientes escalas. Así, pues, esto no sólo significa que una mutación en el ADN, que es una unidad discreta de una subestructura de escala muy inferior en un organismo biológico, afecta de una u otra manera su funcionalidad total, sino que también significa que una mutación favorable, resultado de la mutación de un ínfimo gen, puede generar profundos cambios en el genoma de la especie. Esto puede ser ilustrado con un ejemplo hipotético (hipotético en el sentido de que es probable que los pasos precisos de un cambio evolutivo nunca lleguen a aparecer en los registros fósiles). La facultad de marcha bípeda en el caminar y el correr, que caracteriza a los homínidos, fue posiblemente el resultado de la mutación de un gen que interviene en la formación de la estructura ósea del pié, produciendo un talón y una planta de pie en forma de bóveda, y que resultó en una mejor aptitud para desplazarse en terreno plano que el balancearse y el pisar con los bordes de las palmas de las extremidades inferiores, característicos de los antropoides.

Existe un problema que se plantea en el hecho de que un cambio evolutivo observado sea en general importante en circunstancias de que una mutación produce directamente sólo un cambio muy pequeño. La respuesta radica simplemente en la hipótesis de que todos los pequeños cambios de origen genético se deben indudablemente a mutaciones y que estas variaciones del ADN se encuentran latentes en el fondo genético, sin manifestarse explícitamente en los individuos supervivientes de la especie. Pero cuando se produce alguna mutación decisiva, como la formación del talón y la bóveda plantar para caminar erguidamente del ejemplo expuesto más arriba, algunas características genéticas ya existentes en el genoma y que eran neutras, e incluso desfavorables, adquieren preeminencia para la aptitud general del nuevo individuo y entran a participar activamente en el fondo genético de la especie, mientras ésta va evolucionando significativamente. La razón es que una mutación favorable modifica parcialmente la funcionalidad del organismo, abriéndose además la posibilidad para la generación de estructuras complementarias, como un mayor cerebro. La evolución biológica es, en el fondo, la creación nueva o la modificación de una subestructura u órgano en el organismo biológico como resultado de la mutación en su genoma del gen que comanda la formación de dicha subestructura, y que origina una subestructura más funcional para la interacción del organismo con su ambiente.

A través de generaciones, el mecanismo de la evolución biológica tiende a modificar en el tiempo estructuras para que adquieran determinadas funciones solicitadas por un medio pródigo en posibilidades. También la evolución biológica puede modificar una estructura particular para que pueda desempeñar una determinada función. Por ejemplo, el pico de una especie de aves puede irse estructurando, al cabo de algunas generaciones, en una diversidad de formas, de modo que una subespecie podrá con la nueva adaptación succionar néctar, otra, atrapar insectos, y una tercera, agarrar semillas, y así una cantidad de nichos ecológicos ser explotados, como muy bien lo observó Darwin en la variedad de pinzones, cuando visitó las islas Galápagos.

En el proceso de evolución biológica se han producido estructuras tan complejas como, por ejemplo, el cerebro de los mamíferos, que es el órgano terminal de las sensaciones y procesador de las percepciones, centro de las emociones, lugar de la memoria y la imaginación, y dotado de conciencia de lo que lo rodea. Además, en el ser humano este órgano ha desarrollado en alto grado la capacidad de pensamiento conceptual y lógico que le permite una afectividad de sentimientos, conocer racionalmente, poseer conciencia de sí y actuar intencionalmente.


La especie y el medio


Un organismo viviente es un sistema autónomo en cuanto generador de fuerzas que persiguen su propia auto-estructuración, supervivencia y reproducción. Para generar las fuerzas requeridas, él obtiene la energía de un medio providente, del que depende. Así, un organismo biológico es también un sistema abierto que encuentra su equilibrio en el intercambio con su medio externo que se llama ecosistema. Pero también en dicho medio operan una multiplicidad de fuerzas que hacen permanentemente peligrar su propia existencia, por lo que él debe ser muy funcional para conseguir sobrevivir allí. No todas las fuerzas que operan allí le son beneficiosas. En el ecosistema su propia estructura, rica en energía, es apetecida por otros organismos vivientes.

Un ecosistema particular, que comprende el medio externo de todo organismo biológico que existe allí, es una estructura compleja formada por dos subestructuras suficientemente homogéneas que interactúan entre sí en un espacio particular, o biotopo. Un ecosistema comprende, por una parte, un sustrato químico de elementos inorgánicos que componen el suelo, el agua y el aire, y ciertas condiciones físicas, como temperatura, radiación solar, presión, densidad, fuerza de gravedad, etc.; y, por la otra, el conjunto de organismos vivos, o biocenosis, que sobreviven y se reproducen en dicha estructura físico-química.

Las unidades discretas básicas de los organismos vivos se caracterizan por ser estructuras macromoleculares orgánicas, es decir, no pueden estructurarse espontáneamente a partir de elementos químicos, ni incluso de moléculas inorgánicas más sencillas, sino que son producidas, en su totalidad, por los propios organismos vivos. A su vez, las unidades discretas últimas de estas macromoléculas orgánicas corresponden a determinados elementos químicos. En la composición química de los organismos vivos intervienen no más de 60 elementos, de los cuales doce son invariables, pues se encuentran en todos los organismos, y seis de éstos (carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, fósforo y azufre) entran en la composición de toda materia orgánica. Los otros seis (calcio, magnesio, sodio, potasio, hierro y cloro) tienen importancia en los distintos aspectos del metabolismo.

Un ecosistema no es una estructura estática, sino que experimenta permanentes cambios a consecuencia de la variación de las condiciones físicas y como efecto de la acción de los organismos que lo integran. Posee fundamentalmente dos procesos. El primero conforma un ciclo cerrado, denominado ciclo del carbono. Desde el punto de vista de la estructura, su estado inicial son los elementos químicos invariables. El proceso comprende primeramente la estructuración de las macromoléculas orgánicas y, posteriormente, su paulatina desestructuración, hasta retornar al estado inicial de elementos originales desestructurados, manteniéndose relativamente constante la cantidad de elementos.

El segundo proceso es el de la energía. Un ecosistema no es un sistema cerrado. Requiere el aporte permanente de energía, de modo que gran cantidad de energía, proveniente en el principio desde fuera del ecosistema, es consumida por el mismo. Esta energía, principalmente luminosa, consigue estructurar a través de la fotosíntesis variados elementos químicos en macromoléculas orgánicas de glucosa. Éstas, a su vez, aportan la energía acumulada según los requerimientos del organismo viviente al irse posteriormente desintegrando. La energía inicial proviene principalmente del Sol, en especial de su espectro visible. En un proceso denominado fotosíntesis, la energía de la radiación luminosa es captada y absorbida por moléculas de pigmentos como las clorofilas y los carotenos. Estos cloroplastos transforman la energía luminosa en energía química produciendo, en ausencia de oxígeno, trifosfato de adenosina (TPA) a partir de difosfato de adenosina (DPA) y es empleada para sintetizar las macromoléculas orgánicas de almidón a partir de sustancias inorgánicas tan simples como el agua y el dióxido de carbono (6H2O + 6CO2 -> C6H12O6 + 6O2).

Estas moléculas orgánicas gigantes constituyen las primeras macromoléculas energéticas de hidrato de carbono, de las cuales los seres vivientes obtienen la energía para vivir en una sucesión de pasos de cesión energética, hasta la final desestructuración molecular, cuando ya no queda energía aprovechable. Los enlaces químicos de estas estructuras macromoleculares almacenan la energía recibida. En realidad, sólo el 1 % del total de energía lumínica que llega a una superficie cubierta por vegetales es utilizado en la fotosíntesis. Cuando la estructura se desintegra en su totalidad, ya no queda energía aprovechable. Los elementos desintegrados vuelven a estructurarse nuevamente en frescos cloroplastos a causa de la fotosíntesis, en un proceso sin fin.

Sin embargo, en la perspectiva de la biosfera, mientras la energía proveniente del exterior es inagotable, los elementos químicos que conforman los recursos terrestres aprovechables por la materia orgánica son limitados. Esta distinción reviste especial importancia en nuestra época, más preocupada por obtener recursos energéticos que por preservar los recursos biológicos. La energía contenida en los enlaces químicos de las macromoléculas orgánicas va siendo posteriormente utilizada por los organismos vivientes en su actividad de supervivencia, reproducción y auto-estructuración. Una gran cantidad de energía se consume, por ejemplo, en el desplazamiento y en el metabolismo propio de un organismo vivo. Como se vio, esta energía va siendo consumida de manera discreta en el sutil proceso de degradación oxidativa de los productos metabólicos, en el que los compuestos fosfatados son determinantes.

El mecanismo de cesión energética-degradación química de la macromolécula orgánica termina con la total desestructuración orgánica de sus elementos químicos constituyentes y la transformación de la energía química en energía mecánica, eléctrica y calorífica necesaria para la supervivencia. Este mecanismo se conoce como el ciclo de Krebs y es el fundamento del metabolismo celular. El metabolismo depende de una secuencia de procesos, encadenados unos con otros, engranados como los dientes de un mecanismo de precisión por el cual el ácido acético se transforma en ácido cítrico tras un proceso que comprende nueve etapas. Estos procesos se llevan a cabo en cada célula, específicamente en sus mitocondrias, que ofician de centros oxidativos o talleres de producción de proteínas del ciclo mencionado. Allí se ubican tanto las unidades de TPA como los ribosomas con gran contenido de ARN (ácido ribonucleico) que controlan la síntesis de proteínas.

Un ecosistema particular contiene una cantidad de materia orgánica denominada biomasa. Esta se mide corrientemente en peso (peso fresco, peso seco, peso de carbono, etc.) por unidad de superficie terrestre. La producción de biomasa depende de la variedad de la biocenosis. Mientras esta última contenga una mayor cantidad de especies, la competencia entre los organismos vivientes será mayor, sobreviviendo los individuos de aquellas especies más eficientes en obtener alimentos y utilizar energía. Toda diversidad de nichos ecológicos podrá ser ocupada. Si la variedad de especies biológicas disminuye, también disminuirá la capacidad del ecosistema para producir biomasa y, por tanto, la capacidad para aprovechar la energía que ingresa. Pensemos, por ejemplo, en las estériles arenas de un desierto originado tras la tala de árboles y quema de abrojos de una otrora ricamente biodiversificada selva tropical. También la producción de biomasa depende de las condiciones del biotopo. Si sus condiciones varían, también se modificará su producción. Por ejemplo, un biotopo puede contaminarse con toxinas o puede empobrecerse de sus elementos invariables por la erosión, lo que implica una disminución neta de la producción de biomasa. Inversamente, el biotopo puede ser fertilizado mediante la incorporación de nutrientes y agua de riego para una producción mayor de biomasa.

La materia orgánica es alimento y las especies biológicas se distinguen entre sí, desde el punto de vista ecológico, en cuanto a la función particular de obtención de materia orgánica. Según la forma de obtención del alimento, se encuentran diferentes tipos de organismos vivos, los que conforman una cadena trófica de cuatro eslabones básicos: productores primarios, consumidores primarios, consumidores secundarios y descomponedores. No obstante, la idea de cadena es una abstracción que se hace para comprender la complejidad de las múltiples cadenas tróficas presentes en cualquier ecosistema, las que semejan más bien a una red trófica. Las relaciones de los organismos vivos de un ecosistema no son lineales, sino que existen muchas relaciones tróficas colaterales, como parásitos, comensales, simbiontes, coprófagos, carroñeros. Es evidente que si la dependencia por alimento de parte de los organismos vivos que ocupan los eslabones posteriores es total respecto a los eslabones primeros, y que si cada organismo consume energía para sobrevivir y reproducirse, devolviendo cuando muere menos energía de la que ha recibido, el peso total de los organismos, aunque no necesariamente el de los individuos, va decreciendo a medida que se avanza por la cadena alimentaria. Por ejemplo, en un ecosistema particular, hay menos peso en zorros que en conejos.

Sin duda que la idea de cadena trófica está lejos de satisfacer el ideal de paz y armonía concebida por quienes describieron el Paraíso Terrenal en el libro del Génesis. La realidad muestra que el león no puede convivir de esa forma idealizada con el cordero. Ambos establecen una relación depredador-presa, donde el segundo es una víctima "inocente" de la "despiadada" necesidad de alimentación del primero. No obstante la "ley de la selva", que es la imposición de la voluntad del más fuerte, no existe en la selva. Cada ser viviente de la selva persigue sobrevivir y reproducirse actuando estrictamente según los condicionamientos que son comunes a todos los individuos de su propia especie. Jamás podrá un individuo actuar de un modo distinto en su ambiente natural. En algunas ocasiones él será un depredador de determinados seres vivientes y en otras, será presa de otro grupo determinado de seres vivientes.

Los productores primarios comprenden la totalidad de los vegetales, exceptuando los hongos, y ciertos microorganismos dotados de determinados pigmentos semejantes a las plantas superiores. Mediante la fotosíntesis éstos estructuran primeramente hidratos de carbono, a los que les incorpora además una serie de elementos químicos que obtienen del medio, hasta formar las variadas y complejas macromoléculas orgánicas cargadas de energía, descritas más arriba, que conforman las unidades discretas de las diversas subestructuras de sus propias estructuras. Se denominan autótrofos porque son organismos que se procuran alimentos por sí mismos.

Los consumidores obtienen de los productores primarios, o de otros consumidores, las moléculas ricas en energía y materia orgánica cuya utilización dependerá en definitiva de las características bioquímicas del alimento y de las características metabólicas del consumidor. Se dividen en consumidores primarios y consumidores secundarios. Los primeros son principalmente herbívoros y obtienen su alimento de los productores primarios, o sea, las plantas verdes. Con este alimento y otros elementos del biotopo (agua, oxígeno, sales, etc.) se auto-estructuran y ejercen fuerza. Igual cosa ocurre con los consumidores secundarios, excepto que ellos obtienen su alimento ingiriendo principalmente a los consumidores primarios, pues son carnívoros.

La energía por unidad de peso contenida en la carne es muy superior a la contenida en los vegetales, ya que éstos poseen componentes leñosos que sirven para estructurarse en el espacio y que son en general poco nutritivos, y un trozo de carne engullido en pocos bocados mantiene a un animal satisfecho por muchas horas. En contra de los buenos deseos de los vegetarianos para con el ecosistema y la supervivencia de tantos ingenuos e inocentes pero apetitosos animales, los seres humanos somos principalmente consumidores secundarios, pues no conseguimos sintetizar todos los aminoácidos que necesitamos a partir de los vegetales que consumimos, ni aunque los cocinemos. El déficit en aminoácidos proviene de los herbívoros que sí digieren los componentes más simples, sintetizándolos. Posteriormente, nosotros los ingerimos ya metabolizados en forma de carne y productos lácteos. No deja de ser horrible el pensamiento de que para alimentarnos y gozar de ello como un buen gourmet, debamos sacrificar criaturas cuya vida es un gozo de percepciones, emociones y convivencia.

Todos los organismos que mueren y no son devorados por otros, sean productores primarios o consumidores, así como toda clase de restos orgánicos, como hojas y ramas caídos de los árboles, excrementos, e incluso bacterias, son degradados en último término por los descomponedores. Estos organismos vivientes consumen lo último que va quedando de energía en los últimos enlaces químicos de las ya degradadas macromoléculas orgánicas originales. Descomponen los restos orgánicos mediante una especie de digestión externa y absorben más tarde las sustancias resultantes que les son útiles, quedando el resto mineralizado. Si los productores primarios incorporan a la materia orgánica una serie de elementos minerales del medio, los descomponedores le devuelven esos mismos elementos, mineralizados. Los descomponedores cierran el ciclo de la materia orgánica y ponen nuevamente a disposición de los productores primarios los elementos y las moléculas inorgánicas que necesitan para la síntesis de su propio alimento. Si solamente los organismos vivientes pueden estructurar las macromoléculas orgánicas, solamente los organismos vivientes las pueden corrientemente desestructurar. Un pedazo de madera muerta, por ejemplo, duraría prácticamente en forma indefinida si no existieran descomponedores. Es gracias a éstos que la biosfera no es un solo cementerio de vegetales y animales muertos desde hace tiempo en un suelo agotado de recursos hace mucho.

Los ecólogos han llegado a determinar que cada especie biológica tiene su propio nicho ecológico, es decir, sus propias especies presas y su propio espacio de donde los individuos que la componen obtienen el particular sustento y protección. La competencia entre dos especies sobre el mismo recurso y el mismo espacio, más el mecanismo de la selección natural que especializa mejor a la especie para un medio específico, termina siempre con la victoria de una de ellas para un mismo nicho. En un ecosistema existen muchos nichos, y mientras más variedad de especies contenga, más son los nichos ocupados y más eficiente resulta la transformación de la materia orgánica. La ocupación de un nicho exige de la especie una tan particular especialización que si este nicho desapareciera por extinción de la especie presa, aquella especie no tendría probablemente la capacidad para ocupar otro nicho, habida cuenta de que la adaptación es un lento proceso que depende de la evolución, y también se extinguiría. No obstante, existe una relación directamente proporcional entre inteligencia y ocupación de una multiplicidad de nichos. Una inteligencia más desarrollada permite una mayor capacidad para reconocer el valor alimenticio y satisfacer el hambre con una mayor variedad de alimentos. Un animal omnívoro es ciertamente más inteligente.

La especie humana es una especie animal que para subsistir se rige bajo las mismas leyes que rigen las demás especies, siendo también parte del ecosistema. Pero podemos observar que la especie humana trasciende la barrera de los nichos. A pesar de ser la especie menos especializada de todas, es, por otra parte, la más multifuncional en la procura de su sustento. Ello le ha permitido subsistir en los más diversos medios y no solo alimentarse de las más variadas fuentes, tanto vegetales como animales, sino que ha llegado a industrializar la producción de alimentos. Su multifuncionalidad proviene de su inteligencia que le ha permitido no sólo adaptarse mejor al medio, sino también adaptar el medio a sus propias necesidades. La tecnología, producto de su inteligencia que genera extensiones funcionales artificiales para suplir sus propias deficiencias físicas, le permite no sólo adaptarse a cualquier hábitat y extraer los recursos contenidos en forma eficiente, sino que también transformar el ecosistema de acuerdo a sus propios requerimientos. Interviniendo en los distintos ecosistemas, los transforma para satisfacer sus propias necesidades en favor de algunas determinadas y realmente pocas especies vegetales y animales, que son las que más le favorecen y a las cuales se esmera no sólo de recolectar, cazar y pescar, sino también de cultivar y criar.

Cabe aún preguntarse por qué el ser humano llega a extinguir especies. Es sabido que las poblaciones de las especies se regulan por la relación surgida entre depredador y presa. Si el número de zorros aumentara en un ecosistema dado, el de conejos tendería a disminuir al existir mayor presión sobre su población para ser ingerida por la mayor cantidad de zorros. Luego, la población de conejos disminuiría. Pero esto dejaría a los zorros con menos alimentos y, por tanto, hambrientos y débiles. Pronto los zorros disminuirían también en número. Pero si disminuyen mucho, los conejos aumentarían su número. Un número mayor de conejos los haría fácil presa de los zorros, posibilitando que aumentara el número de ellos. En consecuencia, en un ecosistema el número de ambas poblaciones se mantiene relativamente estable y la proporción entre ambas permanece relativamente en equilibrio. Sin embargo, la especie humana no depende de un sólo tipo de presa para su subsistencia. Su falta de especialización para un determinado nicho sumado a su inteligencia le permite acceder a casi todos los nichos ecológicos que ella desee o que le sea económicamente más favorable, pues tal es su ingenio. En consecuencia, el ser humano puede perfectamente acabar con una población completa y seguir subsistiendo de otras especies. También puede eliminar una especie que no le es directamente provechosa o le es claramente dañina, mientras favorece a otra que sí le es más útil. En fin, en el proceso de seleccionar determinadas especies, puede acabar con algunas especies sin haber sido esa la intención.

El ser humano en cuanto especie animal tuvo sus orígenes como un consumidor, principalmente secundario, tras haber provenido de antepasados eminentemente herbívoros. En el curso del desarrollo cultural, que presupuso un sustancial avance evolutivo de su inteligencia, adquirió proporcionalmente mayor eficacia como depredador, evitando a la vez ser presa fácil de sus propios depredadores. Pero también aprendió a conocer los mecanismos del ecosistema para aprovecharse mejor de la energía que contiene. Paulatina, pero exponencialmente, comenzó a dominar su propio medio y a extenderlo a todos los ámbitos de la Tierra, trasponiendo o destruyendo nichos ecológicos cada vez más numerosos. El uso del fuego hace medio millón de años atrás y su dominio hace tan sólo unos cien mil años atrás significó que diversas materias orgánicas ricas en energía y en aminoácidos, que derivan directamente de los productores primarios pero que no eran comestibles, se transformaran en alimentos mediante la cocción, la que rompe sus moléculas de almidón, haciéndolas digeribles. La agricultura, nacida hace unos diez mil años atrás, permitió apropiarse de algunos variados biotopos, y el pastoreo, surgido por la misma época, significó seleccionar, adaptar y domesticar las variedades para él más productivas de la biocenosis. Cada una de estas revoluciones tecnológicas ha posibilitado a la especie humana una apropiación mayor de la energía y de la materia orgánica contenida en la biocenocis, acceder a más ecosistemas para transformarlos, independizarse de la precariedad de la supervivencia y aumentar exponencialmente el número de su población.

En la actualidad, como muchas voces anuncian alarmadas, la especie humana, por su creciente número de individuos, su cada vez más avanzada tecnología, su enorme y creciente capital acumulado y su insaciabilidad, ha transpuesto posiblemente el umbral que permite la subsistencia de los ecosistemas y, por tanto, de la biosfera. Los seres humanos no sólo están agotando los limitados recursos orgánicos del ciclo de la materia orgánica, sino que los están deteriorando aceleradamente por la contaminación que genera su desenfrenada producción y consumo por poblaciones cada vez más numerosas y ávidas. El desarrollo creciente de la especie humana tiene por contraparte el agotamiento de los recursos naturales. Aquí el problema no es tanto la futura escasez de energía, aunque nuestro desarrollo económico tenga por base los hidrocarburos fósiles, ya en proceso de extinción. El problema que se avecina lo constituye la supuesta creciente disminución de macromoléculas orgánicas, base de la alimentación de los seres humanos, actualmente sufriendo un explosivo crecimiento demográfico. También el problema se refiere a las especies animales que integran las cadenas alimentarias, muchas de las cuales están extintas irreversiblemente o están en real peligro de extinción.

Mientras la energía es abundante y la tecnología puede encontrar otros medios para obtenerla, el volumen de biomasa es limitado y está en acelerada disminución. Esta biomasa es la que se produce mediante la fotosíntesis, proceso en el cual la tecnología aún no puede intervenir si no es para ayudar a que se realice con mayor efectividad. Ella está limitada por la cantidad que está quedando en la biosfera, espacio del universo muy restringido, y que constituye nuestro único hábitat posible. Por su parte, el consumo de más energía por parte de los seres humanos terminará por intensificar la explotación de los recursos biológicos que restan. Lo peculiar del caso es que no es toda la población humana por igual la causante del fuerte desequilibrio ecológico en el que nos estamos sumiendo, sino las minorías altamente consumidoras y cada vez más poderosas de los países desarrollados. Éstas, además, inducen una explosión demográfica que no sólo causa mayores penurias a los más desvalidos, cuyo número sigue aumentando, sino que también los mismos miserables, por su elevado número, contribuyen con su cuota de ninguna manera marginal al agotamiento de la biosfera.

El ser humano es parte del todo social, pero cada uno constituye un todo en sí mismo, con derechos inalienables que el todo social debe respetar. En forma análoga, podemos suponer que la especie humana no solamente es la cúspide de la evolución biológica, sino que también del universo, precisamente por la capacidad de pensamiento abstracto y racional de sus individuos. Sin embargo, también es parte de la biosfera, de la cual constituye una especie más de la biocenosis. En este segundo respecto, no existe derecho alguno que excuse la voracidad y la multiplicación de sus individuos. El amplio mandato expresado al comienzo del libro del Génesis: "Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»" (Gen 1, 27-28), está imponiendo a la especie humana el límite más obvio de todos: no destruir la Creación divina. "Dominad" significa también cuidad, conoced, respetad. La limitación de su derecho proviene del hecho que la especie humana es parte del gran ecosistema terrestre, y si subsiste allí es porque necesita convivir con otras especies.

Su inteligencia ha llevado al ser humano, por una parte, a constituirse en la especie biológica más exitosa de la biosfera, y, por la otra, al límite mismo de las posibilidades de la biosfera, pasado el cual es predecible tanto su propia destrucción como gran parte de su ambiente. La pregunta que sigue es: ¿podrá también su inteligencia salvarlo de este manifiestamente terrible destino? La respuesta es desconocida en el presente, y muchos ecólogos aseguran que no va quedando mucho tiempo para responderla. Además, quien tiene la inteligencia es la persona individual, pero ni la sociedad ni la cultura la poseen. Una inteligencia individual no es rival del ímpetu de la masa. Muchas veces los movimientos sociales y culturales alteran la historia con la fuerza de su falta de inteligencia.

La paradoja de la especie humana con relación a la biosfera es que, por una parte, su inédito éxito se ha debido al ingenio de algunos pocos de sus individuos que han producido tecnologías eficientes e innovadoras, junto con la gran capacidad de aprendizaje y comunicación de los individuos que la constituyen. Por decenas de milenios, a los seres humanos les bastó el hacha de piedra. La lanza tardó mucho tiempo en aparecer. El arco y la flecha fueron grandes innovaciones. La innovación tecnológica es en la actualidad una ocurrencia cotidiana. Tanto la inventiva como el aprendizaje han posibilitado a los seres humanos la obtención de recursos desde toda la biodiversidad y de todos los nichos del ecosistema. Este hecho los diferencia radicalmente de las otras especies que depredan dentro de su propio nicho biológico. Además, la destrucción de la biodiversidad que acompaña su explotación trabaja contra su propio éxito. La demanda que actualmente hace la biosfera a la noosfera, por así decir, es simplemente el establecimiento del desarrollo sustentable, amén de evitar holocaustos nucleares.

Si el destino de la especie humana es incierto, el destino de todo organismo viviente es fatalmente seguro: terminar como alimento de otro. Sin embargo, un organismo mientras vive, sobrevive en la necesaria interrelación depredador-presa del ecosistema, porque posee una cierta funcionalidad para sobrevivir frente a la agresividad del medio ambiente hasta que decae y muere o es muerto. La razón fundamental es que lo que interesa al mecanismo de la prolongación de la especie, forjadora de un código genético cada vez más eficiente, es que el organismo sea apto, es decir, que pueda reproducirse y criar prole a su vez apta, lo que significa tener la capacidad para sobrevivir en un medio en transformación. La selección natural que caracteriza el mecanismo de la evolución biológica no es otra cosa que la subsistencia de aquellas unidades genéticas de la especie que contribuyen a que los individuos lleguen a sobrevivir y procrear prole fecunda en un medio competitivo y cambiante.

Evidentemente no interesa en esta perspectiva lo que al organismo individual pueda ocurrirle después de ese cometido o función, por muy miserable y penosa que se torne su existencia posterior. Así, en muchas especies la totalidad de los individuos terminan sus existencias violentamente como alimento de sus depredadores cuando dejan de ser funcionalmente aptos, cuando las respuestas del organismo se debilitan, y antes de que sobrevenga una muerte natural más apacible. En otras, la vejez es fuente de dolencias sin remisión y de sufrimientos que sólo la muerte termina por aplacarlos. El objetivo de la supervivencia individual, para el cual evitar el dolor es funcional, deja de tener importancia en el desarrollo del organismo biológico cuando el periodo para la reproducción se ha cumplido y ya no puede seguir desempeñándose. Ciertamente, la evolución no contempla dentro de las ventajas adaptativas la vejez feliz. Tal condición se da según la sabiduría y espiritualidad individual.

El mecanismo de la evolución biológica puede conformar estructuras para funciones específicas relacionadas con la supervivencia y la reproducción y que, además, pueden ser extremadamente funcionales en otros aspectos. La extraordinaria funcionalidad del cerebro humano, por ejemplo, nos permite realizar una enorme cantidad de funciones intelectuales que no son realmente imprescindibles para nuestra supervivencia y reproducción. De este modo, una estructura que emergió para una finalidad determinada puede desempeñar funciones mucho más complejas que la finalidad para la que se estructuró primitivamente, que subsanan las deficiencias de la evolución para garantizar una mejor calidad de vida, como asegurar el sustento, curar enfermedades y aliviar el dolor. En este orden de cosas, podemos pensar que nuestro mundo es el mejor mundo posible en la perspectiva de la especie humana, en tanto permite su subsistencia, pero es evidente que no lo es necesariamente en la perspectiva de la supervivencia de un ser humano individual, quien está consciente de su diario sufrimiento y de que algún día deberá morir, y sobre todo cuando su mente le permite imaginar mundos mucho mejores, como contraste con tener conciencia de su desmedrada situación y con lo terrible que puede llegar a imaginar su propio destino.

Si pensáramos que la subsistencia de la especie tuviera que depender exclusivamente, por ejemplo, de la educación de los niños, deberíamos aceptar que un periodo histórico de mala educación haría peligrar la especie. Puesto que la subsistencia de cualquier especie, incluida la humana, depende de su condicionamiento biológico, éste debiera ser respetado en cualquier decisión política. Este conocimiento no surge de principios filosóficos a partir de la razón y que luego se codifican en un supuesto derecho natural, sino que deriva de hallazgos científicos cuyas teorías pueden sintetizarse a un nivel superior que podríamos llamar, ahora sí, filosofía. Hasta ahora las toscas y burdas ingenierías sociales, que no han tenido el más mínimo respeto por la persona ni por el delicado entramado de la biología, han causado las espantosas tragedias humanas de las que el siglo XX ha tenido que padecer tan a menudo.





9. EL INSTINTO DE DOMINIO – UNA TEORÍA




Hace alrededor de quinientos  millones de años atrás, durante la explosión cámbrica, poco después de la aparición  de los seres pluricelulares, surgió la cefalización animal, es decir, el comienzo del sistema nervioso central o cerebro. Como complemento, también surgió probablemente el instinto de dominio. Un instinto es una apetencia animal e irracional. Dicho instinto fue una respuesta evolutivamente ventajosa hacia el ambiente para controlar los espacios de cobijo, alimentación, protección y defensa. Mediante este instinto, un animal va registrando en su memoria los lugares que mejor le van sirviendo y satisfaciendo sus instintos de supervivencia y reproducción, y persigue radicarse allí para ejercer una existencia de rutinas. Éstas le hacen la vida más fácil y segura, en vez de estar ensayando para cada vez comprobar que consigue salir adelante, ya que el continuo ensayo y error aumenta cuantivamente la posibilidad de no lograrlo y morir en el intento.

En los seres humanos el instinto de dominio se desbocó cuando adquirieron las facultades del pensamiento lógico y abstracto. Ellos comenzaron a estar conscientes de su acción intencional sobre el medio y cómo transformarlo en su propio beneficio, a distinguir entre dominio colectivo y dominio individual y sobre todo a proyectarse al futuro. De este modo, el concepto “dominio”, ya en un plano moral, pasó a significar: potestad, imperio, propiedad, autoridad, poderío, influencia, conquista, apropiación, ascendencia, dominación, violación, riqueza, fama y gloria. Además, los humanos son los únicos seres biológicos que tienen conciencia de la muerte, que viene siendo la nada y la absoluta negación del instinto de supervivencia. “Polvo eres y en polvo de convertirás” (Gen. 3:19) resume el destino del individuo humano pero niega la creencia en la resurrección de los muertos. Ejercer el instinto de dominio ha llegado a ser una forma de superar de alguna manera la muerte y prolongarse en el tiempo. Innumerables evasivas de la dura realidad se han usado, desde construir colosales pirámides hasta métodos criogénicos, pasando por la creencia de la transmigración de las almas y siendo el más recurrido la prolongación a través de los hijos, y tal vez la de escribir un libro o plantar un árbol. 

Los más famosos del psicoanálisis han tratado el instinto de dominio de manera si acaso tangencial. Sigmund Freud no lo reconoció, Karl Jung no lo incluyó en sus arquetipos, aunque reconoció el símbolo de poder y los esfuerzos para alcanzarlo, cuya preeminencia es para él del varón. Alfred Adler describió la reacción frustrada que tenemos cuando nuestras necesidades básicas, como la necesidad de comer o ser amados, no son satisfechas con frases como "impulso de agresión". La psicología ni menciona este instinto.

En cambio, la etología, que es el estudio del comportamiento animal, no diserta directamente de instinto de dominio, pero lo entiende cuando habla de dominación se ocupa del instinto de dominación, aunque no lo expresen de dicha manera. Para ella, el dominio es el acceso preferencial de un individuo sobre otro a los recursos. De este modo, el dominio es el estado de tener un estatus social alto en relación con uno o más individuos, que reaccionan sumisamente a los individuos dominantes, lo que permite que el individuo dominante obtenga acceso a recursos tales como alimentos, territorios o parejas potenciales a expensas del individuo sumiso, sin recurrir a agresiones activas. La ausencia o reducción de la agresión significa que el gasto energético innecesario y el riesgo de lesiones se reducen para ambos potenciales adversarios.

El dominio puede ser una relación entre dos individuos, terminando uno dominante y otro sumiso, o puede ser jerárquica, en la que siempre en su grupo termina dominando uno y ejerciendo control sobre los demás. El dominante domina por peleas y amenazas y el dominado se somete. Entonces la intensidad de la agresión disminuye. La función última de una jerarquía de dominación es aumentar la aptitud del grupo, ya que luchar por adquirir recursos como alimentos y parejas es costoso en tiempo, energía y riesgo de lesiones. En la naturaleza las jerarquías de dominación no se encuentran en grupos de gran tamaño.

El instinto de dominio se acentúa y especifica con la testosterona. Ésta es la hormona sexual masculina que es segregada especialmente en los testículos, pero también, y en menor cantidad, en el ovario y en la corteza suprarrenal, y tiene efectos morfológicos, metabólicos y psíquicos. También es un esteroide anabólico. Sus efectos androgénicos prenatales ocurren entre cuatro y seis semanas de gestación. En promedio, la concentración de testosterona en el plasma sanguíneo en un adulto humano masculino es diez veces mayor que la concentración en el plasma de adultas humanas femeninas.​ La atención, la memoria y la capacidad espacial son funciones cognitivas clave afectadas por la testosterona en los seres humanos.

La correlación positiva entre niveles de testosterona y la agresividad en humanos ha sido demostrada en muchos estudios. Éstos han encontrado una correlación directa entre la testosterona y la dominación, especialmente entre los criminales más violentos de la prisión que tenían los niveles más altos de testosterona. También han encontrado que la testosterona está asociada con rasgos de personalidad relacionados con la criminalidad, como el comportamiento antisocial y el alcoholismo. Asimismo, que la testosterona facilita la agresión mediante la modulación de los receptores de vasopresina en el hipotálamo. La testosterona está significativamente correlacionada con el comportamiento competitivo. Se cree que ésta mejora las habilidades del individuo para adquirir los recursos para sobrevivir, atraer y copular con sus parejas tanto como sea posible y que las mujeres tienden a encontrarlas atractivas. Se teoriza que la testosterona y otros andrógenos han evolucionado para masculinizar el cerebro y hacer a los individuos más competitivo incluso hasta el punto de arriesgar daños a ellos mismos y a los demás. También se puede teorizar que la mayoría de los jefes de estado tienen altos niveles de testosterona, a juzgar por sus ambiciones, crueldad y búsqueda de mujeres.

Sin embargo, si niveles altos de testosterona generan dominación, agresividad y acoso sexual, se ha descubierto recientemente, midiendo la testosterona en los restos óseos de los seres humanos, que niveles bajos en los hombres pero altos en las mujeres permite la creación artística, la innovación tecnológica en el avance de utensilios y herramientas, además de una manera más intrincada de cosechar alimentos. Adicionalmente, se produce un temperamento más cooperativo, menos hostil y dispuestos a socializar con otros en grupos más grandes, lo que posibilita el progreso en la civilización y la cultura. La primitiva humanidad pudo haber sido reprimida por el adverso medio como para producir o crear arte, ya que sus niveles de testosterona eran muy altos. En Europa esta situación comenzó a cambiar con las pinturas e imágenes de arte visual en cavernas descubiertas cerca de Málaga, España, de hace unos 42.000 años atrás.

En la larga fase tribal de la evolución de la humanidad el instinto de dominio destacó a los hombres en la supervivencia práctica de proveer lo sustancial de la alimentación a través de la caza y la pesca, mientras las mujeres estaban atadas a la pesada función de la crianza de la prole, sobre todo cuando los cada vez más prolongadamente desvalidos hijos requerían una creciente y más extendida atención y dedicación, y a convivir continuamente con las otras mujeres de la tribu. Además de un incremento en el tamaño y la musculatura de los hombres demandado por su actividad cazadora, las decenas de miles de años de esta fase acentuaron el dimorfismo sexual, no sólo en musculatura, sino especialmente en la psicología humana. Los estudios actuales muestran que los hombres y las mujeres piensan de modo diferente: los hombres tienen más conciencia espacial y las mujeres procesan mejor la información social; los hombres adoptan un enfoque de su entorno más basado en hechos, a menudo buscando amenazas y desafíos, y las mujeres tienden a adoptar un enfoque más intuitivo porque perciben a las personas y los eventos más profundamente y con mayor capacidad de memoria; los hombres tienden a converger en su pensamiento, definen y aclaran el problema y comienzan por eliminar y aislar los problemas, y las mujeres a menudo definen el problema en términos más amplios y examinan una gama más amplia de factores potenciales antes de entrar en el modo de solución; es por eso que los hombres quieren zambullirse en la solución de los problemas y las mujeres quieren hablar de éstos; los hombres gravitan hacia los hechos y la lógica y las mujeres están orientadas hacia la intuición y la emoción.

Probablemente uno de los muchos logros de las mujeres fue la revolución agrícola pastoril que inauguró la siguiente fase de la humanidad, hace unos diez mil años atrás, y fue precisamente la selección y cultivo de las semillas que solían recolectar y la domesticación de animales de granja. Nuevamente, los hombres, que dejaron de ocuparse de la caza pero más fornidos, atendieron las tareas más arduas del cultivo y la ganadería, mientras las mujeres, ocupadas como siempre en la crianza de niños, suplementaban estas tareas. Los hombres seguían dominando a sus mujeres. Mucho tiempo después, a pesar de la revolución industrial, esta situación de sometimiento doméstico ha podido persistir hasta hace recientemente, cuando en los procesos de producción se remplazaron los músculos por motores y los capitalistas promovieron el trabajo femenino como una manera de disminuir costos en remuneraciones y aumentar el mercado para sus productos. Las mujeres pudieron desempeñar los mismos trabajos de los hombres y han podido independizarse del sometimiento masculino.

El instinto de dominio actúa potentemente en la economía. Ésta es una actividad humana de esfuerzo y aplicación de técnicas y tecnologías que nos provee con bienes que permiten satisfacer las múltiples necesidades materiales humanas. Ella extrae recursos naturales, los transforma produciendo bienes y servicios que satisfacen nuestras múltiples necesidades vitales y asegura que serán satisfechas incluso en el futuro. Esta actividad requiere trabajo, el que requiere esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, pero que se debe necesariamente efectuar, pues “quien no trabaja, no come”, según dice el adagio paulino.

Sin embargo, habría que ser terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización colectiva destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos. Ella no es de ninguna manera una actividad desinteresada, sino que trata de dominio y propiedad de los factores de la producción con la finalidad de obtener ganancias. Puesto que el propietario está más interesado en sus utilidades, impone una rigurosa carga y disciplina al trabajador por la menor remuneración posible. La economía se funda en un supuesto derecho inalienable sobre la propiedad privada, pero que en la realidad es resguardado por el estado de derecho afianzado por policías y militares a su servicio, y la política del estado está dominada por los individuos y grupos más poderosos, normalmente los más ricos, siendo la democracia una mera ficción. La propiedad privada no es más que apropiación de la acumulación de trabajo ajeno y privilegios que su propietario invierte para obtener rentas, intereses, utilidades o beneficios. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos humanos está la economía y los siete pecados capitales según el papa Gregorio Magno (540-604): lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia/codicia, pereza y gula, que la conducen.

En la política el instinto de dominio está perfectamente descrito en el pensamiento del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien, por su obra El príncipe, 1532, ha tenido una enorme influencia en la forma de hacer política. Para él la política es un asunto de “razón de estado” y nada tiene que ver con la moral, la ética o la religión. Parte de la idea de que el ser humano es por naturaleza perverso y egoísta, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos morales, puede garantizar la paz y el orden que frene la violencia humana. El príncipe debe tener la capacidad de manipular situaciones, ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines, pues lo que vale es el resultado. Tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la crueldad. Los medios no importan, no es necesaria la moral. Política y moral son dos ámbitos distintos y contradictorios. No debe tener virtudes, solo aparentarlas. Para conservar su Estado él se ve a menudo obligado a actuar contra la fe, la caridad, la humanidad, la religión. Dicha obra tuvo gran influencia, incluso fue traducida y comentada por Napoleón.

Como contrapunto, desde las polis griegas muchos han intentado proponer caminos más justos y pacíficos como la liberación del instinto irracional de dominio en materias económicas y políticas, como La ciudad de Dios de Agustín de Hipona, Utopía de Tomás Moro, las misiones jesuíticas del Paraguay, la libertad-igualdad-fraternidad de la Revolución francesa, la sociedad sin clases sociales de Karl Marx, el Estado centrado en la defensa de los derechos humanos y el bien común.

Sin embargo, no es necesario leer El príncipe para detectar a lo largo de la historia humana, “los tiempos” en el lenguaje apocalíptico, el instinto de dominio en el ejercicio de la política. Ello es patente en los intentos de dominación global, o al menos del propio mundo conocido, las potencias o sus ambiciosos caudillos han pretendido realizarla a través del ejército (Imperio romano), del arco compuesto (Atila), de la religión (musulmanes, incas), de hordas (Gengis Kan), del dominio de los mares (el Reino Unido), de la raza superior (Hitler), del aire (Imperio japonés), del sionismo (Israel), de las corporaciones internacionales (EE.UU.), de la producción masiva (China), del petróleo (EE.UU.), de sanciones (EE.UU.). El mismo Maquiavelo habría criticado cada intento de dominación por haber terminado fracasando. Probablemente no hay forma de tener éxito en este tipo de empresa.

Acerca de este problema del dominio, hace más de dos mil años, en el Fedón de Platón Sócrates afirmaba: “que el verdadero hombre es aquel que sabe dominar sus instintos, el verdadero hombre esclavo es el que no sabe dominar sus instintos y llega a ser víctima de los mismos”. Efectivamente, él ya no apelaba al instinto para dominar al instinto, sino a la voluntad, que es el dominio de la razón. La acción intencional, que depende de la razón, debe someter la acción instintiva según parámetros morales. El Evangelio enseña que cada persona debe velar por amar al prójimo, ser justa y ser respetuosa. Amor es dar al otro lo que necesita según lo que uno puede sin afectar sus responsabilidades. La justicia es dar al otro lo que uno le debe o adeuda. El respeto es considerarse a sí mismo en igual condición que el otro. Pero es una imposibilidad demandar a la generalidad de los seres humanos que sean morales en sus acciones en vista que muchos son dominados por sus instintos, debiendo contentarnos a vivir en un mundo lleno de injusticias y maldades. Al fin y al cabo, los humanos no somos más que animales con algo de racionalidad, o ¿podría ser de otra manera?




10. EL INSTINTO DE DOMINIO – UNA TEORÍA




Hace alrededor de quinientos  millones de años atrás, durante la explosión cámbrica, poco después de la aparición  de los seres pluricelulares, surgió la cefalización animal, es decir, el comienzo del sistema nervioso central o cerebro. Como complemento, también surgió probablemente el instinto de dominio. Un instinto es una apetencia animal e irracional. Dicho instinto fue una respuesta evolutivamente ventajosa hacia el ambiente para controlar los espacios de cobijo, alimentación, protección y defensa. Mediante este instinto, un animal va registrando en su memoria los lugares que mejor le van sirviendo y satisfaciendo sus instintos de supervivencia y reproducción, y persigue radicarse allí para ejercer una existencia de rutinas. Éstas le hacen la vida más fácil y segura, en vez de estar ensayando para cada vez comprobar que consigue salir adelante, ya que el continuo ensayo y error aumenta cuantivamente la posibilidad de no lograrlo y morir en el intento.

En los seres humanos el instinto de dominio se desbocó cuando adquirieron las facultades del pensamiento lógico y abstracto. Ellos comenzaron a estar conscientes de su acción intencional sobre el medio y cómo transformarlo en su propio beneficio, a distinguir entre dominio colectivo y dominio individual y sobre todo a proyectarse al futuro. De este modo, el concepto “dominio”, ya en un plano moral, pasó a significar: potestad, imperio, propiedad, autoridad, poderío, influencia, conquista, apropiación, ascendencia, dominación, violación, riqueza, fama y gloria. Además, los humanos son los únicos seres biológicos que tienen conciencia de la muerte, que viene siendo la nada y la absoluta negación del instinto de supervivencia. “Polvo eres y en polvo de convertirás” (Gen. 3:19) resume el destino del individuo humano pero niega la creencia en la resurrección de los muertos. Ejercer el instinto de dominio ha llegado a ser una forma de superar de alguna manera la muerte y prolongarse en el tiempo. Innumerables evasivas de la dura realidad se han usado, desde construir colosales pirámides hasta métodos criogénicos, pasando por la creencia de la transmigración de las almas y siendo el más recurrido la prolongación a través de los hijos, y tal vez la de escribir un libro o plantar un árbol. 

Los más famosos del psicoanálisis han tratado el instinto de dominio de manera si acaso tangencial. Sigmund Freud no lo reconoció, Karl Jung no lo incluyó en sus arquetipos, aunque reconoció el símbolo de poder y los esfuerzos para alcanzarlo, cuya preeminencia es para él del varón. Alfred Adler describió la reacción frustrada que tenemos cuando nuestras necesidades básicas, como la necesidad de comer o ser amados, no son satisfechas con frases como "impulso de agresión". La psicología ni menciona este instinto.

En cambio, la etología, que es el estudio del comportamiento animal, no diserta directamente de instinto de dominio, pero lo entiende cuando habla de dominación se ocupa del instinto de dominación, aunque no lo expresen de dicha manera. Para ella, el dominio es el acceso preferencial de un individuo sobre otro a los recursos. De este modo, el dominio es el estado de tener un estatus social alto en relación con uno o más individuos, que reaccionan sumisamente a los individuos dominantes, lo que permite que el individuo dominante obtenga acceso a recursos tales como alimentos, territorios o parejas potenciales a expensas del individuo sumiso, sin recurrir a agresiones activas. La ausencia o reducción de la agresión significa que el gasto energético innecesario y el riesgo de lesiones se reducen para ambos potenciales adversarios.

El dominio puede ser una relación entre dos individuos, terminando uno dominante y otro sumiso, o puede ser jerárquica, en la que siempre en su grupo termina dominando uno y ejerciendo control sobre los demás. El dominante domina por peleas y amenazas y el dominado se somete. Entonces la intensidad de la agresión disminuye. La función última de una jerarquía de dominación es aumentar la aptitud del grupo, ya que luchar por adquirir recursos como alimentos y parejas es costoso en tiempo, energía y riesgo de lesiones. En la naturaleza las jerarquías de dominación no se encuentran en grupos de gran tamaño.

El instinto de dominio se acentúa y especifica con la testosterona. Ésta es la hormona sexual masculina que es segregada especialmente en los testículos, pero también, y en menor cantidad, en el ovario y en la corteza suprarrenal, y tiene efectos morfológicos, metabólicos y psíquicos. También es un esteroide anabólico. Sus efectos androgénicos prenatales ocurren entre cuatro y seis semanas de gestación. En promedio, la concentración de testosterona en el plasma sanguíneo en un adulto humano masculino es diez veces mayor que la concentración en el plasma de adultas humanas femeninas.​ La atención, la memoria y la capacidad espacial son funciones cognitivas clave afectadas por la testosterona en los seres humanos.

La correlación positiva entre niveles de testosterona y la agresividad en humanos ha sido demostrada en muchos estudios. Éstos han encontrado una correlación directa entre la testosterona y la dominación, especialmente entre los criminales más violentos de la prisión que tenían los niveles más altos de testosterona. También han encontrado que la testosterona está asociada con rasgos de personalidad relacionados con la criminalidad, como el comportamiento antisocial y el alcoholismo. Asimismo, que la testosterona facilita la agresión mediante la modulación de los receptores de vasopresina en el hipotálamo. La testosterona está significativamente correlacionada con el comportamiento competitivo. Se cree que ésta mejora las habilidades del individuo para adquirir los recursos para sobrevivir, atraer y copular con sus parejas tanto como sea posible y que las mujeres tienden a encontrarlas atractivas. Se teoriza que la testosterona y otros andrógenos han evolucionado para masculinizar el cerebro y hacer a los individuos más competitivo incluso hasta el punto de arriesgar daños a ellos mismos y a los demás. También se puede teorizar que la mayoría de los jefes de estado tienen altos niveles de testosterona, a juzgar por sus ambiciones, crueldad y búsqueda de mujeres.

Sin embargo, si niveles altos de testosterona generan dominación, agresividad y acoso sexual, se ha descubierto recientemente, midiendo la testosterona en los restos óseos de los seres humanos, que niveles bajos en los hombres pero altos en las mujeres permite la creación artística, la innovación tecnológica en el avance de utensilios y herramientas, además de una manera más intrincada de cosechar alimentos. Adicionalmente, se produce un temperamento más cooperativo, menos hostil y dispuestos a socializar con otros en grupos más grandes, lo que posibilita el progreso en la civilización y la cultura. La primitiva humanidad pudo haber sido reprimida por el adverso medio como para producir o crear arte, ya que sus niveles de testosterona eran muy altos. En Europa esta situación comenzó a cambiar con las pinturas e imágenes de arte visual en cavernas descubiertas cerca de Málaga, España, de hace unos 42.000 años atrás.

En la larga fase tribal de la evolución de la humanidad el instinto de dominio destacó a los hombres en la supervivencia práctica de proveer lo sustancial de la alimentación a través de la caza y la pesca, mientras las mujeres estaban atadas a la pesada función de la crianza de la prole, sobre todo cuando los cada vez más prolongadamente desvalidos hijos requerían una creciente y más extendida atención y dedicación, y a convivir continuamente con las otras mujeres de la tribu. Además de un incremento en el tamaño y la musculatura de los hombres demandado por su actividad cazadora, las decenas de miles de años de esta fase acentuaron el dimorfismo sexual, no sólo en musculatura, sino especialmente en la psicología humana. Los estudios actuales muestran que los hombres y las mujeres piensan de modo diferente: los hombres tienen más conciencia espacial y las mujeres procesan mejor la información social; los hombres adoptan un enfoque de su entorno más basado en hechos, a menudo buscando amenazas y desafíos, y las mujeres tienden a adoptar un enfoque más intuitivo porque perciben a las personas y los eventos más profundamente y con mayor capacidad de memoria; los hombres tienden a converger en su pensamiento, definen y aclaran el problema y comienzan por eliminar y aislar los problemas, y las mujeres a menudo definen el problema en términos más amplios y examinan una gama más amplia de factores potenciales antes de entrar en el modo de solución; es por eso que los hombres quieren zambullirse en la solución de los problemas y las mujeres quieren hablar de éstos; los hombres gravitan hacia los hechos y la lógica y las mujeres están orientadas hacia la intuición y la emoción.

Probablemente uno de los muchos logros de las mujeres fue la revolución agrícola pastoril que inauguró la siguiente fase de la humanidad, hace unos diez mil años atrás, y fue precisamente la selección y cultivo de las semillas que solían recolectar y la domesticación de animales de granja. Nuevamente, los hombres, que dejaron de ocuparse de la caza pero más fornidos, atendieron las tareas más arduas del cultivo y la ganadería, mientras las mujeres, ocupadas como siempre en la crianza de niños, suplementaban estas tareas. Los hombres seguían dominando a sus mujeres. Mucho tiempo después, a pesar de la revolución industrial, esta situación de sometimiento doméstico ha podido persistir hasta hace recientemente, cuando en los procesos de producción se remplazaron los músculos por motores y los capitalistas promovieron el trabajo femenino como una manera de disminuir costos en remuneraciones y aumentar el mercado para sus productos. Las mujeres pudieron desempeñar los mismos trabajos de los hombres y han podido independizarse del sometimiento masculino.

El instinto de dominio actúa potentemente en la economía. Ésta es una actividad humana de esfuerzo y aplicación de técnicas y tecnologías que nos provee con bienes que permiten satisfacer las múltiples necesidades materiales humanas. Ella extrae recursos naturales, los transforma produciendo bienes y servicios que satisfacen nuestras múltiples necesidades vitales y asegura que serán satisfechas incluso en el futuro. Esta actividad requiere trabajo, el que requiere esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, pero que se debe necesariamente efectuar, pues “quien no trabaja, no come”, según dice el adagio paulino.

Sin embargo, habría que ser terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización colectiva destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos. Ella no es de ninguna manera una actividad desinteresada, sino que trata de dominio y propiedad de los factores de la producción con la finalidad de obtener ganancias. Puesto que el propietario está más interesado en sus utilidades, impone una rigurosa carga y disciplina al trabajador por la menor remuneración posible. La economía se funda en un supuesto derecho inalienable sobre la propiedad privada, pero que en la realidad es resguardado por el estado de derecho afianzado por policías y militares a su servicio, y la política del estado está dominada por los individuos y grupos más poderosos, normalmente los más ricos, siendo la democracia una mera ficción. La propiedad privada no es más que apropiación de la acumulación de trabajo ajeno y privilegios que su propietario invierte para obtener rentas, intereses, utilidades o beneficios. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos humanos está la economía y los siete pecados capitales según el papa Gregorio Magno (540-604): lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia/codicia, pereza y gula, que la conducen.

En la política el instinto de dominio está perfectamente descrito en el pensamiento del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527), quien, por su obra El príncipe, 1532, ha tenido una enorme influencia en la forma de hacer política. Para él la política es un asunto de “razón de estado” y nada tiene que ver con la moral, la ética o la religión. Parte de la idea de que el ser humano es por naturaleza perverso y egoísta, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder sobre los demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin escrúpulos morales, puede garantizar la paz y el orden que frene la violencia humana. El príncipe debe tener la capacidad de manipular situaciones, ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines, pues lo que vale es el resultado. Tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es necesario, a la crueldad. Los medios no importan, no es necesaria la moral. Política y moral son dos ámbitos distintos y contradictorios. No debe tener virtudes, solo aparentarlas. Para conservar su Estado él se ve a menudo obligado a actuar contra la fe, la caridad, la humanidad, la religión. Dicha obra tuvo gran influencia, incluso fue traducida y comentada por Napoleón.

Como contrapunto, desde las polis griegas muchos han intentado proponer caminos más justos y pacíficos como la liberación del instinto irracional de dominio en materias económicas y políticas, como La ciudad de Dios de Agustín de Hipona, Utopía de Tomás Moro, las misiones jesuíticas del Paraguay, la libertad-igualdad-fraternidad de la Revolución francesa, la sociedad sin clases sociales de Karl Marx, el Estado centrado en la defensa de los derechos humanos y el bien común.

Sin embargo, no es necesario leer El príncipe para detectar a lo largo de la historia humana, “los tiempos” en el lenguaje apocalíptico, el instinto de dominio en el ejercicio de la política. Ello es patente en los intentos de dominación global, o al menos del propio mundo conocido, las potencias o sus ambiciosos caudillos han pretendido realizarla a través del ejército (Imperio romano), del arco compuesto (Atila), de la religión (musulmanes, incas), de hordas (Gengis Kan), del dominio de los mares (el Reino Unido), de la raza superior (Hitler), del aire (Imperio japonés), del sionismo (Israel), de las corporaciones internacionales (EE.UU.), de la producción masiva (China), del petróleo (EE.UU.), de sanciones (EE.UU.). El mismo Maquiavelo habría criticado cada intento de dominación por haber terminado fracasando. Probablemente no hay forma de tener éxito en este tipo de empresa.

Acerca de este problema del dominio, hace más de dos mil años, en el Fedón de Platón Sócrates afirmaba: “que el verdadero hombre es aquel que sabe dominar sus instintos, el verdadero hombre esclavo es el que no sabe dominar sus instintos y llega a ser víctima de los mismos”. Efectivamente, él ya no apelaba al instinto para dominar al instinto, sino a la voluntad, que es el dominio de la razón. La acción intencional, que depende de la razón, debe someter la acción instintiva según parámetros morales. El Evangelio enseña que cada persona debe velar por amar al prójimo, ser justa y ser respetuosa. Amor es dar al otro lo que necesita según lo que uno puede sin afectar sus responsabilidades. La justicia es dar al otro lo que uno le debe o adeuda. El respeto es considerarse a sí mismo en igual condición que el otro. Pero es una imposibilidad demandar a la generalidad de los seres humanos que sean morales en sus acciones en vista que muchos son dominados por sus instintos, debiendo contentarnos a vivir en un mundo lleno de injusticias y maldades. Al fin y al cabo, los humanos no somos más que animales con algo de racionalidad, o ¿podría ser de otra manera?




11. EL SISTEMA DE LA AFECTIVIDAD




LA PERSPECTIVA DE UNA PSICOLOGÍA FILOSÓFICA



La función general del sistema nervioso de un animal es permitirle relacionarse con el medio externo para recibir información, procesarla y reaccionar consecuentemente sobre éste, y se especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares: cognitiva, afectiva y efectiva.  En la estructuración afectiva más primitiva de esta función se encuentra el mecanismo de placer - dolor que impele a un animal a actuar en procura de su supervivencia y reproducción. A partir de este mecanismo básico, se estructuran mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para generar emociones y además, en los seres humanos, producir sentimientos.


El sistema de la afectividad es de naturaleza biológica y ocurre en el sistema nervioso central de un animal, lo que llamamos cerebro. Éste es una estructura fisiológica que tiene por función general relacionarse con el medio externo para recibir información, procesarla y reaccionar consecuentemente sobre éste. Las unidades discretas de esta estructura son células especializadas en transmitir señales que se llaman neuronas. Éstas están densamente interconectadas a través de conexiones llamadas sinapsis. Las señales que recorren cada neurona son de naturaleza eléctrica, pero para cruzar las sinapsis se transforman en señales de naturaleza química. Una señal demora 50 m/s en recorrer una red nerviosa.

La función general del sistema nervioso central se especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares: cognitiva, afectiva y efectiva. Cada una tiene por objeto la producción de estructuras psíquicas distintivas que permiten al animal relacionarse de manera particular con su medio externo. La función cognitiva elabora contenidos de conciencia; la afectiva produce estados de ánimo, y la efectiva genera deseos. Estas estructuras psíquicas se relacionan entre sí y se unifican en la conciencia. A este conjunto estructural psíquico que produce el sistema nervioso central se le llama mente. Estas tres funciones del cerebro se explican por las exigencias biológicas del animal para sobrevivir y reprodu­cirse.

El sistema nervioso central se relaciona con el medio externo a través de tres redes neuronales: dos redes aferentes y una red eferente. Mediante la red neuronal aferente cognitiva el centro de cognición del sistema nervioso central está conectado con órganos de sensación, los comúnmente llamados “sentidos de percepción”, ubicados principalmente en la periferia del animal. Éste recibe un flujo constante de información sensorial en forma de señales (visual, olfativa, táctil, auditiva, gustativa) que provienen de los órganos de sensación, y éstas son procesadas para producir estructuras psíquicas en una estructuración integradora de escalas inclusivas cada vez mayores. En este proceso sintético las unidades discretas de una escala se integran en una estructura de la escala siguiente y superior, la que pasa a ser una unidad discreta para una nueva estructura en la escala superior que sigue. Primero las señales se estructuran en percepciones, y éstas se estructuran en imágenes. Solo en los seres humanos las imágenes se estructuran en ideas y conceptos, y éstas en proposiciones y juicios. Las percepciones, las imágenes y las ideas son representaciones psíquicas de la realidad objetiva cognoscible y se llaman contenidos de conciencia. Junto con la información almacenada en la memoria las representaciones son procesadas para conocer el entorno.

La cognición de un organismo biológico no es una entidad puramente epistemológica, de conocimiento frío de su medio externo. Ella está íntimamente vinculada a su afectividad, que pertenece al segundo orden de funciones psicológicas. Para ser funcional en el propósito de la supervivencia y la reproducción, necesita involucrarse afectivamente con el objeto cognitivo, ya sea relacionándose, ya sea rechazándolo. El centro afectivo del sistema nervioso central se involucra con el entorno a través de la red aferente afectiva que transmite información sensible y cuyo extremo son terminales nerviosos. Éstos son estimulados por acciones físicas del medio externo, como la temperatura, la presión, las ondas electromagnéticas, etc. Los estímulos son transmitidos codificados hasta el centro afectivo, donde son decodificadas como sensaciones de placer o dolor, o una mezcla de ambos. Además, ambas redes aferentes comparten algunas señales. Los objetos que el organismo conoce y que lo pueden afectar son sentidos por el mismo organismo mediante estas sensaciones de placer y dolor, reforzando la calidad de bueno o malo para sí de lo que conoce. Este orden será el objeto del análisis de este artículo.

Mediante el tercer orden de funciones psicológicas el animal reacciona ante lo que conoce, revestido por la calidad impresa por su efectividad. En su escala más simple la respuesta del organismo es frente a estímulos. En una escala mayor y más compleja, la acción responde a la conciencia de lo otro y es instintiva. En la escala del ser humano, que es el de la conciencia de sí, la acción es intencional. A través de la red eferente el sistema nervioso central del organismo posee conexiones nerviosas para comandar y dirigir el sistema motor de los músculos, que en combinación con las partes de su esqueleto, permiten su acción física sobre su entorno en cada situación.


Adaptación y autonomía


En la existencia biológica nunca se llegan a satisfacer definitivamente los apetitos ni tampoco se llega a superar la amenaza de peligro. Para sobrevivir un organismo biológico necesita permanentemente energía del medio y ciertas condiciones ambientales mínimas de seguridad. La supervivencia significa tanto la satisfacción de las necesidades que continuamente surgen, como la obtención de un estado de seguridad que esté libre de la amenaza de depredadores y de otras amenazas a la vida.

En la evolución biológica las aptitudes de supervivencia y reproducción se incrementan cuando los organismos biológicos obtienen mayor autonomía, pues consiguen apoderarse de nichos ecológicos más abundantes y nutritivos y protegerse de posibles depredadores. En comparación con los vegetales, que no tienen cognición, afectividad ni efectividad, esta mayor autonomía se ha conseguido mediante la estructuración del sistema nervioso, cuya función es la transmisión de señales electroquímicas y la elaboración de contenidos de conciencia, que funciona en la psiquis de los seres cerebrados.

Las funciones, aptitudes, instintos, impulsos, tendencias o necesidades biológicas fundamentales de supervivencia y reproducción condicionan el comportamiento del organismo biológico. Ellas surgen en el ser viviente como consecuencia de haberlos heredado de sus progenitores. De ellas depende la subsistencia de su especie. Es más, ambos impulsos, que para usar términos freudianos vendrían a ser el anti-thanatos y el eros, determinan la totalidad del comportamiento del organismo hacia su medio externo.

Probablemente, un vegetal no está tan presionado por su supervivencia desde el momento que sus cloroplastos logran alimentarlo fácilmente en el mismo sitio donde ha echado raíces, dependiendo más de sus favorables características hereditarias que de su escasa o nula autonomía. Una especie vegetal sin autonomía alguna puede mejorar la aptitud de sus individuos para sobrevivir y reproducirse en un medio seco, favoreciendo superficies expuestas al ambiente más reducidas para limitar la evapotranspiración, hojas más carnudas para conservar el agua, raíces más largas para que penetren más profundamente y logren alcanzar la humedad de las aguas subterráneas. Si el medio donde un vegetal debe sobrevivir y reproducirse es de muchos y voraces consumidores secundarios, los caracteres que una especie vegetal favorecerá serán un tronco leñoso, espinas por su superficie, savia de sabores repugnantes o venenosos.

La evolución biológica puede verse como un avance en la autonomía de los organismos biológicos para perseguir su supervivencia y reproducción, pues asegura mejor la prolongación de la especie. Una mayor autonomía y movilidad implica una mayor complejidad orgánica. Un animal es más complejo que un vegetal. En este sentido, la evolución favorece las características que permiten respuestas más autónomas y, por tanto, más versátiles y plásticas a las presiones y exigencias del ambiente; y también tiende a mejorar las características hereditarias frente a las cambiantes demandas del medio.

Cualquiera sea la adaptación de que se trate, un organismo biológico tenderá a responder más ventajosamente a la amplia variedad de situaciones ambientales. Uno de estos cambios ventajosos es dotar a la especie de una mayor autonomía y movilidad para los individuos que la componen. En este caso, una mayor capacidad para acciones autónomas y plásticas, surgidas del mismo organismo biológico a causa de una mayor funcionalidad de su condicionamiento genético, es ciertamente una gran ventaja adaptativa. De este modo, el sistema nervioso central de los animales, junto con sus funciones psicológicas cognitiva, afectiva y efectiva, ha sido un salto evolutivo extraordinario para conseguir una mayor autonomía en la necesidad biológica de sobrevivir y reproducirse.


El mecanismo de placer – dolor


Los animales, incluido el ser humano, adquieren estados afectivos de agrado o desagrado, de bienestar o sufrimiento, de atracción o repulsión, de euforia o ansiedad, de seguridad o temor, de tranquilidad o desasosiego, buscando el primer término y rehuyendo del segundo. El principio de dichos estados es la sensación de placer o dolor, o una mezcla de ambos. La explicación conductista basada en el mecanismo estímulo-reacción de una “caja negra” se queda en lo superficial del comportamiento del animal y no llega a explicar que su comportamiento es menos determinista y más autónomo gracias al mecanismo más fundamental de la búsqueda activa del placer y el rechazo del dolor.

Este mecanismo es psíquico, pues se estructura a partir de las funciones psicológicas del cerebro que conforma la mente de los animales. Se fundamenta en las sensaciones afectivas de placer y dolor, llegando a ser una de las funciones principales de la red eferente afectiva del sistema nervioso. Dichas sensaciones no se dirigen hacia los sentidos de percepción, sino que son conducidas directamente desde sensores nerviosos que están ubicados virtualmente en toda la extensión del cuerpo del organismo hacia el centro afectivo, en el hipotálamo, en cuya área dorsal se ubica el centro de control del placer y que discrimina entre lo placentero y lo doloroso.

Todo animal con centro afectivo persigue activamente el placer y rechaza el dolor. La función de un sistema sensorial acoplado a un centro afectivo sirve para forzar la conducta del animal ante estímulos externos, dando respuestas autónomas más adecuadas. En el orden afectivo todo aquello que motiva a un animal a luchar por su existencia y por reproducirse es la búsqueda del placer y el rechazo del dolor. Actuando únicamente para obtener placer y evitar el dolor, un animal consigue sobrevivir y reproducirse mejor.

La satisfacción de los apetitos y de las carencias que posibilitan la supervivencia y la reproducción produce placer. En cambio, los apetitos no satisfechos son dolorosos. El hambre, la sed, el frío, la soledad, el rechazo sexual producen dolor, pero pueden disminuir hasta eliminarse temporalmente si los apetitos que los producen son satisfechos. En la medida que la necesidad se va satisfaciendo, se produce un estado placentero y va disminuyendo el dolor. No sólo hay placer cuando se satisface una necesidad, sino que el mismo acto de satisfacción es placentero. Un bocado elimina el dolor punzante del hambre, a la vez que produce un sabroso agrado en el paladar.

Por otra parte, produce dolor todo aquello que afecte a un animal haciendo peligrar su integridad, como las enfermedades o las heridas, incluyendo la sobre-satisfacción de un apetito. El temor y el miedo pertenecen a una escala mayor del dolor y son reacciones para evitar el peligro y obligar al animal a actuar en su defensa. Surgen de la experiencia y del instinto. No es tanto la posibilidad de morir como la posibilidad de experimentar el dolor lo que hace que un animal huya del peligro que lo amenaza de muerte, pues la idea de la muerte es abstracta y, por tanto, inaccesible para la capacidad de comprensión de los animales; en cambio, la imagen de dolor que produce la dentellada de un depredador es muy concreta en su imaginación.


Las escalas de la función afectiva


El mecanismo de placer-dolor que impele a un animal a actuar en procura de su supervivencia y reproducción es funcional en todos los organismos con sistema nervioso central. A partir de este mecanismo básico, se estructuran mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para generar emociones y además, en los seres humanos, producir sentimientos. Así, mientras las sensaciones básicas de placer y dolor se estructuran en la menor escala de la afectividad, en animales con mayor conciencia se estructuran, en el centro afectivo del sistema nervioso central, emociones y sentimientos.

El centro afectivo del sistema nervioso central es el lugar que acopla un tono afectivo muy particular a los contenidos de conciencia estructurados que de otro modo permanecerían objetivamente fríos y distantes. Básicamente, el tono pertenece a algún grado afectivo que va desde la escala del simple placer o dolor hasta la escala de los sentimientos. Inversamente, en el ser humano el pensamiento debe mantenerse habitualmente muy frío para no verse influenciado por pasiones y sentimientos en su búsqueda de verdad. La función afectiva se desdobla en cuatro escalas incluyentes: una escala básica sensible, una escala media estimulante, una escala mayor emotiva y una escala superior de sentimientos.

Cada escala de estructuración del sistema afectivo tiene sus correlativas en los sistemas cognitivo y efectivo. En cada escala se encuentran las tres funciones cerebrales interactuando entre ellas. Sólo una máquina tiene un input y un output sin afectividad alguna que dé curso, detenga, apure, paralice, suspenda, acelere, atenúe, acentúe una respuesta según necesidades evaluadas de supervivencia o reproducción, y actúa con la total frialdad de un mecanismo.

La conciencia primitiva

Para resumir, la evolución biológica ha producido un mecanismo de protec­ción y desarrollo de los animales que produce en éstos dos tipos de reacciones diametralmente opuestas y muy intensas: el placer y el dolor. Un animal acepta los estímulos que le producen la sensación de placer y rechaza aquellos que le producen la sensación de dolor. Los estímulos que producen placer resultan generalmente beneficiosos para un animal, y los que producen dolor le resultan perjudiciales. Por tanto, las sensacio­nes afectivas de placer y dolor son funcionales para la supervi­vencia y la reproducción del animal y, por consiguiente, son funcionales también para la prolongación de la especie. Ambas sensaciones se encuentran en la escala fundamental de la estructuración afectiva de todos los animales con algún tipo de sistema nervioso.

La función de la afectividad que acompaña a los elementos cognitivos que el organismo recibe del medio es ayudar a producir una res­puesta efectiva. La sensación afectiva de placer o dolor aparece como el estímulo más primitivo y fundamental para exigir respues­ta al organismo ante las demandas del ambiente. La respuesta del sistema efectivo en esta escala básica es la pulsión. Desde las simples lombrices, las poseen todos los organismos con sistema nervioso y que pueden de alguna manera u otra reaccionar ante este tipo de acciones del medio externo. En los seres más evolucionados, que han estructurado escalas superiores de relacionarse con el medio, este mecanismo sigue siendo válido en su sistema autónomo por constituir su principio o fundamento.

Conciencia del medio externo

En la siguiente escala de conciencia en orden creciente de estructuración está la conciencia del medio externo. En esta escala se produce la percepción en el orden funcional cognitivo, y corresponde a la atracción en el orden afectivo. En el orden efectivo el organismo responde con un instinto rígido ante un atractivo. A partir de las sensaciones fundamentales de placer y dolor todos los animales (incluido el ser humano) con sistema nervioso central y con órganos de sensa­ción consiguen estructurar esta escala. Las respuestas de esta conciencia ante estímulos externos son afectivamente más comple­jas. En dichos estados, las sensa­ciones fundamentales de placer y dolor han sido estructuradas, en esta escala, en los estados afectivos siguientes: agrado - desa­grado, ataque - retirada, agresividad - apaciguamiento.

A partir de esta escala el centro afectivo del organismo biológico persigue activamente aquello que le produce placer y rehúye de aquello que le produce dolor. Esta actividad se torna agresiva cuando confronta alguna dificultad, como el enfrentarse a un competidor. De modo similar, el rehuir de aquello que produ­ce dolor va asociado con el miedo, emoción que reafirma la acción de rechazo. En consecuencia, el contrario de agresividad es miedo, y un animal, incluido el ser humano, puede pasar del uno al otro en cuestión de un instante, pues es la vida misma la que se debe preservar sin arriesgar momentos vitales en la duda. Deberá actuar aunque se equivoque en su apreciación.

Conciencia de lo otro

Una escala aún mayor de la estructuración psíquica es la de la conciencia de lo otro en tanto otro. Allí las percepciones se estructuran en imágenes, aparecen los instintos más plásticos y se ubican los estados afectivos más complejos que manifiestan en especial los verte­brados. Sin duda, la capacidad para tener conciencia de lo otro significó una ventaja adaptativa enorme en la evolución del sistema nervioso. El otro se impone al sujeto como el objeto de la relación causal que posibilita o amenaza su supervivencia o reproducción. Dentro de una conciencia más desarrollada de la conciencia de lo otro, como en los mamíferos –que en la función cognitiva se constituyen imágenes más completas–, en la función afectiva se estructuran las emociones fundamentales de alegría - sufrimiento.

Todos los organismos biológicos que llegan a tener conciencia del otro poseen emociones. Las emociones son de relativamente corta duración y persisten desde un clímax hasta que se adormecen por agotamiento de los terminales sensibles del sistema nervioso. Las emociones están en la misma escala que las imágenes. Una imagen no es sólo una representación puramente cognitiva. Contiene valoraciones afectivas de diversa índole, que radican en la dicotomía placer - dolor. Un león no aparece únicamente como un cierto cuadrúpedo melenudo de color pardo. En su tamaño, rugir, dientes, garras, agresividad, velocidad, puede surgir también una representación terriblemente amenazante que puede incluso afectar al sujeto con dolor y muerte.

Secundariamente aparecen en esta escala emociones tales como seguridad - temor, ilusión - desilusión, confianza - desconfianza, euforia - depresión, simpatía - antipatía, ira - miedo. En esta escala son posibles emo­ciones mixtas, como los celos, el arrojo, el enojo, la furia, la timidez, la pena, la soledad, el tedio, el asco y muchos otros más. El erotismo, que es una emoción tendiente a la reproducción, se estructura en esta escala, teniendo como algunas de sus uni­dades discretas el gozo sexual, el atractivo sexual, las señales sexuales, etc. En esta escala el orden funcional efectivo, propio de los animales superiores, la respuesta efectiva es instintiva, pero con gran plasticidad.


Conciencia de sí


La estructuración de la conciencia de sí, que poseemos sólo los seres humanos y que es el del pensar, sentir y hacer, produjo una autonomía aún mayor como ventaja adaptativa al medio, pues el individuo se ve a sí mismo como un sujeto de una acción intencionada y reflexionada según su pensamiento racional y abstracto. Indudablemente, dicho salto evolutivo del sistema nervioso demandó la mayor estructuración y complejidad conocida de la materia.

La escala superior de la estructuración psíquica, que es el de la conciencia de sí, es la de las ideas, los conceptos y las proposiciones y juicios. En esta escala el orden funcional cognitivo pasa a llamarse propiamente cognoscitivo, pues tiene la capacidad para efectuar complejas relaciones ontológicas y lógicas. Estas funciones psíquicas pueden ser efectuadas únicamente por los humanos, que son seres dotados mentalmente con la capacidad para estructurar conceptos abstractos y razonar lógicamente. Sólo la capacidad del pensamien­to abstracto y lógico permite al sistema nervioso central, o más apropiadamente a la mente, reflexionar sobre sí misma, adquirir conciencia de su subjetividad aparte de las cosas y, por referencia a éstas, llegar a adquirir conciencia de una identidad propia y única, distinta de las cosas. En la escala de la conciencia de sí, el orden funcional efectivo corresponde a la acción intencional que se llama voluntad.

Asimismo, en la escala de la conciencia de sí, en el orden funcional afectivo, se encuentra la estructura de los sentimientos. La actividad de esta conciencia ante los simples estímulos que producen las primitivas sensaciones de placer y dolor, y que pasa por la estructuración de las emociones, es la estructuración de los sentimientos. Los sentimientos producen la motivación para actuar. Una decisión racional debe estar más motivada por sentimientos que por emociones. Inclusive la voluntad necesita a menudo controlar las emociones.

El sentimiento es lo más propiamente humano en la afectividad. Solamente los seres humanos poseemos la capacidad para tener sentimientos, pues esta reacción afectiva se estructura a partir del pensamiento abstracto y racional y en esta misma escala. En la funcionalidad animal la afectividad juega un papel decisivo, pues impele a la acción dándole una dirección y una intensidad particulares. Por ejemplo, el hambre obliga a un animal renunciar a su tendencia al ocio y buscar activamente su sustento. Igualmente, en la funcionalidad humana el sentimiento está en el primer plano en la deliberación previa a una acción intencional. Le confiere el color, el tono, el aroma, el sabor y otras metáforas similares a la fría decisión racional. Incluso el sentimiento puede primar sobre la razón. Todas las argumentaciones más sensatas, articuladas, lógicas, objetivas y fundamentadas que puedan darse se hacen añicos frente al sentimiento.

A diferencia de una argumentación lógica, que puede ser objetiva y sujeta a análisis, el sentimiento es una valoración completamente personal, subjetiva, incomunicable y no medible, excepto en la forma indirecta que pudieran manifestarse las emociones asociadas. Depende de reacciones personales particulares a experiencias, estados de ánimo, conformación caracteriológica, desarrollo de la personalidad, momento vivencial, etc., dentro de la estructura cognoscitiva humana.

Por el sentimiento más que por el raciocinio existen cosmovisiones particulares de enorme impronta y de tan larga duración que pueden permanecer toda la vida. Éstas son determinantes para establecer colectivamente el curso de acción de una decisión mayoritaria para alcanzar un objetivo concreto. Puede que toda una comunidad valore, por ejemplo, la justicia social, pero aquellos de sentimientos más tradicionales tendrán una apreciación distinta de quienes albergan sentimientos más radicales. Es probable que, más que intereses comunes, sean los sentimientos afines la causa primordial que conforma partidos políticos específicos.

La felicidad y la tristeza son la estructuración fundamental afectiva en la escala de la conciencia de sí y que proviene del placer y dolor propio de la escala más primitiva de la afectividad. A partir de estas valoraciones afectivas contrapuestas algunos pretenden explicar la complejidad de la realidad como una división dualista entre lo bueno y lo malo (en la filosofía oriental sería la dualidad del yin y el yang).

El estado de felicidad es aquel en el que las necesidades y carencias están colmadas, existiendo además la sensación de seguridad de que habrá bienes disponibles para satisfacer las necesidades a medida que se presenten, y un ámbito protegido de peligros y amenazas. Se manifiesta como una condición general de satisfacción y gozo junto con una sensación de realización en la que se siente estar alcanzando las metas proyectadas. En tanto este estado está condicionado por una proyección de futuro, la felicidad es una situación propiamente humana, pues los animales son inmediatistas en sus acciones de supervivencia y reproducción. Este estado revela la existencia de un ser humano que ha tenido éxito en su afán de supervivencia y reproducción. Es un indicio de funcionalidad apropiada, de adaptación al medio y de tener la fortuna de existir en un ambiente favorable y de lograr los resultados propuestos.

Aunque es el objetivo final de toda acción particular, la felicidad no es el objetivo de la existencia del individuo. La felicidad es simplemente una señal de vivir en la forma más plena posible, siendo un síntoma de que la persona lo está haciendo muy bien. Por su parte, la tristeza y la angustia son síntomas de que la vida es problemática y difícil, llena de fracasos, temores, insatisfacciones e inseguridades.

La felicidad como finalidad de la vida entró en los objetivos individuales que ha propuesto la cultura occidental a partir del Renacimiento, constituyendo sin duda un valor radicalmente distinto del ser penitente del medioevo. Este valor fue un paso importante con respecto a los epicúreos del siglo III a. C., que buscaban sólo el máximo placer y el mínimo de dolor, o de los estoicos, que para evitar el dolor cultivaban la indiferencia con desdeñosa indolencia. Por ejemplo, el renacentista Tomás Hobbes (1588-1679) sostuvo que la finalidad del ser humano es la felicidad, y el Estado tiene la función de imponer orden y paz para que los individuos pudieran lograrla; y la Constitución de los EE.UU. propuso que la finalidad de todo ciudadano es, además de la vida y la libertad, la prosecución de la felicidad.

Siguiendo la mentalidad renacentista, pero ya en plena edad Moderna, fue aparentemente loable el deseo del utilitarista inglés Jeremías Bentham (1748-1832), quien un siglo y medio más tarde pensaba que el Estado debe procurar la mayor felicidad al mayor número de individuos, idea precursora del Estado de bienestar. Para Bentham lo útil es lo que conduce a la felicidad. Siendo que para él el ser humano sólo posee experiencias directas de placer y dolor, las demás sensaciones son derivadas de éstas. Él clasificó los placeres, haciendo un verdadero cálculo hedonista, según el grado de intensidad, duración, certidumbre, proximidad, fecundidad y pureza. Cuanto mayor la cantidad, mayor es el placer. Para él la felicidad es entonces el placer de duración prolongada.

Sin embargo, en contra de Bentham, la felicidad no es un término unívoco, y las unidades de felicidad, o que producen felicidad, no son intercambiables. Aún para un mismo individuo, algo que lo hace feliz en alguna ocasión lo puede hacer infeliz en la próxima. Por tanto, la finalidad del Estado no puede ser suministrar las cosas que hacen feliz al individuo, sino que es posibilitar que éste se desarrolle libremente, pues siendo libre podrá autodeterminarse, actualizando sus potencialidades, y así él será además feliz.

Si bien la capacidad para hacer proyectos de futuro con el objeto de ser feliz supone la capacidad racional, ésta surgió evolutivamente como una forma más eficiente para responder con la mayor autonomía posible a la multicausalidad del medio para así mejorar las posibilidades de supervivencia y reproducción. De ahí que, en el ser humano, la respuesta racionalmente autónoma para satisfacer las necesidades de supervivencia y reproducción constituyen el punto de partida de la psicología y la ética, de la familia y la sociología, de la política y la economía. Sigmund Freud (1856-1939) tenía en gran medida razón cuando hacía depender el comportamiento humano de su apetito sexual. En realidad, los estímulos sexuales tras el impulso de reproducción se confunden con los estímulos para sobrevivir en el comportamiento del individuo y llega a ser posible concluir parcial, pero erróneamente, como lo hizo Freud, que el comportamiento humano tiene siempre base sexual.

El sentimiento primario, que proviene directamente de las sucesivas estructura­ciones a partir de la sensación de placer y dolor, es el estado de felicidad – tristeza o angustia. De este sentimiento derivan secundariamente, en la misma escala, una serie de estados de ánimo de gran complejidad. Consideremos los si­guientes entre otros muchos: amor - odio, confianza - angustia, valentía - cobardía, espe­ranza - desesperanza, optimismo - pesimismo, perdón - venganza, desprendimiento - codicia, euforia - pesadumbre, arrojo - temeridad, amistad - rencor, sonrisa - congoja. También esta conciencia estructura reacciones mixtas de sentimientos de una escala de complejidad superior: arrogancia, melancolía, desazón, amargura, admiración, arrepenti­miento, vergüenza. Por último se producen actitudes de comportamiento con fuertes elementos sentimentales, como el orgullo, la sober­bia, la envidia, la avaricia y tantas más.

Lo notable es que todas las emociones y los sentimientos son estados de ánimo complejos a soluciones de supervivencia y reproduc­ción, y que se estructuran a niveles superiores a partir de las sensaciones más simples de todas, las de placer y dolor. Además, indirectamente, la conciencia que cada ser humano tiene de la muerte que fatalmente acabará con su existencia individual lo impulsa a preservar su propia vida. Aunque también, si la vida se le presenta difícil y penosa, lo tiente el suicidio en la opción de preferir la nada antes que la infelicidad.




12. EL CEREBRO Y LA CONCIENCIA




El cerebro es un órgano biológico que todo animal cerebrado lo posee. Como tal, ha adquirido su estructura funcional a través de la evolución biológica que va seleccionando las características que permiten la supervivencia y la reproducción. En consecuencia, dicho órgano ha evolucionado precisamente para permitir a los individuos de cada especie relacionarse mejor con su ambiente y adquirir, por lo tanto, mejores posibilidades para sobrevivir y reproducirse. Además, este órgano se va desarrollando en cada individuo según pautas genéticas, en especial en su periodo de gestación y crecimiento. En los seres humanos el cerebro se distingue por su mayor volumen relativo respecto a los otros animales, lo que le ha posibilitado el pensamiento racional y abstracto, que es justamente la característica esencial que lo hace humano. El cerebro es una estructura fisiológica no homogénea compuesta por células, vasos sanguíneos y neurotransmisores. Desde el punto de sus funciones psíquicas, sus unidades discretas fundamentales son las neuronas. Éstas están interconectadas densamente y convergen en zonas particulares de estructuración, conformando un sistema extraordinariamente complejo y diferenciado e integrando algunas escalas incluyentes. En el cerebro, se registra la memoria a partir de las experiencias y se verifica la afectividad y la efectividad. Allí también se representa la realidad mediante percepciones, imágenes e ideas a partir de la información proveniente de sus terminales sensitivos. Por último, en el cerebro surge y se controla la acción instintiva e intencional del animal y el humano.



Cerebro y evolución



El pensamiento abstracto, conceptual y lógico junto con otras funciones de orden psicológico o mental, como la generación de sentimientos y la deliberación intencional de la voluntad, son actividades que se realizan exclusivamente en el cerebro humano. Este órgano, producto de una muy larga evolución biológica, fue moldeado por los avatares propios del mecanismo de dicha evolución, donde el indeterminismo, la oportunidad y lo aleatorio son la norma de la selección natural que logra la prolongación de cada especie. En el curso de alrededor de tres mil millones de años, su estructura y funcionamiento actual surgieron muy lenta al comienzo, y aleatoriamente siempre, determinados por la mecánica de la evolución. Recientemente, en los últimos dos o dos y medio millones de años, en nuestra propia especie, el tamaño del cerebro fue sufriendo un rápido aumento según el ritmo de la evolución biológica.

El gran tamaño y la consiguiente capacidad que adquirió el cerebro humano fueron resultado probablemente de cambios adaptativos operados en otros lugares del cuerpo de nuestros remotos antepasados primates menos sapiens. Algunos paleoantropólogos suponen que la causa está más relacionada con la liberación del cráneo de su aprisionamiento muscular requerido para mantener la cabeza en postura horizontal y dar fuertes dentelladas. Evidencia reciente ha sido hallada en un gen que mutó en nuestra especie hace dos millones de años y que en otras especies es el responsable por la musculatura de poderosas mandíbulas. Este cambio en nuestros antepasados homo fue muy probablemente un resultado no esperado de haber cambiado previamente la dieta por algo más blando y nutritivo. Por su parte, la liberación del cráneo fue posible cuando nuestros remotos antepasados homínidos adquirieron la postura erguida a consecuencia del bipedismo. Ambas nuevas características debieron tener ventajas adaptativas para un nuevo medio determinado. Se discute si semiselvático o deforestado; prefiero acuático rico en nutrientes. También se discute si nuestros antepasados actuaban como depredadores o carroñeros. En cualquier caso, a consecuencia de la marcha bípeda y de la nueva dieta se dieron las condiciones para un desarrollo del cerebro bastante mayor que el demandado aparentemente por la selección natural a partir de la solución biológica de las neuronas asociativas. Asimismo, el desarrollo del cerebro indujo probablemente la evolución de otros sistemas que a su vez lo reforzaron, como la capacidad de visión estereoscópica y la de oponer el pulgar contra los otros dedos de la mano. La evolución biológica está llena de ejemplos de este tipo de desarrollos estructurales, como escamas transformadas súbitamente en plumas en protoaves que aún no volaban, u hojas en pétalos multicolores que resultaron ser atractivas para insectos polinizadores que prontamente se adaptaron a ver colores llamativos, porque en un instante evolutivo dado se entreabre la puerta para lo posible, e irrumpe la exuberancia. Todo cambio, aunque sea pequeño, permite la completa explotación de esta nueva oportunidad.


Cerebro y adaptación


El cerebro humano emergió en el curso de su evolución con una enorme capacidad intelectiva. Esta excesiva actividad intelectual nos induce a ser muy curiosos, pero para que no nos produzca tanto aburrimiento, nos obliga a buscar incesantemente nuevas formas de intercambio con el ambiente. Pero tanta funcionalidad no es explicable únicamente por las necesidades inmediatas de supervivencia del género homo. Sin embargo, este desarrollo del cerebro privilegió el comportamiento intencional por sobre el comportamiento instintivo, lo que significó reforzar aún más la sociabilidad tan característica de los primates, y sobre todo de primates cazadores de grupo, al tener la acción que depender más de la cultura que de las condiciones hereditarias y fijas propias del instinto.

Sin ser probablemente demandada por la necesidad de una mejor adaptación a un nuevo medio, lo que sin duda es claro es que la evolución de la estructura cerebral resultó en una ventaja adaptativa extraordinaria al posibilitar a los individuos del género homo a responder mucho mejor a las exigencias del medio y mejorar de este modo sus posibilidades para sobrevivir y reproducirse. Naturalmente, el género homo privilegió este nuevo desarrollo de las posibilidades cerebrales que producía tantas ventajas adaptativas, impulsando el desarrollo por la misma línea de potencialidades, pero según lo permitido por la estructura fisiológica cerebral. Si una protoave desarrolla plumas de las escamas para protegerse mejor del frío, ¿por qué en vez de seguir corriendo no pueda saltar y volar? , y si se vuela, ¿por qué no hacerlo más rápido, más alto, más ágilmente? Por lo tanto, un desarrollo paralelo no explica del todo la exuberancia propia del cerebro, considerando que es un órgano tan sutilmente funcional.

El éxito evolutivo se basa finalmente en una mayor capacidad para sobrevivir y reproducirse. El cerebro es el único órgano biológico que permite una considerable adaptación plástica al ambiente para obtener recursos y cobijo: mientras mayor es la inteligencia, más se amplía la gama de medios que permiten una mejor supervivencia. La relación entre inteligencia y capacidad de supervivencia es exponencial. Además, en la especie homo sapiens debe considerarse el acceso al conocimiento por medio del lenguaje, que es lo que constituye la cultura, y la acumulación del conocimiento en la memoria colectiva y, en los últimos milenios, en la escritura. En cuanto a la relación entre inteligencia y reproducción, podemos advertir al menos dos situaciones muy ventajosas para una mejor posibilidad de la prolongación de la especie. En primer lugar, la inteligencia permite la crianza y la formación cultural de la prole en forma mucho más eficiente. En segundo término, la inteligencia posibilita relaciones entre parejas sexuales en formas mucho más ricas y permanentes.


Cerebro y aptitud


El comienzo de la evolución de la inteligencia en los animales fue sin duda muy lento, y el cerebro fue tan sólo un órgano más del cuerpo que permitía al tubo digestivo acceder al alimento en forma selectiva y al organismo defenderse selectivamente de sus depredadores. Posteriormente, en la medida que su capacidad aumentaba, mejoraba el control sobre las condiciones del ambiente. El aparato nervioso debió desarrollarse mejor para recibir la información del medio externo, almacenarla, interpretarla y elaborarla, para finalmente reaccionar frente a éste.

En la especie homo sapiens el cerebro fue adquiriendo una capacidad tan notable que es el rasgo específico que lo diferencia de las restantes especies, aunque no tanto como para que el inventor Tomás Edison llegara a aseverar que su cuerpo servía solamente para transportar lo que él suponía era su prodigioso cerebro. El restringido nicho ecológico del género homo se fue ampliando gracias a su ampliada inteligencia y las especies de los homínidos fueron entrando en competencia con otras especies en la obtención de mayor energía, biomasa y espacio. Además, si se amplía la gama de alimentos, se obtienen ventajas sobre competidores de dieta más limitada. En el curso de la evolución de nuestra especie, fueron desapareciendo otras ramas del género homo que habían estado muy bien asentadas, como los australopitecos, cuya dieta estaba constituida por duras nueces que demandaban fuertes mandíbulas, y, posteriormente, los neandertales, quienes tuvieron casi similar inteligencia que los competidores homo sapiens que debieron enfrentar, pero, fatalmente para aquellos, algo inferior. Posiblemente, la pequeña diferencia fue decisiva y consistió en una mejor capacidad de razonamiento y abstracción, lo que de comunicación a través del lenguaje, de invención donde ambas especies debían competir por los mismos recursos. Estas modificaciones evolutivas, que perseguían únicamente la subsistencia de las especie homo sapiens dentro de un nicho ecológico dado, posibilitaron posteriormente su dominio en virtualmente todos los nichos ecológicos de todos los ecosistemas de nuestra biosfera. En este desarrollo, cuya mecánica es asegurar la prolongación de la especie a través de individuos cada vez más aptos, la evolución del cerebro produjo un órgano –probablemente la concentración de masa más complejamente organizada y funcional del universo– capaz de conocer en forma abstracta, razonar en forma lógica, comandar la acción en forma intencional y albergar sentimientos.

La realidad es cognoscible y pensable por nuestra mente de modo análogo a la forma cómo el ojo humano es sensible precisamente a las longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas de mayor intensidad del Sol. Ambos órganos, como todos los demás, han evolucionado en respuesta a las condiciones específicas del ambiente, según las posibilidades concretas abiertas a la estructuración de la materia y a partir de una determinada materia ya estructurada. Luego, el cerebro humano está genéticamente estructurado, como efecto de exitosas mutaciones ocurridas en el curso de la evolución, para conocer mejor el medio y actuar sobre éste en forma más efectiva. Así, estas mutaciones resultaron ser tan en demasía favorables para la prolongación de nuestra especie que para multitudes de otras inocentes especies nos hemos transformado en una devastadora plaga depredadora.


Cerebro funcional


La evolución sigue un curso aleatorio donde la oportunidad juega un rol importante, y nuestro cerebro pudo haber tenido perfectamente otras funciones y formas muy distintas. Pero no fue así, y el resultado concreto ha sido que la función racional del cerebro consiste en el encauzamiento de la realidad múltiple y mutable dentro de categorías más generales que universales, más significativas que objetivas, más psicológicas que lógicas, más emotivas que sensatas, más relativas que absolutas, más prácticas que teóricas de lo que tradicionalmente el racionalismo está dispuesto a conceder. Conviene tener presente también que la razón humana no es una propiedad dada al ser humano desde la eternidad, sino que es una función cuyo objetivo es una aptitud lograda casualmente (desde nuestro limitado punto de vista humano) en el proceso evolutivo, que ha permitido a los individuos homo sapiens sobrevivir muy ventajosamente, más que contemplar y reflexionar sobre el universo.

Otro aspecto que habrá que recalcar es que las estructuras cognitivas más complejas provienen evolutivamente de estructuras más simples. Los organismos que poseyeron estas estructuras más simples llevaron también una existencia exitosa. Por lo que dichas estructuras menos complejas fueron plenamente funcionales para sobrevivir y reproducirse. Así, las capacidades intelectuales de los seres humanos provienen directamente de las estructuras cerebrales más simples de sus primitivos antepasados. Se distinguen en que en el cerebro humano las estructuras son mayores, más diferenciadas y conforman relaciones más complejas y específicas. Aun cuando diversos tipos de funciones que encontramos en organismos superiores se manifiestan en organismos más simples, la superposición del conjunto de estas facultades en un organismo superior produce funciones nuevas, más ricas y más complejas. El todo es mayor que la suma de sus partes respecto a las funciones que pueden desempeñar, ya que a la suma de funciones que proveen sus partes se agregan las funciones que surgen por la combinación de éstas. Se produce un salto cualitativo cuando se pasa de una escala a otra de mayor jerarquía.

La capacidad y, por tanto, la complejidad del sistema nervioso son proporcionales a la eficiencia en la utilización de la energía requerida por los procesos cerebrales. En general, toda estructura es más o menos funcional porque emplea la energía en una forma proporcionalmente eficiente. Pero una estructura tendrá mayores ventajas de subsistir mientras sea más funcional y pueda emplear mejor la energía. La estructura cerebral del homo sapiens resultó ser más eficiente que la de su competidor, el homo de neandertal, quien fue borrado del mapa por aquél, hace unos 45.000 años atrás o menos. El límite de la evolución biológica en general y de la evolución del cerebro en particular reside en la capacidad de las estructuras para desarrollar funciones que permiten utilizar eficientemente la energía.


Cerebro y ambiente


El cerebro es un órgano de control, regulación y coordinación de todo organismo biológico cerebrado que pertenece a una especie que ha evolucionado en el curso del tiempo en demanda de su imperativo por prolongarse en la descendencia de los individuos que la componen. La evolución de este órgano no podría ser explicado por sí misma, sino que se enmarca en una realidad que está compuesta 1º por el organismo biológico que ha recibido por herencia las dos características fundamentales que interesan a toda especie: los instintos supervivencia y reproducción, y 2º por su entorno que es tanto providente como peligroso. Fundamentalmente, esta realidad consiste en el sistema ecológico, cuyos componentes son el organismo viviente y su medio ambiente. El medio ambiente es ambivalente: no sólo es providente, también es potencialmente destructor; no sólo es fuente de alimento, también el organismo es un potencial alimento de otros organismos que conviven en el mismo ambiente; no sólo es abrigo y cobijo, también es día, noche, sequía, inundaciones, incendios, terremotos, aluviones, calor, helada, espacio y también protección de depredadores. Frente a la ambivalencia del ambiente de ser tanto providente como destructor, el organismo biológico requiere las aptitudes de un sistema de información del ambiente y un sistema de respuesta a sus variadas exigencias para sobrevivir, buscando alimentos, defendiéndose de la agresión o huyendo del peligro.

En una primera etapa de la evolución del sistema nervioso, se desarrolló un sistema nervioso autónomo para apoyar los sistemas inmune y endocrino. Con las primeras manifestaciones de cerebración, en lo que es el sistema límbico y el tallo cerebral, se desarrollaron centros de control autónomo y proyecciones neuronales que se conectan con estos centros. La red de entrada del sistema nervioso autónomo le envía señales relativas al estado de diversos órganos, y la red de salida reexpide órdenes motoras a las vísceras: corazón, pulmones, intestinos, vejiga, órganos reproductores, piel, etc., modificándolas según determinadas circunstancias ambientales. En los organismos plenamente cerebrados el sistema nervioso autónomo existe en dos grandes redes: la simpática y la parasimpática, y emanan del tallo cerebral a través de la médula espinal. Las nervaduras se dirigen solitarias a los órganos que inervan o acompañando a ramas nerviosas que pertenecen al sistema nervioso propiamente tal. La función de la rama simpática es preparar al organismo para ataques o retiradas instantáneas, en tanto que la del parasimpático es reponer la energía agotada por la demanda del simpático.

La necesidad de contar con mejor información del ambiente para elaborar una respuesta mejor del organismo determinó un desarrollo mayor del cerebro, mejorando las funciones de control, regulación y coordinación al centrar en sí la recepción de información más variada y fiable y la generación de respuestas más diversas y precisas. Un mejor conocimiento del medio tiende a eliminar la incertidumbre y permite actuar adecuadamente. En una primera etapa se desarrolló una primitiva capacidad de conciencia de un entorno y de elementos significativos del medio externo. Posteriormente, el cerebro fue capaz de discriminar y tener conciencia de lo otro en cuanto otro. Por último, en los seres humanos, el desarrollo cerebral permitió la conciencia de sí, cualidad que lo ha catapultado a posibilidades de acción nunca antes presenciadas en la historia de la evolución biológica. Así, pues, la evolución del cerebro ha posibilitado a los organismos vivientes aumentar las escalas de funcionamiento frente al ambiente.


Cerebro y filogénesis


A fines del siglo XIX, el naturalista alemán Ernst Heinreich Haeckel (1834-1919), tras estudiar embriones de especies diferentes, observó que existían semejanzas entre los embriones pertenecientes a un mismo grupo genético en las distintas etapas de su desarrollo. De esta observación, enunció la ley “la ontogenia reproduce la filogenia.” Esta ley se refiere a que un organismo, en su propio desarrollo, resume la historia evolutiva del filum al que pertenece. De este modo, las etapas del desarrollo embrionario de un ser humano individual reproduce, en el mismo orden, el desarrollo evolutivo de sus antepasados desde la misma unidad celular, pasando por organismo pluricelular, pez, anfibio, reptil, mamífero. La filogénesis, que dio como resultado el cerebro humano, puede analizarse tanto a través del estudio de los seres vivos representativos de las diversas etapas de la evolución del filum como mediante los fósiles de los antepasados del homo sapiens. La filogenética, además de constituir una prueba más de la teoría de la evolución, indica las relaciones y separaciones de las diversas especies de los reinos de la biología.

Resumiré a continuación el estudio biológico de la filogénesis del cerebro humano con el objeto de mostrar que las capacidades cerebrales de los seres humanos no provienen de la eternidad ni están vinculadas a entidades espirituales, sino que, por el contrario, son el producto de una larga evolución biológica, en la que no sólo se fueron estructurando nuevas unidades discretas con diversas funciones, sino que también éstas se fueron estructurando en escalas superiores que hicieron posible el razonamiento y el pensamiento abstracto. En consecuencia, en cuanto a que su estructuración significó saltar a escalas superiores con relación a las funciones intelectivas, nuestro órgano de control, regulación y coordinación, que nos ensoberbece hasta hacernos creer dioses, tuvo un origen tan humilde como el de cualquier otro órgano fisiológico que ha surgido.

Partiendo de la misma unidad celular, aparecen ya estructuras preneurales de comunicación a un nivel bioquímico general que cumplen funciones de recepción-emisión como modo de adaptación al ambiente. Luego, a nivel de organismo pluricelular, se desarrolla progresivamente la función coordinadora para regular y modular el medio interno y enfrentarse con mayor seguridad al medio externo basado en un sistema nervioso rudimentario, en combinación con la aparición de fibras musculares, y un mayor perfeccionamiento químico. Posteriormente aparecen centros celulares nerviosos que asumen la dirección del comportamiento, recogiendo las transmisiones que portan las fibras nerviosas. El sistema nervioso se jerarquiza con la aparición de la cefalización, la cual proviene de una mayor complejidad de los ganglios situados en la parte anterior del individuo. En esta etapa aparece también una distribución ganglionar y fibrilar, y una simetría somática que corresponde con la neuronal. La neurona es una célula que comienza a adquirir funciones transmisoras especiales y a interconectarse con otras. La vida vegetativa se desarrolla, y las exigencias del medio externo inducen una mayor concentración del sistema nervioso. Todo esto genera mayores conexiones que aparecen en planos no solo longitudinales, sino transversales, estableciéndose la topografía neural a un nivel dorsal. Gradualmente, la estructura cortical va asumiendo mayores funciones organizadoras. Los lóbulos cerebrales se hacen cargo de los estímulos visuales, olfatorios y táctiles, y la organización informática se hace más compleja mediante el desarrollo de diferentes nervios que se dirigen a la región cefálica. En las etapas posteriores del desarrollo se presenta una creciente complejidad, hasta alcanzar la estructura propia de un sistema nervioso, en el que predominan los centros impulsivos, que son rígidos y predeterminados y en los que están aún ausentes las estructuras corticales. El desarrollo de estas últimas aumenta en el filum de los primates, para encontrar su culminación en el homo sapiens.


Cerebro y ontogénesis


Si los estudios biológicos son fundamentales para comprender la filogénesis del cerebro, los estudios sobre psicología genética y evolutiva arrojan mucha luz sobre la ontogénesis del órgano del pensamiento. En este campo los estudios realizados por el psicólogo del desarrollo suizo Jean Piaget (1896-1980) son muy reveladores y nos servirán como punto de partida y base para nuestro propio análisis. En síntesis, ellos concluyen que en el recién nacido las funciones del sistema nervioso central consisten solamente en el ejercicio de aparatos reflejos y coordinaciones sensoriales y motrices que corresponden a tendencias completamente instintivas.

Por la interacción del bebé con el medio externo aparecen las primeras percepciones organizadas y los reflejos se van afinando con el ejercicio. Pero con la aparición del lenguaje, al año de vida o poco más, se produce un cambio espectacular. Éste surge como consecuencia del mayor desarrollo ontogénico de la estructura cerebral que va ocurriendo durante esa edad, y de las experiencias obtenidas por la interacción con el medio externo al hacerse inteligibles los contenidos hablados. En la temprana niñez, los signos verbales de imágenes representativas corresponden solamente al pensamiento “instintivo”, es decir, a representaciones muy concretas: la mamá, la mamadera, la sonaja. Esta capacidad los seres humanos la comparten con los animales superiores. Antes de transformarse en un pensamiento lógico y articulado, el mundo de la imaginación tiene que transformarse en un mundo de ideas. Las imágenes concretas y particulares que se obtienen por la percepción deben estructurarse en ideas abstractas, esto es, deben ontologizarse. Esta capacidad es privativa de los seres humanos.

La diversidad de imágenes debe sintetizarse en conceptos o ideas más unificadoras y universales. La relación ontológica es la unión sintética de imágenes que son representaciones concretas y particulares de la realidad. La imágenes, como unidades discretas, conforman una estructura unificadora y abstracta de escala mayor, que es la idea o concepto. Esta capacidad para relacionar ontológicamente las representaciones más particulares y concretas en conceptos más universales y abstractos se va logrando en la misma medida que se va adquiriendo el lenguaje. El pensamiento no sólo necesita la mediación del lenguaje, también el lenguaje comunica gran parte de los contenidos de pensamiento. La palabra es el signo lingüístico de la idea, y la idea engloba la multiplicidad de imágenes particulares. Alrededor de los siete años de vida, cuando se ha operado la transformación del mundo de la imaginación al mundo de las ideas, el niño comienza a pensar en forma perfectamente lógica. La estructuración de las relaciones ontológicas y causales se convierte en juicios que adquieren lugares lógicos, como proposiciones, dentro de una estructura racional de la que se derivan conclusiones proposicionales perfectamente válidas. No obstante, estas relaciones ontológicas, aunque de por sí abstractas, siguen perteneciendo todavía a un nivel bastante concreto, sin alcanzar aún la abstracción que se logra posteriormente. Lo pensado siempre es referido a algo concreto. La idea siempre descansa en las imágenes que la estructuran. Sin embargo, un niño de esa edad tiene un pensamiento reflexivo y es consciente de sus propios actos, y es, por lo tanto, responsable por los mismos. Él adquiere la conciencia de sí, mediante la cual lo pensado es discutido consigo mismo antes de actuar, haciendo un distingo radical entre el sujeto y el objeto de la acción. Un niño de siete años ya comienza a actuar en forma intencionada, sabiendo perfectamente los efectos morales, éticos y prácticos que pueda acarrear su acción.

Posteriormente, con el desarrollo del individuo en la adolescencia, probablemente como efecto de estímulos hormonales que tienen la virtud de estructurar aún más el cerebro hasta su plenitud, adviene el pensamiento formal y abstracto. Este ya no consiste meramente en estructurar relaciones ontológicas como representaciones de objetos concretos y particulares, ni de unir conceptos para formar juicios, ni en aplicar relaciones lógicas a cualquier sistema de proposiciones más o menos concretas, ni tampoco en ejecutar con el pensamiento acciones posibles sobre los objetos representados concretamente, como ocurre en el pensamiento concreto y la imaginación. El pensamiento abstracto consiste en estructurar unidades representacionales completamente abstractas e independientes de los objetos particulares como producto de las relaciones ontológicas que el individuo ha conseguido estructurar. Estas nuevas relaciones ontológicas están más cerca de la unidad de lo universal y, en tanto representaciones, no tienen referencia directa a alguna imagen, aunque sí a una idea concreta en cuanto su unidad discreta de escala inferior. En consecuencia, las ideas abstractas pueden ser simbolizadas. Estas ideas totalmente abstractas pueden estructurarse como proposiciones simbólicas, y consiguen, por lo tanto, ser relacionadas lógicamente por el pensamiento formal y lógico sin dificultad alguna, como en las matemáticas y la lógica simbólica.

La elaboración del pensamiento abstracto y su sometimiento al juego lógico de la razón es el mecanismo surgido en la naturaleza, tras una larga evolución biológica, que ha permitido al ser humano la conciencia de sí, la concepción significativa de las cosas, la comunicación de esta concepción a otros seres humanos mediante el lenguaje, el dominio creativo e inédito de su medio a través de la acción intencional y solidaria, la afectividad del sentimiento y, en estructuraciones en escalas aún superiores, la revelación de su yo profundo. Inexorablemente, la estructura cerebral se desarrolla ontogenéticamente en cada ser humano, en ausencia de patologías, según las pautas genéticas pertenecientes a nuestra especie, para funcionar en forma racional y lógica, consciente y reflexiva, abstracta y simbólica. Nos resta por ahora analizar el modo de funcionamiento de nuestro cerebro.



Estructura y funcionamiento del cere­bro



Cerebro y analogías


En el curso de la historia, no fue fácil concluir que tanto las emociones y los sentimientos, la imaginación, el pensamiento y el raciocinio como la volición y la decisión son funciones del cerebro, aquel montón de jalea grisácea sin ordenamiento ni organización aparente. Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.) no pudo más que identificar el corazón con el órgano del pensamiento, músculo que palpita vida, relegando el cerebro a un desmerecido papel de radiador para enfriar la sangre. Solamente con Hipócrates (460 a. C. – 370 a. de C.), hace 2400 años, se ha localizado el lugar del intelecto, la afectividad y la intencionalidad dentro del cráneo. Posteriormente, los excelentes estudios y experimentos del sistema nervioso realizados por Galeno (130-200), en el siglo II d. C., tuvieron vigencia en los 1400 años siguientes, hasta un nuevo impulso dado por Andrés Vesalio (1514-1564), en el siglo XVI. El conocimiento del cerebro y el sistema nervioso ha adquirido actualmente un creciente desarrollo debido al trabajo de legiones de neurólogos, psicólogos y fisiólogos.

En general, la característica de la facultad cognitiva se ha relacionado con las ideas en boga o con las tecnologías prevalecientes. Hasta la Edad Moderna se creyó que esta facultad es espiritual. Esta creencia fue reforzada durante la Edad Media por la filosofía neoplatónica que, más interesada en la religión que en la filosofía misma y con una fuerte dosis de maniqueísmo, suponía que el alma es cosa de Dios, y el cuerpo, cosa del Demonio, y que sólo el alma puede conocer la verdad divina. Ya en la Edad Moderna, Renato Descartes (1596-1650), aunque mecanicista en relación con el funcionamiento del cuerpo, fue un dualista aún más drástico. Separó del funcionamiento del cuerpo las sensaciones, percepciones, sentimientos, emociones, voluntad y pensamientos, asignando todas estas funciones o propiedades a una mente espiritual. Para su época de poleas, palancas y engranajes, era inconcebible que tales funciones psíquicas pudieran ser semejantes a los mecanismos conocidos y que explicaban, por otra parte, el funcionamiento del esqueleto y los músculos. Pero al efectuar tal distinción, Descartes había puesto en sendas esferas separadas y hasta estancas al sujeto del pensamiento y el objeto del conocimiento.

La distinción cartesiana entre res cogitans y res extensa aún sigue penando en la ciencia cuando se habla de pensamiento abstracto y razón lógica y se hace la distinción entre mente espiritual y cerebro físico. A esta tradición pertenecen aún no pocos psicólogos y psiquiatras. Por el contrario, en lo referente a la mente en general y el pensamiento abstracto y lógico en particular la res cogitans es parte de la res extensa, es decir, que tal distinción es errónea y que no existe en la realidad. Tal como en la Edad Moderna, que por influencia del mecanicismo el cerebro fue imaginado por algunos como un conjunto de mecanismos hidráulicos, ruedas, poleas y engranajes, a modo de un sofisticado reloj mecánico, a fines del siglo XIX lo fue relacionado con cables eléctricos, a modo de una central telefónica. En la actualidad, se tiende a comparar este órgano con una computadora muy compleja, que además de electrónica es química.

El cerebro es efectivamente una maquinaria neurológica extraordinariamente compleja y posee una estructura y un modo de funcionar tan propio como sofisticado que las analogías con aparatos y mecanismos físicos hechos por el hombre son verdaderamente absurdas. Poco se puede avanzar en este afán descriptivo relacionando el cerebro con el hardware de una moderna computadora. Peor aún, algunos suponen que el genoma humano, que es la suma total de los genes de los cromosomas, puede especificar no sólo la estructura completa del cerebro, sino también hasta imágenes y pensamientos abstractos. Seguramente no han calculado que la cantidad de sinapsis es tres veces superior a la cantidad de genes. El genoma construye sin duda las características estructurales del cerebro, pero no se le puede atribuir a ella los productos de sus funciones, como pensamientos, sentimientos e intenciones.

Verdaderamente, el cerebro es una máquina fisiológica que confecciona notables productos intelectuales, afectivos y efectivos. No solamente es un aparato que reacciona pasivamente ante estímulos externos, sino que tiene un carácter eminentemente activo. No solamente está determinado por la experiencia pasada, sino que también por los planes, programas y proyectos que formula. No solamente es capaz de crear modelos de futuro, sino que también de subordinar su conducta a éstos. El cerebro tiene estas capacidades porque en él se efectúan tanto las funciones coordinadoras y reguladoras como las cognitivas, afectivas y efectivas de un individuo. Así, pues, este órgano es la central receptora de las sensaciones, enorme flujo de información que proviene desde los cinco sentidos, es el lugar formador de percepciones, es el taller creador de imágenes, es la unidad sintetizadora de ideas, es el centro lógico de raciocinios, es el almacén de memorias que se guardan por décadas y que se recuerdan cuando es necesario, es el cuartel arbitrador de deseos, es el eje de otros muy variados procesos psicológicos, como el pensamiento instintivo, lógico y abstracto, el lenguaje y la comunicación, es el albergue de emociones y sentimientos, es el origen de las acciones intencionales e instintivas, y también es el centro controlador de cientos de músculos que funcionan simultáneamente para llevar a la acción los deseos que formula.


Cerebro y capacidades


El cerebro es un órgano que funciona tan silenciosa y fluidamente que nos da la impresión de que se trata de algo inmaterial. Produce y almacena tal cúmulo infinito de representaciones que lo suponemos espiritual. Importa destacar que todas estas funciones mentales o psicológicas se efectúan en esta estructura exuberantemente organizada e interconectada de un modo unitario, no homogénea. Este órgano fisiológico no sólo posee una excepcional estructuración dentro de una misma escala, sino que su estructuración comprende varias escalas incluyentemente jerarquizadas, que están construidas en forma interdependiente, y todo ello culmina en la conciencia. En comparación con esta masa de jalea, una computadora es una máquina muy simple, cuya estructura propiamente inteligente se encuentra en una sola escala, alrededor del chip y sus vericuetos de múltiples transistores y condensadores microscópicos, para realizar el único tipo de función de procesamiento lógico de datos.

En el ascenso evolutivo, desde el punto de vista neurológico, el sistema nervioso central llegó a estructurarse, pasando por sucesivas escalas, en cerebro. En su desarrollo filogenético, éste, además de perfeccionar, magnificar y adicionar la estructuración dentro de una misma escala, se fue estructurando en escalas mayores. El desarrollo y el perfeccionamiento estructural de este blando "hardware" fueron posibilitando una mayor diversidad de funciones, lo cual ha permitido a los individuos cerebrados responder con éxito creciente a las diferentes presiones ambientales. Por otra parte, desde el punto de vista de la estructuración ontogenética, del cerebro se estructura siguiendo la información codificada del programa genético heredado, obedeciendo a normas filogenéticas rígidas. Pero al genoma se suma evidentemente la influencia de los factores ambientales, de aprendizaje y de comportamiento del individuo, que permiten estructurar diversas conexiones y memorias particulares, pues esta estructuración ontogenética de conexiones se produce por la estimulación reiterada a causa de las experiencias individuales.

El ser humano se distingue fisiológicamente de todo el resto de los animales principalmente por la magnitud y complejidad de su cerebro. El volumen de su cerebro en relación con el tamaño de su cuerpo es una característica propia suya. Además, la superficie que cubre su cerebro y el número de conexiones neuronales que contiene ha ido adquiriendo un aumento que desde el punto de vista fisiológico esté quizá próximo de un límite inviable, pero ciertamente muy lejos del chimpancé, el animal que lo sigue en la escala de estas relaciones. El cerebro humano tiene cuatro veces más neuronas corticales que el de los monos más evolucionados.

Sin embargo, se podría dudar que el cerebro humano sea la estructura más funcionalmente compleja del universo en proporción a su masa. Tal mérito se le podría atribuir posiblemente al cerebro de un pájaro, ya que tal estructura no puede ser por una parte muy pesado y masivo para no afectar su vuelo, pero por la otra, debe desempeñar un sinnúmero de funciones, como ser capaz de controlar con facilidad un vuelo muy rápido y preciso en medio de muchos obstáculos potencialmente fatales, defender su territorio, celebrar complejos ritos de apareamiento, construir complicados nidos, empollar y criar con dedicación a la prole. Esta sumamente exitosa funcionalidad para una masa de un par de gramos y hasta menos puede observarse en ciertos loros a los que se les ha enseñado a asociar imágenes de objetos con palabras habladas, a asociar más de dos imágenes y a dar respuestas habladas a lo que se les pregunta. También los insectos poseen una estructura cerebral muy compleja en relación a su masa. Por ejemplo, un zancudo tiene un sistema nervioso central que tiene un peso equivalente de una fracción de un miligramo y, sin embargo, puede realizar proezas en su afán de picar un ser de sangre caliente y salirse con la suya.

El hombre moderno, surgido hace unos 100.000 mil años, tiene una capacidad craneana similar, si acaso no menor, a la del hombre de Neandertal (1450 cc vs. 1550 cc respectivamente, en promedio), siendo que éste tenía supuestamente una capacidad intelectual mucho menor. Al parecer, la necesidad de organizar el limitado espacio disponible dentro de la caja craneana ha hecho disminuir estructuras cuyas funciones pierden ciertamente su importancia debido a la preponderancia adquirida por la zona cortical, como es el caso con el olfato. También el cerebro humano se ha tornado más complejo a través de estructuras más eficientes en cuanto a mejor irrigación sanguínea, más y mejores conexiones, especialización de funciones, etc. Una mayor complejidad del cerebro es directamente proporcional, primero, a una gran plasticidad, o capacidad para acomodarse a las distintas circunstancias ambientales, y, segundo, a una enorme potencialidad, o capacidad para asumir tareas específicas difícilmente previsibles. En estas dos capacidades el cerebro humano supera lejos al del resto de los animales.

Suponiendo una misma densidad en la interconexión de neuronas en el cerebro de un ser humano y en el cerebro de un chimpancé, dos más parecen ser las características más relevantes que hacen que el primero sea funcionalmente muy superior al segundo, y que incluso si un cerebro de chimpancé creciera tanto como para ocupar un cráneo humano, tres veces mayor, este cerebro seguiría siendo de simio: 1º la cantidad de conectores, que son las neuronas piramidales, que conectan una cantidad muy grande de neuronas como si fueran carreteras de mucho tráfico, y 2º estos conectores que poseen muchas salidas y entradas para numerosas zonas del cerebro, como si fueran barrios de una gran ciudad. Estas dos características posibilitan el pensamiento abstracto y racional tan propiamente humano.


Cerebro y mente


Sin duda, nuestro cerebro es comparativamente grande y complejo, pero no hay que olvidar, por otra parte, que la fabulosa funcionalidad de nuestra capacidad cognitiva, afectiva y efectiva con relación a su aparentemente reducido tamaño ha hecho suponer, hasta recientemente, que dentro del cráneo existe el cerebro y la mente como dos entidades apartes, siendo la segunda inmaterial, y a la que se le atribuyen las funciones intelectuales más propiamente humanas. Esta suposición, heredada de Descartes, ha minimizado, desde luego, aquellas funciones que compartimos con los demás animales, puesto que el funcionamiento de las facultades propiamente intelectivas no podía ser siquiera imaginado que pudiera ser efectuado por una cosa tan carnal como el cerebro, bueno para un delicioso budín, al menos no de aquéllos provenientes de seres humanos. Ahora estamos en condiciones para identificar la mente no con una entidad, sino que con las funciones psíquicas del cerebro.

Para alcanzar a comprender la enorme funcionalidad del cerebro es conveniente compararla con otras maravillas de la naturaleza. Así, por ejemplo, el ADN del genoma, que está contenido en los microscópicos cromosomas de cualquier pequeñísima célula, posee una cantidad de información tan verdaderamente prodigiosa que provee el código para dirigir y controlar la estructuración y desarrollo de seres tan complejos como un pimiento o un caballo. Si comparamos la capacidad de esta minúscula estructura biológica y que combina únicamente cuatro nucleótidos para conformarla, con la relativamente gigantesca masa encefálica con su apiñada interconexión de millones de neuronas estructuradas en escalas múltiples e incluyentes, es posible comprender que la naturaleza de una organización netamente biológica haga posible la extraordinaria y misteriosa funcionalidad del sistema nervioso central.

Las funciones mentales o psicológicas del cerebro generan productos psíquicos. Las funciones son cognitiva, afectiva y efectiva y se resumen en regular, coordinar y controlar la actividad neuromotriz según la demanda sensorial. Los productos más importantes, de al menos el cerebro de todo animal superior, son percibir y sintetizar las sensaciones en percepciones e imágenes representativas del mundo exterior; registrar representaciones de aconteci­mientos significativos y relacionarlas con otras análogas; representar acontecimientos exteriores y simular programas de acción; actualizar los programas de acción que están contenidos en el sistema en función de estímulos.

El pensar abstracto y el razonar lógico son las dos funciones cerebrales netamente humanas y distinguen a los seres humanos del resto de los animales. Estas funciones están radicadas en el neocortex, que es la parte externa del cerebro humano y donde existe un desarrollo muy grande de las neuronas de asociación, las cuales permiten el procesamiento de la información hasta la escala de la abstracción. La estructuración del cerebro para funcionar a esta escala comenzó a desarrollarse con rapidez en los homínidos a partir de hace unos 2,5 millones de años, cuando la capacidad craneana de esta rama de los primates apenas alcanzaba los 600 cc.

Todas las funciones del cerebro no pertenecen evidentemente a la misma escala. Esto que estamos expresando tan simplemente es fuente de las enormes dificultades que tanto científicos como filósofos tienen para comprender las funciones cerebrales. El problema subyacente es doble y recíproco. Por una parte, los científicos se empeñan por localizar la parte del cerebro que pueda desempeñar alguna función específica. Por la otra, al parecer, desconocen que si las estructuras están ordenadas en escalas incluyentes, las funciones están del mismo modo ordenadas. La noción de la funcionalidad mental multiescala incluyente del cerebro debiera aclarar en cierta medida la gran confusión vigente de la psicología y la epistemología y también entre ambas.


El sistema nervioso


Imbuidos en analizar el cerebro, no debemos olvidar que éste es una de las unidades discretas del sistema nervioso. Éste consiste en tres unidades discretas básicas: el cerebro o sistema nervioso central, la red nerviosa aferente o sensorial cognitiva-afectiva y la red nerviosa eferente o motora. Gracias a estas dos redes, el cerebro se relaciona con el medio externo tanto para ser afectado como para afectarlo. Sin éstas, aquél no sólo sería un órgano inoperante, sino que no se podría haber desarrollado, pues no se comprende la existencia de este órgano aislado de su entorno.

El circuito de la red aferente comienza en los órganos sensoriales, estando particularmente el del tacto ubicado en todo el cuerpo. Los nervios, que son largas neuronas interconectadas, se dirigen desde las muy especializadas neuronas receptoras a la médula espinal, y de allí al cerebro a través del tallo cerebral. En el cerebro los conductos nerviosos pasan por la formación reticular, el tálamo, el hipotálamo y las estructuras límbicas, hasta llegar a las capas corticales. La red eferente sigue paralelamente el camino inverso a partir de varias capas motoras y núcleos subcorticales motores. Por su parte, las señales para el sistema nervioso autónomo o visceral surgen de las regiones evolutivamente más antiguas: la amígdala, la corteza cingular, el hipotálamo y el tronco encefálico.

El tálamo funciona como estación receptora-transmisora de las vías aferente y eferente en relación con el córtex. Las redes se aúnan en troncos que llegan y salen del cerebro. La columna vertebral contiene la médula espinal, que es un importante tronco de las ramificaciones nerviosas que conecta al cerebro con el tronco y las extremidades del organismo. Mientras la red aferente conduce al cerebro las sensaciones que los órganos o núcleos de sensación captan del ambiente, llegando hasta las áreas sensitivas del córtex, la red eferente, cuyos troncos salen de las áreas motrices del córtex, pone al sistema nervioso central en contacto con los músculos del cuerpo y con parte del sistema endocrino. Usualmente las fibras de neuronas de ambas redes van protegidas dentro de vainas de mielina.

El sistema muscular-esquelético, o aparato motor, es el único medio que tiene un organismo para relacionarse activamente con el medio externo. De este modo, el cerebro imparte órdenes a los músculos para contraerse según los requerimientos, y éstos actúan en los brazos de palanca de la estructura óseo-cartilaginosa articulada y en los mismos tejidos. Puesto que los músculos ejercen fuerza sólo cuando se contraen, en las articulaciones existen pares de músculos, uno a un lado y el otro al lado opuesto, de modo que un músculo fuerza el movimiento de la articulación en un sentido y su par lo devuelve posteriormente a la posición original. También la red eferente llega a algunas glándulas, las que liberan hormonas según los dictámenes del cerebro.

Mientras la vía aferente permite al cerebro conocer y la vía eferente le permite actuar, el cerebro mismo, sobre la base de la información que recibe del medio externo, dirige, regula y coordina la acción del organismo para obtener el máximo provecho posible de la interacción con dicho medio según las dos funciones orgánicas de supervivencia y reproducción. El organismo, enfrentado al ambiente ambivalente de ser tanto providente como destructor a la vez, responde o en forma agresiva y de búsqueda, o en forma defensiva o de huida. En forma similar, responde o en forma interesado o indiferente ante un individuo del sexo contrario cuando se muestra receptivo o no para un acoplamiento, no sin antes realizar los ritos del cortejo propios de cada especie.

Así, pues, el sistema nervioso posee un circuito de señales nerviosas, las que desde los sentidos, que son estimulados por la causalidad del ambiente, se dirigen al cerebro, el que procesa la información que les remite y que luego ordena mediante nuevas señales nerviosas la reacción del organismo a través de sus componentes motores. Pero este circuito unidireccional no sólo tiene por función enviar al cerebro la información recibida del ambiente y viceversa, sino que también enviar desde el cerebro a los sistemas musculares para que afecten el medio. Es fundamental destacar que se caracteriza también porque el cerebro está retroalimentado. En efecto, la red aferente reporta también la acción que es ejecutada por las señales que el cerebro envía a través de la red eferente. La información de retroalimentación puede provenir tanto de la cosa misma que es actuada por el aparato motor del organismo vía los órganos sensoriales como de las manifestaciones táctiles de los músculos al ser accionados. Este sistema de retroalimentación permite al cerebro conocer el efecto de su decisión y corregir instantáneamente su accionar.


Las neuronas


La ciencia persigue establecer el mapa estructural del cerebro para sus distintas funciones, pero también busca analizar los mecanismos y procesos cerebrales fundamentales para descifrar cómo éste funciona. Los neurofisiólogos han descubierto que las unidades discretas básicas de toda estructura del sistema nervioso central están constituidas únicamente por dos tipos de células: las glías y las neuronas, en una proporción de 10 a 1. Conexiones neuronales más densas requieren una mayor cantidad de glía, las que dan una coloración oscura, llamada materia gris. Las glías se cree que sirven principalmente de tejido de relleno o de soporte para las segundas, y controlan la composición iónica, los niveles de neurotransmisores y el suministro de citiquinas. Además, las glías tienen una función particular en el sistema autónomo, ya que están conectadas tanto a la acción muscular como a los sentidos de percepción. Se ha observado que las glías llamadas astrocitos reaccionan a la electricidad, por lo que podrían modular el comportamiento de las neuronas.

Por su parte, las neuronas tienen propiamente las funciones de comunicación y almacenaje de información. Ellas son las unidades discretas básicas del sistema nervioso, incluyendo especialmente el cerebro, por lo cual constituyen también las unidades discretas de toda estructura informacional. Su función es transmitir o no señales o datos de información. Las neuronas cerebrales de la memoria poseen una segunda función: almacenar estas señales o datos. En tercer lugar, las neuronas se conectan con otras neuronas de manera determinada, de modo que entre una neurona de entrada de información y una de salida existen neuronas intermedias que modulan, evalúan y procesan la información. Por estas tres funciones de su comportamiento estos conjuntos de neuronas, o túbulos, funcionan de modo semejante a las computadoras, lo que ha llevado a ingenieros cibernéticos a intentar reproducir la inteligencia biológica en forma artificial y a suponer que algún día se podrá fabricar un cerebro humano.

Existen tres tipos de neuronas en el sistema nervioso. En primer lugar están las sensitivas o aferentes que transmiten directamente la información desde los núcleos sensitivos o receptores hasta el tálamo, vía ascendente. En segundo lugar están, en el sistema nervioso central, las neuronas de asociación, aquellas propias del cerebro y que relacionan unidades discretas de diferentes escalas de contenidos de conciencia, o las sintetizan en escalas mayores. Por último están las neuronas motoras o eferentes, las cuales parten de la corteza motora y se dirigen vía descendente a lo largo de la médula espinal para llegar a cada músculo del cuerpo, de modo que casi todas las funciones motoras del organismo son controladas directamente por el sistema nervio­so central. Tanto las neuronas aferentes como las eferentes son células largas que se aúnan en fibras nerviosas en los ramales y troncos del sistema nervioso.

La principal característica de las neuronas es la excitabilidad eléctrica de su membrana plasmática, estando especializadas en la recepción de estímulos y la conducción del impulso nervioso entre ellas o con otro tipo de células, como la unión neuromuscular entre una neurona y una fibra celular muscular. Las neuronas son células nerviosas y están compuestas morfológicamente de tres partes: un núcleo central o cuerpo llamado soma, manojos de largos filamentos que reciben información, llamados dendritas, que se proyectan de éste, y una extensa prolongación denominada axón y que conduce los impulsos desde el soma hacia otra neurona. El cerebro humano contiene unos cien mil millones de células de este tipo que se ligan entre sí, dendritas con axones, formando unos mil billones de conexiones que conforman una estructura general, o red neural, de interconexiones muy densas. Las conexiones se llaman sinapsis. En conjunto las neuronas disparan diez mil billones de veces por segundo, mientras gastan menos energía que una ampolleta. La funcionalidad cerebral es directamente proporcional a la cantidad de conexiones. Las distintas aptitudes de un individuo implican determinadas conexiones. Probablemente, Mozart poseía un cerebro con conexiones neuronales peculiares; su genética y, además, su actividad musical, que fue estimulada desde su tierna infancia, contribuyeron a producir su genio, lamentablemente conocido por muy pocos en la actualidad.


La comunicación


Una de las funciones principales de las neuronas es conducir y transmitir señales, desde las dendritas hasta el axón. Una neurona puede llegar a medir hasta unos 30 centímetros. A su interior, las señales transitan como impulsos eléctricos. Estos recorren la longitud de la célula sin ninguna pérdida de intensidad, a pesar de la mala conductividad eléctrica que posee cualquier tejido biológico. Ello es posible gracias a que la velocidad del impulso nervioso dista mucho de llegar a la de la electricidad conducida, por ejemplo, por alambres de cobre. Aquélla alcanza a un máximo de tan sólo 100 metros por segundo cuando la fibra se encuentra dentro de una vaina de mielina, y únicamente a 0,5 metros por segundo en los impulsos más lentos, en tanto que la velocidad de los electrones en un conductor eléctrico es cercana a la de la luz: 298.000 kilómetros por segundo. Debido a las relativamente lentas velocidades del impulso nervioso, existen concentraciones nerviosas en el organismo más cerca de la acción que sirven para responder en forma más expedita a las demandas externas, en lo que se denomina acto reflejo. Así, mucho antes de que el cerebro registre el dolor e imparta una orden, un individuo ya ha retirado su mano del fuego.

A diferencia de cables eléctricos, la neurona no transporta propiamente energía, sino que señales eléctricas. La energía requerida para conducir las señales la aporta la misma neurona, y una vez enviada ésta, recupera aquélla. Esta característica representa una ventaja, pues permite a la neurona entrar repetidamente en actividad, y al cerebro no recalentarse cuando está en plena actividad. El mecanismo de transmisión del impulso nervioso funciona de una manera muy peculiar. En primer lugar, la membrana plasmática, que mantiene dentro el contenido celular como la de cualquier célula, está polarizada. Cuando la célula está en reposo, la superficie externa tiene carga positiva, y se establece un potencial de 70 milivoltios entre ambos lados de la membrana (potencial de reposo). En segundo lugar, la membrana es permeable dependiendo del tamaño de los iones: los grandes aniones protoplasmáticos del interior no pueden atravesarla y el pequeño ión positivo de potasio se difunde con relativa facilidad en ambos sentidos; en cambio, la permeabilidad para el ión positivo de sodio, más grande que la de potasio, es mucho menor y el protoplasma tiene la propiedad de expulsarlo activamente. En tercer lugar, la concentración de sodio en el líquido extracelular es de 10 a 15 veces superior al intracelular.

El impulso nervioso en una neurona se desencadena por un estímulo localizado que afecta la permeabilidad de la membrana, que aumenta súbitamente, abriéndose un canal iónico que permite la entrada de iones de sodio impulsados por el gradiente de concentración. Cuando nuevos iones de sodio del medio externo son atraídos y penetran en la membrana, el potencial de reposo disminuye hasta un valor crítico tras el cual el potencial se invierte. Cuando el potencial positivo llega a 100 milivoltios en el interior de la membrana, el fenómeno se hace explosivo y dispara. La onda de excitación se va extendiendo por toda la fibra en rapidísima sucesión. De este modo, el impulso nervioso recorre la longitud de la célula hasta llegar al axón. En la neurona su membrana recupera, inmediatamente después, la impermeabilidad para el sodio. De la fibra escapa un ión potasio, impulsado por el gradiente de concentración, y de nuevo el interior se hace electronegativo, repolarizándose. El estado original no se recupera hasta que los iones sodio, que han entrado, y los iones potasio, que han salido, no vuelven a sus sitios respectivos. Todos estos cambios, tan lenta y laboriosamente descritos, ocurren no obstante en milisegundos y sin dificultad.

Se pueden advertir cuatro características importantes en el mecanismo descrito de la conducción de un impulso nervioso dentro de una neurona. Primero, es un proceso de sí o no, o de todo o nada. Si el ataque químico inicial logra reducir la permeabilidad de la membrana celular y un ión positivo logra ingresar dentro de la célula, el impulso nervioso comienza a transmitirse por la célula; de lo contrario no ocurre nada. Segundo, el impulso recorre toda la distancia dentro de la célula sin pérdida alguna de tensión. Tercero, la célula no aceptará otra señal hasta que no haya restablecido su propio equilibrio eléctrico, cosa que no tarda en ocurrir con el ingreso de un nuevo electrón apenas el impulso nervioso deja la célula si aún quedan señales que transmitir. Cuarto, las señales poderosas se transmiten con una frecuencia mayor que las señales más débiles, aunque todas tengan la misma intensidad y la misma velocidad de transmisión, siendo la frecuencia máxima de doscientos impulsos por segundo, ya que la recarga después de disparar demora cerca de dos centésimas de segundo; también la intensidad del impulso depende de la calidad de la sinapsis.

Dos neuronas adyacentes no están pegadas en la sinapsis. Entre el axón de una neurona y la dendrita de otra media una muy pequeña distancia. En las conexiones o sinapsis entre dos neuronas, la barrera es traspuesta por neurotransmisores, de los que más de 50 tipos diferentes han sido identificados. Un mensaje, que recorre una neurona como impulso eléctrico, pasa como reacción química por la sinapsis, a través del neurotransmisor, desde el terminal bulboso del axón hasta una dendrita filamentosa de una segunda célula, donde se convierte en un nuevo impulso eléctrico. En la sinapsis existe una determinada capacidad de afectarse a causa de las proteínas específicas que conforman los terminales de la neurona y la sustancia química particular del neurotransmisor. De ese modo, un sencillo mensaje alcanza a recorrer largas distancias a gran velocidad y a involucrar miles de neuronas. En la sinapsis el impulso eléctrico modifica la estructura de un neurotransmisor, sustancia química que lo sigue conduciendo por medios químicos hasta otra neurona, trasponiendo la estrecha distancia sináptica que media entre un axón de una neurona con la dendrita de otra célula, e induciendo o estimulando la recepción en la dendrita, y la señal continúa su curso en la otra célula como impulso eléctrico, y así sucesivamente a través del sistema nervioso. Una sinapsis no es simplemente una conexión, sino que es también un signo de tránsito unidireccional.

Los principales neurotransmisores del cerebro son seis. La acetilcolina regula la capacidad para retener una información, almacenarla y recuperarla en el momento necesario. La dopamina fomenta la búsqueda del placer y de las emociones así como al estado de alerta. La noradrenalina promueve la atención, el aprendizaje, la sociabilidad, la sensibilidad frente a las señales emocionales y el deseo sexual. La serotonina juega un papel importante en la coagulación de la sangre, la aparición del sueño y la sensibilidad a las migrañas, y es utilizada para fabricar la melatonina. El ácido gamma-aminobutírico o GABA es el neurotransmisor más extendido en el cerebro y está implicado en ciertas etapas de la memorización siendo un neurotransmisor inhibidor, permitiendo mantener los sistemas bajo control y favoreciendo la relajación. La adrenalina permite reaccionar en las situaciones de estrés, siendo una tasa elevada causante de fatiga, falta de atención, insomnio, ansiedad y depresión.

Si las unidades discretas fundamentales del cerebro son las neuronas, éstas se distinguen entre sí por su especialización. Además, su estructuración general admite varias escalas distintas, desde grupos de neuronas específicas y especializadas que intervienen en las funciones de las escalas más simples, pasando por sistemas que incluyen diversos agrupaciones específicas y agrupaciones de agrupaciones, hasta la estructura que se identifica con el cerebro mismo, como veremos más adelante. En el caso de las neuronas asociativas, cuyos manojos de dendritas y sus axones únicos están conectados respectivamente con axones y dendritas de muchas otras neuronas, un mismo impulso nervioso suele retornar repetidamente, activando el mismo conjunto por un prolongado tiempo. Esta característica permite mantener contenidos de conciencia presentes en una memoria de corto y mediano plazo, de naturaleza electroquímica, y posibilita la creación de una memoria de largo plazo mediante la síntesis de proteínas en las sinapsis. También esta característica es fundamental para lograr un estado de conciencia.


La memoria


Además de conducir y transmitir señales, algunas neuronas y grupos de neuronas tienen la capacidad para almacenarlas. Esta función es especialmente importante para todos los procesos cognitivos, desde las mismas percepciones hasta los racionamientos más abstractos. En efecto, la memoria es una de las unidades discretas de la conciencia, aquella que le permite trascender el tiempo y vincularse con el pasado. Dependiendo de la escala de estructuración, grupos de neuronas memorizan desde sensaciones, percepciones e imágenes hasta ideas abstractas y juicios. La memoria provee el contenido significativo en cada instancia del procesamiento psíquico. Los procesos cognitivos van desde relacionar sensaciones para estructurarlas en percepciones hasta relacionar ideas en estructuras lógicas. La estructura general de estas múltiples unidades y modalidades de almacenamiento constituye la memoria.

La memoria no es una parte del cerebro, sino que es una de sus funciones. Más propiamente, ella es una función de la interconexionalidad de las neuronas estructuradas en escalas sucesivamente incluyentes de la densa red neuronal que conforma el cerebro. No está en un lugar específico del sistema nervioso central, como sí lo está en una computadora, cuyas funciones de memoria y procesador lógico ocupan lugares distintos. La memoria biológica ocupa la misma red que procesa la información, y que posee además todas las otras funciones psicológicas conocidas del cerebro. Así, mientras la memoria artificial es capaz de almacenar bits o datos de información, esto es, símbolos con un código adjunto para su recuperación y uso, la del cerebro almacena conjuntos completos cuyas unidades se relacionan entre sí. Además, los bits de la memoria artificial están referidos a la misma escala, en tanto que la memoria biológica comprende tantas escalas incluyentes como la estructuración que posee el sistema de red del cerebro. Si alguien quisiera construir una memoria artificial que imitara la memoria biológica, debiera tener en cuenta lo dicho.

Las unidades discretas de la estructura básica de la memoria son las sinapsis modificadas permanentemente por unidades de experiencias que llegan a estructurar macromoléculas proteicas sintetizadas a fuerza de repetición de estímulos. Las sinapsis de memoria almacenan básicamente bits de información sensorial. Un conjunto estructurado de sinapsis, probablemente un túbulo, almacena contenidos de conciencia más complejos, como una sensación. Una colectividad de conjuntos estructurados en una red, o en un núcleo, pertenecería a una escala superior y almacenaría un contenido de conciencia de una escala equivalente, como, por ejemplo, una percepción. Podríamos suponer que una red neuronal destinada a memorizar contenidos de conciencia de escalas aún mayores requeriría redes estructuradas que contengan estructuras neuronales incluyentes, como sus unidades discretas, hasta llegar a la escala requerida. Así, cuando una zona, o sistema, es activado por alguna señal, se produce el recuerdo estructurado en dicha zona o en dicho sistema. La conciencia evoca estas memorias y las relaciona, elaborándolas y estructurando contenidos más complejos. Estas serían activadas por la conciencia en su actividad por producir una respuesta adecuada a la estimulación del ambiente. De esta manera la memoria provee información a la conciencia para que elabore sus contenidos en todas las escalas que le son permitidas.

La función de la memoria es doble: adquirir y retener información, y evocar la información retenida. Su mecanismo es en la actualidad muy poco conocido, pero se saben algunos hechos. Todo el material que se recuerda proviene en último término del mundo externo. Así, la materia prima para las elaboraciones psíquicas proviene tanto de la experiencia del mundo externo como de los contenidos de conciencia almacenados en la memoria y que se hacen directamente presentes al ser evocados. En el proceso de transformación de la experiencia en memoria, es decir, de objeto percibido por los sentidos en imagen o figura representada, hasta almacenar ideas abstractas y razonamientos, intervienen las señales eléctricas, el establecimiento de nuevas conexiones sinápticas y la formación de complejas moléculas proteicas en las neuronas. En la actividad de aprendizaje, se estimulan la formación de macromoléculas proteicas en las conexiones sinápticas involucradas, aquellas que han sido activadas eléctricamente por la experiencia, para justamente almacenarla.

La memoria, que se identifica con el recuerdo, es distinta de la capacidad para recordar. Todos sabemos que resulta más fácil reconocer el recuerdo que evocarlo, como si su posibilidad de actualización se perdiera en la maraña de los circuitos neuronales establecidos, sin encontrar el interruptor, clave para efectuar la conexión de acceso del circuito en cuestión. Un breve reconocimiento es como encontrarse con el interruptor y recordar lo que se ha experimentado o se conoce. Pero dar con el interruptor resulta muchas veces en un agotador esfuerzo que muchas veces resulta vano, aunque el recuerdo esté en la “punta de la lengua”. De ahí la necesidad de contar con ayuda memorias, las cuales facilitan el evocar lo que se sabe. La creencia de que aquello que recordamos son formas inmateriales inalterables de entes no se compadece con el mecanismo del aprendizaje. Por aquella creencia, se estima que la veracidad de un testimonio depende únicamente de la intención del sujeto, ignorándose la fragilidad inherente de la memoria que logra retener tan sólo residuos de percepciones, las cuales están lejos de evocar imágenes y acontecimientos veraces. Además es posible suponer a veces que ciertos recuerdos que se llegan a evocar han sido efectivamente experimentados, cuando lo que ha ocurrido es una mezcla de imágenes inducida por la acción hipnótica o por sueños.

Algunos neurocientíficos distinguen tres etapas de memoria. En primer término está la de plazo inmediato y dura segundos antes de desaparecer o pasar a la etapa siguiente. Su utilidad es manifiesta en aquellas acciones como marcar un número telefónico después de haberlo leído un rato antes en el guía, o saltar una zanja en el camino unos instantes después de haberla visto. En segundo lugar está la de corto plazo y dura horas; también es olvidada si no pasa a la etapa posterior. Entre otras cosas, ésta nos sirve para ubicarnos en el tiempo y el espacio cuando estamos en acción, lo que no deja de ser decisiva en nuestras actividades de supervivencia. Se cree que el estado de estos dos tipos de memoria es solamente eléctrico, no logrando estructurarse necesariamente de un modo permanente ni completo. En el caso de la memoria de corto plazo es posible que resulte, además, por el establecimiento temporal en la red nerviosa de nuevas vías y conexiones neurológicas excitadas por la estimulación de la experiencia y mantenidas por la tensión eléctrica generada. Por último está la memoria de largo plazo. Ésta demora en registrarse y exige a menudo repeticiones de las experiencias. Por ello, el aprendizaje requiere repetición de la acción. Además, es más fácil que una relación causal, que nos indica el modo de funcionamiento de un fenómeno, o una relación ontológica que nos entrega el concepto de algo, queden más firmemente asentado en nuestra memoria que un acontecimiento aislado. Usualmente, un acontecimiento particular se graba fácil e indeleblemente cuando está asociado con una fuerte emoción. Pareciera que una de las funciones de las emociones es permitir la constitución de la memoria de largo plazo con mayor facilidad y de manera más permanente. La experiencia tras meter la mano al fuego no se borra nunca más.

Mientras la memoria de corto plazo se origina en la corteza prefrontal, la memoria de largo plazo se genera cuando la primera pasa por el hipocampo. Este fenómeno ha llegado a ser conocido, ya que las personas que han sufrido la extirpación selectiva del hipocampo no logran desarrollar memoria de largo plazo, resultándoles novedosa toda experiencia. Algunos neurólogos suponen que las estructuras que contienen las unidades discretas de memoria de largo plazo son conjuntos de neuronas que se interconectan específicamente a causa de la síntesis de macromoléculas proteicas determinadas que se forman a nivel de la sinapsis. Las proteínas tardan un tiempo (horas) en sintetizarse en las respectivas sinapsis. Se supone asimismo que existen muchas variedades de proteínas y muy distintas entre sí. Las sinapsis que se alteran de esta manera quedan establecidas en forma permanente. Las señales que transitan por estas sinapsis determinan una cierta especificidad en la información. Así, las experiencias se asientan permanentemente en las sinapsis modificadas por las proteínas que han sido sintetizadas. Completando lo anterior, otros neurólogos sostienen que es probable también que la memoria de largo plazo se establezca a fuerza de repetición de estímulos, los cuales fortalecerían nuevas conexiones sinápticas de carácter más permanente. Ciertamente, la posibilidad de evocar una información particular desaparece definitivamente apenas se rompe la conexión sináptica.

Las personas de edad avanzada tienen deficiencias metabólicas y posiblemente por ello no consiguen sintetizar fácilmente estas macromoléculas para establecer nuevas conexiones sinápticas, lo que explicaría sus dificultades para memorizar nuevas experiencias, aunque no, por cierto, para recordar experiencias del pasado más lejano. Además, la menor actividad metabólica, a consecuencia del envejecimiento, retarda la actividad cerebral en sus otras funciones, especialmente en la memoria inmediata, pues hay menor energía disponible a causa de una menor oxigenación de la sangre y de un contenido menor de sustancias energéticas.


Cerebro estructura


Las investigaciones recientes indican que el cerebro posee una clase de organización estructural que echa por la borda el esquema propiciado por el anatomista y fisiólogo alemán Franz Joseph Gall (1758-1828), hace doscientos años atrás, de un mosaico donde cada función psíquica se ubica en un lugar específico del cerebro, y que derivó en la nefasta frenología, pseudociencia del siglo XIX y comienzos del XX. Se sabe ahora, a través de numerosos ensayos e investigaciones del cerebro que utilizan la observación mediante exámenes por los diferentes tipos de scanners (la imagen por resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones), la técnica de experimentos electrofisiológicos mediante electrodos, el análisis de la conducta humana patológica, las autopsias y la experimentación con animales, que muchas funciones particulares están distribuidas por todo el cerebro, y también que sus distintas regiones se especializan en diferentes funciones.

En principio, la estructura del cerebro es la de un tejido fisiológico compuesto por neuronas, glía y vasos sanguíneos. Pero su enorme complejidad estructural radica precisamente en la arquitectura y organización del tejido. Y el tejido es complejo debido no sólo a las posibilidades que tienen las neuronas, las unidades discretas fundamentales, para interconectarse entre sí, sino también para conformar redes sucesivamente incluyentes. En primer lugar, las neuronas se organizan en circuitos locales que forman una unidad compleja denominada túbulo. Los túbulos se integran en capas y núcleos (agregaciones en colecciones no estratificadas) corticales. Las zonas corticales y nucleares se interconectan para formar regiones corticales. Las regiones se estructuran en sistemas. Los sistemas se agrupan en sistemas de sistemas. En fin, los sistemas de sistemas terminan por estructurarse en el súper-sistema que es el cerebro o sistema nervioso central. Puesto que este súper-sistema es una estructura que aúna la totalidad de las estructuras de escalas inferiores, el cerebro es una unidad.

No obstante, es imposible entender el funcionamiento del cerebro si persistimos en concebirlo como estratificado en niveles y capas, y no como estructurado en escalas sucesivamente incluyentes, donde las unidades discretas fundamentales, las neuronas, convergen en escalas cada vez mayores de integración e inclusión, siendo la escala mayor la que contiene al sistema nervioso como tal y siendo su función la conciencia, que es la función psíquica de escala superior y que incluye a todas las restantes funciones psíquicas de menores escalas, desde el pensamiento racional y abstracto hasta las puras sensaciones. La neurología debiera tener el principio de la estructuración incluyente en distintas escalas para que pueda avanzar en su investigación del cerebro.

Vimos que la memoria no está localizada en una región determinada, sino que en tanto función multi-escala está distribuida, como conviene, en toda la corteza y también en estructuras subyacentes. En realidad, la memoria constituye prácticamente el conjunto de millones de neuronas cerebrales que no tienen una especialización mayor. Este conjunto conforma una estructura reticular altamente organizada, constituida por conjuntos de sistemas que trabajan concertadamente, pero tan sensible que, excitando química o eléctricamente una o más de ellas, se activa un cierto número de otras, produciendo toda la complejidad de una percepción, de una imagen o incluso de un pensamiento. En el sueño la imaginación crea una relación inédita, uniendo conjuntos de imágenes, productos de pasadas experiencias, según las preocupaciones actuales.

Además de la memoria es posible distinguir determinadas funciones que se explican por la participación necesaria de gran parte la actividad cerebral. Una de ellas es la que regula el tono de la actividad cerebral y que corrientemente se denomina vigilia. Ésta se lleva a cabo mediante la modulación del sistema nervioso. Su estructura está ubicada en el subcórtex, y su morfología consiste en una extensa y continua red nerviosa de formación reticular organizada verticalmente para enlazarse con la extensión del córtex.

Existe una compleja función que consiste en la programación, regulación y verificación de la actividad cerebral. Por medio de ella se verifica la ejecución y se regula la conducta para que la acción se efectúe de acuerdo al programa. También se comparan los efectos de la acción con las intenciones originales para corregir cualquier error cometido. Esta compleja función se localiza en las amplias regiones anteriores de los hemisferios antepuestos al giro precentral, siendo su canal de salida el córtex motor. Su estructura incluye las capas superiores del córtex y la materia gris extracelular, la cual está compuesta de elementos de dendritas y glía. Puesto que esta estructura se desarrolla a partir de los 4-7 años, no es funcional en niños menores. Tal vez, la posibilidad de su desarrollo incompleto pueda explicar ciertas patologías.

Otra función de carácter general consiste en la de recibir, analizar y almacenar la información que continuamente llega del mundo exterior. La estructura de esta compleja función está constituida por los millones de neuronas individuales que están ubicadas en las regiones laterales del neocórtex, en la superficie convexa de los hemisferios en las regiones posteriores, incluyendo las regiones occipital (visual), temporal (auditiva), y parietal (sensorial general). A diferencia de la anterior función, estas neuronas trabajan de acuerdo a la ley del todo o nada, recibiendo impulsos discretos y reexpidiéndolos a otros grupos de neuronas.

Por lo anterior, no es posible localizar los procesos psicológicos complejos en zonas limitadas del córtex. Tales procesos corresponden a funciones provenientes de la estructuración participativa de muchas y diversas subestructuras ubicadas, a veces, a considerable distancia entre ellas. Las funciones complejas son posibles debido a la concertación de los aportes de las diversas subestructuras. El sistema funcional de gran escala puede verse alterado a causa de lesiones en subestructuras o en localizaciones particulares, o por un funcionamiento electroquímico deficiente. En una escala aún mayor las neuronas de los sectores de corteza son coordinadas como en una inmensa orquesta por conjuntos de neuronas más especializados. Existe por ejemplo un pequeño conglomerado de neuronas cuyos axones provienen del ganglio basal. Estas neuronas alcanzan a todas las zonas del cerebro que controlan el movimiento de los sentidos y el procesamiento de información, y emiten un neurotransmisor relacionado con el conjunto de sensaciones.


Especializaciones


La enorme colección de neuronas tiene un orden orgánico que se viene analizando desde hace más de sesenta años. Así, la corteza cerebral, o córtex, zona que cubre la parte superior del cerebro y que tiene un espesor entre 1,5 y 4,5 mm, está estructurada en capas que se distinguen morfológicamente por el tipo de neuronas. Se han descubierto seis capas o estratos en las cuales predominan uno u otro tipo, alternándose capas granulares con capas piramidales. Las neuronas del tipo granular son terminaciones de fibras cortiaferentes, en tanto que las neuronas de tipo piramidal son comienzos de fibras eferentes. Como se ha hecho evidente para algunos investigadores en inteligencia artificial, es necesario que entre las neuronas de entrada y las de salida existan estratos de neuronas intermedias, pues si las primeras estuvieran directamente conectadas con las segundas, habría una correspondencia sencilla, directa, determinada e invariable entre la información que llega y la que sale, sin poder ser modulada, evaluada, controlada o procesada. La especialización abarca incluso sectores de la corteza, dividiéndose en tres áreas: motora, sensitiva y de asociación. La estimulación eléctrica provoca en la corteza sensitiva la correspondiente sensación o desencadena en la corteza motora contracciones en los grupos musculares correspondientes, pero no produce reacción alguna en la corteza de asociación. Las cortezas sensitiva y motora están subordinadas a la corteza de asociación, que tiene por función la coordinación e integración de la información. En consecuencia, al estructurarse por convergencia e interconexión en una escala superior, los diversos tipos de neuronas sincronizan su funcionamiento, y la estructura superior se torna específicamente funcional.

Puede servir de ejemplo lo que algunos investigadores han encontrado últimamente en regiones particulares del cerebro que han sido debidamente estimuladas y su reacción registrada. De este modo, cierta región específica tiene una función que distingue adelante de atrás, y así otras más distinguen arriba de abajo, derecha de izquierda, movimiento de quietud. Además han encontrado que estas regiones deben ser estimuladas para que puedan activarse y conectarse, para conformar finalmente estructuras que tienen funciones espaciales, necesarias para los centros de percepción. La especialización de las neuronas se puede observar también en aquéllas de los campos receptores del órgano de la visión. Existen neuronas que son sensibles, cada una de forma especializada, a la forma, la luz y el color de un estímulo visual. Las distintas informaciones transmitidas son reagrupadas en el córtex visual, generando una representación unificada y detallada, dotada de múltiples formas, luces y colores. Los lóbulos frontales están conectados con los lóbulos parietales. En éstos existe actividad cuando la persona se concentra en imágenes visuales y sonoras, lo que implica que esta parte del cerebro monitorea las señales del mundo exterior, e indica a los lóbulos frontales poner atención y vigilancia frente a esas señales. Una región del córtex posee la facultad para reconocer el significado de las expresiones faciales; esto implica que una habilidad para evaluar la intención de otro e indicar a otro sus propias intenciones solamente por la expresión facial fue una ventaja evolutiva y fue responsable de este desarrollo particular del cerebro.

Lo anterior demuestra nuevamente que la estructuración última del cerebro es incluyente de muchas estructuras de escalas sucesivamente inferiores es que distintos sistemas regionales del córtex convergen, relacionándose en una escala superior, en estructuras muy funcionales. Así, por ejemplo, la capacidad para procesar el lenguaje es una estructura que tiene subestructuras, como la conocida área de Broca, localizada en una región del lóbulo temporal del hemisferio izquierdo; posee funciones muy relacionadas entre sí para el lenguaje; conecta las memorias almacenadas; coordina los órganos del habla, y reconoce los sonidos que forman las palabras. Una subestructura muy cercana, conocida como el área de Wernicke, puede comprender el lenguaje escuchado. En los seres humanos, los dos hemisferios cerebrales poseen además determinadas especializaciones funcionales generales. En el hemisferio derecho se centran las funciones viso-espaciales no verbales, las capacidades artística y de comprensión, y apreciación de la música; allí las distintas unidades discretas del pensamiento se sintetizan en un instante, y su contenido se transmite como un todo integrado. Este mecanismo de estructuración se adapta al tipo de respuesta inmediata requerida por los procesos visuales y de orientación espacio-temporal. En cambio, el hemisferio izquierdo es el centro del pensamiento analítico y lógico. Allí las imágenes, ideas y conceptos, unidades discretas del pensamiento lógico y abstracto, se estructuran por medio del lenguaje de modo secuencial y lineal para terminar por conformar proposiciones y juicios. En resumen, el hemisferio derecho es bueno para los problemas geométricos, en tanto el izquierdo lo es para los problemas matemáticos. Así, pues, mientras el hemisferio izquierdo es el frío, gris, monótono, calculador centro hacia donde concluye el pensamiento abstracto y racional que procesa partes conceptuales de modo ontológico y lógico, concluyendo en el lenguaje, el hemisferio derecho es el centro creador que da origen a la diversidad poética, musical, llena de color y perspectiva que humaniza tanto la realidad como los sueños sobre del sujeto que conoce, siente y se expresa.


Estructura evolutiva


Es importante destacar que la estructuración del cerebro tiene un origen evolutivo. En dicha estructuración se distinguen al menos cuatro partes que forman capas superpuestas, siendo la más antigua, evolutivamente hablando, la más interna, y siendo la más reciente, la más externa. La parte más antigua, correspondiente a los reptiles, es el paleo encéfalo que incluye el hipotálamo y el tallo cerebral. Viene enseguida el mesocéfalo con el hipocampo, que correspondió a los antiguos mamíferos. Posteriormente sigue el córtex con dos hemisferios, propio de los mamíferos actuales. Por último, con el ser humano, surgió el neocórtex. Ninguna de estas partes es funcional sin el funcionamiento adecuado de las partes más antiguas. Las partes más profundas, como la amígdala, los núcleos del septo, los núcleos talámicos anteriores y el hipotálamo, están rodeadas por el sistema límbico. Éste, a su vez, está constituido por un conjunto de estructuras complejas que incluyen el hipocampo, el giro hipocámpico y el giro del cíngulo, y funcionalmente están relacionadas tanto con las emociones del placer, sexuales, agresivas, de miedo, como con las sensaciones más primitivas, como el olfato, el hambre, la sed. Se sabe por las experimentaciones realizadas que el hipocampo juega un papel crucial en el aprendizaje, pero no es el lugar donde se almacenan los recuerdos.

En general, la corteza está especializada en el procesamiento de la información, y el subcórtex, en transmitirla. La habilidad espacial se localiza en la primera, y las emociones se ubican en ciertas estructuras del sistema límbico. Desde el punto de vista de la evolución biológica, la parte interior y más antigua (filogenéticamente hablando) del cerebro contiene los sistemas de control esenciales para el mantenimiento de la vida, y la exterior, de más reciente desarrollo, es la principal responsable de la memoria, las emociones y los refinamientos del pensamiento. La relación del sistema nervioso central con el importante sistema endocrino, que interviene en la conducta del organismo mediante la producción de distintas hormonas, se produce de diversas maneras y a distintos niveles, siendo el principal el conformado por el diencéfalo y la hipófisis. Las hormonas, producto de las glándulas endocrinas, son mensajeros químicos que intervienen en la regulación de los diversos sistemas del organismo.

En los primates superiores y particularmente en los seres humanos el córtex constituye una estructura con un desarrollo mucho mayor y que recientemente, en los últimos millones de años, ha venido evolucionando con rapidez en el género homo. Esta estructura incluye la mayor parte de los lóbulos frontales y de toda la corteza no dedicada ni a la sensación del mundo exterior ni al sistema motor. Su estructura está, en general, constituida enteramente por células asociativas, las cuales tienen una conformación morfológica granular. Los lóbulos frontales y, en particular, sus formaciones terciarias, incluyendo el córtex prefrontal, fueron las últimas partes de los hemisferios cerebrales que se formaron en el curso de la evolución y que, si bien apenas son visibles en los animales inferiores, se hacen apreciablemente mayores en los primates. En el ser humano, ocupan hasta 1/4 de la masa total de los hemisferios cerebrales, pero no alcanzan la madurez hasta los 4 a 7 años. En éstos se encuentran principalmente la memoria, la imaginación, el carácter y el pensamiento abstracto y racional.

Así, pues, hemos visto que el sistema nervioso es verdaderamente un complejo sistema funcional que comprende varias escalas incluyentes de estructuras, cada una de ellas funcionalmente especializada. La escala máxima de su estructuración tiene un funcionamiento unitario que se identifica con la conciencia de sí, con el pensamiento abstracto y lógico, con los sentimientos y con la acción intencional.