MONOGRAFÍAS FILOSÓFICAS CRÍTICAS III
Patricio
Valdés Marín
CONTENIDO
1. Una metafísica del universo
2. Las categorías metafísicas
3. Causalidad y estructuración
4. La energía
5. Energía cuantificada
6. Contradicciones de la teoría general de la
relatividad
7. Una cosmología
Lo
biológico - https://unihummono3.blogspot.com
8. La esencia de la vida
9. El instinto de dominio – una teoría
10.
El sistema de la afectividad
11.
El cerebro y la conciencia
Lo
epistemológico I - https://unihummono4.blogspot.com
12.
La psiquis
13.
El discurso filosófico histórico
14.
Una teoría del conocimiento I
15.
Una teoría del conocimiento II
16.
Los límites del conocimiento humano
17.
Crítica de la ciencia a la epistemología filosófica
18.
La filosofía y la ciencia
19.
El lenguaje
Lo
transcendente I - https://unihummono6.blogspot.com
20.
Una cosmovisión
21.
Cuestiones religiosas
22.
Dios
23.
La eternidad
24.
La línea divisoria
Lo
transcendente II - https://unihummono7.blogspot.com
25.
Reflexionando sobre el significado de la existencia de Jesús
26.
Jesús de Nazaret y el cristianismo
27.
Breve historia de la humanidad y su relación con lo divino
Lo
socio-político I - https://unihummono8.blogspot.com
28.
Antecedentes antropológicos de la sociedad
29.
El ser humano y la sociedad
30.
Fundamentos antropológicos de la política
Lo
socio-político II - https://unihummono9.blogspot.com
31.
La política
32.
La guerra
33.
El Leviatán y los Estados Unidos
Lo
económico - https://unihummono10.blogspot.com
34.
El derecho de propiedad privada
35.
La ética del capitalismo
36.
La tecnología
37.
En el espíritu de El Capital de Karl
Marx
38. Las
peculiaridades de la economía de los Estados Unidos
8. LA ESENCIA DE LA VIDA
UNA BIOLOGÍA FILOSÓFICA
La vida es un fenómeno distintivo que presenta la
naturaleza en la biósfera terrestre, al menos hasta donde podamos saber, ya que
en el resto del universo no se la ha observado aún de modo alguno. El que una
cosa, cuyas partes son enteramente físicas, se alimente, crezca y se reproduzca
resulta algo extraordinario respecto a toda otra cosa conocida. La combinación
especial de sus átomos y moléculas produce algo enteramente animado con fuerza
propia. De sus progenitores un organismo biológico recibe un código que indica
cómo debe auto-estructurarse. Un problema aún no resuelto es cómo fue que en la
Tierra apareció alguna vez –y una sola vez– la vida, pues para poder existir
este código requiere primeramente de la estructura que consigue conformar. Seguramente,
la respuesta incluye que el principio estructurador que posee la materia es
superior a alguna tendencia hacia una entropía desorganizada.
Todas las cosas existentes en el universo están construidas
a partir de energía primigenia. Esta energía se materializó en las partículas
fundamentales, las cuales han generado estructuras funcionales en sucesivas
escalas progresivas, cada vez más complejas y funcionales. Esta ley general de
la materia explica la existencia de los organismos vivos sin necesidad alguna
de recurrir a fuerzas extrañas al universo. La evolución del universo y su
estructuración según la termodinámica han desembocado en una organización que
llamamos vida. Los componentes o unidades discretas de estas estructuras vivas,
que son sus subestructuras, son propias del mundo físico natural, como átomos,
moléculas y cadenas peptídicas y proteicas, con sus propias funciones específicas.
La vida como la conocemos define estructuras que se auto-estructuran y se
desarrollan, interactúan con el medio, son internamente estables –propiedades
que se puede englobar en el término “supervivencia”– y se reproducen según
pautas determinadas por códigos genéticos que portan. La cúspide de la
organización biológica es un organismo con un un cerebro con la capacidad psíquica
de conciencia de sí de sentimientos y de acción intencional.
El organismo biológico
Hace más de tres mil quinientos millones de años atrás,
se originó la vida. Consistió en la formación de centros o núcleos en caldos
ricos en aminoácidos que generaron determinadas reacciones químicas que
formaron cadenas nucleicas y polipeptídicas y además, desde un punto de vista de
tensiones superficiales, cuando dichos núcleos alcanzaban un diámetro similar
al tamaño de una célula actual, sufrían una división mecánica a causa
probablemente a efectos de la tensión superficial. En una segunda instancia la
división fue similar a la mitosis, en el sentido que cada parte retuvo toda la
información genética acumulada. El desarrollo de estas instancias
físico-químicas culminó en la entidad biológica de una célula capaz de
nutrirse, desarrollarse y dividirse en dos células, y así, sucesivamente, hasta
que la vida siguió extendiéndose por sobre la faz de la Tierra. En esta etapa
la vida fue cambiando sus formas y se hizo más funcional en la perpetua
búsqueda por una mejor adaptación a las duras e inestables condiciones del
medio, siguiendo un mecanismo de pervivencia que denominamos evolución
biológica. Mientras las formas vivientes evolucionaban, iban alterando la
Tierra y permitían nuevas formas de vida.
La primera forma primitiva de vida que logró sobrevivir y replicarse
transmitió a su progenie las dos características que impulsan el desarrollo
biológico, la supervivencia y la reproducción. Todos los seres vivientes
terrestres pertenecemos a una gran familia que no ha tolerado emigrantes
alienígenas ni especies de origen paralelo.
Un organismo biológico es una estructura viviente, pero
no es una máquina, como supusieron los mecanicistas. Lo que lo diferencia de
una máquina es que su producto es la estructuración de sí mismo, que su
existencia depende de esta actividad cuando interactúa con el medio para
nutrirse, cobijarse y protegerse y que es capaz de procrear otros individuos.
En cambio, la máquina está ya estructurada previamente y no requiere
modificación alguna para producir cosas ajenas a su propia estructura a partir
de un flujo de insumos. Y si se le cortara el suministro de cualquier insumo,
no sufriría ni menos moriría como un organismo biológico, sólo dejaría de
producir o produciría ineficientemente. Un organismo biológico se distingue de
una máquina por dos razones. Primero, su producción de componentes, partes y
piezas está destinada a sí mismo. Segundo, su actividad se realiza según los
requerimientos retroalimentados homeostáticamente por el mismo. Tampoco un
organismo biológico es alguna cosa que puede crecer y desarrollarse por simple
y espontánea agregación de partes, como la cristalización de alguna solución
salina o la formación de un volcán. Sólo el organismo biológico se
auto-estructura en forma diferenciada, orgánica y funcional por causa de
fuerzas que genera y controla internamente de manera determinada.
Un organismo biológico es, desde el punto de vista
causal, el único sistema capaz de generar fuerzas destinadas a su propia
estructuración fisiológica según las exigencias demandadas mecánicamente por sí
mismo. Un organismo biológico es un sistema que se auto-estructura según
mecanismos autónomos de control y regulación que actúan en todas las escalas
estructurales a partir de la molecular, propia del ADN. Algunos de estos
mecanismos son homeostáticos; otros son estructuradores; otros interactúan con
el medio; otros más son reproductores, e incluso hay mecanismos
des-estructuradores que terminan irremisiblemente con la muerte de sí. Un
organismo biológico es, en esencia, una estructura autónoma compuesta por
sistemas, aparatos y órganos estructurados, funcionales y dependientes de un
control central cuyo propósito último es su propia supervivencia, reproducción
y auto-estructuración.
Los organismos biológicos se construyen a sí mismos
mediante el control y regulación ejercido por el genoma que hereda de sus
progenitores, que se haya contenida en los cromosomas de sus células. Éstos contienen
una enorme cantidad de información para estructurar las proteínas específicas
requeridas en el lugar y el tiempo preciso. Las proteínas son las unidades
discretas de las células. El mecanismo de estructuración de proteínas a partir
de aminoácidos depende de los mecanismos de traducción y replicación del ácido
desoxirribonucleico (ADN). El ADN está constituido por dos fibras polinucleotídicas
de largo indefinido, paralelas entre sí, formando una doble hélice y asociadas
mediante las uniones no covalentes de los nucleótidos. Sus unidades discretas
son cuatro bases: adenina, timina, citosina y guanina. Difieren por la
estructura de la base nitrogenada constituyente. Están unidos secuencialmente
entre sí mediante enlaces químicos covalentes. Una unión covalente es la
compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos. La formación de
las uniones requiere un potencial químico y un catalizador que es la enzima
ADN-polimerasa. Por razones estéricas, la adenina tiende a formar
espontáneamente una asociación con la timina, mientras que la guanina se asocia
con la citosina. Las dos fibras son por tanto complementarias. La estructura
del ADN puede componerse de todas las secuencias posibles de pares y no está
limitada en cuanto a su longitud. Los cromosomas están compuestos por ADN,
cuyas unidades discretas son los genes. Estos son segmentos variables de
tripletes de los cuatro tipos de bases de ADN.
Los ácidos nucleicos son macromoléculas que resultan de
la polimerización lineal de los nucleótidos. Estos están constituidos por la
asociación de un azúcar con una base nitrogenada por una parte, y con un
radical fosforilo por la otra. La polimerización es mediada por los grupos
fosforilos que asocian cada residuo de azúcar al precedente y al siguiente,
formando así la cadena polinucleotídica. Por su parte las proteínas son macromoléculas
y se estructuran por la polimerización secuencial de aminoácidos que conforman
una cadena que se denomina polipeptídica. Análoga a las letras del alfabeto que
son las unidades de palabras y frases, los veinte aminoácidos son sus unidades
discretas. Cada proteína contiene entre cien a diez mil de éstos. Puesto que
existe variación tanto en la secuencia como en la cantidad de aminoácidos, los
tipos de proteínas que pueden estructurarse son más de un millón y constituyen
las unidades discretas de los orgánulos y partes de las células. A su vez, las
células son las unidades discretas de los distintos tejidos y órganos del
organismo biológico.
Para estructurar una proteína el mecanismo que traduce la
secuencia de nucleótidos en secuencia de aminoácidos es complejo. La estructura
de una proteína está determinada por el orden lineal de los radicales
aminoácidos en el polipéptido. Esta secuencia está determinada por la de los
nucleótidos en un segmento de fibra del ADN. El código genético es la regla que
asocia una secuencia polipeptídica a una secuencia polinucleotídica dada. Como
hay veinte aminoácidos a especificar y sólo cuatro nucleótidos en el alfabeto
del ADN, cada letra está constituida por una secuencia de tres nucleótidos (un
triplete) específicos para un aminoácido (entre veinte) en el polipéptido. Además, la maquinaria de traducción no
utiliza directamente las secuencias nucleotídicas del ADN, sino la
transcripción de una de las dos fibras a un polinucleótido, llamado ácido ribonucleico
mensajero (ARN mensajero). El ARN es leído secuencialmente de triplete a
triplete, a lo largo de la cadena polinucleotídica. Una enzima cataliza en cada
etapa la formación de la unión peptídica entre el aminoácido que lleva el ARN y
el aminoácido precedente, en la extremidad de la cadena polipeptídica ya
formada, que va creciendo así en una unidad. Asimismo, el mecanismo está comandado por las enzimas. Estas actúan en las
reacciones químicas que forman las proteínas. Las enzimas son una especie de
catalizadores, pero se diferencian de éstos porque cada una cataliza únicamente
una sola reacción, porque las uniones que cataliza son no covalentes y porque,
por lo general, una enzima es activa con respecto a un solo cuerpo susceptible
de sufrir este tipo de reacción. En consecuencia, el mecanismo de replicación,
necesario tanto para la multiplicación de las células como para la
estructuración de los gametos que dan origen a un nuevo organismo viviente,
procede por separación de las dos fibras del ADN, seguida por la
reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las dos fibras complementarias.
Cada una de las dos moléculas así sintetizadas contiene una de las fibras de la
molécula madre y una fibra nueva, reconstituida y complementaria, formada por
el emparejamiento específico. Estas dos moléculas son idénticas entre sí y
también a la madre. El secreto de la replicación sin variación del ADN reside
en la complementariedad estereoquímica del complejo no covalente que
constituyen las dos fibras asociadas en la molécula.
Las especies biológicas son el resultado de la evolución
de la vida a partir del primer organismo viviente que pudo replicarse a sí
mismo y traspasar sus características a su progenie. Como se dijo, este
acontecimiento único surgió probablemente en un lugar de la Tierra hace más de tres
mil quinientos millones de años y fue también probablemente irrepetible a causa
de la de la difícil concurrencia de algunos factores decisivos para producir
vida, a pesar de la funcionalidad intrínseca de la materia para llegar a
estructurar la vida. Desde hacía algunos miles de millones de años se habían
estado formando, a partir de metano, agua y amoniaco, los constituyentes
químicos necesarios para la vida, pues dichos compuestos son los precursores de
los nucleótidos y los aminoácidos. Posiblemente, estos compuestos se
sintetizaron en presencia de catalizadores no biológicos, empleando fuentes
energéticas, como las chispas eléctricas de tormentas y el calor volcánico. En
caldos concentrados diversas macromoléculas pudieron formarse por
polimerización de sus precursores aminoácidos y nucleótidos. En laboratorio se
han obtenido polipéptidos y polinucleótidos parecidos por su estructura general
a macromoléculas modernas. La formación de la primera macromolécula capaz de
promover su propia replicación se debió obtener después de múltiples intentos.
Esta etapa de la formación de la vida no deja de ser
enigmática, pues el código genético no puede ser traducido más que por
productos de su propia traducción. El misterio del origen de la vida es, por lo
tanto, que sin enzimas el ARN no podría haberse copiado a sí mismo y
evolucionado; pero sin ARN altamente evolucionado no se tienen enzimas. Se
reedita, pues, la vieja interrogante biológica de si fue primero el huevo o la
gallina. También disminuye la probabilidad de que el fenómeno que dio origen a
la vida pueda repetirse tanto en nuestro planeta como en cualquier otro. En
nuestro planeta la posibilidad que se genere nuevamente una vida distinta a la
existente resulta además más difícil, habiendo tan inmensa cantidad de
potenciales depredadores que se alimentan incluso de los precursores que
posibilitarían esta nueva vida. En cambio, en otro planeta, verificándose las
condiciones mínimas, especialmente la existencia de agua líquida, habría
suficiente tiempo para que se origine la vida. Probablemente, el problema
principal es que se den dichas condiciones mínimas, entre las que se cuenta una
cierta estabilidad ambiental y sin cataclismos en un tiempo prolongado.
Vimos que l ARN (al igual que el ADN) depende de enzimas
para replicarse. Estas complejas moléculas envuelven su filamento y, utilizando
este original como plantilla, unen moléculas que funcionan como unidades de
construcción básicas, llamadas nucleótidos, en uno complementario, el cual es
una especie de negativo fotográfico del original. Luego las enzimas repiten el
proceso en el filamento complementario para construir una copia exacta del
original. Las enzimas, que están hechas de proteínas, se encuentran ensambladas
a su vez de acuerdo a las instrucciones moleculares insertadas en el ARN. En
otras palabras, el ARN dirige el ensamblaje de proteínas que forman las enzimas
que le permiten replicarse. Partiendo de la teoría según la cual un filamento
de ARN que se auto-replica habría sido el precursor de la vida, algunos
biólogos han querido resolver el enigma de cómo hizo la naturaleza para
producir el primer polinucleótido-polipéptido, con capacidad para replicarse y
para sintetizar enzimas a la vez, esto es, para cortarse a sí misma y separar
sus partes y también para entretejer nucleótidos haciendo una copia perfecta de
sí misma. La búsqueda se ha centrado en encontrar un filamento de ARN
suficientemente largo que pueda actuar como enzima, pero lo bastante corto para
que pueda replicarse a sí mismo con cierta facilidad. Esto representaría el
principio de la vida. La complejidad posterior hubo de deberse a la conexión de
este filamento corto con otro filamento, y así sucesivamente hasta obtener un
filamento más largo y complejo, y también al mecanismo de la evolución. Es
probable que cuando ya debieron coexistir tanto polipéptidos como
polinucleótidos, un polipéptido penetrara en el ámbito de un polipéptido, a
modo de un virus que ingresa a una célula, y se fusionaron ambos
funcionalmente. Ello dio como resultado la primera unidad de vida en la
historia de la Tierra. Así, pues, dos estructuras enteramente distintas, pero
de una misma escala, se convirtieron de este modo en unidades discretas de una
estructura de una escala superior con la doble funcionalidad de metabolizar la
energía del medio en su propia autoestructuración y de reproducirse de modo
idéntico.
Estos primitivos organismos biológicos que se reproducían
de modo idéntico pasaron a constituir las unidades discretas de la estructura
llamada ecosistemas. Sin embargo, la capacidad para transmitir genéticamente su
propia estructura a otro individuo es natural pero no temporalmente anterior al
mecanismo evolutivo de la selección natural. En la exacta replicación siempre
existió una pequeña falla: ocasionalmente se daban mutaciones. Algunas de estas
mutaciones resultaron tener ventajas adaptativas que permitieron a los
organismos mutantes conquistar su ambiente con mayor facilidad y desplazar a
los no mutantes. Incluso algunas mutaciones resultaron ser beneficiosas en
otros ambientes o cuando el ambiente propio cambiaba. Después de este difícil
parto del principio de la vida algún largo tiempo se requirió para estructurar
gradualmente las partes funcionales que constituyeron la célula primigenia, de
la cual todos los seres vivientes del planeta Tierra somos su progenie. Aunque
primitiva, esta célula ya contuvo el mismo código genético y la misma mecánica
de traducción y replicación que las células modernas. Su éxito se debió a su
capacidad para reproducirse y llegar a adaptarse a un medio en perpetuo, aunque
generalmente lento, cambio.
A través del tiempo las primitivas células se fueron
asociando y, como unidades discretas, fueron conformando una estructura
pluricelular, de escala superior. Con toda seguridad la nueva función de este
organismo pluricelular respondió mejor a la necesidad de sobrevivencia, ya que
la colaboración ayudó a cada unidad discreta a sobrevivir por sí misma. Probablemente, un propósito de esta nueva
estructura fue acceder a nutrientes de forma más eficiente y distribuirlos
mejor entre sus unidades. Ya en la misma escala celular un grupo de células
habría evolucionado con la capacidad para elaborar azúcar mediante la
fotosíntesis al incorporar la clorofila a su estructura, lo que entonces
produjo la separación de la vida entre el Reino animal y el Reino vegetal. En
el caso de este segundo reino, la estructura pluricelular pudo haber sido un
cilindro o tallo que posibilitó la circulación por capilaridad entre las
células de una savia llena de nutrientes. El desecho pasó al manto para
reforzar y proteger a dicho tallo. En el
medio acuoso de entonces el tallo debió utilizar un extremo para afianzarse al
lecho y evitar ser arrojado a la orilla
y perecer. Este mismo extremo debió evolucionar en raíz y ser usado en un medio
terrestre como captador de agua y soporte del vegetal.
En el caso de las células no clorofílicas la colonia
celular pudo adaptar la forma de un tubo digestivo con funciones específicas,
similar al tallo descrito. Probablemente el flujo mecánico usó la capilaridad;
posteriormente, en la medida que aumentó la complejidad, el flujo fue impulsado
por el bombeo de un corazón. Un extremo de este tubo tuvo la función de atrapar los nutrientes externos, un centro
que pudiera transformarlos químicamente en materias digeribles y distribuirlos
entre la colonia y un extremo que pudiera evacuar los desechos. Con el tiempo,
el primitivo tubo digestivo incorporó nuevas estructuras para buscar más
activamente concentraciones nutritivas, entre ellas la coordinación centralizada
en una cefalización para comandar y dirigir el organismo para obtener la
energía aprovechable de manera eficiente junto a un sistema de información
sobre el medio externo, y dispuso de sistemas apropiados tales como aletas,
patas, cilicios, alas, incluso movimientos reptores u otros dispositivos de
locomoción y acceso al medio nutritivo, complementado por sistemas de defensas
contra la agresión del mismo medio y, por supuesto, sistemas genéticos de
reproducción.
Para reproducirse un organismo pluricelular requirió la
generación de una estrategia de reproducción más allá de la simple mitosis
celular. Requirió primeramente que dicho organismo surgiera de una única célula
progenitora. Segundo, que dicha célula contuviera el programa estructural completo
del organismo biológico. El organismo entero se estructuraría como una entidad
distinta pero idéntica o similar a partir de una sola célula progenitora y
cualquier célula podría ser progenitora de un organismo biológico. En forma
indiscriminada surgían organismos biológicos idénticos cuya única limitante fue
la disponibilidad de recursos alimenticios. Desde el punto de vista de eficacia
de aprovechar recursos se daban las condiciones para una revolución. Con el
tiempo, como una forma más eficiente de adaptación a un medio cambiante, surgió
la bisexualidad. Ésta constituyó un hito en la historia de la biología, pues
permitió la selección natural que originó la evolución biológica. El origen de
la bisexualidad está en la meiosis. Al contrario de la mitosis, la meiosis
consiste en que cada progenitor aporta la mitad de su información genética,
ahora organizada en cromosomas, para originar un gameto, que es una célula
sexual que contiene la mitad de los cromosomas y también llamada célula
haploide por lo mismo. La unión de dos gametos produce por fertilización el
cigoto o huevo fecundado, que contiene el conjunto completo de cromosomas. El
aporte de distinta información genética originó una diferenciación en los
individuos generados, produciendo algunos más aptos para sobrevivir y
reproducirse y permitiendo que éstos transmitieran sus mejores aptitudes a su
propia prole, en la llamada selección natural, que veremos más adelante. En el
curso de esta selección surgieron las especies biológicas. El género apareció más
tarde por la demanda de la progenie para ser criada y con ello surgió también
el dimorfismo sexual.
Cada especie se distingue porque los individuos que la
componen son fértiles cuando se aparean, procreando individuos similares. Se
sigue que, 1º cada especie posee un banco hereditario distintivo; 2º para
subsistir cada especie depende de que sus miembros sobrevivan y se reproduzcan.
En consecuencia, el banco hereditario de una especie trata principalmente de
los caracteres que permiten a los individuos que la componen sobrevivir y
reproducirse con éxito. El ser humano pertenece a una de las numerosísimas
especies del reino animal. La única diferencia entre los animales y el ser
humano está relacionada con un relativamente mayor volumen y una mayor organización
de su sistema nervioso central, lo que permitió un pensamiento racional y
abstracto que supera el instinto.
Toda estructura puede definirse por sus funciones, por
sus componentes y por su pertenencia a otra estructura. En el caso de la vida
hablamos del organismo biológico. Éste puede ser una bacteria, una vegetal o un
animal y comprende la vasta gama de cosas que va desde los seres unicelulares
hasta organismos con complejos órganos y aparatos fisiológicos. Su función es
sobrevivir y reproducirse. Al tiempo de mantener su propia identidad, se
desarrolla y crece auto-estructurándose y se reproduce replicando genéticamente
su propia estructura biológica.
Un primer aspecto que caracteriza un organismo biológico es
la capacidad para permanecer el mismo y mantener su propia identidad,
independiente de los cambios enormes que pueda éste sufrir, por ejemplo, la
metamorfosis en los insectos o que pueda sobrellevar el medio. Muchos
mecanismos actúan al interior del organismo para independizarlo de fuerzas
desestabilizadoras del medio externo. La composición química de los tejidos y
fluidos de un organismo permanece constante dentro de unos límites
extremadamente estrechos, indistintamente de las variaciones del medio externo.
Sin embargo la permanencia homeostática no es inmóvil, sino de un estado que
puede variar, en especial como reacción a las fuerzas desestabilizadoras del
medio externo. Existe en el organismo una cantidad de sistemas que funcionan
como mecanismos homeostáticos para controlar y regular el medio interno. Cada
uno está diseñado para enfrentar algún problema específico: temperatura
interna, esfuerzo, cicatrización, metabolismo, etc. La acción homeostática es
un caso de la retroacción que se observa en otros procesos tanto naturales como
artificiales. La retroacción es un efecto que repercute sobre su propia causa,
modificándola. Puesto que la causa modificada cambia a su vez el efecto, se
origina un circuito cerrado, auto-controlado. Pero la acción homeostática en un
sentido es desestabilizadora en otro. La eficiencia de un mecanismo en un
sentido produce fallas en otro sentido. En el ser humano, por ejemplo, la
regulación homeostática funciona bien hasta los 25-30 años; después su
funcionamiento comienza a producir efectos secundarios negativos en el
organismo. Envejecer es característicamente un aumento en el número y variedad
de los fallos homeostáticos y, cuando fallan las funciones orgánicas necesarias,
el organismo muere.
Un segundo aspecto que caracteriza un organismo biológico
y que lo diferencia de una máquina, es la complejidad y la enorme interacción
causal de sus funcionales subestructuras. Éste integra toda la funcionalidad de
las estructuras constituyentes desde la escala subatómica hasta escalas que
superan el mismo organismo, como son la manada y la especie, en una sinergia
múltiple. Cualquier falla funcional de cualquier subestructura o
superestructura afecta de alguna u otra manera el funcionamiento del todo. Si
una hormona no consigue sintetizarse, si el ácido desoxirribonucleico no se
replica exactamente en una célula, si la presión sanguínea no se mantiene
dentro de cierto rango, si un músculo no logra mover el miembro que comanda, si
escasea el alimento, si aumenta el número de los depredadores, o si tiene
alguna falla o sufre algún cambio, él queda en una relativa desventaja
funcional para sobrevivir y reproducirse, peligrando su existencia. Por el
contrario, la funcionalidad de una máquina compromete subestructuras bastante
más simples: determinados esfuerzo estructural, ejecución de movimientos,
fuente de energía, ejercicio de fuerzas, resistencia al desgaste, controles.
Un tercer aspecto que caracteriza un organismo biológico
es que conforma un sistema que para sobrevivir y reproducirse debe mantener
múltiples y permanentes relaciones causales con la estructura de la cual es una
unidad discreta, siendo imposible su supervivencia o reproducción si permanece
aislado. La ecología estudia precisamente tal estructura de escala mayor, que
denomina ‘ecosistema’, desde el punto de vista de las relaciones causales entre
sus unidades discretas. Se interesa por el funcionamiento interno, más que por
su composición y funcionamiento externo, de la que se preocupan la botánica y
la zoología, y ha llegado a establecer la economía de la materia orgánica, que
es la estructura fundamental del intercambio energético y estructural entre los
organismos vivientes. Asimismo, ha llegado a determinar que los distintos
ecosistemas se encuentran en la biosfera, estrecha zona comprendida entre unos seis
mil metros de altitud y unos seis mil metros de profundidad en el mar, aunque
concentrándose la mayor parte en unos pocos metros de espesor sobre y bajo la
superficie terrestre no gélida ni seca, y en los pocos metros bajo el agua
donde alcanza la radiación solar para energizar algas y plancton. No obstante,
existen organismos biológicos que se nutren de la energía que emana del plasma
terrestre que surge a través de la corteza en ciertos lugares termales y fallas
geológicas. Dentro de este tercer aspecto estructural del que un organismo
biológico es parte debe mencionarse la especie biológica. Todo organismo
biológico desciende y procrea descendencia de otros organismos biológicos que
son genéticamente similares, compartiendo un fondo genético común. La
reproducción es precisamente una de las funciones principales de todo organismo
biológico y que lo refiere a una población con la que comparte su genoma.
En fin, un cuarto aspecto que caracteriza un organismo
biológico, es que el medio donde debe sobrevivir y reproducirse es bivalente.
El ambiente no sólo es su providente potencial, sino también es su destructor
potencial. Es fuente de la energía y los elementos químicos que el organismo
requiere, brindándole además la seguridad de abrigo y cobijo. Simultáneamente,
el mismo ambiente contiene los depredadores del organismo en cuestión. Además,
en él existen una diversidad de fuerzas potencialmente destructoras, como las
inundaciones, el fuego, la sequía, los terremotos, etc. También una parte de
los elementos y la energía no están disponibles en abundancia, sino que el
organismo debe buscarlos activamente y apropiárselos. Para sobrevivir y
reproducirse en este ambiente, el organismo debe desarrollar sistemas de
información y de respuesta para acceder al alimento, defenderse de los
elementos agresivos y cobijarse del acechante peligro. Es conveniente señalar
también que una función importante de una estructura autónoma, que busca
sobrevivir en un medio agresivo que potencialmente puede destruirla, es el engaño,
el disimulo, la farsa, el mimetismo. A través de este medio, el individuo finge
poder, persigue ocultarse, simula peligro o aparenta inocencia para su posible
adversario, depredador o presa. Esta característica funcional, que surge
naturalmente a través del mecanismo de la evolución, en el ser humano es además
intencional.
De la extraordinaria capacidad de las estructuras
autónomas podemos inferir que un humilde gusano, habitante de esta partícula
cósmica denominada Tierra, es inmensamente más complejo y, por tanto, más
funcional que una magnífica estrella como, por ejemplo, la colosal y poderosa
Canis Majoris. Es cierto que el primero se va estructurando mientras va
consumiendo energía, en tanto que la segunda se va desintegrando mientras la va
produciendo. Pero la estructuración de un consumidor eficiente requiere mayor
funcionalidad y complejidad que la desintegración de un productor eficiente. La
mayor eficiencia en el empleo de energía da al traste con la concepción de
desorden de la segunda ley de la termodinámica. Por lo tanto, no es legítimo
suponer que un ser viviente es una insignificancia frente a la inmensidad del
universo. Su superioridad reside precisamente en su propia funcionalidad que le
permite una mayor capacidad relativa de subsistencia. La energía es empleada
con mayor eficiencia tanto en su propia estructuración como en sus acciones
funcionales de supervivencia y reproducción. En la perspectiva del tiempo, la
vida es un estallido de estructuración; en la perspectiva de una vida, ella es
todo el tiempo.
La supervivencia es el proceso de crecimiento,
desarrollo, nutrición, estabilidad y reproducción del organismo consume energía
que debe adquirir activa y selectivamente del medio externo. Significa un
estado en el que el organismo genera autónomamente fuerzas para aprovechar la
energía del medio y/o contrarrestar aquellas fuerzas que tienden a destruirlo.
Este estado implica una continua lucha para mantenerse vivo y no morir. Un
organismo necesita consumir otros organismos, pues son fuentes de energía y
elementos nutritivos. En la lucha por la supervivencia un organismo no sólo
compite con sus similares de la especie, sino que con organismos de otras
especies que comparten su mismo nicho y, sobrevive el más apto. La
supervivencia debe entenderse como la lucha por la existencia. La vida es lucha
y conflicto. Obedece a los instintos de supervivencia, que son los dos
instintos más poderosos de los animales. Un mecanismo instintivo más plástico y
flexible, propio de los animales más evolucionados y que ciertamente admite
opciones y decisiones, corresponde a un estado dinámico en el sentido de que
implica alcanzar la satisfacción de necesidades vitales impulsadas por la
búsqueda de placer, bienestar y alegría y el rechazo al dolor, desagrado y
sufrimiento. Estos impulsos están relacionados con la captación activa de la
energía contenida en el ambiente providente y la defensa de los peligros de un
ambiente agresivo. En los seres humanos este estado, que en su aspecto más
simple responde a los mismos estados afectivos animales, implica alcanzar
además la prosperidad y la felicidad.
No toda acción del organismo biológico destinada a
satisfacer sus apetitos conduce directamente a su propia supervivencia. En los
animales el apetito sexual, cuya satisfacción les produce indudablemente gran
gozo, tiene por finalidad la propagación de la especie. Mientras la
satisfacción de los apetitos es funcional a la supervivencia, la satisfacción
del apetito sexual y de la maternidad es funcional a la prolongación de la
especie. En general, el apetito sexual está en relación directa a la dificultad
que tienen los individuos para sobrevivir y en relación inversa a la cantidad
de prole procreada. Las plantas y otros organismos biológicos emocionalmente
insensibles poseen otras estrategias de supervivencia y reproducción. Incluso
la crianza es también una función de post-procreación que ha surgido con fuerza
en los animales superiores. Si un organismo nace a la vida, es porque sus
progenitores sobrevivieron y se aparearon. Estas características funcionales
básicas se transmiten genéticamente y evolucionan en las distintas especies
para ser aún más eficientes. Aquella especie que no consigue mejorar ambas
condiciones en los individuos que la componen y adaptarlas al cambiante
ambiente, más temprano que tarde se extingue.
En realidad, ambas características fisiológicas de
supervivencia y reproducción contienen la totalidad de los caracteres que se
transmiten genéticamente, denominados ‘aptitud’, siendo precisamente esto en lo
que consiste la genética; y la evolución biológica no es otra cosa que el
perfeccionamiento de estas características para un medio cambiante y
competitivo. Las especies actualmente existentes contienen ambas
características en sus mejores expresiones y nuestra especie, en la actualidad
la más exitosa en la empresa de sobrevivir y reproducirse, las posee
aparentemente en su máxima expresión, aunque ciertamente no en su perfecta u
óptima. En consecuencia, el hecho de heredar genéticamente las aptitudes para
sobrevivir y reproducirse es el punto de partida para comprender el dinamismo
de la estructura y la fuerza biológicas. No obstante, desde el punto de vista
de la evolución, existe una distinción en la prioridad entre ambas
características. Si la supervivencia es la lucha por la existencia y la
reproducción es la aptitud para lograr mayor descendencia fecunda, ocurre que
quien es más apto es aquél que ha logrado no morir antes de reproducirse.
Empero, aunque la dramática lucha por la supervivencia es directamente el
agente de la evolución biológica, su condición es la mutación benéfica que se
transmite genéticamente por medio de la reproducción y que genera una mayor
aptitud para sobrevivir y reproducirse.
El origen y la evolución de las
especies
Carlos Darwin
había descubierto que existe una íntima relación entre el organismo
biológico individual y la variabilidad de su especie en el tiempo. Apuntaba a
que aquellas mutaciones genéticas operadas en un individuo y que le permiten
una mayor aptitud en un ambiente le posibilitan una mayor adaptabilidad a su
especie al transmitirle estos nuevos caracteres mediante su progenie. En un
medio cambiante la continuada agregación de nuevos caracteres por selección
natural adiciona caracteres más favorables para la prolongación de la especie y
hace desaparecer recíprocamente otros menos favorables. El sujeto de la
evolución biológica no es el organismo biológico individual, sino la especie.
La subsistencia de una especie biológica depende de la
aptitud fisiológica y de la fertilidad de los individuos que la integran y de
su descendencia fértil. A su vez una mejor aptitud depende de estados más
estables de equilibrios termodinámicos, en parte a través de la adquisición de
estructuras cada vez más funcionales para la obtención ventajosa de energía, en
parte buscando cerrar el propio sistema mediante el desarrollo de estructuras
de defensa frente a un medio agresivo, en parte desarrollando estructuras para
apropiarse de algún determinado nicho ecológico y defenderlo de especies
competidoras. Sobre todo, estas características consisten en generar mecanismos
eficientes de reproducción de individuos similares. Recíprocamente, en el curso
de los milenios, mediante el éxito para sobrevivir y reproducirse de muchos
individuos aptos, las especies han ido incorporando por la selección natural
las características genéticas que posibilitan la mejor aptitud de sus
individuos. En el proceso que persigue una mejor adaptación a un ambiente las
especies van evolucionando, a veces rápidamente, para aprovechar las nuevas
oportunidades que el cambiante medio va presentando. Entre paréntesis, una
especie se distingue simplemente porque los individuos que la componen pueden
procrear individuos similares y fértiles. Una raza pasa a ser una especie
particular cuando los individuos que la integran no pueden procrear individuos
fértiles tras acoplarse a individuos de otras razas de la misma especie. En ese
punto del tiempo y el espacio el filum
se bifurca irreversiblemente.
La evolución biológica es un mecanismo de estructuración
de la materia viva en estructuras funcionales cada vez más complejas y de
escalas cada vez mayores. Es un mecanismo acumulativo que incorpora las
mutaciones favorables y neutras que se producen en los organismos biológicos y
que traspasa a las generaciones futuras. Pero también es un mecanismo sumamente
conservador y direccional, lo que impide que la materia se pueda estructurar en
cualquier forma imaginable. En el mecanismo de la evolución biológica
intervienen dos tipos de relaciones causales que se interrelacionan. Por una
parte está la ocurrencia de pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que
prevalecen en la especie por ser favorables y neutras. Por la otra, están los
cambios ambientales que van favoreciendo los caracteres genéticos más
adaptables a las nuevas condiciones y que a veces son de tan gran magnitud que
una especie puede desaparecer o favorecer únicamente a los individuos que
poseen un determinado carácter.
Si en la dotación genética que un organismo recibe de sus
progenitores viene un gen mutado, la estructuración del organismo sería algo
diferente de la usual de la especie. Una mutación podría tener cuatro efectos
distintos: 1. Que la estructura generada sea simplemente inviable. 2. Que sea desfavorable
para sobrevivir en el medio. 3. Que sea favorable. 4. Que sea neutra para el
medio dado. Si es desfavorable, el gen mutante tiende a no incorporarse a la
especie. Lo contrario ocurre si es favorable, tendiendo a propagarse en la
especie. En caso de ser neutro, el gen, junto con otros más, puede tornarse
favorable o desfavorable si el medio cambia, tendiendo a propagarse o
desaparecer según sea el caso. Lo
anterior se explica porque la aptitud para sobrevivir y reproducirse de un
individuo debido a su dotación genética, causante de su propia auto-estructuración,
es también funcional a la estructuración del fondo genético de su especie,
condicionándola a tiempo futuro. En el futuro, las unidades discretas de una
especie serán los genes de los individuos más aptos del presente, es decir, de
aquellos que logran traspasarlos a un mayor número de descendientes gracias al
mecanismo de selección natural. Ésta opera como un sistema de control de
calidad. Los caracteres que resultan ser los más favorables frente a los
embates del medio tienden a prevalecer.
El mecanismo de la evolución se explica por tres procesos
biológicos fundamentales: la replicación, la mutación y la selección. A partir
del mecanismo de la replicación del ADN, por el cual éste genera su doble
exacto, la evolución trata de pequeñas e imprevisibles mutaciones en su rígida
estructura. Una mutación se produce por la sustitución de un solo par de
nucleótidos por otro, por la supresión o adición de uno o varios pares de
nucleótidos, o por diversos tipos de cambios que alteran el texto genético
tales como la inversión, la replicación, la transposición o la fusión de
segmentos de secuencia más o menos larga. La causa de una mutación es alguna
fuerza externa que impide su exacta replicación en la formación del gameto,
como la acción química de poderosos reactivos o las radiaciones energéticas que
inciden sobre el material hereditario, intercambiando, suprimiendo o agregando
moléculas en los genes. Estos cambios no están determinados, sino que se producen
por el azar, por lo que el cambio evolutivo es absolutamente casual. Una
mutación puede tener en el organismo un efecto extraordinariamente
significativo y distintivo. En consecuencia, el código genético no es
inviolable. Las mutaciones que rompen su rigidez se producen en forma
aleatoria. El que éstas persistan y se integren en la especie sigue el
principio de la oportunidad. Estas relativamente infrecuentes mutaciones en la
estructura genética de transmisión hereditaria producen muy ocasionalmente
individuos más funcionales o más aptos para sobrevivir y reproducirse en un
medio competitivo. Si la mutación resulta ser favorable al individuo para su
supervivencia y reproducción, se transmitirá a la descendencia y terminará
necesariamente por propagarse a la especie, produciendo un incremento del
número de individuos que la poseen, al ser más aptos y estar mejor adaptados al
medio. En el curso de generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando
y la especie se va transformando. Toda mutación es un acontecimiento raro
(alrededor de 1 mutación por cada millón a cien millones de generaciones
celulares). No obstante, en la escala de una población la mutación no es la
excepción, sino la regla. La presión de selección se ejerce en el seno de la población,
no en los individuos. Si el medio se modifica, que es lo que ocurre
necesariamente en el tiempo, también se modifica la aptitud, de modo que otras
características específicas resultarían ser más funcionales para sobrevivir y
reproducirse en este nuevo medio.
La selección natural se explica por una doble causalidad
circular recíproca: la que ejerce una subestructura sobre la funcionalidad del
todo y la que ejerce el todo para la permanencia, la protección y la
propagación de aquella subestructura. A pesar de que el ADN interviene
únicamente en la formación de proteínas, afecta también la funcionalidad del
organismo biológico, pues su funcionalidad depende de la funcionalidad de
dichas proteínas, al igual que de la funcionalidad relativa de todas sus subestructuras
en sus correspondientes escalas. Así, pues, esto no sólo significa que una
mutación en el ADN, que es una unidad discreta de una subestructura de escala
muy inferior en un organismo biológico, afecta de una u otra manera su
funcionalidad total, sino que también significa que una mutación favorable,
resultado de la mutación de un ínfimo gen, puede generar profundos cambios en
el genoma de la especie. Esto puede ser ilustrado con un ejemplo hipotético
(hipotético en el sentido de que es probable que los pasos precisos de un
cambio evolutivo nunca lleguen a aparecer en los registros fósiles). La
facultad de marcha bípeda en el caminar y el correr, que caracteriza a los
homínidos, fue posiblemente el resultado de la mutación de un gen que interviene
en la formación de la estructura ósea del pié, produciendo un talón y una
planta de pie en forma de bóveda, y que resultó en una mejor aptitud para
desplazarse en terreno plano que el balancearse y el pisar con los bordes de
las palmas de las extremidades inferiores, característicos de los antropoides.
Existe un problema que se plantea en el hecho de que un
cambio evolutivo observado sea en general importante en circunstancias de que
una mutación produce directamente sólo un cambio muy pequeño. La respuesta
radica simplemente en la hipótesis de que todos los pequeños cambios de origen
genético se deben indudablemente a mutaciones y que estas variaciones del ADN
se encuentran latentes en el fondo genético, sin manifestarse explícitamente en
los individuos supervivientes de la especie. Pero cuando se produce alguna
mutación decisiva, como la formación del talón y la bóveda plantar para caminar
erguidamente del ejemplo expuesto más arriba, algunas características genéticas
ya existentes en el genoma y que eran neutras, e incluso desfavorables,
adquieren preeminencia para la aptitud general del nuevo individuo y entran a
participar activamente en el fondo genético de la especie, mientras ésta va
evolucionando significativamente. La razón es que una mutación favorable
modifica parcialmente la funcionalidad del organismo, abriéndose además la
posibilidad para la generación de estructuras complementarias, como un mayor
cerebro. La evolución biológica es, en el fondo, la creación nueva o la
modificación de una subestructura u órgano en el organismo biológico como
resultado de la mutación en su genoma del gen que comanda la formación de dicha
subestructura, y que origina una subestructura más funcional para la
interacción del organismo con su ambiente.
A través de generaciones, el mecanismo de la evolución
biológica tiende a modificar en el tiempo estructuras para que adquieran
determinadas funciones solicitadas por un medio pródigo en posibilidades. También
la evolución biológica puede modificar una estructura particular para que pueda
desempeñar una determinada función. Por ejemplo, el pico de una especie de aves
puede irse estructurando, al cabo de algunas generaciones, en una diversidad de
formas, de modo que una subespecie podrá con la nueva adaptación succionar
néctar, otra, atrapar insectos, y una tercera, agarrar semillas, y así una
cantidad de nichos ecológicos ser explotados, como muy bien lo observó Darwin
en la variedad de pinzones, cuando visitó las islas Galápagos.
En el proceso de evolución biológica se han producido
estructuras tan complejas como, por ejemplo, el cerebro de los mamíferos, que
es el órgano terminal de las sensaciones y procesador de las percepciones,
centro de las emociones, lugar de la memoria y la imaginación, y dotado de
conciencia de lo que lo rodea. Además, en el ser humano este órgano ha
desarrollado en alto grado la capacidad de pensamiento conceptual y lógico que
le permite una afectividad de sentimientos, conocer racionalmente, poseer
conciencia de sí y actuar intencionalmente.
La especie y el medio
Un organismo viviente es un sistema autónomo en cuanto
generador de fuerzas que persiguen su propia auto-estructuración, supervivencia
y reproducción. Para generar las fuerzas requeridas, él obtiene la energía de
un medio providente, del que depende. Así, un organismo biológico es también un
sistema abierto que encuentra su equilibrio en el intercambio con su medio
externo que se llama ecosistema. Pero también en dicho medio operan una
multiplicidad de fuerzas que hacen permanentemente peligrar su propia
existencia, por lo que él debe ser muy funcional para conseguir sobrevivir
allí. No todas las fuerzas que operan allí le son beneficiosas. En el
ecosistema su propia estructura, rica en energía, es apetecida por otros
organismos vivientes.
Un ecosistema particular, que comprende el medio externo
de todo organismo biológico que existe allí, es una estructura compleja formada
por dos subestructuras suficientemente homogéneas que interactúan entre sí en
un espacio particular, o biotopo. Un ecosistema comprende, por una parte, un
sustrato químico de elementos inorgánicos que componen el suelo, el agua y el
aire, y ciertas condiciones físicas, como temperatura, radiación solar,
presión, densidad, fuerza de gravedad, etc.; y, por la otra, el conjunto de
organismos vivos, o biocenosis, que sobreviven y se reproducen en dicha
estructura físico-química.
Las unidades discretas básicas de los organismos vivos se
caracterizan por ser estructuras macromoleculares orgánicas, es decir, no pueden
estructurarse espontáneamente a partir de elementos químicos, ni incluso de
moléculas inorgánicas más sencillas, sino que son producidas, en su totalidad,
por los propios organismos vivos. A su vez, las unidades discretas últimas de
estas macromoléculas orgánicas corresponden a determinados elementos químicos.
En la composición química de los organismos vivos intervienen no más de 60
elementos, de los cuales doce son invariables, pues se encuentran en todos los
organismos, y seis de éstos (carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, fósforo y
azufre) entran en la composición de toda materia orgánica. Los otros seis
(calcio, magnesio, sodio, potasio, hierro y cloro) tienen importancia en los
distintos aspectos del metabolismo.
Un ecosistema no es una estructura estática, sino que
experimenta permanentes cambios a consecuencia de la variación de las
condiciones físicas y como efecto de la acción de los organismos que lo
integran. Posee fundamentalmente dos procesos. El primero conforma un ciclo
cerrado, denominado ciclo del carbono. Desde el punto de vista de la
estructura, su estado inicial son los elementos químicos invariables. El
proceso comprende primeramente la estructuración de las macromoléculas
orgánicas y, posteriormente, su paulatina desestructuración, hasta retornar al
estado inicial de elementos originales desestructurados, manteniéndose
relativamente constante la cantidad de elementos.
El segundo proceso es el de la energía. Un ecosistema no
es un sistema cerrado. Requiere el aporte permanente de energía, de modo que
gran cantidad de energía, proveniente en el principio desde fuera del
ecosistema, es consumida por el mismo. Esta energía, principalmente luminosa,
consigue estructurar a través de la fotosíntesis variados elementos químicos en
macromoléculas orgánicas de glucosa. Éstas, a su vez, aportan la energía
acumulada según los requerimientos del organismo viviente al irse
posteriormente desintegrando. La energía inicial proviene principalmente del
Sol, en especial de su espectro visible. En un proceso denominado fotosíntesis,
la energía de la radiación luminosa es captada y absorbida por moléculas de
pigmentos como las clorofilas y los carotenos. Estos cloroplastos transforman
la energía luminosa en energía química produciendo, en ausencia de oxígeno,
trifosfato de adenosina (TPA) a partir de difosfato de adenosina (DPA) y es
empleada para sintetizar las macromoléculas orgánicas de almidón a partir de
sustancias inorgánicas tan simples como el agua y el dióxido de carbono (6H2O +
6CO2 -> C6H12O6 + 6O2).
Estas moléculas orgánicas gigantes constituyen las
primeras macromoléculas energéticas de hidrato de carbono, de las cuales los
seres vivientes obtienen la energía para vivir en una sucesión de pasos de
cesión energética, hasta la final desestructuración molecular, cuando ya no
queda energía aprovechable. Los enlaces químicos de estas estructuras
macromoleculares almacenan la energía recibida. En realidad, sólo el 1 % del
total de energía lumínica que llega a una superficie cubierta por vegetales es
utilizado en la fotosíntesis. Cuando la estructura se desintegra en su
totalidad, ya no queda energía aprovechable. Los elementos desintegrados
vuelven a estructurarse nuevamente en frescos cloroplastos a causa de la
fotosíntesis, en un proceso sin fin.
Sin embargo, en la perspectiva de la biosfera, mientras
la energía proveniente del exterior es inagotable, los elementos químicos que
conforman los recursos terrestres aprovechables por la materia orgánica son
limitados. Esta distinción reviste especial importancia en nuestra época, más
preocupada por obtener recursos energéticos que por preservar los recursos
biológicos. La energía contenida en los enlaces químicos de las macromoléculas
orgánicas va siendo posteriormente utilizada por los organismos vivientes en su
actividad de supervivencia, reproducción y auto-estructuración. Una gran
cantidad de energía se consume, por ejemplo, en el desplazamiento y en el
metabolismo propio de un organismo vivo. Como se vio, esta energía va siendo
consumida de manera discreta en el sutil proceso de degradación oxidativa de
los productos metabólicos, en el que los compuestos fosfatados son
determinantes.
El mecanismo de cesión energética-degradación química de
la macromolécula orgánica termina con la total desestructuración orgánica de
sus elementos químicos constituyentes y la transformación de la energía química
en energía mecánica, eléctrica y calorífica necesaria para la supervivencia.
Este mecanismo se conoce como el ciclo de Krebs y es el fundamento del metabolismo
celular. El metabolismo depende de una secuencia de procesos, encadenados unos
con otros, engranados como los dientes de un mecanismo de precisión por el cual
el ácido acético se transforma en ácido cítrico tras un proceso que comprende
nueve etapas. Estos procesos se llevan a cabo en cada célula, específicamente
en sus mitocondrias, que ofician de centros oxidativos o talleres de producción
de proteínas del ciclo mencionado. Allí se ubican tanto las unidades de TPA
como los ribosomas con gran contenido de ARN (ácido ribonucleico) que controlan
la síntesis de proteínas.
Un ecosistema particular contiene una cantidad de materia
orgánica denominada biomasa. Esta se mide corrientemente en peso (peso fresco,
peso seco, peso de carbono, etc.) por unidad de superficie terrestre. La
producción de biomasa depende de la variedad de la biocenosis. Mientras esta
última contenga una mayor cantidad de especies, la competencia entre los
organismos vivientes será mayor, sobreviviendo los individuos de aquellas especies
más eficientes en obtener alimentos y utilizar energía. Toda diversidad de
nichos ecológicos podrá ser ocupada. Si la variedad de especies biológicas
disminuye, también disminuirá la capacidad del ecosistema para producir biomasa
y, por tanto, la capacidad para aprovechar la energía que ingresa. Pensemos,
por ejemplo, en las estériles arenas de un desierto originado tras la tala de
árboles y quema de abrojos de una otrora ricamente biodiversificada selva
tropical. También la producción de biomasa depende de las condiciones del
biotopo. Si sus condiciones varían, también se modificará su producción. Por
ejemplo, un biotopo puede contaminarse con toxinas o puede empobrecerse de sus
elementos invariables por la erosión, lo que implica una disminución neta de la
producción de biomasa. Inversamente, el biotopo puede ser fertilizado mediante
la incorporación de nutrientes y agua de riego para una producción mayor de
biomasa.
La materia orgánica es alimento y las especies biológicas
se distinguen entre sí, desde el punto de vista ecológico, en cuanto a la
función particular de obtención de materia orgánica. Según la forma de
obtención del alimento, se encuentran diferentes tipos de organismos vivos, los
que conforman una cadena trófica de cuatro eslabones básicos: productores
primarios, consumidores primarios, consumidores secundarios y descomponedores.
No obstante, la idea de cadena es una abstracción que se hace para comprender
la complejidad de las múltiples cadenas tróficas presentes en cualquier
ecosistema, las que semejan más bien a una red trófica. Las relaciones de los
organismos vivos de un ecosistema no son lineales, sino que existen muchas
relaciones tróficas colaterales, como parásitos, comensales, simbiontes,
coprófagos, carroñeros. Es evidente que si la dependencia por alimento de parte
de los organismos vivos que ocupan los eslabones posteriores es total respecto
a los eslabones primeros, y que si cada organismo consume energía para
sobrevivir y reproducirse, devolviendo cuando muere menos energía de la que ha
recibido, el peso total de los organismos, aunque no necesariamente el de los
individuos, va decreciendo a medida que se avanza por la cadena alimentaria.
Por ejemplo, en un ecosistema particular, hay menos peso en zorros que en
conejos.
Sin duda que la idea de cadena trófica está lejos de
satisfacer el ideal de paz y armonía concebida por quienes describieron el
Paraíso Terrenal en el libro del Génesis. La realidad muestra que el león no
puede convivir de esa forma idealizada con el cordero. Ambos establecen una
relación depredador-presa, donde el segundo es una víctima "inocente"
de la "despiadada" necesidad de alimentación del primero. No obstante
la "ley de la selva", que es la imposición de la voluntad del más
fuerte, no existe en la selva. Cada ser viviente de la selva persigue
sobrevivir y reproducirse actuando estrictamente según los condicionamientos
que son comunes a todos los individuos de su propia especie. Jamás podrá un
individuo actuar de un modo distinto en su ambiente natural. En algunas
ocasiones él será un depredador de determinados seres vivientes y en otras,
será presa de otro grupo determinado de seres vivientes.
Los productores primarios comprenden la totalidad de los
vegetales, exceptuando los hongos, y ciertos microorganismos dotados de
determinados pigmentos semejantes a las plantas superiores. Mediante la
fotosíntesis éstos estructuran primeramente hidratos de carbono, a los que les
incorpora además una serie de elementos químicos que obtienen del medio, hasta
formar las variadas y complejas macromoléculas orgánicas cargadas de energía,
descritas más arriba, que conforman las unidades discretas de las diversas
subestructuras de sus propias estructuras. Se denominan autótrofos porque son
organismos que se procuran alimentos por sí mismos.
Los consumidores obtienen de los productores primarios, o
de otros consumidores, las moléculas ricas en energía y materia orgánica cuya
utilización dependerá en definitiva de las características bioquímicas del
alimento y de las características metabólicas del consumidor. Se dividen en
consumidores primarios y consumidores secundarios. Los primeros son
principalmente herbívoros y obtienen su alimento de los productores primarios,
o sea, las plantas verdes. Con este alimento y otros elementos del biotopo
(agua, oxígeno, sales, etc.) se auto-estructuran y ejercen fuerza. Igual cosa
ocurre con los consumidores secundarios, excepto que ellos obtienen su alimento
ingiriendo principalmente a los consumidores primarios, pues son carnívoros.
La energía por unidad de peso contenida en la carne es
muy superior a la contenida en los vegetales, ya que éstos poseen componentes
leñosos que sirven para estructurarse en el espacio y que son en general poco
nutritivos, y un trozo de carne engullido en pocos bocados mantiene a un animal
satisfecho por muchas horas. En contra de los buenos deseos de los vegetarianos
para con el ecosistema y la supervivencia de tantos ingenuos e inocentes pero
apetitosos animales, los seres humanos somos principalmente consumidores
secundarios, pues no conseguimos sintetizar todos los aminoácidos que
necesitamos a partir de los vegetales que consumimos, ni aunque los cocinemos.
El déficit en aminoácidos proviene de los herbívoros que sí digieren los
componentes más simples, sintetizándolos. Posteriormente, nosotros los
ingerimos ya metabolizados en forma de carne y productos lácteos. No deja de
ser horrible el pensamiento de que para alimentarnos y gozar de ello como un
buen gourmet, debamos sacrificar criaturas cuya vida es un gozo de
percepciones, emociones y convivencia.
Todos los organismos que mueren y no son devorados por
otros, sean productores primarios o consumidores, así como toda clase de restos
orgánicos, como hojas y ramas caídos de los árboles, excrementos, e incluso
bacterias, son degradados en último término por los descomponedores. Estos
organismos vivientes consumen lo último que va quedando de energía en los
últimos enlaces químicos de las ya degradadas macromoléculas orgánicas
originales. Descomponen los restos orgánicos mediante una especie de digestión
externa y absorben más tarde las sustancias resultantes que les son útiles,
quedando el resto mineralizado. Si los productores primarios incorporan a la
materia orgánica una serie de elementos minerales del medio, los
descomponedores le devuelven esos mismos elementos, mineralizados. Los
descomponedores cierran el ciclo de la materia orgánica y ponen nuevamente a
disposición de los productores primarios los elementos y las moléculas
inorgánicas que necesitan para la síntesis de su propio alimento. Si solamente
los organismos vivientes pueden estructurar las macromoléculas orgánicas,
solamente los organismos vivientes las pueden corrientemente desestructurar. Un
pedazo de madera muerta, por ejemplo, duraría prácticamente en forma indefinida
si no existieran descomponedores. Es gracias a éstos que la biosfera no es un
solo cementerio de vegetales y animales muertos desde hace tiempo en un suelo
agotado de recursos hace mucho.
Los ecólogos han llegado a determinar que cada especie
biológica tiene su propio nicho ecológico, es decir, sus propias especies
presas y su propio espacio de donde los individuos que la componen obtienen el
particular sustento y protección. La competencia entre dos especies sobre el
mismo recurso y el mismo espacio, más el mecanismo de la selección natural que
especializa mejor a la especie para un medio específico, termina siempre con la
victoria de una de ellas para un mismo nicho. En un ecosistema existen muchos
nichos, y mientras más variedad de especies contenga, más son los nichos
ocupados y más eficiente resulta la transformación de la materia orgánica. La
ocupación de un nicho exige de la especie una tan particular especialización
que si este nicho desapareciera por extinción de la especie presa, aquella
especie no tendría probablemente la capacidad para ocupar otro nicho, habida
cuenta de que la adaptación es un lento proceso que depende de la evolución, y
también se extinguiría. No obstante, existe una relación directamente proporcional
entre inteligencia y ocupación de una multiplicidad de nichos. Una inteligencia
más desarrollada permite una mayor capacidad para reconocer el valor
alimenticio y satisfacer el hambre con una mayor variedad de alimentos. Un
animal omnívoro es ciertamente más inteligente.
La especie humana es una especie animal que para
subsistir se rige bajo las mismas leyes que rigen las demás especies, siendo también
parte del ecosistema. Pero podemos observar que la especie humana trasciende la
barrera de los nichos. A pesar de ser la especie menos especializada de todas,
es, por otra parte, la más multifuncional en la procura de su sustento. Ello le
ha permitido subsistir en los más diversos medios y no solo alimentarse de las
más variadas fuentes, tanto vegetales como animales, sino que ha llegado a
industrializar la producción de alimentos. Su multifuncionalidad proviene de su
inteligencia que le ha permitido no sólo adaptarse mejor al medio, sino también
adaptar el medio a sus propias necesidades. La tecnología, producto de su
inteligencia que genera extensiones funcionales artificiales para suplir sus
propias deficiencias físicas, le permite no sólo adaptarse a cualquier hábitat
y extraer los recursos contenidos en forma eficiente, sino que también
transformar el ecosistema de acuerdo a sus propios requerimientos.
Interviniendo en los distintos ecosistemas, los transforma para satisfacer sus
propias necesidades en favor de algunas determinadas y realmente pocas especies
vegetales y animales, que son las que más le favorecen y a las cuales se esmera
no sólo de recolectar, cazar y pescar, sino también de cultivar y criar.
Cabe aún preguntarse por qué el ser humano llega a
extinguir especies. Es sabido que las poblaciones de las especies se regulan
por la relación surgida entre depredador y presa. Si el número de zorros
aumentara en un ecosistema dado, el de conejos tendería a disminuir al existir
mayor presión sobre su población para ser ingerida por la mayor cantidad de
zorros. Luego, la población de conejos disminuiría. Pero esto dejaría a los
zorros con menos alimentos y, por tanto, hambrientos y débiles. Pronto los
zorros disminuirían también en número. Pero si disminuyen mucho, los conejos
aumentarían su número. Un número mayor de conejos los haría fácil presa de los
zorros, posibilitando que aumentara el número de ellos. En consecuencia, en un
ecosistema el número de ambas poblaciones se mantiene relativamente estable y
la proporción entre ambas permanece relativamente en equilibrio. Sin embargo,
la especie humana no depende de un sólo tipo de presa para su subsistencia. Su
falta de especialización para un determinado nicho sumado a su inteligencia le
permite acceder a casi todos los nichos ecológicos que ella desee o que le sea
económicamente más favorable, pues tal es su ingenio. En consecuencia, el ser
humano puede perfectamente acabar con una población completa y seguir
subsistiendo de otras especies. También puede eliminar una especie que no le es
directamente provechosa o le es claramente dañina, mientras favorece a otra que
sí le es más útil. En fin, en el proceso de seleccionar determinadas especies,
puede acabar con algunas especies sin haber sido esa la intención.
El ser humano en cuanto especie animal tuvo sus orígenes
como un consumidor, principalmente secundario, tras haber provenido de
antepasados eminentemente herbívoros. En el curso del desarrollo cultural, que
presupuso un sustancial avance evolutivo de su inteligencia, adquirió
proporcionalmente mayor eficacia como depredador, evitando a la vez ser presa
fácil de sus propios depredadores. Pero también aprendió a conocer los
mecanismos del ecosistema para aprovecharse mejor de la energía que contiene.
Paulatina, pero exponencialmente, comenzó a dominar su propio medio y a
extenderlo a todos los ámbitos de la Tierra, trasponiendo o destruyendo nichos
ecológicos cada vez más numerosos. El uso del fuego hace medio millón de años
atrás y su dominio hace tan sólo unos cien mil años atrás significó que
diversas materias orgánicas ricas en energía y en aminoácidos, que derivan
directamente de los productores primarios pero que no eran comestibles, se
transformaran en alimentos mediante la cocción, la que rompe sus moléculas de
almidón, haciéndolas digeribles. La agricultura, nacida hace unos diez mil años
atrás, permitió apropiarse de algunos variados biotopos, y el pastoreo, surgido
por la misma época, significó seleccionar, adaptar y domesticar las variedades
para él más productivas de la biocenosis. Cada una de estas revoluciones
tecnológicas ha posibilitado a la especie humana una apropiación mayor de la
energía y de la materia orgánica contenida en la biocenocis, acceder a más
ecosistemas para transformarlos, independizarse de la precariedad de la
supervivencia y aumentar exponencialmente el número de su población.
En la actualidad, como muchas voces anuncian alarmadas,
la especie humana, por su creciente número de individuos, su cada vez más
avanzada tecnología, su enorme y creciente capital acumulado y su
insaciabilidad, ha transpuesto posiblemente el umbral que permite la
subsistencia de los ecosistemas y, por tanto, de la biosfera. Los seres humanos
no sólo están agotando los limitados recursos orgánicos del ciclo de la materia
orgánica, sino que los están deteriorando aceleradamente por la contaminación
que genera su desenfrenada producción y consumo por poblaciones cada vez más
numerosas y ávidas. El desarrollo creciente de la especie humana tiene por
contraparte el agotamiento de los recursos naturales. Aquí el problema no es
tanto la futura escasez de energía, aunque nuestro desarrollo económico tenga
por base los hidrocarburos fósiles, ya en proceso de extinción. El problema que
se avecina lo constituye la supuesta creciente disminución de macromoléculas
orgánicas, base de la alimentación de los seres humanos, actualmente sufriendo
un explosivo crecimiento demográfico. También el problema se refiere a las
especies animales que integran las cadenas alimentarias, muchas de las cuales
están extintas irreversiblemente o están en real peligro de extinción.
Mientras la energía es abundante y la tecnología puede
encontrar otros medios para obtenerla, el volumen de biomasa es limitado y está
en acelerada disminución. Esta biomasa es la que se produce mediante la
fotosíntesis, proceso en el cual la tecnología aún no puede intervenir si no es
para ayudar a que se realice con mayor efectividad. Ella está limitada por la
cantidad que está quedando en la biosfera, espacio del universo muy
restringido, y que constituye nuestro único hábitat posible. Por su parte, el
consumo de más energía por parte de los seres humanos terminará por
intensificar la explotación de los recursos biológicos que restan. Lo peculiar
del caso es que no es toda la población humana por igual la causante del fuerte
desequilibrio ecológico en el que nos estamos sumiendo, sino las minorías
altamente consumidoras y cada vez más poderosas de los países desarrollados.
Éstas, además, inducen una explosión demográfica que no sólo causa mayores
penurias a los más desvalidos, cuyo número sigue aumentando, sino que también
los mismos miserables, por su elevado número, contribuyen con su cuota de
ninguna manera marginal al agotamiento de la biosfera.
El ser humano es parte del todo social, pero cada uno
constituye un todo en sí mismo, con derechos inalienables que el todo social
debe respetar. En forma análoga, podemos suponer que la especie humana no
solamente es la cúspide de la evolución biológica, sino que también del
universo, precisamente por la capacidad de pensamiento abstracto y racional de sus
individuos. Sin embargo, también es parte de la biosfera, de la cual constituye
una especie más de la biocenosis. En este segundo respecto, no existe derecho
alguno que excuse la voracidad y la multiplicación de sus individuos. El amplio
mandato expresado al comienzo del libro del Génesis:
"Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los
creó macho y hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos,
y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las
aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la
tierra»" (Gen 1, 27-28), está imponiendo a la especie humana el límite más
obvio de todos: no destruir la Creación divina. "Dominad" significa
también cuidad, conoced, respetad. La limitación de su derecho proviene del
hecho que la especie humana es parte del gran ecosistema terrestre, y si
subsiste allí es porque necesita convivir con otras especies.
Su inteligencia ha llevado al ser humano, por una parte,
a constituirse en la especie biológica más exitosa de la biosfera, y, por la
otra, al límite mismo de las posibilidades de la biosfera, pasado el cual es
predecible tanto su propia destrucción como gran parte de su ambiente. La
pregunta que sigue es: ¿podrá también su inteligencia salvarlo de este
manifiestamente terrible destino? La respuesta es desconocida en el presente, y
muchos ecólogos aseguran que no va quedando mucho tiempo para responderla.
Además, quien tiene la inteligencia es la persona individual, pero ni la
sociedad ni la cultura la poseen. Una inteligencia individual no es rival del
ímpetu de la masa. Muchas veces los movimientos sociales y culturales alteran
la historia con la fuerza de su falta de inteligencia.
La paradoja de la especie humana con relación a la
biosfera es que, por una parte, su inédito éxito se ha debido al ingenio de
algunos pocos de sus individuos que han producido tecnologías eficientes e
innovadoras, junto con la gran capacidad de aprendizaje y comunicación de los
individuos que la constituyen. Por decenas de milenios, a los seres humanos les
bastó el hacha de piedra. La lanza tardó mucho tiempo en aparecer. El arco y la
flecha fueron grandes innovaciones. La innovación tecnológica es en la
actualidad una ocurrencia cotidiana. Tanto la inventiva como el aprendizaje han
posibilitado a los seres humanos la obtención de recursos desde toda la
biodiversidad y de todos los nichos del ecosistema. Este hecho los diferencia
radicalmente de las otras especies que depredan dentro de su propio nicho
biológico. Además, la destrucción de la biodiversidad que acompaña su
explotación trabaja contra su propio éxito. La demanda que actualmente hace la
biosfera a la noosfera, por así decir, es simplemente el establecimiento del
desarrollo sustentable, amén de evitar holocaustos nucleares.
Si el destino de la especie humana es incierto, el
destino de todo organismo viviente es fatalmente seguro: terminar como alimento
de otro. Sin embargo, un organismo mientras vive, sobrevive en la necesaria
interrelación depredador-presa del ecosistema, porque posee una cierta
funcionalidad para sobrevivir frente a la agresividad del medio ambiente hasta
que decae y muere o es muerto. La razón fundamental es que lo que interesa al
mecanismo de la prolongación de la especie, forjadora de un código genético
cada vez más eficiente, es que el organismo sea apto, es decir, que pueda
reproducirse y criar prole a su vez apta, lo que significa tener la capacidad
para sobrevivir en un medio en transformación. La selección natural que
caracteriza el mecanismo de la evolución biológica no es otra cosa que la
subsistencia de aquellas unidades genéticas de la especie que contribuyen a que
los individuos lleguen a sobrevivir y procrear prole fecunda en un medio
competitivo y cambiante.
Evidentemente no interesa en esta perspectiva lo que al
organismo individual pueda ocurrirle después de ese cometido o función, por muy
miserable y penosa que se torne su existencia posterior. Así, en muchas
especies la totalidad de los individuos terminan sus existencias violentamente
como alimento de sus depredadores cuando dejan de ser funcionalmente aptos,
cuando las respuestas del organismo se debilitan, y antes de que sobrevenga una
muerte natural más apacible. En otras, la vejez es fuente de dolencias sin
remisión y de sufrimientos que sólo la muerte termina por aplacarlos. El
objetivo de la supervivencia individual, para el cual evitar el dolor es
funcional, deja de tener importancia en el desarrollo del organismo biológico
cuando el periodo para la reproducción se ha cumplido y ya no puede seguir
desempeñándose. Ciertamente, la evolución no contempla dentro de las ventajas
adaptativas la vejez feliz. Tal condición se da según la sabiduría y
espiritualidad individual.
El mecanismo de la evolución biológica puede conformar
estructuras para funciones específicas relacionadas con la supervivencia y la
reproducción y que, además, pueden ser extremadamente funcionales en otros
aspectos. La extraordinaria funcionalidad del cerebro humano, por ejemplo, nos
permite realizar una enorme cantidad de funciones intelectuales que no son
realmente imprescindibles para nuestra supervivencia y reproducción. De este
modo, una estructura que emergió para una finalidad determinada puede
desempeñar funciones mucho más complejas que la finalidad para la que se
estructuró primitivamente, que subsanan las deficiencias de la evolución para
garantizar una mejor calidad de vida, como asegurar el sustento, curar
enfermedades y aliviar el dolor. En este orden de cosas, podemos pensar que
nuestro mundo es el mejor mundo posible en la perspectiva de la especie humana,
en tanto permite su subsistencia, pero es evidente que no lo es necesariamente
en la perspectiva de la supervivencia de un ser humano individual, quien está consciente
de su diario sufrimiento y de que algún día deberá morir, y sobre todo cuando
su mente le permite imaginar mundos mucho mejores, como contraste con tener
conciencia de su desmedrada situación y con lo terrible que puede llegar a
imaginar su propio destino.
Si pensáramos que la subsistencia de la especie tuviera
que depender exclusivamente, por ejemplo, de la educación de los niños,
deberíamos aceptar que un periodo histórico de mala educación haría peligrar la
especie. Puesto que la subsistencia de cualquier especie, incluida la humana,
depende de su condicionamiento biológico, éste debiera ser respetado en
cualquier decisión política. Este conocimiento no surge de principios
filosóficos a partir de la razón y que luego se codifican en un supuesto
derecho natural, sino que deriva de hallazgos científicos cuyas teorías pueden
sintetizarse a un nivel superior que podríamos llamar, ahora sí, filosofía.
Hasta ahora las toscas y burdas ingenierías sociales, que no han tenido el más
mínimo respeto por la persona ni por el delicado entramado de la biología, han
causado las espantosas tragedias humanas de las que el siglo XX ha tenido que
padecer tan a menudo.
9. EL INSTINTO DE
DOMINIO – UNA TEORÍA
Hace alrededor de quinientos millones de años atrás, durante la explosión
cámbrica, poco después de la aparición
de los seres pluricelulares, surgió la cefalización animal, es decir, el
comienzo del sistema nervioso central o cerebro. Como complemento, también
surgió probablemente el instinto de dominio. Un instinto es una apetencia
animal e irracional. Dicho instinto fue una respuesta evolutivamente ventajosa
hacia el ambiente para controlar los espacios de cobijo, alimentación,
protección y defensa. Mediante este instinto, un animal va registrando en su
memoria los lugares que mejor le van sirviendo y satisfaciendo sus instintos de
supervivencia y reproducción, y persigue radicarse allí para ejercer una
existencia de rutinas. Éstas le hacen la vida más fácil y segura, en vez de
estar ensayando para cada vez comprobar que consigue salir adelante, ya que el
continuo ensayo y error aumenta cuantivamente la posibilidad de no lograrlo y
morir en el intento.
En los seres humanos el instinto de
dominio se desbocó cuando adquirieron las facultades del pensamiento lógico y
abstracto. Ellos comenzaron a estar conscientes de su acción intencional sobre
el medio y cómo transformarlo en su propio beneficio, a distinguir entre
dominio colectivo y dominio individual y sobre todo a proyectarse al futuro. De
este modo, el concepto “dominio”, ya en un plano moral, pasó a significar:
potestad, imperio, propiedad, autoridad, poderío, influencia, conquista,
apropiación, ascendencia, dominación, violación, riqueza, fama y gloria.
Además, los humanos son los únicos seres biológicos que tienen conciencia de la
muerte, que viene siendo la nada y la absoluta negación del instinto de
supervivencia. “Polvo eres y en polvo de convertirás” (Gen. 3:19) resume el
destino del individuo humano pero niega la creencia en la resurrección de los
muertos. Ejercer el instinto de dominio ha llegado a ser una forma de superar
de alguna manera la muerte y prolongarse en el tiempo. Innumerables evasivas de
la dura realidad se han usado, desde construir colosales pirámides hasta métodos
criogénicos, pasando por la creencia de la transmigración de las almas y siendo
el más recurrido la prolongación a través de los hijos, y tal vez la de
escribir un libro o plantar un árbol.
Los más famosos del psicoanálisis han
tratado el instinto de dominio de manera si acaso tangencial. Sigmund Freud no
lo reconoció, Karl Jung no lo incluyó en sus arquetipos, aunque reconoció el símbolo
de poder y los esfuerzos para alcanzarlo, cuya preeminencia es para él del
varón. Alfred Adler describió la reacción frustrada que tenemos cuando nuestras
necesidades básicas, como la necesidad de comer o ser amados, no son
satisfechas con frases como "impulso de agresión". La psicología ni
menciona este instinto.
En cambio, la etología, que es el
estudio del comportamiento animal, no diserta directamente de instinto de
dominio, pero lo entiende cuando habla de dominación se ocupa del instinto de
dominación, aunque no lo expresen de dicha manera. Para ella, el dominio es el
acceso preferencial de un individuo sobre otro a los recursos. De este modo, el
dominio es el estado de tener un estatus social alto en relación con uno o más
individuos, que reaccionan sumisamente a los individuos dominantes, lo que
permite que el individuo dominante obtenga acceso a recursos tales como
alimentos, territorios o parejas potenciales a expensas del individuo sumiso,
sin recurrir a agresiones activas. La ausencia o reducción de la agresión
significa que el gasto energético innecesario y el riesgo de lesiones se
reducen para ambos potenciales adversarios.
El dominio puede ser una relación
entre dos individuos, terminando uno dominante y otro sumiso, o puede ser
jerárquica, en la que siempre en su grupo termina dominando uno y ejerciendo
control sobre los demás. El dominante domina por peleas y amenazas y el
dominado se somete. Entonces la intensidad de la agresión disminuye. La función
última de una jerarquía de dominación es aumentar la aptitud del grupo, ya que
luchar por adquirir recursos como alimentos y parejas es costoso en tiempo, energía
y riesgo de lesiones. En la naturaleza las jerarquías de dominación no se
encuentran en grupos de gran tamaño.
El instinto de dominio se acentúa y
especifica con la testosterona. Ésta es la hormona sexual masculina que es
segregada especialmente en los testículos, pero también, y en menor cantidad,
en el ovario y en la corteza suprarrenal, y tiene efectos morfológicos,
metabólicos y psíquicos. También es un esteroide anabólico. Sus efectos
androgénicos prenatales ocurren entre cuatro y seis semanas de gestación. En
promedio, la concentración de testosterona en el plasma sanguíneo en un adulto
humano masculino es diez veces mayor que la concentración en el plasma de
adultas humanas femeninas. La atención, la memoria y la capacidad espacial son
funciones cognitivas clave afectadas por la testosterona en los seres humanos.
La correlación positiva entre niveles
de testosterona y la agresividad en humanos ha sido demostrada en muchos
estudios. Éstos han encontrado una correlación directa entre la testosterona y
la dominación, especialmente entre los criminales más violentos de la prisión
que tenían los niveles más altos de testosterona. También han encontrado que la
testosterona está asociada con rasgos de personalidad relacionados con la
criminalidad, como el comportamiento antisocial y el alcoholismo. Asimismo, que
la testosterona facilita la agresión mediante la modulación de los receptores
de vasopresina en el hipotálamo. La testosterona está significativamente
correlacionada con el comportamiento competitivo. Se cree que ésta mejora las
habilidades del individuo para adquirir los recursos para sobrevivir, atraer y
copular con sus parejas tanto como sea posible y que las mujeres tienden a
encontrarlas atractivas. Se teoriza que la testosterona y otros andrógenos han
evolucionado para masculinizar el cerebro y hacer a los individuos más
competitivo incluso hasta el punto de arriesgar daños a ellos mismos y a los
demás. También se puede teorizar que la mayoría de los jefes de estado tienen
altos niveles de testosterona, a juzgar por sus ambiciones, crueldad y búsqueda
de mujeres.
Sin embargo, si niveles altos de
testosterona generan dominación, agresividad y acoso sexual, se ha descubierto
recientemente, midiendo la testosterona en los restos óseos de los seres humanos,
que niveles bajos en los hombres pero altos en las mujeres permite la creación
artística, la innovación tecnológica en el avance de utensilios y herramientas,
además de una manera más intrincada de cosechar alimentos. Adicionalmente, se
produce un temperamento más cooperativo, menos hostil y dispuestos a socializar
con otros en grupos más grandes, lo que posibilita el progreso en la
civilización y la cultura. La primitiva humanidad pudo haber sido reprimida por
el adverso medio como para producir o crear arte, ya que sus niveles de
testosterona eran muy altos. En Europa esta situación comenzó a cambiar con las
pinturas e imágenes de arte visual en cavernas descubiertas cerca de Málaga,
España, de hace unos 42.000 años atrás.
En la larga fase tribal de la
evolución de la humanidad el instinto de dominio destacó a los hombres en la
supervivencia práctica de proveer lo sustancial de la alimentación a través de
la caza y la pesca, mientras las mujeres estaban atadas a la pesada función de
la crianza de la prole, sobre todo cuando los cada vez más prolongadamente
desvalidos hijos requerían una creciente y más extendida atención y dedicación,
y a convivir continuamente con las otras mujeres de la tribu. Además de un
incremento en el tamaño y la musculatura de los hombres demandado por su
actividad cazadora, las decenas de miles de años de esta fase acentuaron el
dimorfismo sexual, no sólo en musculatura, sino especialmente en la psicología
humana. Los estudios actuales muestran que los hombres y las mujeres piensan de
modo diferente: los hombres tienen más conciencia espacial y las mujeres
procesan mejor la información social; los hombres adoptan un enfoque de su
entorno más basado en hechos, a menudo buscando amenazas y desafíos, y las
mujeres tienden a adoptar un enfoque más intuitivo porque perciben a las
personas y los eventos más profundamente y con mayor capacidad de memoria; los
hombres tienden a converger en su pensamiento, definen y aclaran el problema y
comienzan por eliminar y aislar los problemas, y las mujeres a menudo definen
el problema en términos más amplios y examinan una gama más amplia de factores
potenciales antes de entrar en el modo de solución; es por eso que los hombres
quieren zambullirse en la solución de los problemas y las mujeres quieren
hablar de éstos; los hombres gravitan hacia los hechos y la lógica y las
mujeres están orientadas hacia la intuición y la emoción.
Probablemente uno de los muchos logros
de las mujeres fue la revolución agrícola pastoril que inauguró la siguiente
fase de la humanidad, hace unos diez mil años atrás, y fue precisamente la
selección y cultivo de las semillas que solían recolectar y la domesticación de
animales de granja. Nuevamente, los hombres, que dejaron de ocuparse de la caza
pero más fornidos, atendieron las tareas más arduas del cultivo y la ganadería,
mientras las mujeres, ocupadas como siempre en la crianza de niños,
suplementaban estas tareas. Los hombres seguían dominando a sus mujeres. Mucho
tiempo después, a pesar de la revolución industrial, esta situación de
sometimiento doméstico ha podido persistir hasta hace recientemente, cuando en
los procesos de producción se remplazaron los músculos por motores y los
capitalistas promovieron el trabajo femenino como una manera de disminuir costos
en remuneraciones y aumentar el mercado para sus productos. Las mujeres
pudieron desempeñar los mismos trabajos de los hombres y han podido
independizarse del sometimiento masculino.
El instinto de dominio actúa
potentemente en la economía. Ésta es una actividad humana de esfuerzo y
aplicación de técnicas y tecnologías que nos provee con bienes que permiten
satisfacer las múltiples necesidades materiales humanas. Ella extrae recursos
naturales, los transforma produciendo bienes y servicios que satisfacen
nuestras múltiples necesidades vitales y asegura que serán satisfechas incluso en
el futuro. Esta actividad requiere trabajo, el que requiere esfuerzo,
sacrificio y sufrimiento, pero que se debe necesariamente efectuar, pues “quien
no trabaja, no come”, según dice el adagio paulino.
Sin embargo, habría que ser
terriblemente ingenuo si supusiéramos que la economía tratara simplemente de la
organización colectiva destinada a la satisfacción de las necesidades
materiales de los seres humanos. Ella no es de ninguna manera una actividad desinteresada,
sino que trata de dominio y propiedad de los factores de la producción con la
finalidad de obtener ganancias. Puesto que el propietario está más interesado
en sus utilidades, impone una rigurosa carga y disciplina al trabajador por la
menor remuneración posible. La economía se funda en un supuesto derecho
inalienable sobre la propiedad privada, pero que en la realidad es resguardado
por el estado de derecho afianzado por policías y militares a su servicio, y la
política del estado está dominada por los individuos y grupos más poderosos,
normalmente los más ricos, siendo la democracia una mera ficción. La propiedad
privada no es más que apropiación de la acumulación de trabajo ajeno y
privilegios que su propietario invierte para obtener rentas, intereses,
utilidades o beneficios. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos
humanos está la economía y los siete pecados capitales según el papa Gregorio
Magno (540-604): lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia/codicia, pereza y
gula, que la conducen.
En la política el instinto de dominio
está perfectamente descrito en el pensamiento del florentino Nicolás Maquiavelo
(1469-1527), quien, por su obra El
príncipe, 1532, ha tenido una enorme influencia en la forma de hacer
política. Para él la política es un asunto de “razón de estado” y nada tiene
que ver con la moral, la ética o la religión. Parte de la idea de que el ser
humano es por naturaleza perverso y egoísta, sólo preocupado por su seguridad y
por aumentar su poder sobre los demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un
príncipe astuto y sin escrúpulos morales, puede garantizar la paz y el orden
que frene la violencia humana. El príncipe debe tener la capacidad de manipular
situaciones, ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines,
pues lo que vale es el resultado. Tendrá que recurrir a la astucia, al engaño
y, si es necesario, a la crueldad. Los medios no importan, no es necesaria la
moral. Política y moral son dos ámbitos distintos y contradictorios. No debe
tener virtudes, solo aparentarlas. Para conservar su Estado él se ve a menudo obligado
a actuar contra la fe, la caridad, la humanidad, la religión. Dicha obra tuvo
gran influencia, incluso fue traducida y comentada por Napoleón.
Como contrapunto, desde las polis
griegas muchos han intentado proponer caminos más justos y pacíficos como la
liberación del instinto irracional de dominio en materias económicas y
políticas, como La ciudad de Dios de
Agustín de Hipona, Utopía de Tomás Moro,
las misiones jesuíticas del Paraguay, la libertad-igualdad-fraternidad de la
Revolución francesa, la sociedad sin clases sociales de Karl Marx, el Estado
centrado en la defensa de los derechos humanos y el bien común.
Sin embargo, no es necesario leer El príncipe para detectar a lo largo de
la historia humana, “los tiempos” en el lenguaje apocalíptico, el instinto de
dominio en el ejercicio de la política. Ello es patente en los intentos de
dominación global, o al menos del propio mundo conocido, las potencias o sus
ambiciosos caudillos han pretendido realizarla a través del ejército (Imperio
romano), del arco compuesto (Atila), de la religión (musulmanes, incas), de
hordas (Gengis Kan), del dominio de los mares (el Reino Unido), de la raza
superior (Hitler), del aire (Imperio japonés), del sionismo (Israel), de las
corporaciones internacionales (EE.UU.), de la producción masiva (China), del
petróleo (EE.UU.), de sanciones (EE.UU.). El mismo Maquiavelo habría criticado
cada intento de dominación por haber terminado fracasando. Probablemente no hay
forma de tener éxito en este tipo de empresa.
Acerca de este problema del dominio, hace
más de dos mil años, en el Fedón de Platón Sócrates afirmaba: “que el verdadero
hombre es aquel que sabe dominar sus instintos, el verdadero hombre esclavo es
el que no sabe dominar sus instintos y llega a ser víctima de los mismos”.
Efectivamente, él ya no apelaba al instinto para dominar al instinto, sino a la
voluntad, que es el dominio de la razón. La acción intencional, que depende de
la razón, debe someter la acción instintiva según parámetros morales. El
Evangelio enseña que cada persona debe velar por amar al prójimo, ser justa y
ser respetuosa. Amor es dar al otro lo que necesita según lo que uno puede sin
afectar sus responsabilidades. La justicia es dar al otro lo que uno le debe o
adeuda. El respeto es considerarse a sí mismo en igual condición que el otro.
Pero es una imposibilidad demandar a la generalidad de los seres humanos que
sean morales en sus acciones en vista que muchos son dominados por sus
instintos, debiendo contentarnos a vivir en un mundo lleno de injusticias y
maldades. Al fin y al cabo, los humanos no somos más que animales con algo de
racionalidad, o ¿podría ser de otra manera?
10. EL INSTINTO DE DOMINIO – UNA TEORÍA
Hace alrededor de quinientos millones de años atrás, durante la explosión
cámbrica, poco después de la aparición
de los seres pluricelulares, surgió la cefalización animal, es decir, el
comienzo del sistema nervioso central o cerebro. Como complemento, también surgió
probablemente el instinto de dominio. Un instinto es una apetencia animal e
irracional. Dicho instinto fue una respuesta evolutivamente ventajosa hacia el
ambiente para controlar los espacios de cobijo, alimentación, protección y
defensa. Mediante este instinto, un animal va registrando en su memoria los
lugares que mejor le van sirviendo y satisfaciendo sus instintos de
supervivencia y reproducción, y persigue radicarse allí para ejercer una
existencia de rutinas. Éstas le hacen la vida más fácil y segura, en vez de
estar ensayando para cada vez comprobar que consigue salir adelante, ya que el
continuo ensayo y error aumenta cuantivamente la posibilidad de no lograrlo y
morir en el intento.
En los seres humanos el instinto de dominio se desbocó
cuando adquirieron las facultades del pensamiento lógico y abstracto. Ellos
comenzaron a estar conscientes de su acción intencional sobre el medio y cómo
transformarlo en su propio beneficio, a distinguir entre dominio colectivo y
dominio individual y sobre todo a proyectarse al futuro. De este modo, el
concepto “dominio”, ya en un plano moral, pasó a significar: potestad, imperio,
propiedad, autoridad, poderío, influencia, conquista, apropiación, ascendencia,
dominación, violación, riqueza, fama y gloria. Además, los humanos son los
únicos seres biológicos que tienen conciencia de la muerte, que viene siendo la
nada y la absoluta negación del instinto de supervivencia. “Polvo eres y en
polvo de convertirás” (Gen. 3:19) resume el destino del individuo humano pero
niega la creencia en la resurrección de los muertos. Ejercer el instinto de
dominio ha llegado a ser una forma de superar de alguna manera la muerte y
prolongarse en el tiempo. Innumerables evasivas de la dura realidad se han
usado, desde construir colosales pirámides hasta métodos criogénicos, pasando
por la creencia de la transmigración de las almas y siendo el más recurrido la
prolongación a través de los hijos, y tal vez la de escribir un libro o plantar
un árbol.
Los más famosos del psicoanálisis han tratado el instinto
de dominio de manera si acaso tangencial. Sigmund Freud no lo reconoció, Karl
Jung no lo incluyó en sus arquetipos, aunque reconoció el símbolo de poder y
los esfuerzos para alcanzarlo, cuya preeminencia es para él del varón. Alfred
Adler describió la reacción frustrada que tenemos cuando nuestras necesidades
básicas, como la necesidad de comer o ser amados, no son satisfechas con frases
como "impulso de agresión". La psicología ni menciona este instinto.
En cambio, la etología, que es el estudio del
comportamiento animal, no diserta directamente de instinto de dominio, pero lo
entiende cuando habla de dominación se ocupa del instinto de dominación, aunque
no lo expresen de dicha manera. Para ella, el dominio es el acceso preferencial
de un individuo sobre otro a los recursos. De este modo, el dominio es el
estado de tener un estatus social alto en relación con uno o más individuos,
que reaccionan sumisamente a los individuos dominantes, lo que permite que el
individuo dominante obtenga acceso a recursos tales como alimentos, territorios
o parejas potenciales a expensas del individuo sumiso, sin recurrir a
agresiones activas. La ausencia o reducción de la agresión significa que el
gasto energético innecesario y el riesgo de lesiones se reducen para ambos
potenciales adversarios.
El dominio puede ser una relación entre dos individuos,
terminando uno dominante y otro sumiso, o puede ser jerárquica, en la que
siempre en su grupo termina dominando uno y ejerciendo control sobre los demás.
El dominante domina por peleas y amenazas y el dominado se somete. Entonces la
intensidad de la agresión disminuye. La función última de una jerarquía de
dominación es aumentar la aptitud del grupo, ya que luchar por adquirir
recursos como alimentos y parejas es costoso en tiempo, energía y riesgo de
lesiones. En la naturaleza las jerarquías de dominación no se encuentran en
grupos de gran tamaño.
El instinto de dominio se acentúa y especifica con la
testosterona. Ésta es la hormona sexual masculina que es segregada
especialmente en los testículos, pero también, y en menor cantidad, en el
ovario y en la corteza suprarrenal, y tiene efectos morfológicos, metabólicos y
psíquicos. También es un esteroide anabólico. Sus efectos androgénicos
prenatales ocurren entre cuatro y seis semanas de gestación. En promedio, la
concentración de testosterona en el plasma sanguíneo en un adulto humano
masculino es diez veces mayor que la concentración en el plasma de adultas
humanas femeninas. La atención, la memoria y la capacidad espacial son
funciones cognitivas clave afectadas por la testosterona en los seres humanos.
La correlación positiva entre niveles de testosterona y
la agresividad en humanos ha sido demostrada en muchos estudios. Éstos han
encontrado una correlación directa entre la testosterona y la dominación,
especialmente entre los criminales más violentos de la prisión que tenían los
niveles más altos de testosterona. También han encontrado que la testosterona
está asociada con rasgos de personalidad relacionados con la criminalidad, como
el comportamiento antisocial y el alcoholismo. Asimismo, que la testosterona
facilita la agresión mediante la modulación de los receptores de vasopresina en
el hipotálamo. La testosterona está significativamente correlacionada con el
comportamiento competitivo. Se cree que ésta mejora las habilidades del
individuo para adquirir los recursos para sobrevivir, atraer y copular con sus
parejas tanto como sea posible y que las mujeres tienden a encontrarlas
atractivas. Se teoriza que la testosterona y otros andrógenos han evolucionado
para masculinizar el cerebro y hacer a los individuos más competitivo incluso
hasta el punto de arriesgar daños a ellos mismos y a los demás. También se
puede teorizar que la mayoría de los jefes de estado tienen altos niveles de
testosterona, a juzgar por sus ambiciones, crueldad y búsqueda de mujeres.
Sin embargo, si niveles altos de testosterona generan
dominación, agresividad y acoso sexual, se ha descubierto recientemente,
midiendo la testosterona en los restos óseos de los seres humanos, que niveles
bajos en los hombres pero altos en las mujeres permite la creación artística,
la innovación tecnológica en el avance de utensilios y herramientas, además de
una manera más intrincada de cosechar alimentos. Adicionalmente, se produce un
temperamento más cooperativo, menos hostil y dispuestos a socializar con otros
en grupos más grandes, lo que posibilita el progreso en la civilización y la
cultura. La primitiva humanidad pudo haber sido reprimida por el adverso medio como
para producir o crear arte, ya que sus niveles de testosterona eran muy altos. En
Europa esta situación comenzó a cambiar con las pinturas e imágenes de arte
visual en cavernas descubiertas cerca de Málaga, España, de hace unos 42.000
años atrás.
En la larga fase tribal de la evolución de la humanidad
el instinto de dominio destacó a los hombres en la supervivencia práctica de
proveer lo sustancial de la alimentación a través de la caza y la pesca, mientras
las mujeres estaban atadas a la pesada función de la crianza de la prole, sobre
todo cuando los cada vez más prolongadamente desvalidos hijos requerían una
creciente y más extendida atención y dedicación, y a convivir continuamente con
las otras mujeres de la tribu. Además de un incremento en el tamaño y la
musculatura de los hombres demandado por su actividad cazadora, las decenas de
miles de años de esta fase acentuaron el dimorfismo sexual, no sólo en
musculatura, sino especialmente en la psicología humana. Los estudios actuales
muestran que los hombres y las mujeres piensan de modo diferente: los hombres
tienen más conciencia espacial y las mujeres procesan mejor la información
social; los hombres adoptan un enfoque de su entorno más basado en hechos, a
menudo buscando amenazas y desafíos, y las mujeres tienden a adoptar un enfoque
más intuitivo porque perciben a las personas y los eventos más profundamente y
con mayor capacidad de memoria; los hombres tienden a converger en su
pensamiento, definen y aclaran el problema y comienzan por eliminar y aislar
los problemas, y las mujeres a menudo definen el problema en términos más
amplios y examinan una gama más amplia de factores potenciales antes de entrar
en el modo de solución; es por eso que los hombres quieren zambullirse en la
solución de los problemas y las mujeres quieren hablar de éstos; los hombres
gravitan hacia los hechos y la lógica y las mujeres están orientadas hacia la
intuición y la emoción.
Probablemente uno de los muchos logros de las mujeres fue
la revolución agrícola pastoril que inauguró la siguiente fase de la humanidad,
hace unos diez mil años atrás, y fue precisamente la selección y cultivo de las
semillas que solían recolectar y la domesticación de animales de granja.
Nuevamente, los hombres, que dejaron de ocuparse de la caza pero más fornidos,
atendieron las tareas más arduas del cultivo y la ganadería, mientras las
mujeres, ocupadas como siempre en la crianza de niños, suplementaban estas
tareas. Los hombres seguían dominando a sus mujeres. Mucho tiempo después, a
pesar de la revolución industrial, esta situación de sometimiento doméstico ha
podido persistir hasta hace recientemente, cuando en los procesos de producción
se remplazaron los músculos por motores y los capitalistas promovieron el
trabajo femenino como una manera de disminuir costos en remuneraciones y
aumentar el mercado para sus productos. Las mujeres pudieron desempeñar los
mismos trabajos de los hombres y han podido independizarse del sometimiento
masculino.
El instinto de dominio actúa potentemente en la economía.
Ésta es una actividad humana de esfuerzo y aplicación de técnicas y tecnologías
que nos provee con bienes que permiten satisfacer las múltiples necesidades
materiales humanas. Ella extrae recursos naturales, los transforma produciendo
bienes y servicios que satisfacen nuestras múltiples necesidades vitales y
asegura que serán satisfechas incluso en el futuro. Esta actividad requiere
trabajo, el que requiere esfuerzo, sacrificio y sufrimiento, pero que se debe
necesariamente efectuar, pues “quien no trabaja, no come”, según dice el adagio
paulino.
Sin embargo, habría que ser terriblemente ingenuo si
supusiéramos que la economía tratara simplemente de la organización colectiva
destinada a la satisfacción de las necesidades materiales de los seres humanos.
Ella no es de ninguna manera una actividad desinteresada, sino que trata de
dominio y propiedad de los factores de la producción con la finalidad de
obtener ganancias. Puesto que el propietario está más interesado en sus
utilidades, impone una rigurosa carga y disciplina al trabajador por la menor
remuneración posible. La economía se funda en un supuesto derecho inalienable
sobre la propiedad privada, pero que en la realidad es resguardado por el
estado de derecho afianzado por policías y militares a su servicio, y la
política del estado está dominada por los individuos y grupos más poderosos,
normalmente los más ricos, siendo la democracia una mera ficción. La propiedad
privada no es más que apropiación de la acumulación de trabajo ajeno y
privilegios que su propietario invierte para obtener rentas, intereses,
utilidades o beneficios. En el origen de las guerras y los peores sufrimientos
humanos está la economía y los siete pecados capitales según el papa Gregorio
Magno (540-604): lujuria, ira, soberbia, envidia, avaricia/codicia, pereza y
gula, que la conducen.
En la política el instinto de dominio está perfectamente
descrito en el pensamiento del florentino Nicolás Maquiavelo (1469-1527),
quien, por su obra El príncipe, 1532,
ha tenido una enorme influencia en la forma de hacer política. Para él la
política es un asunto de “razón de estado” y nada tiene que ver con la moral,
la ética o la religión. Parte de la idea de que el ser humano es por naturaleza
perverso y egoísta, sólo preocupado por su seguridad y por aumentar su poder
sobre los demás; sólo un estado fuerte, gobernado por un príncipe astuto y sin
escrúpulos morales, puede garantizar la paz y el orden que frene la violencia
humana. El príncipe debe tener la capacidad de manipular situaciones,
ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines, pues lo que
vale es el resultado. Tendrá que recurrir a la astucia, al engaño y, si es
necesario, a la crueldad. Los medios no importan, no es necesaria la moral. Política
y moral son dos ámbitos distintos y contradictorios. No debe tener virtudes,
solo aparentarlas. Para conservar su Estado él se ve a menudo obligado a actuar
contra la fe, la caridad, la humanidad, la religión. Dicha obra tuvo gran
influencia, incluso fue traducida y comentada por Napoleón.
Como contrapunto, desde las polis griegas muchos han
intentado proponer caminos más justos y pacíficos como la liberación del
instinto irracional de dominio en materias económicas y políticas, como La ciudad de Dios de Agustín de Hipona, Utopía de Tomás Moro, las misiones
jesuíticas del Paraguay, la libertad-igualdad-fraternidad de la Revolución
francesa, la sociedad sin clases sociales de Karl Marx, el Estado centrado en
la defensa de los derechos humanos y el bien común.
Sin embargo, no es necesario leer El príncipe para detectar a lo largo de la historia humana, “los
tiempos” en el lenguaje apocalíptico, el instinto de dominio en el ejercicio de
la política. Ello es patente en los intentos de dominación global, o al menos
del propio mundo conocido, las potencias o sus ambiciosos caudillos han
pretendido realizarla a través del ejército (Imperio romano), del arco
compuesto (Atila), de la religión (musulmanes, incas), de hordas (Gengis Kan),
del dominio de los mares (el Reino Unido), de la raza superior (Hitler), del
aire (Imperio japonés), del sionismo (Israel), de las corporaciones
internacionales (EE.UU.), de la producción masiva (China), del petróleo
(EE.UU.), de sanciones (EE.UU.). El mismo Maquiavelo habría criticado cada
intento de dominación por haber terminado fracasando. Probablemente no hay
forma de tener éxito en este tipo de empresa.
Acerca de este problema del dominio, hace más de dos mil
años, en el Fedón de Platón Sócrates afirmaba: “que el verdadero hombre es
aquel que sabe dominar sus instintos, el verdadero hombre esclavo es el que no
sabe dominar sus instintos y llega a ser víctima de los mismos”. Efectivamente,
él ya no apelaba al instinto para dominar al instinto, sino a la voluntad, que
es el dominio de la razón. La acción intencional, que depende de la razón, debe
someter la acción instintiva según parámetros morales. El Evangelio enseña que
cada persona debe velar por amar al prójimo, ser justa y ser respetuosa. Amor
es dar al otro lo que necesita según lo que uno puede sin afectar sus
responsabilidades. La justicia es dar al otro lo que uno le debe o adeuda. El
respeto es considerarse a sí mismo en igual condición que el otro. Pero es una
imposibilidad demandar a la generalidad de los seres humanos que sean morales
en sus acciones en vista que muchos son dominados por sus instintos, debiendo
contentarnos a vivir en un mundo lleno de injusticias y maldades. Al fin y al
cabo, los humanos no somos más que animales con algo de racionalidad, o ¿podría
ser de otra manera?
11. EL SISTEMA DE LA AFECTIVIDAD
LA PERSPECTIVA DE UNA PSICOLOGÍA
FILOSÓFICA
La función general del sistema
nervioso de un animal es permitirle relacionarse con el medio externo para
recibir información, procesarla y reaccionar consecuentemente sobre éste, y se
especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares: cognitiva,
afectiva y efectiva. En la
estructuración afectiva más primitiva de esta función se encuentra el mecanismo
de placer - dolor que impele a un animal a actuar en procura de su
supervivencia y reproducción. A partir de este mecanismo básico, se estructuran
mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para generar emociones
y además, en los seres humanos, producir sentimientos.
El sistema de la afectividad es de naturaleza biológica y
ocurre en el sistema nervioso central de un animal, lo que llamamos cerebro.
Éste es una estructura fisiológica que tiene por función general relacionarse
con el medio externo para recibir información, procesarla y reaccionar
consecuentemente sobre éste. Las unidades discretas de esta estructura son
células especializadas en transmitir señales que se llaman neuronas. Éstas
están densamente interconectadas a través de conexiones llamadas sinapsis. Las
señales que recorren cada neurona son de naturaleza eléctrica, pero para cruzar
las sinapsis se transforman en señales de naturaleza química. Una señal demora
50 m/s en recorrer una red nerviosa.
La función general del sistema nervioso central se
especifica en tres órdenes de funciones psicológicas particulares: cognitiva,
afectiva y efectiva. Cada una tiene por objeto la producción de estructuras
psíquicas distintivas que permiten al animal relacionarse de manera particular
con su medio externo. La función cognitiva elabora contenidos de conciencia; la
afectiva produce estados de ánimo, y la efectiva genera deseos. Estas
estructuras psíquicas se relacionan entre sí y se unifican en la conciencia. A
este conjunto estructural psíquico que produce el sistema nervioso central se
le llama mente. Estas tres funciones del cerebro se explican por las exigencias
biológicas del animal para sobrevivir y reproducirse.
El sistema nervioso central se relaciona con el medio
externo a través de tres redes neuronales: dos redes aferentes y una red
eferente. Mediante la red neuronal aferente cognitiva el centro de cognición
del sistema nervioso central está conectado con órganos de sensación, los
comúnmente llamados “sentidos de percepción”, ubicados principalmente en la
periferia del animal. Éste recibe un flujo constante de información sensorial
en forma de señales (visual, olfativa, táctil, auditiva, gustativa) que
provienen de los órganos de sensación, y éstas son procesadas para producir
estructuras psíquicas en una estructuración integradora de escalas inclusivas
cada vez mayores. En este proceso sintético las unidades discretas de una
escala se integran en una estructura de la escala siguiente y superior, la que
pasa a ser una unidad discreta para una nueva estructura en la escala superior
que sigue. Primero las señales se estructuran en percepciones, y éstas se
estructuran en imágenes. Solo en los seres humanos las imágenes se estructuran
en ideas y conceptos, y éstas en proposiciones y juicios. Las percepciones, las
imágenes y las ideas son representaciones psíquicas de la realidad objetiva
cognoscible y se llaman contenidos de conciencia. Junto con la información
almacenada en la memoria las representaciones son procesadas para conocer el entorno.
La cognición de un organismo biológico no es una entidad
puramente epistemológica, de conocimiento frío de su medio externo. Ella está
íntimamente vinculada a su afectividad, que pertenece al segundo orden de
funciones psicológicas. Para ser funcional en el propósito de la supervivencia
y la reproducción, necesita involucrarse afectivamente con el objeto cognitivo,
ya sea relacionándose, ya sea rechazándolo. El centro afectivo del sistema
nervioso central se involucra con el entorno a través de la red aferente
afectiva que transmite información sensible y cuyo extremo son terminales
nerviosos. Éstos son estimulados por acciones físicas del medio externo, como
la temperatura, la presión, las ondas electromagnéticas, etc. Los estímulos son
transmitidos codificados hasta el centro afectivo, donde son decodificadas como
sensaciones de placer o dolor, o una mezcla de ambos. Además, ambas redes
aferentes comparten algunas señales. Los objetos que el organismo conoce y que
lo pueden afectar son sentidos por el mismo organismo mediante estas
sensaciones de placer y dolor, reforzando la calidad de bueno o malo para sí de
lo que conoce. Este orden será el objeto del análisis de este artículo.
Mediante el tercer orden de funciones psicológicas el
animal reacciona ante lo que conoce, revestido por la calidad impresa por su
efectividad. En su escala más simple la respuesta del organismo es frente a
estímulos. En una escala mayor y más compleja, la acción responde a la
conciencia de lo otro y es instintiva. En la escala del ser humano, que es el
de la conciencia de sí, la acción es intencional. A través de la red eferente
el sistema nervioso central del organismo posee conexiones nerviosas para
comandar y dirigir el sistema motor de los músculos, que en combinación con las
partes de su esqueleto, permiten su acción física sobre su entorno en cada
situación.
Adaptación y autonomía
En la existencia biológica nunca se llegan a satisfacer
definitivamente los apetitos ni tampoco se llega a superar la amenaza de peligro.
Para sobrevivir un organismo biológico necesita permanentemente energía del
medio y ciertas condiciones ambientales mínimas de seguridad. La supervivencia
significa tanto la satisfacción de las necesidades que continuamente surgen,
como la obtención de un estado de seguridad que esté libre de la amenaza de
depredadores y de otras amenazas a la vida.
En la evolución biológica las aptitudes de supervivencia
y reproducción se incrementan cuando los organismos biológicos obtienen mayor
autonomía, pues consiguen apoderarse de nichos ecológicos más abundantes y
nutritivos y protegerse de posibles depredadores. En comparación con los
vegetales, que no tienen cognición, afectividad ni efectividad, esta mayor
autonomía se ha conseguido mediante la estructuración del sistema nervioso,
cuya función es la transmisión de señales electroquímicas y la elaboración de
contenidos de conciencia, que funciona en la psiquis de los seres cerebrados.
Las funciones, aptitudes, instintos, impulsos, tendencias
o necesidades biológicas fundamentales de supervivencia y reproducción
condicionan el comportamiento del organismo biológico. Ellas surgen en el ser
viviente como consecuencia de haberlos heredado de sus progenitores. De ellas
depende la subsistencia de su especie. Es más, ambos impulsos, que para usar
términos freudianos vendrían a ser el anti-thanatos
y el eros, determinan la totalidad
del comportamiento del organismo hacia su medio externo.
Probablemente, un vegetal no está tan presionado por su
supervivencia desde el momento que sus cloroplastos logran alimentarlo
fácilmente en el mismo sitio donde ha echado raíces, dependiendo más de sus favorables
características hereditarias que de su escasa o nula autonomía. Una especie
vegetal sin autonomía alguna puede mejorar la aptitud de sus individuos para
sobrevivir y reproducirse en un medio seco, favoreciendo superficies expuestas
al ambiente más reducidas para limitar la evapotranspiración, hojas más
carnudas para conservar el agua, raíces más largas para que penetren más profundamente
y logren alcanzar la humedad de las aguas subterráneas. Si el medio donde un
vegetal debe sobrevivir y reproducirse es de muchos y voraces consumidores
secundarios, los caracteres que una especie vegetal favorecerá serán un tronco
leñoso, espinas por su superficie, savia de sabores repugnantes o venenosos.
La evolución biológica puede verse como un avance en la
autonomía de los organismos biológicos para perseguir su supervivencia y
reproducción, pues asegura mejor la prolongación de la especie. Una mayor
autonomía y movilidad implica una mayor complejidad orgánica. Un animal es más
complejo que un vegetal. En este sentido, la evolución favorece las
características que permiten respuestas más autónomas y, por tanto, más
versátiles y plásticas a las presiones y exigencias del ambiente; y también
tiende a mejorar las características hereditarias frente a las cambiantes
demandas del medio.
Cualquiera sea la adaptación de que se trate, un
organismo biológico tenderá a responder más ventajosamente a la amplia variedad
de situaciones ambientales. Uno de estos cambios ventajosos es dotar a la
especie de una mayor autonomía y movilidad para los individuos que la componen.
En este caso, una mayor capacidad para acciones autónomas y plásticas, surgidas
del mismo organismo biológico a causa de una mayor funcionalidad de su
condicionamiento genético, es ciertamente una gran ventaja adaptativa. De este
modo, el sistema nervioso central de los animales, junto con sus funciones
psicológicas cognitiva, afectiva y efectiva, ha sido un salto evolutivo
extraordinario para conseguir una mayor autonomía en la necesidad biológica de
sobrevivir y reproducirse.
El mecanismo de placer – dolor
Los animales, incluido el ser humano, adquieren estados
afectivos de agrado o desagrado, de bienestar o sufrimiento, de atracción o
repulsión, de euforia o ansiedad, de seguridad o temor, de tranquilidad o
desasosiego, buscando el primer término y rehuyendo del segundo. El principio
de dichos estados es la sensación de placer o dolor, o una mezcla de ambos. La
explicación conductista basada en el mecanismo estímulo-reacción de una “caja
negra” se queda en lo superficial del comportamiento del animal y no llega a
explicar que su comportamiento es menos determinista y más autónomo gracias al
mecanismo más fundamental de la búsqueda activa del placer y el rechazo del
dolor.
Este mecanismo es psíquico, pues se estructura a partir
de las funciones psicológicas del cerebro que conforma la mente de los
animales. Se fundamenta en las sensaciones afectivas de placer y dolor,
llegando a ser una de las funciones principales de la red eferente afectiva del
sistema nervioso. Dichas sensaciones no se dirigen hacia los sentidos de
percepción, sino que son conducidas directamente desde sensores nerviosos que
están ubicados virtualmente en toda la extensión del cuerpo del organismo hacia
el centro afectivo, en el hipotálamo, en cuya área dorsal se ubica el centro de
control del placer y que discrimina entre lo placentero y lo doloroso.
Todo animal con centro afectivo persigue activamente el
placer y rechaza el dolor. La función de un sistema sensorial acoplado a un
centro afectivo sirve para forzar la conducta del animal ante estímulos
externos, dando respuestas autónomas más adecuadas. En el orden afectivo todo
aquello que motiva a un animal a luchar por su existencia y por reproducirse es
la búsqueda del placer y el rechazo del dolor. Actuando únicamente para obtener
placer y evitar el dolor, un animal consigue sobrevivir y reproducirse mejor.
La satisfacción de los apetitos y de las carencias que
posibilitan la supervivencia y la reproducción produce placer. En cambio, los
apetitos no satisfechos son dolorosos. El hambre, la sed, el frío, la soledad,
el rechazo sexual producen dolor, pero pueden disminuir hasta eliminarse
temporalmente si los apetitos que los producen son satisfechos. En la medida
que la necesidad se va satisfaciendo, se produce un estado placentero y va
disminuyendo el dolor. No sólo hay placer cuando se satisface una necesidad,
sino que el mismo acto de satisfacción es placentero. Un bocado elimina el
dolor punzante del hambre, a la vez que produce un sabroso agrado en el
paladar.
Por otra parte, produce dolor todo aquello que afecte a
un animal haciendo peligrar su integridad, como las enfermedades o las heridas,
incluyendo la sobre-satisfacción de un apetito. El temor y el miedo pertenecen
a una escala mayor del dolor y son reacciones para evitar el peligro y obligar
al animal a actuar en su defensa. Surgen de la experiencia y del instinto. No
es tanto la posibilidad de morir como la posibilidad de experimentar el dolor
lo que hace que un animal huya del peligro que lo amenaza de muerte, pues la
idea de la muerte es abstracta y, por tanto, inaccesible para la capacidad de
comprensión de los animales; en cambio, la imagen de dolor que produce la
dentellada de un depredador es muy concreta en su imaginación.
Las escalas de la función afectiva
El mecanismo de placer-dolor que impele a un animal a
actuar en procura de su supervivencia y reproducción es funcional en todos los
organismos con sistema nervioso central. A partir de este mecanismo básico, se
estructuran mecanismos en escalas superiores que poseen la capacidad para
generar emociones y además, en los seres humanos, producir sentimientos. Así,
mientras las sensaciones básicas de placer y dolor se estructuran en la menor
escala de la afectividad, en animales con mayor conciencia se estructuran, en
el centro afectivo del sistema nervioso central, emociones y sentimientos.
El centro afectivo del sistema nervioso central es el
lugar que acopla un tono afectivo muy particular a los contenidos de conciencia
estructurados que de otro modo permanecerían objetivamente fríos y distantes.
Básicamente, el tono pertenece a algún grado afectivo que va desde la escala
del simple placer o dolor hasta la escala de los sentimientos. Inversamente, en
el ser humano el pensamiento debe mantenerse habitualmente muy frío para no
verse influenciado por pasiones y sentimientos en su búsqueda de verdad. La
función afectiva se desdobla en cuatro escalas incluyentes: una escala básica
sensible, una escala media estimulante, una escala mayor emotiva y una escala
superior de sentimientos.
Cada escala de estructuración del sistema afectivo tiene
sus correlativas en los sistemas cognitivo y efectivo. En cada escala se
encuentran las tres funciones cerebrales interactuando entre ellas. Sólo una
máquina tiene un input y un output sin afectividad alguna que dé curso,
detenga, apure, paralice, suspenda, acelere, atenúe, acentúe una respuesta
según necesidades evaluadas de supervivencia o reproducción, y actúa con la
total frialdad de un mecanismo.
La conciencia primitiva
Para resumir, la evolución biológica ha producido un
mecanismo de protección y desarrollo de los animales que produce en éstos dos
tipos de reacciones diametralmente opuestas y muy intensas: el placer y el
dolor. Un animal acepta los estímulos que le producen la sensación de placer y
rechaza aquellos que le producen la sensación de dolor. Los estímulos que
producen placer resultan generalmente beneficiosos para un animal, y los que
producen dolor le resultan perjudiciales. Por tanto, las sensaciones afectivas
de placer y dolor son funcionales para la supervivencia y la reproducción del
animal y, por consiguiente, son funcionales también para la prolongación de la
especie. Ambas sensaciones se encuentran en la escala fundamental de la
estructuración afectiva de todos los animales con algún tipo de sistema
nervioso.
La función de la afectividad que acompaña a los elementos
cognitivos que el organismo recibe del medio es ayudar a producir una respuesta
efectiva. La sensación afectiva de placer o dolor aparece como el estímulo más
primitivo y fundamental para exigir respuesta al organismo ante las demandas
del ambiente. La respuesta del sistema efectivo en esta escala básica es la
pulsión. Desde las simples lombrices, las poseen todos los organismos con
sistema nervioso y que pueden de alguna manera u otra reaccionar ante este tipo
de acciones del medio externo. En los seres más evolucionados, que han
estructurado escalas superiores de relacionarse con el medio, este mecanismo
sigue siendo válido en su sistema autónomo por constituir su principio o
fundamento.
Conciencia del medio externo
En la siguiente escala de conciencia en orden creciente
de estructuración está la conciencia del medio externo. En esta escala se
produce la percepción en el orden funcional cognitivo, y corresponde a la
atracción en el orden afectivo. En el orden efectivo el organismo responde con
un instinto rígido ante un atractivo. A partir de las sensaciones fundamentales
de placer y dolor todos los animales (incluido el ser humano) con sistema
nervioso central y con órganos de sensación consiguen estructurar esta escala.
Las respuestas de esta conciencia ante estímulos externos son afectivamente más
complejas. En dichos estados, las sensaciones fundamentales de placer y dolor
han sido estructuradas, en esta escala, en los estados afectivos siguientes:
agrado - desagrado, ataque - retirada, agresividad - apaciguamiento.
A partir de esta escala el centro afectivo del organismo
biológico persigue activamente aquello que le produce placer y rehúye de
aquello que le produce dolor. Esta actividad se torna agresiva cuando confronta
alguna dificultad, como el enfrentarse a un competidor. De modo similar, el
rehuir de aquello que produce dolor va asociado con el miedo, emoción que
reafirma la acción de rechazo. En consecuencia, el contrario de agresividad es
miedo, y un animal, incluido el ser humano, puede pasar del uno al otro en
cuestión de un instante, pues es la vida misma la que se debe preservar sin
arriesgar momentos vitales en la duda. Deberá actuar aunque se equivoque en su
apreciación.
Conciencia de lo otro
Una escala aún mayor de la estructuración psíquica es la
de la conciencia de lo otro en tanto otro. Allí las percepciones se estructuran
en imágenes, aparecen los instintos más plásticos y se ubican los estados
afectivos más complejos que manifiestan en especial los vertebrados. Sin duda,
la capacidad para tener conciencia de lo otro significó una ventaja adaptativa
enorme en la evolución del sistema nervioso. El otro se impone al sujeto como
el objeto de la relación causal que posibilita o amenaza su supervivencia o
reproducción. Dentro de una conciencia más desarrollada de la conciencia de lo
otro, como en los mamíferos –que en la función cognitiva se constituyen
imágenes más completas–, en la función afectiva se estructuran las emociones
fundamentales de alegría - sufrimiento.
Todos los organismos biológicos que llegan a tener
conciencia del otro poseen emociones. Las emociones son de relativamente corta
duración y persisten desde un clímax hasta que se adormecen por agotamiento de
los terminales sensibles del sistema nervioso. Las emociones están en la misma
escala que las imágenes. Una imagen no es sólo una representación puramente
cognitiva. Contiene valoraciones afectivas de diversa índole, que radican en la
dicotomía placer - dolor. Un león no aparece únicamente como un cierto
cuadrúpedo melenudo de color pardo. En su tamaño, rugir, dientes, garras,
agresividad, velocidad, puede surgir también una representación terriblemente
amenazante que puede incluso afectar al sujeto con dolor y muerte.
Secundariamente aparecen en esta escala emociones tales
como seguridad - temor, ilusión - desilusión, confianza - desconfianza, euforia
- depresión, simpatía - antipatía, ira - miedo. En esta escala son posibles emociones
mixtas, como los celos, el arrojo, el enojo, la furia, la timidez, la pena, la
soledad, el tedio, el asco y muchos otros más. El erotismo, que es una emoción
tendiente a la reproducción, se estructura en esta escala, teniendo como
algunas de sus unidades discretas el gozo sexual, el atractivo sexual, las
señales sexuales, etc. En esta escala el orden funcional efectivo, propio de
los animales superiores, la respuesta efectiva es instintiva, pero con gran
plasticidad.
Conciencia de sí
La estructuración de la conciencia de sí, que poseemos
sólo los seres humanos y que es el del pensar, sentir y hacer, produjo una
autonomía aún mayor como ventaja adaptativa al medio, pues el individuo se ve a
sí mismo como un sujeto de una acción intencionada y reflexionada según su
pensamiento racional y abstracto. Indudablemente, dicho salto evolutivo del
sistema nervioso demandó la mayor estructuración y complejidad conocida de la
materia.
La escala superior de la estructuración psíquica, que es
el de la conciencia de sí, es la de las ideas, los conceptos y las
proposiciones y juicios. En esta escala el orden funcional cognitivo pasa a
llamarse propiamente cognoscitivo, pues tiene la capacidad para efectuar
complejas relaciones ontológicas y lógicas. Estas funciones psíquicas pueden
ser efectuadas únicamente por los humanos, que son seres dotados mentalmente
con la capacidad para estructurar conceptos abstractos y razonar lógicamente.
Sólo la capacidad del pensamiento abstracto y lógico permite al sistema
nervioso central, o más apropiadamente a la mente, reflexionar sobre sí misma,
adquirir conciencia de su subjetividad aparte de las cosas y, por referencia a
éstas, llegar a adquirir conciencia de una identidad propia y única, distinta
de las cosas. En la escala de la conciencia de sí, el orden funcional efectivo
corresponde a la acción intencional que se llama voluntad.
Asimismo, en la escala de la conciencia de sí, en el
orden funcional afectivo, se encuentra la estructura de los sentimientos. La
actividad de esta conciencia ante los simples estímulos que producen las
primitivas sensaciones de placer y dolor, y que pasa por la estructuración de
las emociones, es la estructuración de los sentimientos. Los sentimientos
producen la motivación para actuar. Una decisión racional debe estar más motivada
por sentimientos que por emociones. Inclusive la voluntad necesita a menudo
controlar las emociones.
El sentimiento es lo más propiamente humano en la
afectividad. Solamente los seres humanos poseemos la capacidad para tener
sentimientos, pues esta reacción afectiva se estructura a partir del
pensamiento abstracto y racional y en esta misma escala. En la funcionalidad
animal la afectividad juega un papel decisivo, pues impele a la acción dándole
una dirección y una intensidad particulares. Por ejemplo, el hambre obliga a un
animal renunciar a su tendencia al ocio y buscar activamente su sustento.
Igualmente, en la funcionalidad humana el sentimiento está en el primer plano
en la deliberación previa a una acción intencional. Le confiere el color, el
tono, el aroma, el sabor y otras metáforas similares a la fría decisión
racional. Incluso el sentimiento puede primar sobre la razón. Todas las
argumentaciones más sensatas, articuladas, lógicas, objetivas y fundamentadas
que puedan darse se hacen añicos frente al sentimiento.
A diferencia de una argumentación lógica, que puede ser
objetiva y sujeta a análisis, el sentimiento es una valoración completamente
personal, subjetiva, incomunicable y no medible, excepto en la forma indirecta
que pudieran manifestarse las emociones asociadas. Depende de reacciones
personales particulares a experiencias, estados de ánimo, conformación
caracteriológica, desarrollo de la personalidad, momento vivencial, etc.,
dentro de la estructura cognoscitiva humana.
Por el sentimiento más que por el raciocinio existen
cosmovisiones particulares de enorme impronta y de tan larga duración que
pueden permanecer toda la vida. Éstas son determinantes para establecer
colectivamente el curso de acción de una decisión mayoritaria para alcanzar un
objetivo concreto. Puede que toda una comunidad valore, por ejemplo, la
justicia social, pero aquellos de sentimientos más tradicionales tendrán una
apreciación distinta de quienes albergan sentimientos más radicales. Es
probable que, más que intereses comunes, sean los sentimientos afines la causa
primordial que conforma partidos políticos específicos.
La felicidad y la tristeza son la estructuración
fundamental afectiva en la escala de la conciencia de sí y que proviene del
placer y dolor propio de la escala más primitiva de la afectividad. A partir de
estas valoraciones afectivas contrapuestas algunos pretenden explicar la
complejidad de la realidad como una división dualista entre lo bueno y lo malo
(en la filosofía oriental sería la dualidad del yin y el yang).
El estado de felicidad es aquel en el que las necesidades
y carencias están colmadas, existiendo además la sensación de seguridad de que
habrá bienes disponibles para satisfacer las necesidades a medida que se
presenten, y un ámbito protegido de peligros y amenazas. Se manifiesta como una
condición general de satisfacción y gozo junto con una sensación de realización
en la que se siente estar alcanzando las metas proyectadas. En tanto este
estado está condicionado por una proyección de futuro, la felicidad es una
situación propiamente humana, pues los animales son inmediatistas en sus
acciones de supervivencia y reproducción. Este estado revela la existencia de
un ser humano que ha tenido éxito en su afán de supervivencia y reproducción. Es
un indicio de funcionalidad apropiada, de adaptación al medio y de tener la
fortuna de existir en un ambiente favorable y de lograr los resultados
propuestos.
Aunque es el objetivo final de toda acción particular, la
felicidad no es el objetivo de la existencia del individuo. La felicidad es
simplemente una señal de vivir en la forma más plena posible, siendo un síntoma
de que la persona lo está haciendo muy bien. Por su parte, la tristeza y la
angustia son síntomas de que la vida es problemática y difícil, llena de
fracasos, temores, insatisfacciones e inseguridades.
La felicidad como finalidad de la vida entró en los
objetivos individuales que ha propuesto la cultura occidental a partir del
Renacimiento, constituyendo sin duda un valor radicalmente distinto del ser
penitente del medioevo. Este valor fue un paso importante con respecto a los
epicúreos del siglo III a. C., que buscaban sólo el máximo placer y el mínimo
de dolor, o de los estoicos, que para evitar el dolor cultivaban la
indiferencia con desdeñosa indolencia. Por ejemplo, el renacentista Tomás
Hobbes (1588-1679) sostuvo que la finalidad del ser humano es la felicidad, y
el Estado tiene la función de imponer orden y paz para que los individuos
pudieran lograrla; y la Constitución de los EE.UU. propuso que la finalidad de
todo ciudadano es, además de la vida y la libertad, la prosecución de la
felicidad.
Siguiendo la mentalidad renacentista, pero ya en plena
edad Moderna, fue aparentemente loable el deseo del utilitarista inglés
Jeremías Bentham (1748-1832), quien un siglo y medio más tarde pensaba que el
Estado debe procurar la mayor felicidad al mayor número de individuos, idea
precursora del Estado de bienestar. Para Bentham lo útil es lo que conduce a la
felicidad. Siendo que para él el ser humano sólo posee experiencias directas de
placer y dolor, las demás sensaciones son derivadas de éstas. Él clasificó los
placeres, haciendo un verdadero cálculo hedonista, según el grado de
intensidad, duración, certidumbre, proximidad, fecundidad y pureza. Cuanto
mayor la cantidad, mayor es el placer. Para él la felicidad es entonces el
placer de duración prolongada.
Sin embargo, en contra de Bentham, la felicidad no es un
término unívoco, y las unidades de felicidad, o que producen felicidad, no son
intercambiables. Aún para un mismo individuo, algo que lo hace feliz en alguna
ocasión lo puede hacer infeliz en la próxima. Por tanto, la finalidad del
Estado no puede ser suministrar las cosas que hacen feliz al individuo, sino
que es posibilitar que éste se desarrolle libremente, pues siendo libre podrá
autodeterminarse, actualizando sus potencialidades, y así él será además feliz.
Si bien la capacidad para hacer proyectos de futuro con
el objeto de ser feliz supone la capacidad racional, ésta surgió evolutivamente
como una forma más eficiente para responder con la mayor autonomía posible a la
multicausalidad del medio para así mejorar las posibilidades de supervivencia y
reproducción. De ahí que, en el ser humano, la respuesta racionalmente autónoma
para satisfacer las necesidades de supervivencia y reproducción constituyen el
punto de partida de la psicología y la ética, de la familia y la sociología, de
la política y la economía. Sigmund Freud (1856-1939) tenía en gran medida razón
cuando hacía depender el comportamiento humano de su apetito sexual. En
realidad, los estímulos sexuales tras el impulso de reproducción se confunden
con los estímulos para sobrevivir en el comportamiento del individuo y llega a
ser posible concluir parcial, pero erróneamente, como lo hizo Freud, que el
comportamiento humano tiene siempre base sexual.
El sentimiento primario, que proviene directamente de las
sucesivas estructuraciones a partir de la sensación de placer y dolor, es el
estado de felicidad – tristeza o angustia. De este sentimiento derivan
secundariamente, en la misma escala, una serie de estados de ánimo de gran
complejidad. Consideremos los siguientes entre otros muchos: amor - odio,
confianza - angustia, valentía - cobardía, esperanza - desesperanza, optimismo
- pesimismo, perdón - venganza, desprendimiento - codicia, euforia -
pesadumbre, arrojo - temeridad, amistad - rencor, sonrisa - congoja. También
esta conciencia estructura reacciones mixtas de sentimientos de una escala de
complejidad superior: arrogancia, melancolía, desazón, amargura, admiración,
arrepentimiento, vergüenza. Por último se producen actitudes de comportamiento
con fuertes elementos sentimentales, como el orgullo, la soberbia, la envidia,
la avaricia y tantas más.
Lo notable es que todas las emociones y los sentimientos
son estados de ánimo complejos a soluciones de supervivencia y reproducción, y
que se estructuran a niveles superiores a partir de las sensaciones más simples
de todas, las de placer y dolor. Además, indirectamente, la conciencia que cada
ser humano tiene de la muerte que fatalmente acabará con su existencia
individual lo impulsa a preservar su propia vida. Aunque también, si la vida se
le presenta difícil y penosa, lo tiente el suicidio en la opción de preferir la
nada antes que la infelicidad.
12. EL CEREBRO Y LA CONCIENCIA
El cerebro es un órgano biológico que
todo animal cerebrado lo posee. Como tal, ha adquirido su estructura funcional
a través de la evolución biológica que va seleccionando las características que
permiten la supervivencia y la reproducción. En consecuencia, dicho órgano ha
evolucionado precisamente para permitir a los individuos de cada especie
relacionarse mejor con su ambiente y adquirir, por lo tanto, mejores
posibilidades para sobrevivir y reproducirse. Además, este órgano se va
desarrollando en cada individuo según pautas genéticas, en especial en su
periodo de gestación y crecimiento. En los seres humanos el cerebro se
distingue por su mayor volumen relativo respecto a los otros animales, lo que
le ha posibilitado el pensamiento racional
y abstracto, que es justamente la característica esencial que lo hace humano.
El cerebro es una estructura fisiológica no homogénea compuesta por células,
vasos sanguíneos y neurotransmisores. Desde el punto de sus funciones
psíquicas, sus unidades discretas fundamentales son las neuronas. Éstas están
interconectadas densamente y convergen en zonas particulares de estructuración,
conformando un sistema extraordinariamente complejo y diferenciado e integrando
algunas escalas incluyentes. En el cerebro, se registra la memoria a partir de
las experiencias y se verifica la afectividad y la efectividad. Allí también se
representa la realidad mediante percepciones, imágenes e ideas a partir de la
información proveniente de sus terminales sensitivos. Por último, en el cerebro
surge y se controla la acción instintiva e intencional del animal y el humano.
Cerebro y evolución
El pensamiento abstracto, conceptual y lógico junto con
otras funciones de orden psicológico o mental, como la generación de
sentimientos y la deliberación intencional de la voluntad, son actividades que
se realizan exclusivamente en el cerebro humano. Este órgano, producto de una
muy larga evolución biológica, fue moldeado por los avatares propios del
mecanismo de dicha evolución, donde el indeterminismo, la oportunidad y lo
aleatorio son la norma de la selección natural que logra la prolongación de
cada especie. En el curso de alrededor de tres mil millones de años, su
estructura y funcionamiento actual surgieron muy lenta al comienzo, y
aleatoriamente siempre, determinados por la mecánica de la evolución.
Recientemente, en los últimos dos o dos y medio millones de años, en nuestra
propia especie, el tamaño del cerebro fue sufriendo un rápido aumento según el
ritmo de la evolución biológica.
El gran tamaño y la consiguiente capacidad que adquirió
el cerebro humano fueron resultado probablemente de cambios adaptativos
operados en otros lugares del cuerpo de nuestros remotos antepasados primates
menos sapiens. Algunos paleoantropólogos suponen que la causa está más
relacionada con la liberación del cráneo de su aprisionamiento muscular
requerido para mantener la cabeza en postura horizontal y dar fuertes
dentelladas. Evidencia reciente ha sido hallada en un gen que mutó en nuestra
especie hace dos millones de años y que en otras especies es el responsable por
la musculatura de poderosas mandíbulas. Este cambio en nuestros antepasados homo fue muy probablemente un resultado
no esperado de haber cambiado previamente la dieta por algo más blando y
nutritivo. Por su parte, la liberación del cráneo fue posible cuando nuestros
remotos antepasados homínidos adquirieron la postura erguida a consecuencia del
bipedismo. Ambas nuevas características debieron tener ventajas adaptativas
para un nuevo medio determinado. Se discute si semiselvático o deforestado;
prefiero acuático rico en nutrientes. También se discute si nuestros
antepasados actuaban como depredadores o carroñeros. En cualquier caso, a
consecuencia de la marcha bípeda y de la nueva dieta se dieron las condiciones
para un desarrollo del cerebro bastante mayor que el demandado aparentemente
por la selección natural a partir de la solución biológica de las neuronas
asociativas. Asimismo, el desarrollo del cerebro indujo probablemente la
evolución de otros sistemas que a su vez lo reforzaron, como la capacidad de
visión estereoscópica y la de oponer el pulgar contra los otros dedos de la
mano. La evolución biológica está llena de ejemplos de este tipo de desarrollos
estructurales, como escamas transformadas súbitamente en plumas en protoaves
que aún no volaban, u hojas en pétalos multicolores que resultaron ser
atractivas para insectos polinizadores que prontamente se adaptaron a ver colores
llamativos, porque en un instante evolutivo dado se entreabre la puerta para lo
posible, e irrumpe la exuberancia. Todo cambio, aunque sea pequeño, permite la
completa explotación de esta nueva oportunidad.
Cerebro y adaptación
El cerebro humano emergió en el curso de su evolución con
una enorme capacidad intelectiva. Esta excesiva actividad intelectual nos
induce a ser muy curiosos, pero para que no nos produzca tanto aburrimiento,
nos obliga a buscar incesantemente nuevas formas de intercambio con el
ambiente. Pero tanta funcionalidad no es explicable únicamente por las
necesidades inmediatas de supervivencia del género homo. Sin embargo, este desarrollo del cerebro privilegió el
comportamiento intencional por sobre el comportamiento instintivo, lo que
significó reforzar aún más la sociabilidad tan característica de los primates,
y sobre todo de primates cazadores de grupo, al tener la acción que depender
más de la cultura que de las condiciones hereditarias y fijas propias del
instinto.
Sin ser probablemente demandada por la necesidad de una
mejor adaptación a un nuevo medio, lo que sin duda es claro es que la evolución
de la estructura cerebral resultó en una ventaja adaptativa extraordinaria al
posibilitar a los individuos del género homo
a responder mucho mejor a las exigencias del medio y mejorar de este modo sus
posibilidades para sobrevivir y reproducirse. Naturalmente, el género homo privilegió este nuevo desarrollo de
las posibilidades cerebrales que producía tantas ventajas adaptativas, impulsando
el desarrollo por la misma línea de potencialidades, pero según lo permitido
por la estructura fisiológica cerebral. Si una protoave desarrolla plumas de
las escamas para protegerse mejor del frío, ¿por qué en vez de seguir corriendo
no pueda saltar y volar? , y si se vuela, ¿por qué no hacerlo más rápido, más
alto, más ágilmente? Por lo tanto, un desarrollo paralelo no explica del todo
la exuberancia propia del cerebro, considerando que es un órgano tan sutilmente
funcional.
El éxito evolutivo se basa finalmente en una mayor
capacidad para sobrevivir y reproducirse. El cerebro es el único órgano
biológico que permite una considerable adaptación plástica al ambiente para
obtener recursos y cobijo: mientras mayor es la inteligencia, más se amplía la
gama de medios que permiten una mejor supervivencia. La relación entre
inteligencia y capacidad de supervivencia es exponencial. Además, en la especie
homo sapiens debe considerarse el
acceso al conocimiento por medio del lenguaje, que es lo que constituye la
cultura, y la acumulación del conocimiento en la memoria colectiva y, en los
últimos milenios, en la escritura. En cuanto a la relación entre inteligencia y
reproducción, podemos advertir al menos dos situaciones muy ventajosas para una
mejor posibilidad de la prolongación de la especie. En primer lugar, la
inteligencia permite la crianza y la formación cultural de la prole en forma
mucho más eficiente. En segundo término, la inteligencia posibilita relaciones
entre parejas sexuales en formas mucho más ricas y permanentes.
Cerebro y aptitud
El comienzo de la evolución de la inteligencia en los
animales fue sin duda muy lento, y el cerebro fue tan sólo un órgano más del
cuerpo que permitía al tubo digestivo acceder al alimento en forma selectiva y al
organismo defenderse selectivamente de sus depredadores. Posteriormente, en la
medida que su capacidad aumentaba, mejoraba el control sobre las condiciones
del ambiente. El aparato nervioso debió desarrollarse mejor para recibir la
información del medio externo, almacenarla, interpretarla y elaborarla, para
finalmente reaccionar frente a éste.
En la especie homo
sapiens el cerebro fue adquiriendo una capacidad tan notable que es el
rasgo específico que lo diferencia de las restantes especies, aunque no tanto
como para que el inventor Tomás Edison llegara a aseverar que su cuerpo servía
solamente para transportar lo que él suponía era su prodigioso cerebro. El
restringido nicho ecológico del género homo
se fue ampliando gracias a su ampliada inteligencia y las especies de los
homínidos fueron entrando en competencia con otras especies en la obtención de
mayor energía, biomasa y espacio. Además, si se amplía la gama de alimentos, se
obtienen ventajas sobre competidores de dieta más limitada. En el curso de la
evolución de nuestra especie, fueron desapareciendo otras ramas del género homo que habían estado muy bien
asentadas, como los australopitecos, cuya dieta estaba constituida por duras
nueces que demandaban fuertes mandíbulas, y, posteriormente, los neandertales,
quienes tuvieron casi similar inteligencia que los competidores homo sapiens que debieron enfrentar,
pero, fatalmente para aquellos, algo inferior. Posiblemente, la pequeña
diferencia fue decisiva y consistió en una mejor capacidad de razonamiento y
abstracción, lo que de comunicación a través del lenguaje, de invención donde
ambas especies debían competir por los mismos recursos. Estas modificaciones
evolutivas, que perseguían únicamente la subsistencia de las especie homo sapiens dentro de un nicho
ecológico dado, posibilitaron posteriormente su dominio en virtualmente todos
los nichos ecológicos de todos los ecosistemas de nuestra biosfera. En este
desarrollo, cuya mecánica es asegurar la prolongación de la especie a través de
individuos cada vez más aptos, la evolución del cerebro produjo un órgano
–probablemente la concentración de masa más complejamente organizada y
funcional del universo– capaz de conocer en forma abstracta, razonar en forma
lógica, comandar la acción en forma intencional y albergar sentimientos.
La realidad es cognoscible y pensable por nuestra mente
de modo análogo a la forma cómo el ojo humano es sensible precisamente a las
longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas de mayor intensidad del
Sol. Ambos órganos, como todos los demás, han evolucionado en respuesta a las
condiciones específicas del ambiente, según las posibilidades concretas
abiertas a la estructuración de la materia y a partir de una determinada
materia ya estructurada. Luego, el cerebro humano está genéticamente
estructurado, como efecto de exitosas mutaciones ocurridas en el curso de la
evolución, para conocer mejor el medio y actuar sobre éste en forma más
efectiva. Así, estas mutaciones resultaron ser tan en demasía favorables para
la prolongación de nuestra especie que para multitudes de otras inocentes
especies nos hemos transformado en una devastadora plaga depredadora.
Cerebro funcional
La evolución sigue un curso aleatorio donde la
oportunidad juega un rol importante, y nuestro cerebro pudo haber tenido
perfectamente otras funciones y formas muy distintas. Pero no fue así, y el
resultado concreto ha sido que la función racional del cerebro consiste en el
encauzamiento de la realidad múltiple y mutable dentro de categorías más generales
que universales, más significativas que objetivas, más psicológicas que
lógicas, más emotivas que sensatas, más relativas que absolutas, más prácticas
que teóricas de lo que tradicionalmente el racionalismo está dispuesto a
conceder. Conviene tener presente también que la razón humana no es una
propiedad dada al ser humano desde la eternidad, sino que es una función cuyo
objetivo es una aptitud lograda casualmente (desde nuestro limitado punto de
vista humano) en el proceso evolutivo, que ha permitido a los individuos homo sapiens sobrevivir muy
ventajosamente, más que contemplar y reflexionar sobre el universo.
Otro aspecto que habrá que recalcar es que las
estructuras cognitivas más complejas provienen evolutivamente de estructuras
más simples. Los organismos que poseyeron estas estructuras más simples
llevaron también una existencia exitosa. Por lo que dichas estructuras menos
complejas fueron plenamente funcionales para sobrevivir y reproducirse. Así,
las capacidades intelectuales de los seres humanos provienen directamente de
las estructuras cerebrales más simples de sus primitivos antepasados. Se
distinguen en que en el cerebro humano las estructuras son mayores, más
diferenciadas y conforman relaciones más complejas y específicas. Aun cuando
diversos tipos de funciones que encontramos en organismos superiores se
manifiestan en organismos más simples, la superposición del conjunto de estas
facultades en un organismo superior produce funciones nuevas, más ricas y más
complejas. El todo es mayor que la suma de sus partes respecto a las funciones
que pueden desempeñar, ya que a la suma de funciones que proveen sus partes se
agregan las funciones que surgen por la combinación de éstas. Se produce un
salto cualitativo cuando se pasa de una escala a otra de mayor jerarquía.
La
capacidad y, por tanto, la complejidad del sistema nervioso son proporcionales
a la eficiencia en la utilización de la energía requerida por los procesos
cerebrales. En general, toda estructura es más o menos funcional porque emplea
la energía en una forma proporcionalmente eficiente. Pero una estructura tendrá
mayores ventajas de subsistir mientras sea más funcional y pueda emplear mejor
la energía. La estructura cerebral del homo sapiens resultó ser más eficiente
que la de su competidor, el homo de neandertal, quien fue borrado del mapa por
aquél, hace unos 45.000 años atrás o menos. El límite de la evolución biológica
en general y de la evolución del cerebro en particular reside en la capacidad
de las estructuras para desarrollar funciones que permiten utilizar
eficientemente la energía.
Cerebro y ambiente
El cerebro es un órgano de control, regulación y
coordinación de todo organismo biológico cerebrado que pertenece a una especie
que ha evolucionado en el curso del tiempo en demanda de su imperativo por
prolongarse en la descendencia de los individuos que la componen. La evolución
de este órgano no podría ser explicado por sí misma, sino que se enmarca en una
realidad que está compuesta 1º por el organismo biológico que ha recibido por
herencia las dos características fundamentales que interesan a toda especie:
los instintos supervivencia y reproducción, y 2º por su entorno que es tanto
providente como peligroso. Fundamentalmente, esta realidad consiste en el
sistema ecológico, cuyos componentes son el organismo viviente y su medio
ambiente. El medio ambiente es ambivalente: no sólo es providente, también es
potencialmente destructor; no sólo es fuente de alimento, también el organismo
es un potencial alimento de otros organismos que conviven en el mismo ambiente;
no sólo es abrigo y cobijo, también es día, noche, sequía, inundaciones,
incendios, terremotos, aluviones, calor, helada, espacio y también protección
de depredadores. Frente a la ambivalencia del ambiente de ser tanto providente
como destructor, el organismo biológico requiere las aptitudes de un sistema de
información del ambiente y un sistema de respuesta a sus variadas exigencias
para sobrevivir, buscando alimentos, defendiéndose de la agresión o huyendo del
peligro.
En una primera etapa de la evolución del sistema
nervioso, se desarrolló un sistema nervioso autónomo para apoyar los sistemas
inmune y endocrino. Con las primeras manifestaciones de cerebración, en lo que
es el sistema límbico y el tallo cerebral, se desarrollaron centros de control
autónomo y proyecciones neuronales que se conectan con estos centros. La red de
entrada del sistema nervioso autónomo le envía señales relativas al estado de
diversos órganos, y la red de salida reexpide órdenes motoras a las vísceras:
corazón, pulmones, intestinos, vejiga, órganos reproductores, piel, etc.,
modificándolas según determinadas circunstancias ambientales. En los organismos
plenamente cerebrados el sistema nervioso autónomo existe en dos grandes redes:
la simpática y la parasimpática, y emanan del tallo cerebral a través de la
médula espinal. Las nervaduras se dirigen solitarias a los órganos que inervan
o acompañando a ramas nerviosas que pertenecen al sistema nervioso propiamente
tal. La función de la rama simpática es preparar al organismo para ataques o
retiradas instantáneas, en tanto que la del parasimpático es reponer la energía
agotada por la demanda del simpático.
La necesidad de contar con mejor información del ambiente
para elaborar una respuesta mejor del organismo determinó un desarrollo mayor
del cerebro, mejorando las funciones de control, regulación y coordinación al
centrar en sí la recepción de información más variada y fiable y la generación
de respuestas más diversas y precisas. Un mejor conocimiento del medio tiende a
eliminar la incertidumbre y permite actuar adecuadamente. En una primera etapa
se desarrolló una primitiva capacidad de conciencia de un entorno y de
elementos significativos del medio externo. Posteriormente, el cerebro fue capaz
de discriminar y tener conciencia de lo otro en cuanto otro. Por último, en los
seres humanos, el desarrollo cerebral permitió la conciencia de sí, cualidad
que lo ha catapultado a posibilidades de acción nunca antes presenciadas en la
historia de la evolución biológica. Así, pues, la evolución del cerebro ha
posibilitado a los organismos vivientes aumentar las escalas de funcionamiento
frente al ambiente.
Cerebro y filogénesis
A fines del siglo XIX, el naturalista alemán Ernst
Heinreich Haeckel (1834-1919), tras estudiar embriones de especies diferentes,
observó que existían semejanzas entre los embriones pertenecientes a un mismo
grupo genético en las distintas etapas de su desarrollo. De esta observación,
enunció la ley “la ontogenia reproduce la filogenia.” Esta ley se refiere a que
un organismo, en su propio desarrollo, resume la historia evolutiva del filum al que pertenece. De este modo,
las etapas del desarrollo embrionario de un ser humano individual reproduce, en
el mismo orden, el desarrollo evolutivo de sus antepasados desde la misma
unidad celular, pasando por organismo pluricelular, pez, anfibio, reptil,
mamífero. La filogénesis, que dio como resultado el cerebro humano, puede
analizarse tanto a través del estudio de los seres vivos representativos de las
diversas etapas de la evolución del filum
como mediante los fósiles de los antepasados del homo sapiens. La filogenética,
además de constituir una prueba más de la teoría de la evolución, indica las
relaciones y separaciones de las diversas especies de los reinos de la
biología.
Resumiré a continuación el estudio biológico de la
filogénesis del cerebro humano con el objeto de mostrar que las capacidades
cerebrales de los seres humanos no provienen de la eternidad ni están
vinculadas a entidades espirituales, sino que, por el contrario, son el
producto de una larga evolución biológica, en la que no sólo se fueron
estructurando nuevas unidades discretas con diversas funciones, sino que
también éstas se fueron estructurando en escalas superiores que hicieron
posible el razonamiento y el pensamiento abstracto. En consecuencia, en cuanto
a que su estructuración significó saltar a escalas superiores con relación a
las funciones intelectivas, nuestro órgano de control, regulación y
coordinación, que nos ensoberbece hasta hacernos creer dioses, tuvo un origen
tan humilde como el de cualquier otro órgano fisiológico que ha surgido.
Partiendo de la misma unidad celular, aparecen ya
estructuras preneurales de comunicación a un nivel bioquímico general que
cumplen funciones de recepción-emisión como modo de adaptación al ambiente.
Luego, a nivel de organismo pluricelular, se desarrolla progresivamente la
función coordinadora para regular y modular el medio interno y enfrentarse con
mayor seguridad al medio externo basado en un sistema nervioso rudimentario, en
combinación con la aparición de fibras musculares, y un mayor perfeccionamiento
químico. Posteriormente aparecen centros celulares nerviosos que asumen la
dirección del comportamiento, recogiendo las transmisiones que portan las
fibras nerviosas. El sistema nervioso se jerarquiza con la aparición de la
cefalización, la cual proviene de una mayor complejidad de los ganglios
situados en la parte anterior del individuo. En esta etapa aparece también una
distribución ganglionar y fibrilar, y una simetría somática que corresponde con
la neuronal. La neurona es una célula que comienza a adquirir funciones
transmisoras especiales y a interconectarse con otras. La vida vegetativa se
desarrolla, y las exigencias del medio externo inducen una mayor concentración
del sistema nervioso. Todo esto genera mayores conexiones que aparecen en
planos no solo longitudinales, sino transversales, estableciéndose la
topografía neural a un nivel dorsal. Gradualmente, la estructura cortical va
asumiendo mayores funciones organizadoras. Los lóbulos cerebrales se hacen
cargo de los estímulos visuales, olfatorios y táctiles, y la organización
informática se hace más compleja mediante el desarrollo de diferentes nervios
que se dirigen a la región cefálica. En las etapas posteriores del desarrollo
se presenta una creciente complejidad, hasta alcanzar la estructura propia de
un sistema nervioso, en el que predominan los centros impulsivos, que son
rígidos y predeterminados y en los que están aún ausentes las estructuras
corticales. El desarrollo de estas últimas aumenta en el filum de los primates, para encontrar su culminación en el homo sapiens.
Cerebro y ontogénesis
Si los estudios biológicos son fundamentales para
comprender la filogénesis del cerebro, los estudios sobre psicología genética y
evolutiva arrojan mucha luz sobre la ontogénesis del órgano del pensamiento. En
este campo los estudios realizados por el psicólogo del desarrollo suizo Jean
Piaget (1896-1980) son muy reveladores y nos servirán como punto de partida y
base para nuestro propio análisis. En síntesis, ellos concluyen que en el
recién nacido las funciones del sistema nervioso central consisten solamente en
el ejercicio de aparatos reflejos y coordinaciones sensoriales y motrices que
corresponden a tendencias completamente instintivas.
Por la interacción del bebé con el medio externo aparecen
las primeras percepciones organizadas y los reflejos se van afinando con el
ejercicio. Pero con la aparición del lenguaje, al año de vida o poco más, se
produce un cambio espectacular. Éste surge como consecuencia del mayor
desarrollo ontogénico de la estructura cerebral que va ocurriendo durante esa
edad, y de las experiencias obtenidas por la interacción con el medio externo
al hacerse inteligibles los contenidos hablados. En la temprana niñez, los
signos verbales de imágenes representativas corresponden solamente al
pensamiento “instintivo”, es decir, a representaciones muy concretas: la mamá,
la mamadera, la sonaja. Esta capacidad los seres humanos la comparten con los
animales superiores. Antes de transformarse en un pensamiento lógico y
articulado, el mundo de la imaginación tiene que transformarse en un mundo de
ideas. Las imágenes concretas y particulares que se obtienen por la percepción
deben estructurarse en ideas abstractas, esto es, deben ontologizarse. Esta
capacidad es privativa de los seres humanos.
La diversidad de imágenes debe sintetizarse en conceptos
o ideas más unificadoras y universales. La relación ontológica es la unión
sintética de imágenes que son representaciones concretas y particulares de la
realidad. La imágenes, como unidades discretas, conforman una estructura
unificadora y abstracta de escala mayor, que es la idea o concepto. Esta capacidad
para relacionar ontológicamente las representaciones más particulares y
concretas en conceptos más universales y abstractos se va logrando en la misma
medida que se va adquiriendo el lenguaje. El pensamiento no sólo necesita la
mediación del lenguaje, también el lenguaje comunica gran parte de los
contenidos de pensamiento. La palabra es el signo lingüístico de la idea, y la
idea engloba la multiplicidad de imágenes particulares. Alrededor de los siete
años de vida, cuando se ha operado la transformación del mundo de la
imaginación al mundo de las ideas, el niño comienza a pensar en forma
perfectamente lógica. La estructuración de las relaciones ontológicas y
causales se convierte en juicios que adquieren lugares lógicos, como
proposiciones, dentro de una estructura racional de la que se derivan
conclusiones proposicionales perfectamente válidas. No obstante, estas
relaciones ontológicas, aunque de por sí abstractas, siguen perteneciendo
todavía a un nivel bastante concreto, sin alcanzar aún la abstracción que se
logra posteriormente. Lo pensado siempre es referido a algo concreto. La idea
siempre descansa en las imágenes que la estructuran. Sin embargo, un niño de
esa edad tiene un pensamiento reflexivo y es consciente de sus propios actos, y
es, por lo tanto, responsable por los mismos. Él adquiere la conciencia de sí,
mediante la cual lo pensado es discutido consigo mismo antes de actuar,
haciendo un distingo radical entre el sujeto y el objeto de la acción. Un niño
de siete años ya comienza a actuar en forma intencionada, sabiendo
perfectamente los efectos morales, éticos y prácticos que pueda acarrear su
acción.
Posteriormente, con el desarrollo del individuo en la
adolescencia, probablemente como efecto de estímulos hormonales que tienen la
virtud de estructurar aún más el cerebro hasta su plenitud, adviene el
pensamiento formal y abstracto. Este ya no consiste meramente en estructurar
relaciones ontológicas como representaciones de objetos concretos y
particulares, ni de unir conceptos para formar juicios, ni en aplicar
relaciones lógicas a cualquier sistema de proposiciones más o menos concretas,
ni tampoco en ejecutar con el pensamiento acciones posibles sobre los objetos
representados concretamente, como ocurre en el pensamiento concreto y la imaginación.
El pensamiento abstracto consiste en estructurar unidades representacionales
completamente abstractas e independientes de los objetos particulares como
producto de las relaciones ontológicas que el individuo ha conseguido
estructurar. Estas nuevas relaciones ontológicas están más cerca de la unidad
de lo universal y, en tanto representaciones, no tienen referencia directa a
alguna imagen, aunque sí a una idea concreta en cuanto su unidad discreta de
escala inferior. En consecuencia, las ideas abstractas pueden ser simbolizadas.
Estas ideas totalmente abstractas pueden estructurarse como proposiciones
simbólicas, y consiguen, por lo tanto, ser relacionadas lógicamente por el
pensamiento formal y lógico sin dificultad alguna, como en las matemáticas y la
lógica simbólica.
La elaboración del pensamiento abstracto y su
sometimiento al juego lógico de la razón es el mecanismo surgido en la
naturaleza, tras una larga evolución biológica, que ha permitido al ser humano
la conciencia de sí, la concepción significativa de las cosas, la comunicación
de esta concepción a otros seres humanos mediante el lenguaje, el dominio
creativo e inédito de su medio a través de la acción intencional y solidaria,
la afectividad del sentimiento y, en estructuraciones en escalas aún
superiores, la revelación de su yo profundo. Inexorablemente, la estructura
cerebral se desarrolla ontogenéticamente
en cada ser humano, en ausencia de patologías, según las pautas genéticas
pertenecientes a nuestra especie, para funcionar en forma racional y lógica,
consciente y reflexiva, abstracta y simbólica. Nos resta por ahora analizar el
modo de funcionamiento de nuestro cerebro.
Estructura y funcionamiento del cerebro
Cerebro y analogías
En el curso de la historia, no fue fácil concluir que
tanto las emociones y los sentimientos, la imaginación, el pensamiento y el
raciocinio como la volición y la decisión son funciones del cerebro, aquel
montón de jalea grisácea sin ordenamiento ni organización aparente. Aristóteles
(384 a.
C. – 322 a.
C.) no pudo más que identificar el corazón con el órgano del pensamiento,
músculo que palpita vida, relegando el cerebro a un desmerecido papel de
radiador para enfriar la sangre. Solamente con Hipócrates (460 a. C. – 370 a. de C.), hace 2400
años, se ha localizado el lugar del intelecto, la afectividad y la
intencionalidad dentro del cráneo. Posteriormente, los excelentes estudios y
experimentos del sistema nervioso realizados por Galeno (130-200), en el siglo
II d. C., tuvieron vigencia en los 1400 años siguientes, hasta un nuevo impulso
dado por Andrés Vesalio (1514-1564), en el siglo XVI. El conocimiento del
cerebro y el sistema nervioso ha adquirido actualmente un creciente desarrollo
debido al trabajo de legiones de neurólogos, psicólogos y fisiólogos.
En general, la característica de la facultad cognitiva se
ha relacionado con las ideas en boga o con las tecnologías prevalecientes.
Hasta la Edad Moderna
se creyó que esta facultad es espiritual. Esta creencia fue reforzada durante la Edad Media por la
filosofía neoplatónica que, más interesada en la religión que en la filosofía
misma y con una fuerte dosis de maniqueísmo, suponía que el alma es cosa de
Dios, y el cuerpo, cosa del Demonio, y que sólo el alma puede conocer la verdad
divina. Ya en la Edad
Moderna, Renato Descartes (1596-1650), aunque mecanicista en
relación con el funcionamiento del cuerpo, fue un dualista aún más drástico.
Separó del funcionamiento del cuerpo las sensaciones, percepciones,
sentimientos, emociones, voluntad y pensamientos, asignando todas estas
funciones o propiedades a una mente espiritual. Para su época de poleas,
palancas y engranajes, era inconcebible que tales funciones psíquicas pudieran
ser semejantes a los mecanismos conocidos y que explicaban, por otra parte, el
funcionamiento del esqueleto y los músculos. Pero al efectuar tal distinción,
Descartes había puesto en sendas esferas separadas y hasta estancas al sujeto
del pensamiento y el objeto del conocimiento.
La distinción cartesiana entre res cogitans y res extensa
aún sigue penando en la ciencia cuando se habla de pensamiento abstracto y
razón lógica y se hace la distinción entre mente espiritual y cerebro físico. A
esta tradición pertenecen aún no pocos psicólogos y psiquiatras. Por el
contrario, en lo referente a la mente en general y el pensamiento abstracto y
lógico en particular la res cogitans
es parte de la res extensa, es decir,
que tal distinción es errónea y que no existe en la realidad. Tal como en la Edad Moderna, que por
influencia del mecanicismo el cerebro fue imaginado por algunos como un
conjunto de mecanismos hidráulicos, ruedas, poleas y engranajes, a modo de un
sofisticado reloj mecánico, a fines del siglo XIX lo fue relacionado con cables
eléctricos, a modo de una central telefónica. En la actualidad, se tiende a
comparar este órgano con una computadora muy compleja, que además de
electrónica es química.
El cerebro es efectivamente una maquinaria neurológica
extraordinariamente compleja y posee una estructura y un modo de funcionar tan
propio como sofisticado que las analogías con aparatos y mecanismos físicos
hechos por el hombre son verdaderamente absurdas. Poco se puede avanzar en este
afán descriptivo relacionando el cerebro con el hardware de una moderna
computadora. Peor aún, algunos suponen que el genoma humano, que es la suma
total de los genes de los cromosomas, puede especificar no sólo la estructura
completa del cerebro, sino también hasta imágenes y pensamientos abstractos.
Seguramente no han calculado que la cantidad de sinapsis es tres veces superior
a la cantidad de genes. El genoma construye sin duda las características
estructurales del cerebro, pero no se le puede atribuir a ella los productos de
sus funciones, como pensamientos, sentimientos e intenciones.
Verdaderamente, el cerebro es una máquina fisiológica que
confecciona notables productos intelectuales, afectivos y efectivos. No
solamente es un aparato que reacciona pasivamente ante estímulos externos, sino
que tiene un carácter eminentemente activo. No solamente está determinado por
la experiencia pasada, sino que también por los planes, programas y proyectos
que formula. No solamente es capaz de crear modelos de futuro, sino que también
de subordinar su conducta a éstos. El cerebro tiene estas capacidades porque en
él se efectúan tanto las funciones coordinadoras y reguladoras como las
cognitivas, afectivas y efectivas de un individuo. Así, pues, este órgano es la
central receptora de las sensaciones, enorme flujo de información que proviene
desde los cinco sentidos, es el lugar formador de percepciones, es el taller
creador de imágenes, es la unidad sintetizadora de ideas, es el centro lógico
de raciocinios, es el almacén de memorias que se guardan por décadas y que se
recuerdan cuando es necesario, es el cuartel arbitrador de deseos, es el eje de
otros muy variados procesos psicológicos, como el pensamiento instintivo,
lógico y abstracto, el lenguaje y la comunicación, es el albergue de emociones
y sentimientos, es el origen de las acciones intencionales e instintivas, y
también es el centro controlador de cientos de músculos que funcionan
simultáneamente para llevar a la acción los deseos que formula.
Cerebro y capacidades
El cerebro es un órgano que funciona tan silenciosa y
fluidamente que nos da la impresión de que se trata de algo inmaterial. Produce
y almacena tal cúmulo infinito de representaciones que lo suponemos espiritual.
Importa destacar que todas estas funciones mentales o psicológicas se efectúan
en esta estructura exuberantemente organizada e interconectada de un modo
unitario, no homogénea. Este órgano fisiológico no sólo posee una excepcional
estructuración dentro de una misma escala, sino que su estructuración comprende
varias escalas incluyentemente jerarquizadas, que están construidas en forma
interdependiente, y todo ello culmina en la conciencia. En comparación con esta
masa de jalea, una computadora es una máquina muy simple, cuya estructura
propiamente inteligente se encuentra en una sola escala, alrededor del chip y
sus vericuetos de múltiples transistores y condensadores microscópicos, para
realizar el único tipo de función de procesamiento lógico de datos.
En el ascenso evolutivo, desde el punto de vista
neurológico, el sistema nervioso central llegó a estructurarse, pasando por
sucesivas escalas, en cerebro. En su desarrollo filogenético, éste, además de
perfeccionar, magnificar y adicionar la estructuración dentro de una misma
escala, se fue estructurando en escalas mayores. El desarrollo y el
perfeccionamiento estructural de este blando "hardware" fueron
posibilitando una mayor diversidad de funciones, lo cual ha permitido a los
individuos cerebrados responder con éxito creciente a las diferentes presiones
ambientales. Por otra parte, desde el punto de vista de la estructuración ontogenética,
del cerebro se estructura siguiendo la información codificada del programa
genético heredado, obedeciendo a normas filogenéticas rígidas. Pero al genoma
se suma evidentemente la influencia de los factores ambientales, de aprendizaje
y de comportamiento del individuo, que permiten estructurar diversas conexiones
y memorias particulares, pues esta estructuración ontogenética de conexiones se
produce por la estimulación reiterada a causa de las experiencias individuales.
El ser humano se distingue fisiológicamente de todo el
resto de los animales principalmente por la magnitud y complejidad de su
cerebro. El volumen de su cerebro en relación con el tamaño de su cuerpo es una
característica propia suya. Además, la superficie que cubre su cerebro y el número
de conexiones neuronales que contiene ha ido adquiriendo un aumento que desde
el punto de vista fisiológico esté quizá próximo de un límite inviable, pero
ciertamente muy lejos del chimpancé, el animal que lo sigue en la escala de
estas relaciones. El cerebro humano tiene cuatro veces más neuronas corticales
que el de los monos más evolucionados.
Sin embargo, se podría dudar que el cerebro humano sea la
estructura más funcionalmente compleja del universo en proporción a su masa.
Tal mérito se le podría atribuir posiblemente al cerebro de un pájaro, ya que
tal estructura no puede ser por una parte muy pesado y masivo para no afectar
su vuelo, pero por la otra, debe desempeñar un sinnúmero de funciones, como ser
capaz de controlar con facilidad un vuelo muy rápido y preciso en medio de
muchos obstáculos potencialmente fatales, defender su territorio, celebrar
complejos ritos de apareamiento, construir complicados nidos, empollar y criar
con dedicación a la prole. Esta sumamente exitosa funcionalidad para una masa
de un par de gramos y hasta menos puede observarse en ciertos loros a los que
se les ha enseñado a asociar imágenes de objetos con palabras habladas, a
asociar más de dos imágenes y a dar respuestas habladas a lo que se les
pregunta. También los insectos poseen una estructura cerebral muy compleja en
relación a su masa. Por ejemplo, un zancudo tiene un sistema nervioso central
que tiene un peso equivalente de una fracción de un miligramo y, sin embargo,
puede realizar proezas en su afán de picar un ser de sangre caliente y salirse
con la suya.
El hombre moderno, surgido hace unos 100.000 mil años,
tiene una capacidad craneana similar, si acaso no menor, a la del hombre de
Neandertal (1450 cc vs. 1550 cc respectivamente, en promedio), siendo que éste
tenía supuestamente una capacidad intelectual mucho menor. Al parecer, la
necesidad de organizar el limitado espacio disponible dentro de la caja
craneana ha hecho disminuir estructuras cuyas funciones pierden ciertamente su
importancia debido a la preponderancia adquirida por la zona cortical, como es
el caso con el olfato. También el cerebro humano se ha tornado más complejo a
través de estructuras más eficientes en cuanto a mejor irrigación sanguínea,
más y mejores conexiones, especialización de funciones, etc. Una mayor
complejidad del cerebro es directamente proporcional, primero, a una gran
plasticidad, o capacidad para acomodarse a las distintas circunstancias
ambientales, y, segundo, a una enorme potencialidad, o capacidad para asumir
tareas específicas difícilmente previsibles. En estas dos capacidades el
cerebro humano supera lejos al del resto de los animales.
Suponiendo una misma densidad en la interconexión de
neuronas en el cerebro de un ser humano y en el cerebro de un chimpancé, dos más
parecen ser las características más relevantes que hacen que el primero sea
funcionalmente muy superior al segundo, y que incluso si un cerebro de
chimpancé creciera tanto como para ocupar un cráneo humano, tres veces mayor,
este cerebro seguiría siendo de simio: 1º la cantidad de conectores, que son
las neuronas piramidales, que conectan una cantidad muy grande de neuronas como
si fueran carreteras de mucho tráfico, y 2º estos conectores que poseen muchas
salidas y entradas para numerosas zonas del cerebro, como si fueran barrios de
una gran ciudad. Estas dos características posibilitan el pensamiento abstracto
y racional tan propiamente humano.
Cerebro y mente
Sin duda, nuestro cerebro es comparativamente grande y
complejo, pero no hay que olvidar, por otra parte, que la fabulosa
funcionalidad de nuestra capacidad cognitiva, afectiva y efectiva con relación
a su aparentemente reducido tamaño ha hecho suponer, hasta recientemente, que
dentro del cráneo existe el cerebro y la mente como dos entidades apartes,
siendo la segunda inmaterial, y a la que se le atribuyen las funciones
intelectuales más propiamente humanas. Esta suposición, heredada de Descartes,
ha minimizado, desde luego, aquellas funciones que compartimos con los demás
animales, puesto que el funcionamiento de las facultades propiamente
intelectivas no podía ser siquiera imaginado que pudiera ser efectuado por una
cosa tan carnal como el cerebro, bueno para un delicioso budín, al menos no de
aquéllos provenientes de seres humanos. Ahora estamos en condiciones para
identificar la mente no con una entidad, sino que con las funciones psíquicas
del cerebro.
Para alcanzar a comprender la enorme funcionalidad del
cerebro es conveniente compararla con otras maravillas de la naturaleza. Así,
por ejemplo, el ADN del genoma, que está contenido en los microscópicos
cromosomas de cualquier pequeñísima célula, posee una cantidad de información
tan verdaderamente prodigiosa que provee el código para dirigir y controlar la
estructuración y desarrollo de seres tan complejos como un pimiento o un
caballo. Si comparamos la capacidad de esta minúscula estructura biológica y
que combina únicamente cuatro nucleótidos para conformarla, con la
relativamente gigantesca masa encefálica con su apiñada interconexión de
millones de neuronas estructuradas en escalas múltiples e incluyentes, es
posible comprender que la naturaleza de una organización netamente biológica
haga posible la extraordinaria y misteriosa funcionalidad del sistema nervioso
central.
Las funciones mentales o psicológicas del cerebro generan
productos psíquicos. Las funciones son cognitiva, afectiva y efectiva y se
resumen en regular, coordinar y controlar la actividad neuromotriz según la
demanda sensorial. Los productos más importantes, de al menos el cerebro de
todo animal superior, son percibir y sintetizar las sensaciones en percepciones
e imágenes representativas del mundo exterior; registrar representaciones de
acontecimientos significativos y relacionarlas con otras análogas; representar
acontecimientos exteriores y simular programas de acción; actualizar los
programas de acción que están contenidos en el sistema en función de estímulos.
El pensar abstracto y el razonar lógico son las dos
funciones cerebrales netamente humanas y distinguen a los seres humanos del
resto de los animales. Estas funciones están radicadas en el neocortex, que es
la parte externa del cerebro humano y donde existe un desarrollo muy grande de
las neuronas de asociación, las cuales permiten el procesamiento de la información
hasta la escala de la abstracción. La estructuración del cerebro para funcionar
a esta escala comenzó a desarrollarse con rapidez en los homínidos a partir de
hace unos 2,5 millones de años, cuando la capacidad craneana de esta rama de
los primates apenas alcanzaba los 600 cc.
Todas las funciones del cerebro no pertenecen
evidentemente a la misma escala. Esto que estamos expresando tan simplemente es
fuente de las enormes dificultades que tanto científicos como filósofos tienen
para comprender las funciones cerebrales. El problema subyacente es doble y
recíproco. Por una parte, los científicos se empeñan por localizar la parte del
cerebro que pueda desempeñar alguna función específica. Por la otra, al
parecer, desconocen que si las estructuras están ordenadas en escalas
incluyentes, las funciones están del mismo modo ordenadas. La noción de la
funcionalidad mental multiescala incluyente del cerebro debiera aclarar en
cierta medida la gran confusión vigente de la psicología y la epistemología y
también entre ambas.
El sistema nervioso
Imbuidos en analizar el cerebro, no debemos olvidar que
éste es una de las unidades discretas del sistema nervioso. Éste consiste en
tres unidades discretas básicas: el cerebro o sistema nervioso central, la red
nerviosa aferente o sensorial cognitiva-afectiva y la red nerviosa eferente o
motora. Gracias a estas dos redes, el cerebro se relaciona con el medio externo
tanto para ser afectado como para afectarlo. Sin éstas, aquél no sólo sería un
órgano inoperante, sino que no se podría haber desarrollado, pues no se
comprende la existencia de este órgano aislado de su entorno.
El circuito de la red aferente comienza en los órganos
sensoriales, estando particularmente el del tacto ubicado en todo el cuerpo.
Los nervios, que son largas neuronas interconectadas, se dirigen desde las muy
especializadas neuronas receptoras a la médula espinal, y de allí al cerebro a
través del tallo cerebral. En el cerebro los conductos nerviosos pasan por la
formación reticular, el tálamo, el hipotálamo y las estructuras límbicas, hasta
llegar a las capas corticales. La red eferente sigue paralelamente el camino
inverso a partir de varias capas motoras y núcleos subcorticales motores. Por
su parte, las señales para el sistema nervioso autónomo o visceral surgen de
las regiones evolutivamente más antiguas: la amígdala, la corteza cingular, el
hipotálamo y el tronco encefálico.
El tálamo funciona como estación receptora-transmisora de
las vías aferente y eferente en relación con el córtex. Las redes se aúnan en
troncos que llegan y salen del cerebro. La columna vertebral contiene la médula
espinal, que es un importante tronco de las ramificaciones nerviosas que
conecta al cerebro con el tronco y las extremidades del organismo. Mientras la red
aferente conduce al cerebro las sensaciones que los órganos o núcleos de
sensación captan del ambiente, llegando hasta las áreas sensitivas del córtex,
la red eferente, cuyos troncos salen de las áreas motrices del córtex, pone al
sistema nervioso central en contacto con los músculos del cuerpo y con parte
del sistema endocrino. Usualmente las fibras de neuronas de ambas redes van
protegidas dentro de vainas de mielina.
El sistema muscular-esquelético, o aparato motor, es el
único medio que tiene un organismo para relacionarse activamente con el medio
externo. De este modo, el cerebro imparte órdenes a los músculos para
contraerse según los requerimientos, y éstos actúan en los brazos de palanca de
la estructura óseo-cartilaginosa articulada y en los mismos tejidos. Puesto que
los músculos ejercen fuerza sólo cuando se contraen, en las articulaciones
existen pares de músculos, uno a un lado y el otro al lado opuesto, de modo que
un músculo fuerza el movimiento de la articulación en un sentido y su par lo
devuelve posteriormente a la posición original. También la red eferente llega a
algunas glándulas, las que liberan hormonas según los dictámenes del cerebro.
Mientras la vía aferente permite al cerebro conocer y la
vía eferente le permite actuar, el cerebro mismo, sobre la base de la
información que recibe del medio externo, dirige, regula y coordina la acción
del organismo para obtener el máximo provecho posible de la interacción con
dicho medio según las dos funciones orgánicas de supervivencia y reproducción.
El organismo, enfrentado al ambiente ambivalente de ser tanto providente como
destructor a la vez, responde o en forma agresiva y de búsqueda, o en forma
defensiva o de huida. En forma similar, responde o en forma interesado o
indiferente ante un individuo del sexo contrario cuando se muestra receptivo o
no para un acoplamiento, no sin antes realizar los ritos del cortejo propios de
cada especie.
Así, pues, el sistema nervioso posee un circuito de
señales nerviosas, las que desde los sentidos, que son estimulados por la
causalidad del ambiente, se dirigen al cerebro, el que procesa la información
que les remite y que luego ordena mediante nuevas señales nerviosas la reacción
del organismo a través de sus componentes motores. Pero este circuito unidireccional
no sólo tiene por función enviar al cerebro la información recibida del
ambiente y viceversa, sino que también enviar desde el cerebro a los sistemas
musculares para que afecten el medio. Es fundamental destacar que se
caracteriza también porque el cerebro está retroalimentado. En efecto, la red
aferente reporta también la acción que es ejecutada por las señales que el
cerebro envía a través de la red eferente. La información de retroalimentación
puede provenir tanto de la cosa misma que es actuada por el aparato motor del
organismo vía los órganos sensoriales como de las manifestaciones táctiles de
los músculos al ser accionados. Este sistema de retroalimentación permite al
cerebro conocer el efecto de su decisión y corregir instantáneamente su
accionar.
Las neuronas
La ciencia persigue establecer el mapa estructural del
cerebro para sus distintas funciones, pero también busca analizar los
mecanismos y procesos cerebrales fundamentales para descifrar cómo éste
funciona. Los neurofisiólogos han descubierto que las unidades discretas
básicas de toda estructura del sistema nervioso central están constituidas
únicamente por dos tipos de células: las glías y las neuronas, en una
proporción de 10 a
1. Conexiones neuronales más densas requieren una mayor cantidad de glía, las
que dan una coloración oscura, llamada materia gris. Las glías se cree que
sirven principalmente de tejido de relleno o de soporte para las segundas, y
controlan la composición iónica, los niveles de neurotransmisores y el suministro
de citiquinas. Además, las glías tienen una función particular en el sistema
autónomo, ya que están conectadas tanto a la acción muscular como a los
sentidos de percepción. Se ha observado que las glías llamadas astrocitos
reaccionan a la electricidad, por lo que podrían modular el comportamiento de
las neuronas.
Por su parte, las neuronas tienen propiamente las
funciones de comunicación y almacenaje de información. Ellas son las unidades
discretas básicas del sistema nervioso, incluyendo especialmente el cerebro,
por lo cual constituyen también las unidades discretas de toda estructura
informacional. Su función es transmitir o no señales o datos de información.
Las neuronas cerebrales de la memoria poseen una segunda función: almacenar
estas señales o datos. En tercer lugar, las neuronas se conectan con otras
neuronas de manera determinada, de modo que entre una neurona de entrada de
información y una de salida existen neuronas intermedias que modulan, evalúan y
procesan la información. Por estas tres funciones de su comportamiento estos
conjuntos de neuronas, o túbulos, funcionan de modo semejante a las
computadoras, lo que ha llevado a ingenieros cibernéticos a intentar reproducir
la inteligencia biológica en forma artificial y a suponer que algún día se
podrá fabricar un cerebro humano.
Existen tres tipos de neuronas en el sistema nervioso. En
primer lugar están las sensitivas o aferentes que transmiten directamente la
información desde los núcleos sensitivos o receptores hasta el tálamo, vía ascendente.
En segundo lugar están, en el sistema nervioso central, las neuronas de
asociación, aquellas propias del cerebro y que relacionan unidades discretas de
diferentes escalas de contenidos de conciencia, o las sintetizan en escalas
mayores. Por último están las neuronas motoras o eferentes, las cuales parten
de la corteza motora y se dirigen vía descendente a lo largo de la médula
espinal para llegar a cada músculo del cuerpo, de modo que casi todas las
funciones motoras del organismo son controladas directamente por el sistema
nervioso central. Tanto las neuronas aferentes como las eferentes son células
largas que se aúnan en fibras nerviosas en los ramales y troncos del sistema
nervioso.
La principal característica de las neuronas es la
excitabilidad eléctrica de su membrana plasmática, estando especializadas en la
recepción de estímulos y la conducción del impulso nervioso entre ellas o con
otro tipo de células, como la unión neuromuscular entre una neurona y una fibra
celular muscular. Las neuronas son células nerviosas y están compuestas
morfológicamente de tres partes: un núcleo central o cuerpo llamado soma,
manojos de largos filamentos que reciben información, llamados dendritas, que
se proyectan de éste, y una extensa prolongación denominada axón y que conduce
los impulsos desde el soma hacia otra neurona. El cerebro humano contiene unos
cien mil millones de células de este tipo que se ligan entre sí, dendritas con
axones, formando unos mil billones de conexiones que conforman una estructura general,
o red neural, de interconexiones muy densas. Las conexiones se llaman sinapsis.
En conjunto las neuronas disparan diez mil billones de veces por segundo,
mientras gastan menos energía que una ampolleta. La funcionalidad cerebral es
directamente proporcional a la cantidad de conexiones. Las distintas aptitudes
de un individuo implican determinadas conexiones. Probablemente, Mozart poseía
un cerebro con conexiones neuronales peculiares; su genética y, además, su
actividad musical, que fue estimulada desde su tierna infancia, contribuyeron a
producir su genio, lamentablemente conocido por muy pocos en la actualidad.
La comunicación
Una de las funciones principales de las neuronas es
conducir y transmitir señales, desde las dendritas hasta el axón. Una neurona
puede llegar a medir hasta unos 30 centímetros. A su interior, las señales
transitan como impulsos eléctricos. Estos recorren la longitud de la célula sin
ninguna pérdida de intensidad, a pesar de la mala conductividad eléctrica que
posee cualquier tejido biológico. Ello es posible gracias a que la velocidad
del impulso nervioso dista mucho de llegar a la de la electricidad conducida,
por ejemplo, por alambres de cobre. Aquélla alcanza a un máximo de tan sólo 100 metros por segundo
cuando la fibra se encuentra dentro de una vaina de mielina, y únicamente a 0,5 metros por segundo
en los impulsos más lentos, en tanto que la velocidad de los electrones en un
conductor eléctrico es cercana a la de la luz: 298.000 kilómetros
por segundo. Debido a las relativamente lentas velocidades del impulso
nervioso, existen concentraciones nerviosas en el organismo más cerca de la
acción que sirven para responder en forma más expedita a las demandas externas,
en lo que se denomina acto reflejo. Así, mucho antes de que el cerebro registre
el dolor e imparta una orden, un individuo ya ha retirado su mano del fuego.
A diferencia de cables eléctricos, la neurona no
transporta propiamente energía, sino que señales eléctricas. La energía
requerida para conducir las señales la aporta la misma neurona, y una vez
enviada ésta, recupera aquélla. Esta característica representa una ventaja,
pues permite a la neurona entrar repetidamente en actividad, y al cerebro no
recalentarse cuando está en plena actividad. El mecanismo de transmisión del
impulso nervioso funciona de una manera muy peculiar. En primer lugar, la
membrana plasmática, que mantiene dentro el contenido celular como la de
cualquier célula, está polarizada. Cuando la célula está en reposo, la
superficie externa tiene carga positiva, y se establece un potencial de 70
milivoltios entre ambos lados de la membrana (potencial de reposo). En segundo
lugar, la membrana es permeable dependiendo del tamaño de los iones: los
grandes aniones protoplasmáticos del interior no pueden atravesarla y el
pequeño ión positivo de potasio se difunde con relativa facilidad en ambos
sentidos; en cambio, la permeabilidad para el ión positivo de sodio, más grande
que la de potasio, es mucho menor y el protoplasma tiene la propiedad de expulsarlo
activamente. En tercer lugar, la concentración de sodio en el líquido
extracelular es de 10 a
15 veces superior al intracelular.
El impulso nervioso en una neurona se desencadena por un
estímulo localizado que afecta la permeabilidad de la membrana, que aumenta
súbitamente, abriéndose un canal iónico que permite la entrada de iones de
sodio impulsados por el gradiente de concentración. Cuando nuevos iones de
sodio del medio externo son atraídos y penetran en la membrana, el potencial de
reposo disminuye hasta un valor crítico tras el cual el potencial se invierte.
Cuando el potencial positivo llega a 100 milivoltios en el interior de la
membrana, el fenómeno se hace explosivo y dispara. La onda de excitación se va
extendiendo por toda la fibra en rapidísima sucesión. De este modo, el impulso
nervioso recorre la longitud de la célula hasta llegar al axón. En la neurona
su membrana recupera, inmediatamente después, la impermeabilidad para el sodio.
De la fibra escapa un ión potasio, impulsado por el gradiente de concentración,
y de nuevo el interior se hace electronegativo, repolarizándose. El estado
original no se recupera hasta que los iones sodio, que han entrado, y los iones
potasio, que han salido, no vuelven a sus sitios respectivos. Todos estos cambios,
tan lenta y laboriosamente descritos, ocurren no obstante en milisegundos y sin
dificultad.
Se pueden advertir cuatro características importantes en
el mecanismo descrito de la conducción de un impulso nervioso dentro de una
neurona. Primero, es un proceso de sí o no, o de todo o nada. Si el ataque
químico inicial logra reducir la permeabilidad de la membrana celular y un ión
positivo logra ingresar dentro de la célula, el impulso nervioso comienza a
transmitirse por la célula; de lo contrario no ocurre nada. Segundo, el impulso
recorre toda la distancia dentro de la célula sin pérdida alguna de tensión.
Tercero, la célula no aceptará otra señal hasta que no haya restablecido su
propio equilibrio eléctrico, cosa que no tarda en ocurrir con el ingreso de un
nuevo electrón apenas el impulso nervioso deja la célula si aún quedan señales
que transmitir. Cuarto, las señales poderosas se transmiten con una frecuencia
mayor que las señales más débiles, aunque todas tengan la misma intensidad y la
misma velocidad de transmisión, siendo la frecuencia máxima de doscientos
impulsos por segundo, ya que la recarga después de disparar demora cerca de dos
centésimas de segundo; también la intensidad del impulso depende de la calidad
de la sinapsis.
Dos neuronas adyacentes no están pegadas en la sinapsis.
Entre el axón de una neurona y la dendrita de otra media una muy pequeña
distancia. En las conexiones o sinapsis entre dos neuronas, la barrera es
traspuesta por neurotransmisores, de los que más de 50 tipos diferentes han
sido identificados. Un mensaje, que recorre una neurona como impulso eléctrico,
pasa como reacción química por la sinapsis, a través del neurotransmisor, desde
el terminal bulboso del axón hasta una dendrita filamentosa de una segunda
célula, donde se convierte en un nuevo impulso eléctrico. En la sinapsis existe
una determinada capacidad de afectarse a causa de las proteínas específicas que
conforman los terminales de la neurona y la sustancia química particular del
neurotransmisor. De ese modo, un sencillo mensaje alcanza a recorrer largas
distancias a gran velocidad y a involucrar miles de neuronas. En la sinapsis el
impulso eléctrico modifica la estructura de un neurotransmisor, sustancia
química que lo sigue conduciendo por medios químicos hasta otra neurona,
trasponiendo la estrecha distancia sináptica que media entre un axón de una
neurona con la dendrita de otra célula, e induciendo o estimulando la recepción
en la dendrita, y la señal continúa su curso en la otra célula como impulso
eléctrico, y así sucesivamente a través del sistema nervioso. Una sinapsis no
es simplemente una conexión, sino que es también un signo de tránsito
unidireccional.
Los principales neurotransmisores del cerebro son seis.
La acetilcolina regula la capacidad para retener una información, almacenarla y
recuperarla en el momento necesario. La dopamina fomenta la búsqueda del placer
y de las emociones así como al estado de alerta. La noradrenalina promueve la
atención, el aprendizaje, la sociabilidad, la sensibilidad frente a las señales
emocionales y el deseo sexual. La serotonina juega un papel importante en la
coagulación de la sangre, la aparición del sueño y la sensibilidad a las
migrañas, y es utilizada para fabricar la melatonina. El ácido
gamma-aminobutírico o GABA es el neurotransmisor más extendido en el cerebro y
está implicado en ciertas etapas de la memorización siendo un neurotransmisor
inhibidor, permitiendo mantener los sistemas bajo control y favoreciendo la
relajación. La adrenalina permite reaccionar en las situaciones de estrés,
siendo una tasa elevada causante de fatiga, falta de atención, insomnio,
ansiedad y depresión.
Si las unidades discretas fundamentales del cerebro son
las neuronas, éstas se distinguen entre sí por su especialización. Además, su
estructuración general admite varias escalas distintas, desde grupos de
neuronas específicas y especializadas que intervienen en las funciones de las
escalas más simples, pasando por sistemas que incluyen diversos agrupaciones
específicas y agrupaciones de agrupaciones, hasta la estructura que se
identifica con el cerebro mismo, como veremos más adelante. En el caso de las
neuronas asociativas, cuyos manojos de dendritas y sus axones únicos están
conectados respectivamente con axones y dendritas de muchas otras neuronas, un
mismo impulso nervioso suele retornar repetidamente, activando el mismo
conjunto por un prolongado tiempo. Esta característica permite mantener
contenidos de conciencia presentes en una memoria de corto y mediano plazo, de
naturaleza electroquímica, y posibilita la creación de una memoria de largo
plazo mediante la síntesis de proteínas en las sinapsis. También esta
característica es fundamental para lograr un estado de conciencia.
La memoria
Además de conducir y transmitir señales, algunas neuronas
y grupos de neuronas tienen la capacidad para almacenarlas. Esta función es
especialmente importante para todos los procesos cognitivos, desde las mismas
percepciones hasta los racionamientos más abstractos. En efecto, la memoria es una
de las unidades discretas de la conciencia, aquella que le permite trascender
el tiempo y vincularse con el pasado. Dependiendo de la escala de
estructuración, grupos de neuronas memorizan desde sensaciones, percepciones e
imágenes hasta ideas abstractas y juicios. La memoria provee el contenido
significativo en cada instancia del procesamiento psíquico. Los procesos
cognitivos van desde relacionar sensaciones para estructurarlas en percepciones
hasta relacionar ideas en estructuras lógicas. La estructura general de estas
múltiples unidades y modalidades de almacenamiento constituye la memoria.
La memoria no es una parte del cerebro, sino que es una
de sus funciones. Más propiamente, ella es una función de la
interconexionalidad de las neuronas estructuradas en escalas sucesivamente
incluyentes de la densa red neuronal que conforma el cerebro. No está en un
lugar específico del sistema nervioso central, como sí lo está en una
computadora, cuyas funciones de memoria y procesador lógico ocupan lugares distintos.
La memoria biológica ocupa la misma red que procesa la información, y que posee
además todas las otras funciones psicológicas conocidas del cerebro. Así,
mientras la memoria artificial es capaz de almacenar bits o datos de
información, esto es, símbolos con un código adjunto para su recuperación y
uso, la del cerebro almacena conjuntos completos cuyas unidades se relacionan
entre sí. Además, los bits de la memoria artificial están referidos a la misma
escala, en tanto que la memoria biológica comprende tantas escalas incluyentes
como la estructuración que posee el sistema de red del cerebro. Si alguien
quisiera construir una memoria artificial que imitara la memoria biológica,
debiera tener en cuenta lo dicho.
Las unidades discretas de la estructura básica de la
memoria son las sinapsis modificadas permanentemente por unidades de
experiencias que llegan a estructurar macromoléculas proteicas sintetizadas a
fuerza de repetición de estímulos. Las sinapsis de memoria almacenan
básicamente bits de información sensorial. Un conjunto estructurado de
sinapsis, probablemente un túbulo, almacena contenidos de conciencia más
complejos, como una sensación. Una colectividad de conjuntos estructurados en
una red, o en un núcleo, pertenecería a una escala superior y almacenaría un
contenido de conciencia de una escala equivalente, como, por ejemplo, una
percepción. Podríamos suponer que una red neuronal destinada a memorizar
contenidos de conciencia de escalas aún mayores requeriría redes estructuradas
que contengan estructuras neuronales incluyentes, como sus unidades discretas,
hasta llegar a la escala requerida. Así, cuando una zona, o sistema, es
activado por alguna señal, se produce el recuerdo estructurado en dicha zona o
en dicho sistema. La conciencia evoca estas memorias y las relaciona,
elaborándolas y estructurando contenidos más complejos. Estas serían activadas
por la conciencia en su actividad por producir una respuesta adecuada a la
estimulación del ambiente. De esta manera la memoria provee información a la
conciencia para que elabore sus contenidos en todas las escalas que le son
permitidas.
La función de la memoria es doble: adquirir y retener
información, y evocar la información retenida. Su mecanismo es en la actualidad
muy poco conocido, pero se saben algunos hechos. Todo el material que se
recuerda proviene en último término del mundo externo. Así, la materia prima
para las elaboraciones psíquicas proviene tanto de la experiencia del mundo
externo como de los contenidos de conciencia almacenados en la memoria y que se
hacen directamente presentes al ser evocados. En el proceso de transformación
de la experiencia en memoria, es decir, de objeto percibido por los sentidos en
imagen o figura representada, hasta almacenar ideas abstractas y razonamientos,
intervienen las señales eléctricas, el establecimiento de nuevas conexiones
sinápticas y la formación de complejas moléculas proteicas en las neuronas. En
la actividad de aprendizaje, se estimulan la formación de macromoléculas
proteicas en las conexiones sinápticas involucradas, aquellas que han sido
activadas eléctricamente por la experiencia, para justamente almacenarla.
La memoria, que se identifica con el recuerdo, es
distinta de la capacidad para recordar. Todos sabemos que resulta más fácil reconocer
el recuerdo que evocarlo, como si su posibilidad de actualización se perdiera
en la maraña de los circuitos neuronales establecidos, sin encontrar el
interruptor, clave para efectuar la conexión de acceso del circuito en
cuestión. Un breve reconocimiento es como encontrarse con el interruptor y
recordar lo que se ha experimentado o se conoce. Pero dar con el interruptor
resulta muchas veces en un agotador esfuerzo que muchas veces resulta vano,
aunque el recuerdo esté en la “punta de la lengua”. De ahí la necesidad de
contar con ayuda memorias, las cuales facilitan el evocar lo que se sabe. La
creencia de que aquello que recordamos son formas inmateriales inalterables de
entes no se compadece con el mecanismo del aprendizaje. Por aquella creencia, se
estima que la veracidad de un testimonio depende únicamente de la intención del
sujeto, ignorándose la fragilidad inherente de la memoria que logra retener tan
sólo residuos de percepciones, las cuales están lejos de evocar imágenes y
acontecimientos veraces. Además es posible suponer a veces que ciertos
recuerdos que se llegan a evocar han sido efectivamente experimentados, cuando
lo que ha ocurrido es una mezcla de imágenes inducida por la acción hipnótica o
por sueños.
Algunos neurocientíficos distinguen tres etapas de
memoria. En primer término está la de plazo inmediato y dura segundos antes de
desaparecer o pasar a la etapa siguiente. Su utilidad es manifiesta en aquellas
acciones como marcar un número telefónico después de haberlo leído un rato antes
en el guía, o saltar una zanja en el camino unos instantes después de haberla
visto. En segundo lugar está la de corto plazo y dura horas; también es
olvidada si no pasa a la etapa posterior. Entre otras cosas, ésta nos sirve
para ubicarnos en el tiempo y el espacio cuando estamos en acción, lo que no
deja de ser decisiva en nuestras actividades de supervivencia. Se cree que el
estado de estos dos tipos de memoria es solamente eléctrico, no logrando
estructurarse necesariamente de un modo permanente ni completo. En el caso de
la memoria de corto plazo es posible que resulte, además, por el
establecimiento temporal en la red nerviosa de nuevas vías y conexiones
neurológicas excitadas por la estimulación de la experiencia y mantenidas por
la tensión eléctrica generada. Por último está la memoria de largo plazo. Ésta
demora en registrarse y exige a menudo repeticiones de las experiencias. Por
ello, el aprendizaje requiere repetición de la acción. Además, es más fácil que
una relación causal, que nos indica el modo de funcionamiento de un fenómeno, o
una relación ontológica que nos entrega el concepto de algo, queden más
firmemente asentado en nuestra memoria que un acontecimiento aislado.
Usualmente, un acontecimiento particular se graba fácil e indeleblemente cuando
está asociado con una fuerte emoción. Pareciera que una de las funciones de las
emociones es permitir la constitución de la memoria de largo plazo con mayor
facilidad y de manera más permanente. La experiencia tras meter la mano al
fuego no se borra nunca más.
Mientras la memoria de corto plazo se origina en la
corteza prefrontal, la memoria de largo plazo se genera cuando la primera pasa
por el hipocampo. Este fenómeno ha llegado a ser conocido, ya que las personas
que han sufrido la extirpación selectiva del hipocampo no logran desarrollar
memoria de largo plazo, resultándoles novedosa toda experiencia. Algunos
neurólogos suponen que las estructuras que contienen las unidades discretas de
memoria de largo plazo son conjuntos de neuronas que se interconectan
específicamente a causa de la síntesis de macromoléculas proteicas determinadas
que se forman a nivel de la sinapsis. Las proteínas tardan un tiempo (horas) en
sintetizarse en las respectivas sinapsis. Se supone asimismo que existen muchas
variedades de proteínas y muy distintas entre sí. Las sinapsis que se alteran
de esta manera quedan establecidas en forma permanente. Las señales que
transitan por estas sinapsis determinan una cierta especificidad en la
información. Así, las experiencias se asientan permanentemente en las sinapsis
modificadas por las proteínas que han sido sintetizadas. Completando lo
anterior, otros neurólogos sostienen que es probable también que la memoria de
largo plazo se establezca a fuerza de repetición de estímulos, los cuales
fortalecerían nuevas conexiones sinápticas de carácter más permanente.
Ciertamente, la posibilidad de evocar una información particular desaparece
definitivamente apenas se rompe la conexión sináptica.
Las personas de edad avanzada tienen deficiencias
metabólicas y posiblemente por ello no consiguen sintetizar fácilmente estas
macromoléculas para establecer nuevas conexiones sinápticas, lo que explicaría
sus dificultades para memorizar nuevas experiencias, aunque no, por cierto,
para recordar experiencias del pasado más lejano. Además, la menor actividad
metabólica, a consecuencia del envejecimiento, retarda la actividad cerebral en
sus otras funciones, especialmente en la memoria inmediata, pues hay menor
energía disponible a causa de una menor oxigenación de la sangre y de un
contenido menor de sustancias energéticas.
Cerebro estructura
Las investigaciones recientes indican que el cerebro
posee una clase de organización estructural que echa por la borda el esquema
propiciado por el anatomista y fisiólogo alemán Franz Joseph Gall (1758-1828),
hace doscientos años atrás, de un mosaico donde cada función psíquica se ubica
en un lugar específico del cerebro, y que derivó en la nefasta frenología,
pseudociencia del siglo XIX y comienzos del XX. Se sabe ahora, a través de
numerosos ensayos e investigaciones del cerebro que utilizan la observación
mediante exámenes por los diferentes tipos de scanners (la imagen por
resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones), la técnica de
experimentos electrofisiológicos mediante electrodos, el análisis de la
conducta humana patológica, las autopsias y la experimentación con animales,
que muchas funciones particulares están distribuidas por todo el cerebro, y
también que sus distintas regiones se especializan en diferentes funciones.
En principio, la estructura del cerebro es la de un
tejido fisiológico compuesto por neuronas, glía y vasos sanguíneos. Pero su
enorme complejidad estructural radica precisamente en la arquitectura y
organización del tejido. Y el tejido es complejo debido no sólo a las
posibilidades que tienen las neuronas, las unidades discretas fundamentales,
para interconectarse entre sí, sino también para conformar redes sucesivamente
incluyentes. En primer lugar, las neuronas se organizan en circuitos locales
que forman una unidad compleja denominada túbulo. Los túbulos se integran en
capas y núcleos (agregaciones en colecciones no estratificadas) corticales. Las
zonas corticales y nucleares se interconectan para formar regiones corticales.
Las regiones se estructuran en sistemas. Los sistemas se agrupan en sistemas de
sistemas. En fin, los sistemas de sistemas terminan por estructurarse en el
súper-sistema que es el cerebro o sistema nervioso central. Puesto que este
súper-sistema es una estructura que aúna la totalidad de las estructuras de
escalas inferiores, el cerebro es una unidad.
No obstante, es imposible entender el funcionamiento del
cerebro si persistimos en concebirlo como estratificado en niveles y capas, y
no como estructurado en escalas sucesivamente incluyentes, donde las unidades
discretas fundamentales, las neuronas, convergen en escalas cada vez mayores de
integración e inclusión, siendo la escala mayor la que contiene al sistema
nervioso como tal y siendo su función la conciencia, que es la función psíquica
de escala superior y que incluye a todas las restantes funciones psíquicas de
menores escalas, desde el pensamiento racional y abstracto hasta las puras
sensaciones. La neurología debiera tener el principio de la estructuración
incluyente en distintas escalas para que pueda avanzar en su investigación del
cerebro.
Vimos que la memoria no está localizada en una región
determinada, sino que en tanto función multi-escala está distribuida, como
conviene, en toda la corteza y también en estructuras subyacentes. En realidad,
la memoria constituye prácticamente el conjunto de millones de neuronas
cerebrales que no tienen una especialización mayor. Este conjunto conforma una
estructura reticular altamente organizada, constituida por conjuntos de
sistemas que trabajan concertadamente, pero tan sensible que, excitando química
o eléctricamente una o más de ellas, se activa un cierto número de otras,
produciendo toda la complejidad de una percepción, de una imagen o incluso de
un pensamiento. En el sueño la imaginación crea una relación inédita, uniendo
conjuntos de imágenes, productos de pasadas experiencias, según las
preocupaciones actuales.
Además de la memoria es posible distinguir determinadas
funciones que se explican por la participación necesaria de gran parte la
actividad cerebral. Una de ellas es la que regula el tono de la actividad
cerebral y que corrientemente se denomina vigilia. Ésta se lleva a cabo
mediante la modulación del sistema nervioso. Su estructura está ubicada en el
subcórtex, y su morfología consiste en una extensa y continua red nerviosa de
formación reticular organizada verticalmente para enlazarse con la extensión
del córtex.
Existe una compleja función que consiste en la
programación, regulación y verificación de la actividad cerebral. Por medio de
ella se verifica la ejecución y se regula la conducta para que la acción se
efectúe de acuerdo al programa. También se comparan los efectos de la acción
con las intenciones originales para corregir cualquier error cometido. Esta
compleja función se localiza en las amplias regiones anteriores de los
hemisferios antepuestos al giro precentral, siendo su canal de salida el córtex
motor. Su estructura incluye las capas superiores del córtex y la materia gris
extracelular, la cual está compuesta de elementos de dendritas y glía. Puesto
que esta estructura se desarrolla a partir de los 4-7 años, no es funcional en
niños menores. Tal vez, la posibilidad de su desarrollo incompleto pueda
explicar ciertas patologías.
Otra función de carácter general consiste en la de
recibir, analizar y almacenar la información que continuamente llega del mundo
exterior. La estructura de esta compleja función está constituida por los
millones de neuronas individuales que están ubicadas en las regiones laterales
del neocórtex, en la superficie convexa de los hemisferios en las regiones
posteriores, incluyendo las regiones occipital (visual), temporal (auditiva), y
parietal (sensorial general). A diferencia de la anterior función, estas
neuronas trabajan de acuerdo a la ley del todo o nada, recibiendo impulsos
discretos y reexpidiéndolos a otros grupos de neuronas.
Por lo anterior, no es posible localizar los procesos
psicológicos complejos en zonas limitadas del córtex. Tales procesos
corresponden a funciones provenientes de la estructuración participativa de
muchas y diversas subestructuras ubicadas, a veces, a considerable distancia
entre ellas. Las funciones complejas son posibles debido a la concertación de
los aportes de las diversas subestructuras. El sistema funcional de gran escala
puede verse alterado a causa de lesiones en subestructuras o en localizaciones
particulares, o por un funcionamiento electroquímico deficiente. En una escala
aún mayor las neuronas de los sectores de corteza son coordinadas como en una
inmensa orquesta por conjuntos de neuronas más especializados. Existe por
ejemplo un pequeño conglomerado de neuronas cuyos axones provienen del ganglio
basal. Estas neuronas alcanzan a todas las zonas del cerebro que controlan el
movimiento de los sentidos y el procesamiento de información, y emiten un
neurotransmisor relacionado con el conjunto de sensaciones.
Especializaciones
La enorme colección de neuronas tiene un orden orgánico
que se viene analizando desde hace más de sesenta años. Así, la corteza
cerebral, o córtex, zona que cubre la parte superior del cerebro y que tiene un
espesor entre 1,5 y 4,5 mm,
está estructurada en capas que se distinguen morfológicamente por el tipo de
neuronas. Se han descubierto seis capas o estratos en las cuales predominan uno
u otro tipo, alternándose capas granulares con capas piramidales. Las neuronas
del tipo granular son terminaciones de fibras cortiaferentes, en tanto que las
neuronas de tipo piramidal son comienzos de fibras eferentes. Como se ha hecho
evidente para algunos investigadores en inteligencia artificial, es necesario
que entre las neuronas de entrada y las de salida existan estratos de neuronas
intermedias, pues si las primeras estuvieran directamente conectadas con las
segundas, habría una correspondencia sencilla, directa, determinada e
invariable entre la información que llega y la que sale, sin poder ser
modulada, evaluada, controlada o procesada. La especialización abarca incluso
sectores de la corteza, dividiéndose en tres áreas: motora, sensitiva y de
asociación. La estimulación eléctrica provoca en la corteza sensitiva la
correspondiente sensación o desencadena en la corteza motora contracciones en
los grupos musculares correspondientes, pero no produce reacción alguna en la
corteza de asociación. Las cortezas sensitiva y motora están subordinadas a la
corteza de asociación, que tiene por función la coordinación e integración de
la información. En consecuencia, al estructurarse por convergencia e interconexión
en una escala superior, los diversos tipos de neuronas sincronizan su
funcionamiento, y la estructura superior se torna específicamente funcional.
Puede servir de ejemplo lo que algunos investigadores han
encontrado últimamente en regiones particulares del cerebro que han sido
debidamente estimuladas y su reacción registrada. De este modo, cierta región
específica tiene una función que distingue adelante de atrás, y así otras más
distinguen arriba de abajo, derecha de izquierda, movimiento de quietud. Además
han encontrado que estas regiones deben ser estimuladas para que puedan
activarse y conectarse, para conformar finalmente estructuras que tienen
funciones espaciales, necesarias para los centros de percepción. La
especialización de las neuronas se puede observar también en aquéllas de los
campos receptores del órgano de la visión. Existen neuronas que son sensibles,
cada una de forma especializada, a la forma, la luz y el color de un estímulo
visual. Las distintas informaciones transmitidas son reagrupadas en el córtex
visual, generando una representación unificada y detallada, dotada de múltiples
formas, luces y colores. Los lóbulos frontales están conectados con los lóbulos
parietales. En éstos existe actividad cuando la persona se concentra en
imágenes visuales y sonoras, lo que implica que esta parte del cerebro
monitorea las señales del mundo exterior, e indica a los lóbulos frontales
poner atención y vigilancia frente a esas señales. Una región del córtex posee
la facultad para reconocer el significado de las expresiones faciales; esto
implica que una habilidad para evaluar la intención de otro e indicar a otro
sus propias intenciones solamente por la expresión facial fue una ventaja
evolutiva y fue responsable de este desarrollo particular del cerebro.
Lo anterior demuestra nuevamente que la estructuración
última del cerebro es incluyente de muchas estructuras de escalas sucesivamente
inferiores es que distintos sistemas regionales del córtex convergen,
relacionándose en una escala superior, en estructuras muy funcionales. Así, por
ejemplo, la capacidad para procesar el lenguaje es una estructura que tiene
subestructuras, como la conocida área de Broca, localizada en una región del
lóbulo temporal del hemisferio izquierdo; posee funciones muy relacionadas
entre sí para el lenguaje; conecta las memorias almacenadas; coordina los
órganos del habla, y reconoce los sonidos que forman las palabras. Una
subestructura muy cercana, conocida como el área de Wernicke, puede comprender
el lenguaje escuchado. En los seres humanos, los dos hemisferios cerebrales
poseen además determinadas especializaciones funcionales generales. En el
hemisferio derecho se centran las funciones viso-espaciales no verbales, las
capacidades artística y de comprensión, y apreciación de la música; allí las
distintas unidades discretas del pensamiento se sintetizan en un instante, y su
contenido se transmite como un todo integrado. Este mecanismo de estructuración
se adapta al tipo de respuesta inmediata requerida por los procesos visuales y
de orientación espacio-temporal. En cambio, el hemisferio izquierdo es el
centro del pensamiento analítico y lógico. Allí las imágenes, ideas y
conceptos, unidades discretas del pensamiento lógico y abstracto, se
estructuran por medio del lenguaje de modo secuencial y lineal para terminar
por conformar proposiciones y juicios. En resumen, el hemisferio derecho es
bueno para los problemas geométricos, en tanto el izquierdo lo es para los
problemas matemáticos. Así, pues, mientras el hemisferio izquierdo es el frío,
gris, monótono, calculador centro hacia donde concluye el pensamiento abstracto
y racional que procesa partes conceptuales de modo ontológico y lógico,
concluyendo en el lenguaje, el hemisferio derecho es el centro creador que da
origen a la diversidad poética, musical, llena de color y perspectiva que
humaniza tanto la realidad como los sueños sobre del sujeto que conoce, siente
y se expresa.
Estructura evolutiva
Es importante destacar que la estructuración del cerebro
tiene un origen evolutivo. En dicha estructuración se distinguen al menos
cuatro partes que forman capas superpuestas, siendo la más antigua,
evolutivamente hablando, la más interna, y siendo la más reciente, la más
externa. La parte más antigua, correspondiente a los reptiles, es el paleo
encéfalo que incluye el hipotálamo y el tallo cerebral. Viene enseguida el
mesocéfalo con el hipocampo, que correspondió a los antiguos mamíferos.
Posteriormente sigue el córtex con dos hemisferios, propio de los mamíferos actuales.
Por último, con el ser humano, surgió el neocórtex. Ninguna de estas partes es
funcional sin el funcionamiento adecuado de las partes más antiguas. Las partes
más profundas, como la amígdala, los núcleos del septo, los núcleos talámicos
anteriores y el hipotálamo, están rodeadas por el sistema límbico. Éste, a su
vez, está constituido por un conjunto de estructuras complejas que incluyen el
hipocampo, el giro hipocámpico y el giro del cíngulo, y funcionalmente están
relacionadas tanto con las emociones del placer, sexuales, agresivas, de miedo,
como con las sensaciones más primitivas, como el olfato, el hambre, la sed. Se
sabe por las experimentaciones realizadas que el hipocampo juega un papel
crucial en el aprendizaje, pero no es el lugar donde se almacenan los
recuerdos.
En general, la corteza está especializada en el
procesamiento de la información, y el subcórtex, en transmitirla. La habilidad
espacial se localiza en la primera, y las emociones se ubican en ciertas
estructuras del sistema límbico. Desde el punto de vista de la evolución
biológica, la parte interior y más antigua (filogenéticamente hablando) del
cerebro contiene los sistemas de control esenciales para el mantenimiento de la
vida, y la exterior, de más reciente desarrollo, es la principal responsable de
la memoria, las emociones y los refinamientos del pensamiento. La relación del
sistema nervioso central con el importante sistema endocrino, que interviene en
la conducta del organismo mediante la producción de distintas hormonas, se
produce de diversas maneras y a distintos niveles, siendo el principal el
conformado por el diencéfalo y la hipófisis. Las hormonas, producto de las
glándulas endocrinas, son mensajeros químicos que intervienen en la regulación
de los diversos sistemas del organismo.
En los primates superiores y particularmente en los seres
humanos el córtex constituye una estructura con un desarrollo mucho mayor y que
recientemente, en los últimos millones de años, ha venido evolucionando con
rapidez en el género homo. Esta estructura incluye la mayor parte de los
lóbulos frontales y de toda la corteza no dedicada ni a la sensación del mundo
exterior ni al sistema motor. Su estructura está, en general, constituida
enteramente por células asociativas, las cuales tienen una conformación
morfológica granular. Los lóbulos frontales y, en particular, sus formaciones
terciarias, incluyendo el córtex prefrontal, fueron las últimas partes de los
hemisferios cerebrales que se formaron en el curso de la evolución y que, si
bien apenas son visibles en los animales inferiores, se hacen apreciablemente
mayores en los primates. En el ser humano, ocupan hasta 1/4 de la masa total de
los hemisferios cerebrales, pero no alcanzan la madurez hasta los 4 a 7 años. En éstos se
encuentran principalmente la memoria, la imaginación, el carácter y el
pensamiento abstracto y racional.
Así, pues, hemos visto que el sistema nervioso es
verdaderamente un complejo sistema funcional que comprende varias escalas
incluyentes de estructuras, cada una de ellas funcionalmente especializada. La
escala máxima de su estructuración tiene un funcionamiento unitario que se
identifica con la conciencia de sí, con el pensamiento abstracto y lógico, con
los sentimientos y con la acción intencional.
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